El invierno de mi desazón
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El invierno de mi desazón

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El invierno de mi desazón

Descripción del libro

John Steinbeck escribió El invierno de mi desazón en 1961, un año antes de recibir el Premio Nobel de Literatura, y es su última novela. El propio Steinbeck dijo de esta obra que «trata sobre una gran parte de Norteamérica tal como es hoy en día», prestando especial atención a la confrontación entre el dinero producto del trabajo y el heredado.Steinbeck estudia en esta obra qué es lo que hace que un hombre, Ethan Allen Hawley, empleado y antiguo propietario de una tienda de comestibles, cambie de valores, en apariencia de la noche a la mañana. Ese cambio tendrá lugar, precisamente, el 4 de julio, día de la fiesta nacional estadounidense.Podemos leer esta novela como una lúcida parábola sobre los valores de Estados Unidos, y de cómo el dinero puede repeler cualquier forma de honestidad.Un libro grandioso cuyo mensaje sigue plenamente vigente cincuenta años después de la muerte de su autor.

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Información

Año
2018
ISBN del libro electrónico
9788417281915
Categoría
Literatura

PRIMERA PARTE

1

Al despertar con la luz clara y dorada de una mañana de abril, Mary Hawley se volvió hacia su marido y se lo encontró haciendo una mueca de sapo con los dos meñiques metidos en la boca.
—Tonto… —le dijo—. Ethan, te has despertado con tu genio cómico a punto.
—Ratoncita, ratoncita… ¿Te quieres casar conmigo?
—¿Tan tonto te has despertado hoy?
—El año está en el día, y el día en la mañana.
—Sí, ya veo que sí. ¿Te acuerdas de que es Viernes Santo?
—Ya forman marciales los perversos romanos, prietas las filas —dijo ahuecando la voz—, para acudir al Calvario.
—No seas sacrílego, anda. ¿Te dejará Marullo cerrar la tienda a las once?
—Querido pimpollito mío: Marullo es católico y es un espagueti. Lo más probable es que ni siquiera asome la nariz por la tienda. Cerraré al mediodía, y tendré la tienda cerrada hasta que termine la ejecución.
—Así solo hablan los peregrinos, los puritanos. No tiene ninguna gracia.
—Eso son bobadas, lentejita. Eso proviene de mi familia materna. Son cosas de piratas. Además, aquello fue una ejecución en toda regla, ya lo sabes.
—No eran piratas. Tú mismo has dicho mil veces que eran balleneros, y que además tenían cartas de no sé quién del Congreso Continental, los primeros en declararse en rebeldía contra Inglaterra.
—Los barcos contra los cuales hicieron fuego sí creyeron que eran piratas. Y los soldados romanos de infantería también creyeron que era una ejecución.
—Ya veo que solo he conseguido enfadarte. Me gustas más cuando te haces el tonto.
—Es que yo era un tonto. Eso lo sabe cualquiera.
—Siempre me confundes. Tienes todo el derecho del mundo a sentirte orgulloso. Mira que tener en la misma familia a los padres peregrinos de la nación y a los capitanes balleneros…
—¿Y ellos? ¿Tienen derecho?
—¿Derecho a qué? No te sigo.
—A sentirse orgullosos. ¿Se sentirían orgullosos mis grandiosos ancestros si supieran que su descendiente no es más que un triste dependiente en una maldita tienda que es propiedad de un espagueti, en una ciudad de la que ellos fueron dueños?
—Eso no es verdad. Tú eres más bien el gerente del establecimiento. Llevas las cuentas, depositas el dinero en el banco, haces los pedidos…
—Ya, desde luego. Y también me encargo de barrer la tienda, de sacar la basura y de hacer reverencias y contestar amén a todo lo que dice Marullo. Y si fuera un gato, tendría que cazarle a Marullo los malditos ratones.
—Anda, hazte el tonto —dijo ella rodeándolo con los brazos—. Y no digas palabrotas, por favor, que estamos en Viernes Santo. Sabes que te amo.
—Estupendo —repuso él al cabo de un instante—. Eso es lo que dicen todas. Pero no vayas a pensarte que eso te da derecho a acostarte en pelota picada con un hombre casado.
—Iba a decirte lo de los chicos.
—¿Los han metido en la cárcel?
—Ya te estás haciendo el tonto otra vez. Mejor será que te lo digan ellos mismos.
—¿Por qué no…?
—Margie Young-Hunt me va a echar las cartas otra vez.
—¿Que te va a echar las cartas? ¿Como si fueras un buzón de correos? ¿Quién es esa tal Margie Young-Hunt? ¿Qué tendrá, que todos nuestros galanes…?
—¿Sabes? Si yo fuera celosa… Ya sabes lo que se suele decir cuando un hombre hace como que no se da cuenta de que hay una muchacha bonita…
—Ah, acabáramos. ¿Una muchacha, dices? Pero si ha tenido dos maridos.
—El segundo se le murió.
—Quiero el desayuno. ¿Tú te has creído esas historias?
—Bueno, Margie vio lo de mi hermano en las cartas. Una persona cercana y muy querida, me dijo.
—Pues yo sé de una persona muy cercana y muy querida que se va a llevar un puntapié en el trasero como no se ponga en marcha.
—Ya voy. ¿Quieres huevos?
—Supongo. ¿Por qué lo llamarán Viernes Santo? ¿Qué tendrá de santo un viernes cualquiera?
—¡Oh, basta! —dijo—. Siempre estás de broma.
El café estaba listo y los huevos revueltos en un cuenco, con una tostada al lado, cuando Ethan Allen Hawley se sentó en el comedor junto a la ventana.
—Me siento fenomenal —dijo—. ¿Por qué lo llamarán Viernes Santo?
—Por la primavera —repuso ella desde la cocina.
—¿Viernes de primavera?
—Fiebre de primavera. ¿Se han levantado los chicos?
—Ni lo sueñes. Vaya par de cabroncetes perezosos. Vayamos a levantarlos y les damos una buena tunda.
—Te pones terrible cuando te haces el tonto. Y no me gusta nada que hables así. ¿Vendrás a casa a mediodía?
—Qué va.
—¿Por qué?
—Las damas. Tengo que verme a escondidas con algunas. A lo mejor esa Margie…
—Ethan, ni se te ocurra decir una cosa así. Margie es una buena amiga. Es capaz de regalarte hasta la camisa que lleva puesta.
—¿Sí? ¿Y de dónde ha sacado la camisa?
—Ya vuelves a hablar otra vez como los peregrinos.
—Me apuesto lo que quieras a que somos parientes. Por sus venas corre sangre de una familia pirata.
—¡Tonto! Toma, aquí tienes la lista de la compra. —Se la metió en el bolsillo de la chaqueta—. Parece muy larga, pero es que es el fin de semana de Pascua, tenlo en cuenta. Ah, y dos docenas de huevos, no lo olvides. Vas a llegar tarde.
—Ya lo sé. A lo mejor pierdo una venta de chicha y nabo. Que se aguante Marullo. ¿Por qué quieres dos docenas?
—Para pintarlos. Los han pedido Allen y Mary Ellen. Venga, ya va siendo hora de que te vayas.
—De acuerdo, coliflor… Pero ¿puedo subir a darles una paliza a los chicos?
—Los malcrías demasiado, Ethan. Sabes de sobra que sí.
—¡Adiós, oh nave de mi patria! —dijo, y cerró de un portazo la mosquitera tras salir a la mañana entre verde y dorada.
Se volvió tras dar unos cuantos pasos para mirar la espléndida casa antigua, que también fuera de su padre y de su abuelo; era una casa de madera pintada de blanco con ensambladuras marineras, un tragaluz en forma de abanico sobre la puerta, ornamentos arquitectónicos al estilo de los hermanos Adam y un mirador en el tejado. Estaba casi engastada en el jardín verdeciente, entre lilos que tenían cien años de antigüedad, gruesos como la cintura de un hombre y ya plagados de brotes. Los olmos de Elm Street se unían por las copas y emp...

Índice

  1. Portada
  2. El Invierno de nuestra desazón
  3. PRIMERA PARTE
  4. SEGUNDA PARTE
  5. Promoción
  6. Sobre este libro
  7. Sobre John Steinbeck
  8. Créditos
  9. Índice
  10. Contraportada