¿Para qué servimos los politólogos?
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¿Para qué servimos los politólogos?

Josep María Vallès

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¿Para qué servimos los politólogos?

Josep María Vallès

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Casi todo el mundo sabe qué decir cuando se le pregunta para qué sirve una arquitecta o en qué consiste el trabajo de un médico. Menos clara suele ser la respuesta si se le interroga sobre un político: alguien que "hace política" o que "está metido en política", será probablemente la respuesta, dejando a un lado otros calificativos menos gratos. Menos evidente todavía es la función de los politólogos: un colectivo poco reconocido pero que ha ido adquiriendo mayor protagonismo público en los últimos años. Josep Maria Vallès realiza en este ensayo un amplio recorrido por la profesión: cómo llegan los politólogos a ser considerados como tales, qué posiciones ocupan en el mundo laboral y qué funciones desempeñan. Pero ¿es socialmente útil su trabajo? No mucho si solo se suman al alboroto político-mediático, alimentando la inflación de comentarios de ocasión. Pero sí lo son cuando elaboran estudios rigurosos y se implican con su conocimiento especializado en el análisis crítico de los problemas colectivos más acuciantes —crecimiento de la desigualdad, discriminación de género, corrupción pública, depredación ambiental o erosión de los derechos y las políticas sociales intentando conseguir mejores condiciones de vida para la sociedad. La misma utilidad a la que aspiraban quienes empezaron a reflexionar y debatir sobre política en la Grecia clásica del siglo V a. C.

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CAPÍTULO 1

POLITÓLOGOS, POLÍTICA Y CIENCIA POLÍTICA

Antes de entrar en materia, la deformación profesoral me pide un capítulo inicial con algunas definiciones. O quizá sería mejor con aclaraciones preliminares. Porque una definición evoca la idea de poner fin a lo que pueda haber de incompleto o indefinido en lo que vamos a tratar. Sin embargo, en el tema que nos ocupa no abunda lo definitivo. El debate sobre qué entendemos por política o por ciencia política va a continuar. Pese a ello, es inevitable hacer un recorrido cauteloso por estos conceptos y cómo han sido tratados a lo largo de la historia. Qué se ha entendido y se entiende por política, cómo se ha pretendido analizarla y comprenderla es la pretensión de este primer capítulo que no puede aportar más que una breve introducción a una materia tan amplia. Es posible que en algunos casos aumente las dudas del lector. Será un buen resultado si se decide a pensar sobre ellas y a intentar resolverlas por su cuenta.

Los politólogos, ¿una especie exótica?

La primera dificultad que presenta responder a la pregunta de los editores de la colección —“¿Para qué servimos los politólogos?”— es dar con una definición de estos profesionales. No ha­­ce muchos años, el término “politólogo” sonaba a algo exótico. Estaba prácticamente ausente de nuestro lenguaje público. Incluso en el ámbito académico era muy poco utilizado. Quie­­nes podíamos ser adscritos a esta rara especie profesional de­­bía­­mos emplear buenas dosis de tiempo y pedagogía para explicar a familiares y amigos de qué nos ocupábamos. Exigía un esfuerzo al que no estaban obligados quienes declaraban dedicarse a la abogacía, la farmacia o la ingeniería.
Sin embargo, en los últimos años el término ha obtenido mayor difusión y la especie exótica se ha ido aclimatando entre nosotros. El mundo mediático —especialmente el plató de las tertulias políticas— lo ha acogido con relativa profusión. No diré que haya convertido el término en palabra de uso común. Pero su asociación con algunas figuras conocidas de la política actual y de su participación en los medios de comunicación lo ha hecho mucho más frecuente, aunque siga sin tener presencia tan habitual y espontánea como pueden tener los términos de economista, profesora o periodista2.
¿Qué es, pues, un politólogo? Nos dice el Diccionario de la RAE que un politólogo es un “especialista en politología”. La respuesta no es muy clarificadora porque tiene bastante de tautológica. Por otra parte, nos remite a otro término de uso infrecuente. Recurriendo de nuevo a su Diccionario, la RAE indica que la politología es la “disciplina que estudia la teoría política”.
Advierto de entrada —y con todo el respeto para los miembros de la docta academia— que esta definición no cuenta con el asentimiento general de quienes nos sentimos próximos a esta disciplina. Es cierto que cuesta dar con una definición unánimemente aceptada. Pero —como intentaré explicar más adelante— hay motivos para enmendar la definición que ofrece el Diccionario de aquella ilustre casa.
Admito que la misma práctica de la profesión induce a cier­­tas confusiones. Para empezar, el término “politología” no es demasiado habitual en nuestro mundo académico. Es mucho más frecuente referirse a la ciencia política que a la politología cuando se intenta describir la dedicación al estudio de la política. Así ocurre con las actuales titulaciones universitarias. En España y otros países de nuestro entorno, dichas titulaciones se identifican con la ciencia política —grado o máster en Ciencia Política—, pero raramente con la politología. El término “politología” no figura, pues, en los títulos oficiales ni aparece tampoco como asignatura específica en sus planes de estudio. Está igualmente ausente de la denominación de depar­­tamentos e institutos universitarios dedicados al estudio e in­­vestigación sobre la política3.
Amparado en esta práctica habitual, considero politología y ciencia política como dos términos diferentes aplicados a un mismo concepto. De esta manera podemos calificar a los politólogos como profesionales a los que se atribuye una formación en ciencia política o, si alguien lo prefiere, en politología. Creo que el reciente uso del término de politólogo para un sujeto del que se suponen conocimientos especializados sobre la política se ha debido sobre todo a la economía del lenguaje empleado por los medios de comunicación. Es más expeditivo referirse a una “politóloga” que no a una “científica de la política” o a una “graduada en ciencia política”. Tanto más si el hecho de calificar a alguien como “politóloga” exige muchas veces una aclaración inmediata ante lo relativamente infrecuente del término4.
Pero no es esta discusión filológica la que interesa aquí. Lo que en realidad importa es averiguar en qué consiste esta formación especializada y, como consecuencia, qué servicio prestan o pueden prestar a la sociedad quienes cuenten con ella. Sean calificados como politólogos o como científicos de la política. Para saberlo, será necesario plantearse en qué consiste este conocimiento científico sobre la política. Y, como paso previo, establecer un punto de partida básico: qué entendemos por política.

La política: una definición entre muchas

A diferencia de la “politología”, el término “política” forma parte del lenguaje habitual. Aparece con mucha frecuencia en la vida cotidiana. Lo usamos al tratar de prácticas diversas. Nos referimos a ella para describir una gran variedad de relaciones: en lo familiar, lo económico, lo deportivo, etc. Las familias mantienen políticas más o menos severas en la educación de los hijos. Las empresas siguen políticas más o menos agresivas en la relación con sus competidores. Los clubes deportivos definen cada año su política de fichajes. El término nos sirve para designar un conjunto de decisiones que determinados sujetos —los padres y madres, los empresarios, los dirigentes deportivos, etc.— adoptan en el ámbito de su competencia con el objeto de obtener determinados efectos.
Sin embargo, existe una versión original del concepto del que proceden por analogía todas las demás. Es el que nos sirve para describir las acciones respectivas de gobernantes y gobernados y, al mismo tiempo, las relaciones que mantienen entre ellos. Es esta política la que nos viene espontáneamente a la mente si alguien emplea el término en nuestra presencia. Y hay que reconocer que suele ir acompañada de comentarios poco entusiastas cuando no declaradamente despectivos. Pero esta es otra cuestión.
En todo caso, sabemos que el término “política” y todos sus derivados tienen su origen en la Grecia clásica. Para sus inventores y desde entonces, política es lo que concierne a la vida en común de quienes son habitantes de una misma polis. Convivir en la polis —la ciudad de los griegos— establece vínculos inevitables entre quienes lo hacen. Son vínculos que se superponen a las relaciones de sangre propias de la familia, el clan o la tribu. A estos lazos de sangre se añade una red de pautas, tejida por la convivencia permanente con los demás vecinos o habitantes de la comunidad. Es esta red de mandatos, acuerdos y obligaciones lo que constituye la sustancia de la política. Fue identificada, descrita y examinada por Sócrates, Platón y Aristóteles a partir del siglo V a. C. Sus reflexiones sobre la cuestión están en el origen de toda la ciencia política posterior.
Arrancando de este punto de partida, se han sucedido muchas propuestas para acotar con mayor precisión el contenido esencial de la política, reconocida como una de las manifestaciones colectivas de la existencia humana. Han sido abundantes los intentos por definirla. Disponemos de una extensa relación de autores que se lo han propuesto. Tienden a resaltar alguna de las dimensiones que integran la complejidad de la acción política, contemplada desde ángulos diferentes. Es posible clasificar la mayoría de las definiciones de la política en grandes tendencias que las agrupan según diferentes puntos de observación.
  • Hay quienes ven la política como una actividad colectiva encaminada al fomento del bien de la comunidad. Conseguir el bienestar público en todas sus dimensiones sería la finalidad de la política, a diferencia de otras actividades que persiguen el interés particular de un individuo, una familia, un grupo o una empresa. Para alcanzar este bien común, sin embargo, se hace necesario identificar previamente, y no sin controversia, los bienes y valores que aquel bienestar ha de poner al alcance de la comunidad.
  • Para otros, en cambio, la política consiste principal y casi exclusivamente en el ejercicio de un poder que puede obligar a todos los miembros de una comunidad a adoptar conductas que no serían observadas voluntariamente. Esta acción de dominación a gran escala y en todas sus expresiones es la que definiría la acción política, ejercida mediante el uso combinado de la fuerza que doblega y de la persuasión que convence.
  • De forma más restringida, se circunscribe a veces la política a la actividad desarrollada en torno del Estado y de las instituciones que se vinculan a él. La organización estatal marcaría el ámbito propio de la política. Hace política el Estado cuando proyecta sus actuaciones hacia otros sujetos: ciudadanos, empresas, otros colectivos. Y hacen política dichos sujetos cuando se dirigen al Estado con sus demandas y sus apoyos. Esta visión deja abiertos interrogantes sobre la delimitación entre el ámbito de lo político y el ámbito de la e...

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