Breve historia del ya merito

Luigi Amara, Claudina Domingo

• Editorial: Sexto Piso
• Año: 2018
• ISBN del libro electrónico: 9788416358755

¿Para qué sirve el futbol? Para lo mismo que la ternura. Arrigo Sacchi dijo alguna vez que el futbol es la cosa más importante entre las cosas que menos importan.

EL AÑO DE LA PESTE

ARGENTINA 1978

Rodrigo Márquez Tizano

El futbol mexicano de los 70 en una imagen: Leonardo Cuéllar, melena, barba, sudadera, sostiene el tallo de una margarita. Por la posición de sus labios puede adivinarse que está soplando. A la flor no le queda un solo pétalo.

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Suena la música de espera más deprimente en la historia de los conmutadores. No es poca cosa. Cada conmutador es un cosmos de tristeza y tan triste como su banda sonora. Suena sin descanso, una y otra vez. Diez minutos, quince. A los veinte ya no siento la parte izquierda del cráneo.

—Hola, Club América.

—Buen día, disculpe, ¿me podría comunicar con el señor Leonardo Cuéllar?

—¿A dónde quiere hablar?

—A la oficina del equipo femenil.

—Aquí es Membresía Azulcrema. ¿Me proporciona su número de socio?

—No, disculpe, quería hablar con Leonardo Cuéllar.

—¿Quería o quiere?

—¿Cómo?

—¿Ya conoce los beneficios del programa Azulcrema?

—Tengo una entrevista con Leonardo Cuéllar. Le mandé un correo a la gente de prensa…

—No me aparece la extensión. Espere en la línea.

Vuelven los tarolazos, la catafixia, el te traigo finto. Como técnica de ablandamiento es infalible: al undécimo «Águilas, Águilas, a ganar» me siento un extra de El Chanfle.

—Dicen de seguridad que ya se retiró.

—¿A qué hora lo encuentro?

—No, ya no lo encuentra.

—¿Y mañana?

—No sabría decirle.

—Bueno, gracias.

—¿Sabía que durante todo el mes de enero Azulcrema recompensa su pasión con accesos exclusivos a entrenami...

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10 de junio de 1978: en la previa al tercer partido de grupo contra Polonia y ya con el boleto de vuelta a casa en mano, el suplicio del combinado mexicano parecía llegar a su fin. El Ovaciones titula: «Se termina la pesadilla». Nada más alejado de la realidad. Para los seleccionados mexicanos que jugaron en Argentina 78, la pesadilla es eterna, cíclica. Vuelve cada cuatro años, sin excepción ni tregua. Otra vez las amenazas y el chascarrillo de los porteros. Otra vez el «lástima de ropa».

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José Antonio Roca era un estratega singular. Tres veces mundialista con el Tri como jugador y miembro del mítico Zacatepec campeón en los 50, incluso hay quien podría decir que se trataba de un hombre adelantado a su tiempo. O al menos fuera de tiempo: asincrónico. Buena gente, de trato afable, fervoroso de la táctica y el discurso de pizarrón, Roca había tomado el mando de la selección un año antes del Mundial, tras la salida de Nacho Trelles, quien fuera su mentor en los Cañeros. Roca venía de dirigir al Atlético Español y antes había hecho lo propio con el América, donde a principios de la década del 70 se autonombró como el «Antichiva Número 1» y consiguió dos campeonatos de liga. Fue también durante su estancia en Coapa donde comenzó a urdir el sistema de juego —bautizado por él mismo como «3-T»— que estableció en la nacional a su llegada. Esto es, por supuesto, antes de que Rinus Michel imaginara el totaalvoetbal. Si nos basamos en los números cosechados, el proceso mundialista del «3-T» de Roca fue impecable: paso perfecto por las eliminatorias de CONCACAF y renovación total del equipo. Su mayor mérito, según los periodistas de la época, fue «revitalizar un cuadro acabado y sin fuelle». La eliminación en el premundial de Haití en el 73 había tocado fibras sensibles en la psique del futbolista mexicano, y los periodistas comenzaban a preguntarse si realmente alineaban los jugadores más capaces del país, o bien los que mejor retrataban en cámara o vendían más gillettes. El equipo de Roca apagó el fuego con verdor y dinamismo: la media de edad rondaba los 25. México era el equipo más joven del Mundial 78.

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A pesar de su rimbombante título, más acorde a una bebida energética que a un sistema de juego, el misterioso «3-T» de Roca encerraba en realidad un funcionamiento bastante simple. De hecho, el numerónimo resume de buena manera la idea: tres jugadores «tácticos», uno por cada línea del campo, defensa, media y delantera. En una entrevista para Proceso en 1994, el DT revela la identidad de sus «tácticos» en el México del 78: Ramos, López Zarza y Cuéllar. Según Roca, el jugador «táctico» gozaba de total libertad de acción en la línea correspondiente. Es decir, el «táctico» en realidad era el único que no se guiaba por la táctica. El resto de los jugadores seguía las contradicciones previamente acordadas en la charla técnica, mientras que el «táctico» actuaba según las características del rival, las necesidades del equipo, o bien, como dios le diera a entender.

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Acostumbrados al fracaso límbico y discreto de los últimos tiempos, el caso del Mundial 78 provoca, entre aficionados y periodistas por igual, una especie de curiosidad autolesiva. Cuadros malos en los mundiales hemos tenido muchos, sí, pero quedar en último lugar requiere un esfuerzo extraordinario. Concedamos: a veces el azar juega con un hombre de más. Un mal equipo lo tiene cualquiera. Una mala generación. Siempre podemos encauzar las culpas a los sospechosos de siempre: la altura, el campo en mal estado, un poste protagonista, algún descuido arbitral. El imprevisto forma parte de la belleza del juego y 270 minutos de mala suerte no son suficientes para postular una teoría de la derrota. Ahora, ser colistas en tres mundiales celebrados en tres distintas décadas es otra cosa. Una distinción única. Un galardón a la trayectoria en el oficio de perder. En Uruguay 1930, México no sólo quedó al fondo de la tabla sino que también se adjudicó la primera derrota y el primer gol en contra en la historia de los mundiales. El caso del profe Roca es impar. Aunque no jugó un solo minuto en Suecia 58, el segundo gran sotanazo del Tri cimentaría su entrada a un exclusivo club de la desgracia: junto al salvadoreño Pipo Rodríguez, el DT mexicano ostenta la peculiar mácula de salir último en dos mundiales, primero como jugador y más tarde como seleccionador. En el 78, México no sólo fue sotanero general, también cosechó los peores números del torneo: fuimos el equipo más goleado (doce tantos encajados en tres juegos) y el segundo menos goleador (apenas dos a favor). El fiasco de Argentina es estertóreo porque sucedió a colores y vía satélite, en plena modernización del sistema electoral mexicano, durante la supuesta «consolidación del crecimiento económico» y la euforia del mercado petrolero. Se vislumbraba una era menos lóbrega, sin masacres ni guerras sucias ni palacios negros. La abundancia estaba a la vista de todos, nomás había que administrarla. Los mexicanos no sólo creían que el país tenía solución sino que esa solución la teníamos que inventar entre todos. Luego pasó lo que pasó. La tormenta fue lo único que nos quedó porque con el timón se llevaron el barco entero. En realidad, para dimensionar el origen de nuestra mística de los caídos, habría que ir mucho antes que a 1930: a los primeros ingleses que patearon una pelota en suelo veracruzano, a la fundación del Orizaba Athletic Club, a la invención del deporte o la conquista de Tenochtitlán. Pero el 78 es una extravagancia en la anatomía de nuestra decepción. 1978: el año en que fuimos los peores a colores y vía satélite, desde Argentina para el mundo.

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Busco a los protagonistas. Consigo sus teléfonos, los llamo. Ninguno contesta. Tampoco devuelven los mensajes. No es de extrañar que la plantilla del 78 se niegue a dar entrevistas. La prensa mexicana lleva cuatro décadas lucrando con su humillación. Sabemos cómo funciona la máquina de hacer puré: pasa de la soberbia al autoescarnio sin apenas transiciones. Por ejemplo; Ovaciones, jueves 1 de junio de 1978: «México 500 a 1; Túnez por la chica». Ovaciones, sábado 3 de junio de 1978: «México cayó ante Túnez 3 a 1: ¡Qué Asco!».

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La fórmula del eterno 78 funciona así: cada cuatro años, conforme se acerca el verano y los ánimos mundialistas van infatuando el habitual pesimismo de una afición acostumbrada a convivir codo a codo con la derrota, la prensa mexicana se da a la tarea de dosificar la engorda de nuevos cracks con raciones de realidad dura y pura. El mensaje puede interpretarse de diversas maneras: «emociónense pero tampoco se pasen», «¿ya ven? con Layún estamos mejor» o «más bajo no podemos caer». El 78 sigue llenando páginas porque en aquel torneo no fuimos un equipo más del montón sino el peor. La derrota vende, la mediocridad no. El anecdotario de la incursión argenta es inagotable y ofrece por igual estampas de humor involuntario, perlas de la imaginación y estoicismo a prueba de golizas. El chiste entre Pilar Reyes y Pedro Soto es el paradigma de nuestra capacidad de convertir cualquier pena en mole pero también un síntoma de cómo interpretamos el futbol a través del resumen, de la glosa, de la columna de opinión.

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La pesquisa: buscar las impresiones de la prensa argentina sobre el team mexicano. No contar el chiste de Reyes y Soto.

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La lista final de convocados que José Antonio Roca, seleccionador mexicano, llevó a Argentina 78 se difundió en la prensa a finales de febrero, poco antes de que el equipo partiera a su gira premundialista por Europa: Pilar Reyes, Pedro Soto; Manuel Nájera, Alfredo Tena, Eduardo Ramos, Arturo «Gonini» Vázquez Ayala, Jesús «Palillo» Martínez, Rigoberto Cisneros, Carlos Gómez, Nacho Flores; Gerardo Lugo, Guillermo «el Wendy» Mendizábal, Antonio de la Torre, Javier Cárdenas; Enrique López Zarza, Víctor Rangel, Cristóbal Ortega, Hugo Sánchez, Hugo Rodríguez, Mario Medina y Raúl «el Cora» Isiordia.

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¿A qué le tiras cuando sueñas, seleccionado? Sin que medie jerarquía, molde de pie o circunstancias, todo futbolista ha soñado alguna vez con dos cosas: jugar un Mundial y luego, ganarlo. En ese orden. El sueño del pibe comienza en Argentina y culmina en México. Así reza el guión, cuando menos. 1978 era la perfecta ocasión para que el Tricolor de Roca revirtiera el sentido del sueño. Para anticiparse a él, incluso. Ocho años antes, en una villa del Gran Buenos Aires y frente a una cámara de televisión, un niño de diez años soñó que soñaba. Necesitó muy poco: una cámara y una pelota, dos presencias que desde entonces lo acompañarían toda la vida. La pelota materializó el sueño pero la TV lo convirtió en destino: «Mis sueños son dos. Mi primer sueño es jugar en el Mundial y el segundo es salir campeón…». En ese orden. Mucho tiempo después descubrimos que la edición mañosa de la entrevista realizada en 1970 a Dieguito omitió la ultima parte de la respuesta: «de octava división, y lo que siga en el campeonato este», aunque tampoco importa demasiado. Cierto: los hubo más pobres, más habilidosos, más determinados, más ganadores. Y seguramente habrá más. Hasta mejores. La historia seguirá contando el cuento pero nunca de la misma manera, porque el sueño del pibe impuso el baremo: comienza en un potrero de Villa Fiorito y termina en el Estadio Azteca. Ni todas las Champions ni todos los mundiales valen ese que soñó aquel pibe y más tarde haría soñar a un país ...

Índice

• PORTADA
• PRÓLOGO
• LA HISTORIA DE EL JAMAICÓN VILLEGAS. CHILE 1962
• LAS MANOS DEL TIEMPO.CHILE 1962 - INGLATERRA 1966
• EL VANIDOSO ANFITRIÓN. MÉXICO 1970
• LA MORDIDA DEL PERRO NEGRO. ALEMANIA 1974
• EL AÑO DE LA PESTE. ARGENTINA 1978
• LA PELOTA CUADRADA. ESPAÑA 1982
• EL NACIMIENTO DE UNA MALDICIÓN .MÉXICO 1986
• ESTAMPAS DE LOS QUE NO LLEGARON. ITALIA 1990
• TODOS UNIDOS POR UNA PASIÓN: EL AÑO ACIAGO. ESTADOS UNIDOS 1994
• ESTÁTICA. FRANCIA 1998
• ESE MUNDIAL LO ÍBAMOS A GANAR. JAPÓN-COREA 2002
• AHORA IMAGINO COSAS. ALEMANIA 2006
• AL OTRO LADO DEL RÍO. SUDÁFRICA 2010
• POR FAVOR, YO NECESITO UN GOL. BRASIL 2014
• NOTAS