ellas hablan
eBook - ePub

ellas hablan

  1. 196 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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ellas hablan

Descripción del libro

Durante años, en la recóndita colonia menonita de Molotschna, decenas de mujeres han sido sistemáticamente drogadas y violadas mientras dormían. Despertaban doloridas y sangrando. La comunidad se empeñaba en mantener que todo era producto de su absurda imaginación, o quizá del demonio, que las castigaba por sus pecados. Los violadores, sin embargo, eran hombres de la propia colonia: tíos, hermanos o vecinos que finalmente acabaron en prisión pero que en apenas dos días serán liberados bajo fianza y regresarán a casa. Ocho de esas mujeres que padecieron abusos y violaciones están a punto de reunirse en secreto para tomar una decisión que determinará su futuro. ¿Qué deben hacer? ¿Perdonarlos, como pide el obispo Peters? ¿Responder a la violencia con más violencia? ¿O marcharse para siempre?

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Información

Editorial
Sexto Piso
Año
2020
ISBN del libro electrónico
9788417517755
Categoría
Literatura
6 DE JUNIO
ACTAS DE LO DICHO POR LAS MUJERES
Empezamos lavándonos los pies. Lleva su tiempo. Cada cual le lava los pies a la persona que tiene sentada a la derecha. Lo de lavar los pies ha sido sugerencia de Agata Friesen (madre de Ona y Salome Friesen). Sería un acto simbólico muy adecuado porque representa nuestro servicio a los demás, ha dicho, igual que cuando Jesús lavó los pies a sus discípulos en la Última Cena, a sabiendas de que le había llegado la hora.
Cuatro de las ocho mujeres llevan sandalias de goma con calcetines blancos, dos llevan zapatos recios de cuero, en chancleta (y en un caso, rajados por un lateral para dejar respirar un juanete cada vez más protuberante), también con calcetines blancos, mientras que las otras dos, las más jóvenes, llevan zapatillas de lona algo maltrechas, también con calcetines blancos. Las mujeres de Molotschna van siempre con calcetines, y da la impresión de que hay una norma establecida según la cual la caña de los calcetines tiene que llegar siempre hasta el dobladillo del vestido.
Las dos más jóvenes, Autje y Neitje, las de las zapatillas de lona, se han arremangado los calcetines en un gesto de rebeldía (y de estética) en pequeñas roscas alrededor de los tobillos. Dejan a la vista una muestra de piel desnuda, unos centímetros de piel, entre el calcetín arremangado y el dobladillo del vestido, y tienen la piel punteada de picaduras de mosquitos (moscas negras o ácaros rojos probablemente). También se ven cicatrices desvaídas, de quemaduras de cuerdas o cortes, en las partes expuestas de estas mujeres. A Autje y Neitje, ambas de dieciséis años, les está costando mantener la compostura durante el lavado de pies, y murmuran entre ellas que les hace cosquillas, y les falta poco para estallar en risitas cuando intentan decirse mutuamente y con voz solemne «Que Dios te bendiga», como han hecho sus madres, tías y abuelas al terminar la tarea.
Empieza Greta Loewen, la mayor de las Loewen (aunque es Penner de nacimiento). Irradia una dignidad profunda y melancólica al hablar de sus yeguas, Ruth y Cheryl. Cuenta que cuando Ruth (que es ciega de un ojo y siempre hay que enjaezarla a la izquierda de Cheryl) y Cheryl se asustan de los rottweilers de Dueck que se cruzan por el camino de la milla que va a la iglesia, el primer instinto que les viene es desbocarse.
Todas lo hemos visto, dice. (Cuando pronuncia estas frases breves y asertivas, Greta tiene la costumbre de levantar en alto los brazos, agachar la cabeza y ensanchar los ojos, como si dijera: Lo que he dicho es verdad, ¿me quieres llevar la contraria?).
Greta explica que sus yeguas, cuando las atemoriza el perro tonto de Dueck, no se dedican a organizar asambleas para decidir el plan de acción, qué es lo que sigue. Echan a correr, y al hacerlo, rehúyen al perro y el peligro en potencia.
Agata Friesen, la anciana de las Friesen (aunque Loewen de nacimiento), ríe, como suele hacer, en un gesto lleno de encanto, y se muestra de acuerdo. Pero Greta, afirma, nosotras no somos animales.
Greta contesta que han abusado de nosotras como si fuéramos animales; a lo mejor deberíamos responder en consonancia.
Entonces, ¿quiere decir que deberíamos salir corriendo?, pregunta Ona.
¿O matar a nuestros agresores?, pregunta Salome.
(Mariche, la mayor de Greta, hasta el momento callada, resopla por lo bajo).
Nota: como he mencionado anteriormente, Salome Friesen llegó a atacar a los agresores con una guadaña, tras lo cual Peters y los ministros saltaron rápidamente al rescate de los agresores y decidieron hacer venir a la policía a la colonia. Era la primera vez en toda la historia de Molotschna que se recurría a la policía. Los agresores fueron trasladados a la ciudad por su propia seguridad.
Desde entonces Salome ha pedido a Peters y sus ministros que la perdonen por su desliz pero, aun así, apenas puede contener la rabia, es muy temperamental. Sus ojos nunca paran quietos. Incluso aunque un día se quedara sin palabras –igual que dicen que las mujeres se quedan sin «óvulos»–, creo que Salome sería capaz de comunicarse y de dar vida, una vida temible, a cada emoción que manase de cada injusticia que percibiera como tal. Salome no goza ni de un Ojo Interior, ni de la gloria del hombre solitario. Ni va sin rumbo ni es una mujer solitaria. Su sobrina Neitje, acostumbrada a los modos más amables de su difunta madre, Mina, pero ahora bajo tutela de Salome, guarda las distancias con su tía. La joven se pasa el día dibujando, quizá para contrarrestar con trazos sólidos y callados sobre el papel los feroces desahogos de las palabras de Salome. (Aparte de su habilidad para pintar, me han contado que Neitje es también la campeona actual a la hora de calcular cuánto cabe de algo –harina, sal, manteca– en cualquier envase, para que no se desperdicie nada, ni siquiera el espacio sobrante).
Agata Friesen, que no se inmuta ante los exabruptos de Salome (ya ha citado el Eclesiastés para describir el temperamento de Salome como nada nuevo bajo el sol, igual que el viento sopla del norte, y todos los ríos van a dar a la mar, etcétera; a lo que Salome ha respondido que no encasillen sus opiniones bajo encabezados antediluvianos del Viejo Testamento, por favor, y ¿no era un poco ridículo que las mujeres se compararan con los animales, el viento, el mar, etcétera? ¿Es que no existe un precedente humano, una persona con la que sentirnos identificadas? A lo que Mejal, al tiempo que se encendía un cigarro, ha respondido: Sí, eso estaría bien, pero ¿qué personas? ¿De dónde?), afirma que en lo que lleva de vida más de una vez ha visto caballos, puede que no a Ruth y Cheryl, de acuerdo –en deferencia a Greta y la alta estima que siente por sus yeguas–, pero sí a otros que, al ser atacados por un perro, un coyote o un jaguar, han intentado plantarle cara al animal y/o aplastar al bicho hasta la muerte. De modo que no siempre se da el caso de que los animales huyan de sus agresores.
Greta corrobora este punto: Sí, ella ha visto conductas similares en otros animales. Vuelve una vez más a hablar de Ruth y Cheryl, pero Agata interrumpe entonces la anécdota.
Agata le dice al grupo que ella también tiene otra historia de animales, y también aparece el rottweiler de Dueck. Habla rápido e introduce frecuentes apartes y digresiones en una voz susurrante y teatral.
No soy capaz ni de escuchar ni de retener todos los detalles, pero intentaré contar la historia con su voz, y con toda la fidelidad posible.
A Dueck se le estuvieron colando mapaches en el jardín durante mucho tiempo y los odiaba con toda su alma, de modo que, cuando un buen día el mapache más rápido tuvo de pronto seis crías, fue la gota que colmó el vaso. El hombre se puso como una fiera. Ordenó a su rottweiler que los matara a todos, y allá que fue el perro a atacar por sorpresa a la madre mapache, que intentó salvar a sus crías y escapar del perro, pero éste le mató tres crías y sólo pudo salvar a las otras tres. Se las llevó y desapareció del jardín de Dueck, que se quedó bastante satisfecho. Se tomó su café instantáneo y pensó, alabado sea el Señor, se acabaron los mapaches. A los pocos días, sin embargo, miró hacia el jardín y vio a las tres crías de mapache y volvió a enfadarse. Le dijo a su rottweiler que las atacara y las matara. Pero esa vez la madre mapache estaba esperando al perro, y cuando éste fue corriendo a por sus crías, la madre le saltó encima desde un árbol y le mordió en el cuello y la barriga y luego, con la fuerza de hasta su último músculo, lo arrastró hacia la espesura. Dueck montó en cólera, y además se quedó muy triste, quería a su perro de vuelta. Se adentró en la espesura en su busca, pero no consiguió encontrarlo, ni después de dos días de buscarlo. Se echó a llorar. Cuando volvió a casa abatido, llegó hasta la puerta y se encontró una pata del perro y la cabeza… con las cuencas vacías.
La historia de Agata suscita reacciones encontradas. Greta levanta las manos por encima de la cabeza y pregunta a las otras mujeres: ¿Qué se supone que tenemos que deducir de eso? ¿Que debemos usar de cebo a los miembros más vulnerables de nuestra colonia para que vuelvan a atacarlos, con la idea de atraer a los hombres a su muerte y poder descuartizarlos y dejar sus trozos en la puerta de Peters, el obispo de nuestra colonia?
Lo que demuestra la historia es que los animales son capaces de contraatacar y, además, huir, dice Agata. De modo que no importa si somos animales o no, o si nos han tratado como tales, ni siquiera si es posible conocer de algún modo la respuesta a todo eso. (Inspira todo el oxígeno que le cabe en los pulmones y lo suelta con la siguiente frase). En cualquier caso, es una pérdida de tiempo intentar decidir si somos animales o no cuando los hombres no tardarán en volver de la ciudad.
Mariche Loewen levanta la mano. Tiene un dedo, el índice izquierdo, arrancado de cuajo por la primera falange, le mide la mitad que el dedo corazón que tiene al lado. Asegura que en su opinión la pregunta más importante que hay que hacerse no es si las mujeres son animales sino más bien, ¿deberían las mujeres vengarse del daño que se les ha infligido? ¿O deberían en cambio perdonar a los hombres y, en consecuencia, tener garantizado el paso por las puertas del Cielo? Si no perdonamos a los hombres o aceptamos sus disculpas, nos obligarán a abandonar la colonia, dice, y, mediante esta excomunión, perderemos el derecho a entrar en el Cielo. (Nota: doy fe de que esto es cierto según las normas de Molotschna).
Mariche se da cuenta de que estoy mirándola y me pregunta si he tomado nota.
Asiento, sí, estoy apuntándolo todo.
Satisfecha, Mariche les plantea a las demás una cuestión sobre el Arrebatamiento. ¿Cómo va a encontrarlas el Señor en su Venida si no están en Molotschna?
Salome la interrumpe con desdén y empieza a explicarle en voz burlona que si Jesús es capaz de volver a la vida, vivir miles de años y después dejarse caer a la Tierra desde el Cielo para recoger a sus seguidores, seguro que será también capaz de localizar a unas cuantas mujeres que…
Pero ahora es Agata, su madre, quien silencia a Salome con un gesto rápido. Ya volveremos luego sobre esa cuestión, dice con tacto Agata.
Los ojos de Mariche se disparan por la estancia, puede que buscando solidaridad en este asunto, alguien que comparta sus miedos. Las demás le rehúyen la mirada.
Salome está murmurando: Pero si somos animales, o parecidas a animales, quizá de todas formas ni siquiera haya posibilidad de entrar por las puertas del Cielo –se levanta y se acerca a la ventana–, a no ser que estén permitidos los animales. Aunque tampoco tendría mucho sentido, porque los animales proporcionan comida y fuerza de trabajo, y ahí arriba no necesitaremos nada de eso. Así que quizá, después de todo, a las mujeres menonitas no nos esté permitido ir al Cielo porque pertenecemos a la categoría de los animales, que no se necesitan ahí arriba, donde todo es tralarí, tralará… Acaba su intervención en tono cantarín.
Todas las demás, s...

Índice

  1. Portada
  2. Legal
  3. Un apunte sobre esta novela
  4. Actas de lo dicho por las mujeres
  5. 6 de junio. August Epp, antes de la asamblea
  6. 6 de junio. Actas de lo dicho por las mujeres
  7. 6 de junio. August Epp, por la noche, entre asambleas
  8. 7 de junio. Actas de lo dicho por las mujeres
  9. 7 de junio. August Epp, tras la asamblea
  10. AGRADECIMIENTOS
  11. Notas