
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Cascanueces y el Rey Ratón
Descripción del libro
La historia comienza cuando la joven Marie Stahlbaum recibe como regalo la noche de Navidad un muñeco, Cascanueces, que cobra vida después de derrotar al Rey Ratón con el que había entablado una dura batalla.Tras todo esto, viajará a un reino mágico poblado por muñecos con su dueña. Chaikovsky y los coreógrafos Marius Petipa y Lev Ivanov, basándose en una adaptación titulada "El cuento del cascanueces" que había escrito Alejandro Dumas, convirtieron esta historia en el ballet El Cascanueces, quizá, uno de los más popular de todos los ballets.
Preguntas frecuentes
Sí, puedes cancelar tu suscripción en cualquier momento desde la pestaña Suscripción en los ajustes de tu cuenta en el sitio web de Perlego. La suscripción seguirá activa hasta que finalice el periodo de facturación actual. Descubre cómo cancelar tu suscripción.
Por el momento, todos los libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Perlego ofrece dos planes: Esencial y Avanzado
- Esencial es ideal para estudiantes y profesionales que disfrutan explorando una amplia variedad de materias. Accede a la Biblioteca Esencial con más de 800.000 títulos de confianza y best-sellers en negocios, crecimiento personal y humanidades. Incluye lectura ilimitada y voz estándar de lectura en voz alta.
- Avanzado: Perfecto para estudiantes avanzados e investigadores que necesitan acceso completo e ilimitado. Desbloquea más de 1,4 millones de libros en cientos de materias, incluidos títulos académicos y especializados. El plan Avanzado también incluye funciones avanzadas como Premium Read Aloud y Research Assistant.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¡Sí! Puedes usar la app de Perlego tanto en dispositivos iOS como Android para leer en cualquier momento, en cualquier lugar, incluso sin conexión. Perfecto para desplazamientos o cuando estás en movimiento.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Sí, puedes acceder a Cascanueces y el Rey Ratón de E.T.A. Hoffman,MAITE GURRUTXAGA, Isabel Hernández en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Littérature y Littérature générale. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.
Información
Categoría
LittératureCategoría
Littérature généraleSi te ha gustado
Cascanueces y el Rey Ratón
te queremos recomendar
Punin y Baburin
de Iván Turguénev

I. AÑO 1830
El viejo lacayo Filíppych entró, de puntillas como solía, con la corbata atada en forma de roseta, con los labios apretados con fuerza —«para que no se le escapara el aliento»—, con un pequeño mechón canoso al estilo cosaco en el centro de la frente; entró, se inclinó ligeramente y entregó a mi abuela en una bandejita de hierro una carta grande con un sello de armas. La abuela se puso las gafas, leyó la carta...
—¿Está aquí? —preguntó.
—¿Qué desea? —dijo Filíppych tímidamente.
—¡Estúpido! El que ha traído la carta, ¿está aquí?
—Aquí está, sí, aquí... En las oficinas.
La abuela sacudió el rosario de ámbar, que resonó un momento...
—Dile que se presente... Y tú, señorito —se dirigió a mí—, quédate ahí sentado y quieto.
Y yo no me moví de mi rincón, del taburete del que me había apropiado. ¡La abuela me sentaba las costuras!
Al cabo de unos cinco minutos entró en la estancia un hombre de unos treinta y cinco años, de pelo negro, tezado, de cara picada y pómulos anchos, nariz ganchuda y cejas espesas, bajo las cuales miraban con tranquilidad y aflicción unos ojos grises no muy grandes. El color de estos ojos y su expresión no se correspondían con la constitución oriental del resto de la cara. El hombre recién llegado vestía levita de faldones largos, que le daba un aire de solidez. Se paró justo en la puerta e hizo una ligera reverencia, solo con la cabeza.
—¿Tu apellido es Baburin? —preguntó mi abuela y, acto seguido, añadió para sí: «Il a l’air d’un arménien».
—Así es, señora —respondió este con voz sorda y uniforme. Ante esa primera palabra de la abuela, «tu», sus cejas habían temblado ligeramente. ¿Había esperado acaso que no lo tutearía, que le hablaría de usted?
—¿Eres ruso?, ¿ortodoxo?
—Así es, señora.
La abuela se quitó las gafas y envolvió a Baburin con una mirada lenta de pies a cabeza. Este no apartó la vista y se limitó a colocar las manos a la espalda. En realidad, a mí me interesaba más su barba: estaba afeitada con gran lisura, pero ¡en la vida había visto unas mejillas y un mentón tan azules!
—En su carta Yákov Petróvich te recomienda muy bien —empezó mi abuela—, como hombre «sobrio» y trabajador, entonces ¿por qué te has ido de su casa?
—En su hacienda necesita gente con otras cualidades, señora.
—¿Otras... cualidades? Hay algo aquí que no entiendo. —El rosario de la abuela resonó de nuevo—. Yákov Petróvich escribe que padeces de dos rarezas. ¿Qué rarezas son esas?
Baburin se encogió suavemente de hombros.
—No puedo saber a qué le ha complacido llamar rarezas. Quizá sea que yo..., que no permito los castigos corporales.
Mi abuela se sorprendió.
—¿Es que Yákov Petróvich quiso castigarte?
La cara morena de Baburin enrojeció hasta la raíz.
—Creo que no me ha entendido bien, señora. Tengo por norma no utilizar los castigos corporales... con los campesinos.
Mi abuela se sorprendió más que antes, incluso levantó un poco los brazos.
—¡Ah! —profirió al fin y, ladeando un poco la cabeza, volvió a mirar fijamente a Baburin—. ¿Esa es tu norma? Bueno, me da completamente igual, no te voy a enviar con los dependientes, sino a las oficinas, con los escribientes. ¿Cómo es tu letra?
—Escribo bien, señora, sin faltas de ortografía.
—Eso también me da igual. Lo importante es que sea clara, sin todas esas mayúsculas nuevas con rabitos que no me gustan nada. ¿Y cuál es tu otra rareza?
Baburin titubeó, se aclaró la voz...
—Quizá... el señor hacendado se permite hacer referencia a que no estoy solo.
—¿Estás casado?
—No, para nada, señora..., pero...
Mi abuela frunció el ceño.
—Conmigo vive una persona... de sexo masculino..., un camarada, un hombre infeliz del que no me he separado..., a ver, creo que este es el décimo año.
—¿Es familiar tuyo?
—No, señora, no es de mi familia, es un camarada. No va a causar ninguna molestia en la casa —se apresuró a añadir Baburin, como si se anticipara a alguna objeción—. Come de mi comida, se instala conmigo en la misma habitación; más bien puede ser útil, puesto que le enseñaron a leer y a escribir, a hablar sin zalamerías, y su moral es completamente ejemplar.
Mi abuela escuchaba a Baburin moviendo un poco los labios y entornando la vista.
—¿Y tú lo mantienes?
—Así es, señora.
—¿Lo haces por piedad?
—Por justicia..., puesto que es obligación de un pobre ayudar a otro pobre.
—¡Vaya! ¡Es la primera vez que oigo algo así! Hasta ahora había pensado que más bien era una obligación de los ricos.
—Me atrevería a añadir que para los ricos es una ocupación..., pero para nuestro hermano...
—Bueno, ya es suficiente, suficiente, está bien —interrumpió mi abuela y, tras pensar un momento, dijo con tono nasal, algo que siempre era una mala señal—: Y ¿cuántos años tiene tu ese..., tu parásito?
—Como yo, señora.
—¿Como tú? Pensaba que era tu pupilo.
—No, no, señora, es mi camarada, además...
—Basta —interrumpió mi abuela por segunda vez—. Así que eres un filántropo. Yákov Petróvich tiene razón: dada tu condición, es una gran rareza. Y ahora hablemos de nuestros asuntos. Te explicaré cuáles van a ser tus tareas. Y en cuanto a tu salario... Que faites-vous ici? —añadió de pronto mi abuela dirigiendo hacia mí su cara seca y amarillenta—. Allez étudier votre devoir de mythologie.
Me levanté enseguida, me acerqué un momento a la mano de la abuela y me marché, no a estudiar mitología, sino simplemente al jardín.
El jardín de la hacienda de mi abuela era muy antiguo y grande y por uno de sus lados acababa en un estanque con agua de pie y en el que no solo había carpines y gobios, sino que incluso habían aparecido salvelinus, los renombrados salvelinus ahora ya casi desaparecidos de todas partes. En la cabecera del estanque había una salceda frondosa; más arriba, a ambos costados de una pendiente, se extendían matas densas de avellano, saúco, madreselvas, endrinos... y en la parte baja habían brotado brezo y apio de monte. Solo en algunos lugares entre los arbustos resaltaban unos claros diminutos de hierba fina y sedosa, color verde esmeralda, y entre la que se asomaban, con su divertida mezcla de sombreritos rosa, lila y pajizo, hongos russula achaparrados y se encendían cual manchas claras las bolitas doradas de la «ceguera de gallina». Aquí todas las primaveras cantaban los ruiseñores, silbaban los mirlos, se oía el cucú de los cuclillos; también aquí, en la canícula del verano, se estaba fresco, y me encantaba perderme en esa espesura, entre los arbustos, donde tenía varios lugares favoritos, secretos, que solo yo conocía, ¡al menos eso pensaba! Cuando salí del gabinete de mi abuela, me fui directo a uno de esos lugares, a uno al que yo llamaba Suiza. Pero cuál sería mi sorpresa cuando, ya antes de llegar a mi Suiza, a través del tupido entrelazado de ramas semisecas y verdes vi que alguien más, aparte de mí, ¡la había descubierto! ¡Había una figura larga, larguísima, en ropón amarillo de frisa y gorra en mi sitio favorito! Me acerqué a esc...
Índice
- Portada
- Cascanueces
- La Nochebuena
- Los regalos
- El protegido
- Maravillas
- La batalla
- La enfermedad
- El cuento de la nuez dura
- Continuación del cuento de la nuez dura
- Fin del cuento de la nuez dura
- Tío y sobrino
- La victoria
- El reino de las muñecas
- La capital
- Conclusión
- Epílogo
- Sobre este libro
- Sobre E. T. A. Hoffmann
- Sobre Maite Gurrutxaga
- Créditos
- Índice
- Contraportada