Epílogo
El sindicato en tiempos de pandemia.
Una misma lucha en cinco entremeses*
Unai Sordo y Bruno Estrada
No sabíamos muy bien dónde debía terminar este libro. Lo que nos ha sucedido, individual y colectivamente, a partir de marzo de 2020 debido a la pandemia ha puesto de manifiesto que es precisamente en los momentos de crisis cuando las personas sacan lo mejor de sí mismas, y eso se ha reflejado en las acciones de miles de afiliadas y afiliados, de delegadas y delegados de CC OO defendiendo a sus compañeras y compañeros sin pedirles el carnet, no solo defendiendo sus salarios y condiciones de trabajo, sino también algo mucho más básico: su salud e incluso su vida. La palabra “solidaridad” ha vuelto escribirse en mayúsculas. Estos cinco entremeses, basados en historias reales, son un homenaje a todas ellas.
Un entremés es una pieza teatral menor, de un solo acto, protagonizada por personajes de clases populares, que fue muy representada entre los siglos XVI y XVII, e incluso en el XVIII, en los entreactos de obras mayores. Nos resultaba muy difícil intercalar estos cinco entremeses realistas y actuales, no cómicos, como la mayor parte de los del Siglo de Oro, entre los relatos referidos a episodios de un pasado reciente y no tan reciente de CC OO. Por eso, hemos preferido que, humildemente, cerraran esta magnífica colección de historias de las comisiones obreras.
ENTREMÉS 1. UN GRITO DE AUXILIO EN LEGANÉS
En recuerdo al doctor Luis Montes
Mercedes dejó su viejo Xsara Picasso en el aparcamiento del hospital Severo Ochoa de Leganés, una pequeña gran ciudad de los alrededores de Madrid, donde más se cebó la COVID-19 en la primavera de 2020.
Mercedes esperaba no tener que encontrarse a ninguna compañera mientras aparcaba, siempre le tomaban el pelo por las muchas abolladuras de su coche. Había pasado ya la cincuentena y, según ella misma se definía, era una conductora en fase de retirada; por eso había decidido dejar de pagar el seguro a todo riesgo desde hacía unos pocos años. Esa decisión había terminado dejando huellas en su viejo vehículo, aunque solo fueran estéticas.
Era la mañana del 17 de marzo de 2020, estaba amaneciendo, no podía ni imaginar lo que iba a encontrar en pocos minutos.
Tras pasar las puertas de cristal, el espectáculo que se le ofrecía era dantesco. Su hospital, en el que llevaba trabajando más de quince años, había sufrido una mutación radical en apenas unas horas. Aquello parecía un hospital de campaña en plena guerra.
Durante la madrugada habían sido ingresados a causa de la COVID-19 más de doscientos pacientes, la mayor parte gente muy mayor con síntomas de gripe aguda, muchos de ellos con graves problemas respiratorios e incluso algunos con síntomas de asfixia. Las UCI habían colapsado, no había suficientes respiradores, las toses de decenas de ellos conformaban un dantesco coro que se oía en todos los sitios, en la sala de espera, en los pasillos. Muchos estaban en camillas, incluso en sillones, desparramados por todos los recovecos del hospital.
Fue al cuarto donde se cambiaban la ropa y de pronto apareció su amiga Conchi, que salía de su turno. La miró de frente con los ojos enormes y se puso a llorar sobre su pecho.
—¿Qué ha pasado, Conchi? ¿Qué es todo esto? —preguntó Mercedes alarmada.
—No te lo puedes imaginar, ha sido horrible, horrible —respondió Conchi sollozando.
—Pero, ¿qué hacen todos esos pacientes en los pasillos, si son muy viejos para estar ahí?
—Se nos han acabado las camas. He tenido que llamar diez veces a la funeraria, solo en esta noche se nos han muerto más de veinte viejitos. Te miraban a los ojos sin entender nada, asustados, preguntaban por sus hijas e hijos. Solo podía darles la mano enguantada hasta que se apagaban. Ha sido horrible.
—¿Y la gerencia qué ha hecho?
—El gerente, ese… no ha venido hasta hace tres horas y se ha encerrado en su despacho. No recibe a nadie. Me ha dicho su secretaria que no hace más que llamar por teléfono, pero es incapaz de resolver nada. Ya le conoces, el amigo de la presidenta. No tenemos equipos de protección, ni material sanitario, ni respiradores, ni camas. No tenemos nada de nada. Se nos ha acabado hasta el agua —balbucea Conchi.
—No te preocupes. Vete a casa a descansar.
—Mercedes, no sé si me he contagiado, los pobres nos tosían encima.
—No abraces a tu marido ni a los niños. Métete sola en...