Réquiem por el sueño americano
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Réquiem por el sueño americano

Noam Chomsky

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Réquiem por el sueño americano

Noam Chomsky

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Chomsky disecciona los diez principios fundamentales de la concentración de la riqueza y el poder en Estados Unidos, que a efectos prácticos han secuestrado la democracia en favor de los intereses de una élite políticofinanciera, sumiendo a un gran porcentaje de la población en la miseria y desesperanza más absolutas. Con su habitual agudeza, Chomsky muestra cómo los principales excesos y rasgos espeluznantes de la realidad estadounidense forman parte de una estrategia integral por parte de la casta dominante para aferrarse al poder y a los privilegios que éste conlleva.

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Información

Editorial
Sexto Piso
Año
2017
ISBN
9788416677726
Categoría
Literature
Categoría
Literary Essays

PRINCIPIO N.º 1. REDUCIR LA DEMOCRACIA

En la historia de los Estados Unidos siempre se ha producido un enfrentamiento constante entre la presión desde abajo para conseguir más libertad y democracia, y los esfuerzos de la élite para controlar y dominar: un conflicto que se remonta a la fundación del país.
LA MINORÍA DE LOS OPULENTOS
James Madison, el principal artífice de la Constitución y a la sazón uno de los principales defensores de la democracia, consideraba, no obstante, que el sistema estadounidense debía concebirse –como acabaría concibiéndose, gracias a su iniciativa– de modo que el poder recayera en manos de los ricos. Porque los ricos son el grupo más responsable, el que por naturaleza busca el bien público, y no unos intereses estrechos y limitados.
Por tanto, la estructura del sistema constitucional oficial confió la mayor parte del poder al Senado. Cabe recordar que en aquella época los miembros del Senado no se elegían (sólo empezaron a elegirse democráticamente hace un siglo), sino que la asamblea legislativa los seleccionaba de entre los pudientes para que ocupasen el cargo durante largos períodos de tiempo. Más hombres responsables. Hombres que, como señaló Madison, se preocupaban por los terratenientes y sus derechos. Y eso debía protegerse.
El Senado acaparaba la mayor parte del poder, pero también era la cámara más alejada de la población. La Cámara de los Representantes, mucho más cercana, tenía una función infinitamente más reducida. En aquel entonces, el poder ejecutivo –el presidente– era más bien un administrador con cierta responsabilidad en temas de política exterior y otros asuntos. Una situación muy distinta de la actual.
Se debatía una pregunta fundamental: ¿Hasta qué punto debemos permitir una democracia real? Madison lo argumentó a conciencia, no tanto en los diferentes artículos de El federalista, que era una especie de propaganda, sino en los debates de la Convención Constitucional de Filadelfia, unos documentos de consulta mucho más interesantes. En los debates, Madison afirmó que la principal preocupación de la sociedad –de cualquier sociedad decente– tiene que ser «proteger a la minoría de los opulentos frente a la mayoría». La frase es suya. Y expuso sus argumentos.2
Madison observó que el modelo que tenía en mente –Inglaterra, por supuesto– era el país y la sociedad política más avanzados de la época. Supongan que en Inglaterra todos votasen libremente, dijo. En tal caso, la mayoría de los pobres se uniría y se organizaría para arrebatarles sus propiedades a los ricos. Llevarían a cabo lo que en la actualidad se denomina una reforma agraria: parcelar las haciendas y los latifundios para dar a la población su propia tierra, así como recuperar las tierras comunales de las que, no hacía tanto, les habían privado las leyes de cercado de fincas conocidas como Enclosure Acts. De modo que los pobres votarían para apoderarse de lo que antes habían sido sus tierras comunales.
Evidentemente eso sería injusto, afirmó Madison; por consiguiente, tenían que evitarlo. Había que establecer un sistema constitucional que impidiese la democracia –«la tiranía de la mayoría», como se la llamaba en ocasiones– para asegurar que no se tocasen las propiedades de los ricos.
Ésta es la estructura del sistema, concebido para evitar los peligros de la democracia. En defensa de Madison hay que decir que era un precapitalista. Asumía que los ricos de la nación serían amables, como los nobles romanos de la mitología de aquella época: aristócratas cultos, figuras benignas que se consagraban al bienestar de todos, etcétera. Debía de tratarse de una opinión bastante extendida, pues el sistema constitucional de Madison acabó instituyéndose.
Y cabe mencionar que ya en la década de 1790 Madison condenaba amargamente el deterioro del sistema que había creado, del que se habían apoderado agiotistas y otros especuladores que se dedicaron a destruirlo en beneficio de sus propios intereses.
ARISTÓCRATAS Y DEMÓCRATAS
Había otra visión –al menos de palabra, y en parte también de convicción– que expresó Jefferson, el principal teórico de la democracia. No tanto en lo que respecta a sus propias acciones sino en cómo lo expuso, pues Jefferson distinguió lo que él llamaba los aristócratas de los demócratas. Con suma elocuencia.
En esencia, los aristócratas creen que el poder debe estar en manos de una clase especial de personas particularmente privilegiadas y distinguidas, que decidirán y actuarán de la forma adecuada. Los demócratas creen que el poder debe confiarse a la población que, en última instancia, es la depositaria de la toma de decisiones y también de las acciones correspondientes, por lo que, nos gusten o no, debemos defender sus decisiones. Jefferson apoyaba a los demócratas, no a los aristócratas. Es lo opuesto a la visión madisoniana, si bien, como he dicho, Madison no tardó mucho en ver adónde se dirigía el sistema, y ese cisma ha recorrido la historia de los Estados Unidos hasta la actualidad.3
REDUCIR LA DESIGUALDAD
Lo interesante es que este debate cuenta con una venerable tradición, pues se remonta a la primera obra sobre democracia política de la Grecia clásica. El primer libro fundamental sobre sistemas políticos es la Política de Aristóteles, un largo estudio que investiga diferentes clases de sistemas políticos. Aristóteles concluye que la democracia es el mejor de todos, pero también señala el mismo defecto que apuntó Madison. Aristóteles no pensaba en un país, sino en la ciudad-Estado de Atenas y, cabe recordar, su democracia era para los hombres libres. Pero lo mismo puede aplicarse a Madison: era para los hombres libres, no para las mujeres ni tampoco, por supuesto, para los esclavos.4
Aristóteles observó lo mismo que vería Madison siglos después. Si Atenas era una democracia de hombres libres, los pobres se unirían y les quitarían sus propiedades a los ricos. Sin embargo, dieron soluciones opuestas al mismo dilema. La solución de Madison fue reducir la democracia, es decir, organizar el sistema de manera que el poder estuviese en manos de los ricos y fragmentar la población de diferentes formas para impedir que se unieran y organizaran para arrebatarles el poder. La solución de Aristóteles fue la opuesta: propuso lo que en la actualidad se denomina «estado del bienestar», es decir, que se intentara reducir la desigualdad mediante comidas públicas y otras medidas apropiadas para una ciudad-Estado. Al mismo problema, soluciones opuestas. Una es: reduce la desigualdad, y se acaba el problema. La otra es: reduce la democracia. Pues bien, en estas aspiraciones contradictorias se basan los fundamentos del país.5
De la desigualdad se derivan numerosas consecuencias. No sólo es sumamente injusta en sí, sino que además tiene unos efectos muy negativos para la sociedad en su conjunto. Incluso en temas como la salud. Existen excelentes estudios –como el de Richard Wilkinson y otros– que muestran que cuanto más desigual es una sociedad, sea rica o pobre, peores son sus niveles de salud. También para los ricos. Porque la desigualdad tiene en sí un efecto corrosivo y nocivo en las relaciones sociales, en la conciencia, en la vida humana y en muchos otros aspectos, con toda suerte de consecuencias negativas. Pues bien, son problemas que deben remediarse. Aristóteles tenía razón: para remediar la paradoja de la democracia hay que reducir la desigualdad, no reducir la democracia.
LOS PECADOS DE LA SOCIEDAD AMERICANA
En sus inicios, los Estados Unidos vivieron un futuro interminable de creciente riqueza, libertad, éxito y poder… siempre que no se prestara demasiada atención a las víctimas. La estadounidense era una sociedad de tipo colonizador, la forma más brutal de imperialismo. Requería pasar por alto que se consigue ser más rico y libre a base de diezmar a la población, el primer gran «pecado original» de la sociedad americana; y también pasar por alto la esclavización masiva de otro segmento de la población, el segundo gran pecado (todavía experimentamos los efectos de ambos), así como ignorar la implacable explotación laboral, las conquistas exteriores, etcétera. Si no se toman en cuenta estos pequeños detalles, nuestros ideales tienen cierta base de verdad. Una de las cuestiones fundamentales siempre ha sido: ¿Hasta qué punto debe permitirse la democracia real?
Si retrocedemos al establecimiento de la Constitución –hablamos de finales del siglo XVIII– nos encontramos con opiniones contrapuestas sobre cómo debía organizarse y construirse la nueva sociedad. Un elemento esencial que no debería olvidarse fue la abrumadora influencia de los estados esclavistas; de hecho, la esclavitud fue un factor importantísimo en la Revolución de las Trece Colonias con la que se iniciaría el proceso de independencia. En 1770 los jueces británicos –como lord Mansfield, en un célebre caso– ya consideraban que la esclavitud era una obscenidad intolerable y los norteamericanos propietarios de esclavos presintieron lo que iba a ocurrir. Si las colonias americanas seguían siendo súbditas de la corona británica, muy pronto se ilegalizaría la esclavitud… y hay numerosos indicios de que éste fue un factor determinante en un levantamiento que contó con la enorme influencia de los estados esclavistas, principalmente Virginia. En el noreste también se iniciaba la oposición a la esclavitud, pero era reducida, como se refleja en la Constitución.6
TENDENCIAS CONTRAPUESTAS
En la historia de los Estados Unidos se observa una pugna constante entre estas dos tendencias. La tendencia democratizadora, que proviene mayoritariamente de la población que presiona desde abajo, ha obtenido muchas victorias. Las mujeres, por ejemplo –que suponen la mitad de la población–, consiguieron el derecho al voto en la década de 1920. (Antes de que nos enorgullezcamos demasiado, recordemos que esto sucede en la misma época en que ...

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