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Juhani Pallasmaa, Carles Muro

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  1. 124 páginas
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Juhani Pallasmaa, Carles Muro

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Este libro recoge cuatro ensayos sobre la idea de "esencia" en arquitectura, que Juhani Pallasmaa ha ido desarrollando a lo largo de su ya dilatada carrera como arquitecto y pensador. Los textos abarcan la última década de su obra teórica y realizan una aproximación biohistórica y existencial al arte de la arquitectura.Se trata de una superación de la mirada puramente visual, que Pallasmaa sintetiza con las siguientes palabras: "Creo que las experiencias más conmovedoras en arquitectura nacen de memorias y significados bioculturales secretos y preconscientes, más que de una estética estrictamente visual. Esas cualidades podrían ser calificadas de 'esencias' de la arquitectura".

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Información

Año
2018
ISBN
9788425231063
Edición
1
Categoría
Arquitectura

APRENDER Y DESAPRENDER

LA PERSPECTIVA MENTAL EN LA ENSEÑANZA DE LA ARQUITECTURA

2016

Una obra de arte no nos ilumina; lo que nos ilumina es el mundo según dicha obra.1
Maurice Merleau-Ponty
La enseñanza de la arquitectura puede entenderse desde dos perspectivas y finalidades opuestas: por un lado, la arquitectura como práctica histórica, cultural, técnica, profesional y disciplinar; y, por el otro, el sentido y la identidad propia del aspirante a arquitecto. Las aproximaciones pedagógicas y los planes de estudio tienden a centrarse en la arquitectura como fenómeno externo y a subestimar la importancia de la realidad mental interior e individual. En mis cincuenta años de experiencia docente, he aprendido a enfatizar la base mental del aprendizaje de la arquitectura, más que la arquitectura como una disciplina dada y objetualizada. A menudo les digo a mis estudiantes en el taller de proyectos: “No os voy a enseñar qué es la arquitectura, sino que trataré de enseñarle a cada uno de vosotros quién es”. También les digo a veces: “En lugar de ense ñaros arquitectura, trataré de enseñaros a vivir vuestras vidas como arquitectos”.
El extremadamente complejo fenómeno de la arquitectura debe abordarse y experimentarse como un encuentro personal interiorizado, más que como un objeto o hecho exterior. El primer requisito que habría que pedirle a un profesor es que fuera capaz de encender en el estudiante la pasión por la arquitectura y dotarle de la capacidad de ver la arquitectura conjuntamente con la vida. Cuando estudiaba en Helsinki, hace ya casi setenta años, mi profesor Aulis Blomstedt dijo en una de sus lecciones: “Para un arquitecto, la capacidad de imaginar situaciones de la vida constituye un talento más importante que el don de fantasear con el espacio”.2 Esta frase se convirtió en el centro alrededor del cual empezaron a condensarse mis experiencias arquitectónicas. De un modo similar, la afirmación de Maurice Merleau-Ponty que abre este texto implica que el significado de la arquitectura se encuentra fuera de la propia arquitectura. Sin embargo, el arte de la arquitectura trata también, y simultáneamente, de las tradiciones de la propia arquitectura.

La complejidad de la arquitectura

La arquitectura no es una disciplina racional, lógica y claramente definible. Se trata de una categoría “impura” y “enmarañada” que yuxtapone y combina cosas irreconciliables, como el conocimiento científico y las creencias personales, la deducción lógica y la imaginación, los parámetros objetivos externos y las aspiraciones internas, las realidades y los sueños. En su discurso de ingreso en la Academia de Finlandia en 1955, Alvar Aalto destacó este territorio conflictivo y contradictorio de la arquitectura:
Independientemente de cual sea nuestra tarea, grande o pequeña [...], en todos los casos, los contrastes deben resolverse de manera simultánea y aglutinante [...]. Casi cualquier cometido referente a las formas tiene a menudo decenas, cientos e incluso miles de distintos elementos en contradicción, que solamente por la voluntad del hombre serán forzados a cobrar armonía. Esta armonía no puede crearse con otros medios que no sean los del arte. Los elementos técnicos y mecánicos obtienen su valor definitivo únicamente por esa vía de armonización. No es posible conseguir un resultado armonioso con cálculos, ni con experimentos basados en estadísticas o en índices de probabilidad.3
Este fenómeno de conflictos internos que es la arquitectura debe abordarse desde la experiencia personal, dado que solo el acto de experimentar o “vivir” la arquitectura combina esas dimensiones, esos atributos y esas interacciones en una entidad coherente. Solo a través de la experiencia individual pueden abordarse y comprenderse emocionalmente los fenómenos artísticos o arquitectónicos desde la esencia en que fueron concebidos. Este es el mensaje que contienen las conferencias que el filósofo John Dewey impartió en la Harvard University en 1934 bajo el título “El arte como experiencia”:
Por convicción, el Partenón es una gran obra de arte. Sin embargo, solo tiene un rango estético cuando la obra llega a ser la experiencia de un ser humano [...]. El arte bello es siempre el producto en la experiencia, de una interacción de seres humanos con su ambiente [...]. La reforma que producen las obras arquitectónicas en la experiencia posterior es más directa y más extensa que en el caso de cualquier otro arte [...]. No solamente influyen en el futuro, sino que registran y transmiten el pasado.4

La condición abierta de las obras de arte

Las obras de arte y de arquitectura más significativas constituyen mundos, imágenes abiertas e ilimitadas, sondas y excavaciones mentales que dan acceso a mundos enteros “reflejados en una gota de agua”,5 como describía el gran director de cine ruso Andréi Tarkovski la riqueza interior de las imágenes cinematográficas poéticas. El filósofo Jean-Paul Sartre enfatiza también la inherente condición abierta del arte: “Si un pintor nos presenta un campo o un jarrón de flores, sus cuadros son como ventanas que se abren al mundo entero”.6 También la obra de arquitectura es más que un edificio en tanto que objeto material, y hace que nos enfrentemos a nuestra propia existencia y al mundo, crea marcos para percibir el mundo y horizontes para comprenderlo, y nos obliga a confrontar nuestra propia existencia.
La imagen artística combina los territorios de la verdad y la belleza, la estética y la ética. Rainer Maria Rilke exige “no considerar al arte como una selección a partir del mundo, sino como su entera transformación en esplendor”.7 En su novela Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, Rilke nos ofrece una aleccionadora descripción del significado de las experiencias vitales y de la memoria corpórea en las prácticas artísticas:
Los versos no son, como creen algunos, sentimientos [...], son experiencias. Para escribir un solo verso es necesario haber visto muchas ciudades, hombres y cosas; hace falta conocer a los animales, hay que sentir cómo vuelan los pájaros y saber qué movimiento hacen las florecitas al abrirse por la mañana.8
El poeta prosigue con una enumeración prácticamente inagotable de las experiencias necesarias para la creación de un solo verso. Nos habla de caminos que llevan a regiones desconocidas, de encuentros y separaciones inesperados, de enfermedades de la infancia y retiros a la soledad de las estancias, de noches de amor, de gritos de mujeres dando a luz y del cuidado de los moribundos. Sin embargo, según el poeta, todo esto no basta para la creación de ese verso. Hay que olvidarlo todo y esperar pacientemente el retorno de esas experiencias destiladas. Solo cuando todas nuestras experiencias vitales han pasado a nuestra sangre, “puede suceder que, en una hora muy rara, del centro de ellas se eleve la primera palabra de un verso”.9 ¿Por qué razón una idea arquitectónica poética debería surgir de manera más sencilla y mentalmente menos exigente? Las experiencias arquitectónicas profundas no son, del mismo modo, meras construcciones estéticas, sino que surgen de una base existencial esencial. La arquitectura no trata solo de la disciplina de la arquitectura, pues esta está enraizada en nuestras experiencias de estar en el mundo.

El significado de la autenticidad de la experiencia

Resulta fundamental que, durante su educación, un estudiante tenga que enfrentarse, desde su experiencia, a cosas y entes auténticos desde el primer momento, ya se trate de arte visual, poesía, literatura o arquitectura, o de relaciones humanas auténticas y profundamente vividas. Un gran profesor enseña en primer lugar a través de su propia personalidad, a través de sus vivencias y su presencia emotiva, y no a través de la colección de hechos que haya podido aprender y acumular. El insustituible valor de la experiencia auténtica es la razón por la que la visita de edificios existentes es tan importante y ha constituido un factor tan significativo en el aprendizaje de arquitectos del calibre de Le Corbusier y Louis I. Kahn, así como Glenn Murcutt y Steven Holl.
El aprendizaje es una responsabilidad compartida por profesores y estudiantes, y se podrían también calificar los trabajos escolares de los profesores, además de los de los estudiantes. En su ensayo ¿Qué significa pensar?, Martin Heidegger aporta una interesante reflexión sobre la dificultad de enseñar:
Enseñar es todavía más difícil que aprender [...]. ¿Por qué enseñar es más difícil que aprender? No porque los docentes hayan de estar en posesión del máximo posible de conocimientos y tenerlos siempre a su disposición. Enseñar es más difícil que aprender porque implica un hacer aprender. Es más, el auténtico maestro lo único que enseña es el arte de aprender. Por eso con frecuencia la aportación del docente despierta la impresión de que propiamente no se aprende nada con él, en cuanto de pronto hemos pasado a entender todavía más que este, pues tiene que hacerse con la capacidad de estar más dispuesto a aprender que los aprendices mismos. El maestro está mucho menos seguro de su asunto que los aprendices lo están del suyo.10

Aprendizaje por absorción corpórea

Cuando el poeta David Shapiro entrevistó a John Hejduk —el legendario decano de la Escuela de Arquitectura de la Cooper Union de Nueva York y, sin duda, una de las figuras más dedicadas e influyentes en la enseñanza de la arquitectura de las últimas décadas— y le preguntó por su método de enseñanza, Hejduk respondió: “Enseño osmóticamente, por ósmosis”.11 Con esta sorprendente respuesta, Hejduk revelaba la forma más esencial del aprendizaje: la inconsciente, corpórea y existencial absorción, más que el registro intelectual y verbal de hechos. Esta inmersión corpórea es también la forma en la que cada uno de nosotros ha aprendido su lengua materna. La esencia del aprendizaje en cualquier campo de la creación está más embebido en la propia autoconciencia del estudiante y la imagen que ha interiorizado inconscientemente que en los hechos objetivos externos. Finalmente, la calidad y el efecto de la educación no puede medirse por la calidad de los programas, sino por cuán eficaz y profundamente absorbe el estudiante esa educación. No pongo en duda la importancia de los planes de estudio y de los programas lectivos, ni la profundidad filosófica del proyecto docente. Tan solo quisiera subrayar el hecho de que la enseñanza la llevan a cabo individuos concretos y de que la complejidad de la comunicación, la interacción, el impacto mental y la comprensión son también determinantes. El territorio interior del aprendizaje podría denominarse justamente “crecimiento personal”. Quienes promueven una educación profesionalista basada en hechos parecen despreciar esta importante perspectiva mental y existencial. En cualquier campo de la creación, la educación y el aprendizaje tienen que abordar la personalidad única e individual de cada estudiante. Asimismo, un contenido significativo de la enseñanza tiene que ser más existencial que factual, y más relacionado con las experiencias y los valores que con la información. La enseñanza tiende a empezar por los elementos y avanzar hacia la complejidad y hacia entidades mayores. Sin embargo, no existen “elementos” significativos en los fenómenos artísticos, sino solo imágenes y experiencias completas y vividas. Además, existen numerosas pruebas científicas de que no exper...

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