Capítulo 1
El punto de partida: la solidaridad trasnacional del neofascismo y el neonazismo y la crisis interna del Movimento Sociale Italiano
Como movimiento político e ideológico derrotado en la Segunda Guerra Mundial, el fascismo sufrió en la posguerra un proceso global de estigmatización relacionado con las campañas de desnazificación y desfascistización, que dificultaron su resurgimiento en los países de la antigua Europa ocupada. Su reorganización se efectuó de manera discreta en la forma de organizaciones que actuaron lejos de su espacio histórico original. Aunque ya en los años veinte existió una red transnacional fascista que fue heredada por la siguiente generación de militantes que reinterpretaron el movimiento a la luz de los cambios políticos que tuvieron lugar en Europa en los años cincuenta y sesenta, las primeras tentativas de internacionalización del fascismo de posguerra tuvieron que ver con las complicidades que permitieron el establecimiento de las redes de evasión ODESSA y Spinne, que contaron con sucursales en América Latina, Lisboa y Madrid. Esta última ciudad actuó como refugio de su principal animador, el excoronel de las SS Otto Skorzeny (1908-1975), quien junto con un antiguo “as” de la Luftwaffe, el general Hans Ulrich Rudel (1916-1982), creó ODESSA (organización especialmente activa entre 1949 y 1952, y que fue presuntamente disuelta hacia 1956) para evacuar a los nazis de Austria y Alemania por la ruta de fuga Bremen-Bari hasta la Argentina, país que se convirtió en tierra de asilo para cerca de 100.000 hitlerianos, especialmente en la ciudad de Córdoba, aunque varios millares más recalaron en Brasil, Venezuela, Chile, Perú, Paraguay, Cuba o Colombia.
Junto a estas pioneras redes clandestinas de evasión y reubicación, el fascismo pervivió como causa perdida cultivada en las reuniones de viejos camaradas. Los grupos de asistencia a excombatientes como el Front Noir International y el Secours Noir, creados a fines de los años cuarenta, fueron los precursores necesarios de las primeras reuniones clandestinas de supervivientes de grupos fascistas que tuvieron lugar en Roma en 1950, y de la organización establecida en Malmö (Suecia) en mayo de 1951 con el nombre de Movimiento Social Europeo (MSE). La primera “internacional” neonazi, fundamentada en bases claramente racistas y xenófobas, vio oficialmente la luz en Zürich el 28 de septiembre de 1951 bajo la denominación de Nouvel Ordre Européen y la presidencia de René Binet —un antiguo trotskista francés converso al neofascismo— y del negacionista suizo Gaston-Armand Armaudruz. El MSE agrupaba a unas cuarenta formaciones neofascistas de una docena de países, y entró en contacto con núcleos filonazis como la Asociación Europa-Argentina presidida por Rudel, que conoció un cierto desarrollo de 1955 a 1961.
De 1960 a 1963, en coincidencia con el avance del proyecto de Comunidad Económica Europea, surgieron en el Viejo Continente varias redes internacionales de naturaleza racista y antisemita, que compartían el proyecto de conformar una “tercera fuerza” de contenido europeísta: la Jeune Europe, fundada por el colaboracionista belga Jean Thiriart —preconizador del racismo nórdico y con conexiones con la Organisation Armée Secrète (OAS)—, en 1960; la Northern European League, en 1960; el Partido Nacional Europeo, en 1962; y la Word Union of National Socialists (WUNS), en 1962, que contó con secciones en Chile y Argentina. En la primavera de 1961 se celebró en Madrid —que hacia 1951 albergaba la sede de una presunta Organización Exterior de las SS— una reunión internacional para la creación de la Union Méditerranéenne et Anticommuniste (UMAC) promovida por Joseph Ortiz (dirigente de la OAS exiliado en Madrid) que contó con la presencia de salazaristas, falangistas, misinos y nazis como Otto Skorzeny, Léon Degrelle o Hans Rudel, que decidieron transferir la sede de sus operaciones de Argentina a Irlanda. En abril de 1969, Barcelona fue el escenario de la asamblea constituyente del Nuevo Orden Internacional. Casi la totalidad de estos movimientos neofascistas de la posguerra compartieron una visión cultural occidentalocéntrica, paneuropea, nacionalista y anticomunista que los orientó de forma casi natural hacia la defensa del atlantismo.
Estos conatos de internacionalización tuvieron lugar al miemo tiempo que se extendía por algunos países europeos un revisionismo fascista que aspiraba a intervenir legalmente en la política de las democracias liberales reinstaladas en Europa Occidental tras la guerra. La creación del Movimento Sociale Italiano (MSI) en Roma el 26 de diciembre de 1946 estuvo plagada de contradicciones, ya que el partido estaba formado tanto por antiguos fascistas que se habían opuesto a Mussolini en el verano de 1943 como por viejos repubblichini (militantes de la República Social Italiana afincada en Salò en 1943-1945) que se habían aprovechado de la amnistía de 1946 y obtenido seis escaños y medio millón de votos en las elecciones de abril de 1948. La tortuosa evolución del MSI hasta su tardía conversión a la democracia en 1994 puede interpretarse como un relato de las tensiones entre blandos y duros, o entre posibilistas y dogmáticos, donde activistas intransigentes como Delle Chiaie tuvieron un papel relevante en el enconamiento de las rivalidades intestinas.
En el año 1950, el MSI dio un giro estratégico importante, porque hasta entonces prevalecía la tendencia radical y violenta animada por el secretario general Giorgio Almirante (1914-1988), fiel al fascismo “sansepolcrista” original, revolucionario y socializante. Hostiles al atlantismo y a los Estados Unidos hasta esa fecha, la Guerra de Corea los indujo a un cambio copernicano de actitud: bajo el secretariado moderado de Augusto de Marsanich (1893-1973), el MSI trató de integrarse en el sistema político italiano y acercarse a la cultura política de la hegemónica Democrazia Cristiana (DC) en su anticomunismo, su occidentalismo y su apoyo a la fe católica y a los valores de la familia, el orden y la propiedad. En diciembre de 1951, el MSI dio su apoyo al ingreso de Italia en la OTAN. Sin embargo, en el Congreso de Viareggio de enero de 1954 se fue diseñando una tercera vía, animada por Pino Rauti y Enzo Erra, entre el fascismo-régimen de talante conservador representado por De Marsanich y el fascismo “movimentista” de los activistas milaneses que apoyaban a Almirante. Esta facción “tercerista” estaba nutrida por los militantes más jóvenes del partido, y fue la cantera de donde surgió el terrorismo “negro” de los años setenta y ochenta.
En octubre de 1954, De Marsanich dejó su cargo en manos del vicesecretario Arturo Michelini (1909-1969), quien se adhirió sin complejos al pacto de defensa occidental establecido en 1949. Las tensiones en el seno del movimiento desembocaron a fines de 1956 en la creación del Centro Studi Ordine Nuovo (ON) como grupo disidente del MSI, más cercano al neonazismo que al neofascismo, que se fue desarrollando a partir de experiencias clandestinas y violentas brotadas en la inmediata posguerra, como los Fasci d’Azione Rivoluzionaria (FAR), que en 1945-1946 perpetraron atentados contra antiguos partisanos antes de que 36 de sus militantes fueran procesados en 1951.
Esta tendencia intransigente, dirigida por jóvenes radicalizados como Pino Rauti, Paolo Signorelli, Clemente Graziani o Stefano delle Chiaie, y que contaba con una decena de millar de adherentes (sobre todo en Venecia, Campania, Sicilia y Roma), aspiraba a reconstituir un nuevo orden europeo al margen del capitalismo y el socialismo, era marcadamente racista y antisemita (sus integrantes atacaron el British Council de Roma en noviembre de 1953 e intentaron saquear el gueto de la ciudad en julio de 1960 como respuesta a la captura de Adolf Eichmann por el Mossad en Buenos Aires el 11 de mayo) y profesaban un extremismo ultranacionalista y neopagano que se situaba en la línea antimodernista de la comunidad de luchadores y creyentes preconizada por Julius Evola (1898-1974). Aparte la tradición activista de los años veinte y treinta, la violencia regeneradora predicada por Georges Sorel y la peculiar reinterpretación de la “propaganda por el hecho” anarquista y la “acción directa” sindicalista, el neofascismo italiano fue elaborando o asumiendo otras teorías justificativas de la agresión política, como la prédica mística del heroísmo nietzscheano de Evola —“il nostro Marcuse”, según afirmaba con orgullo el líder misino Giorgio Almirante—, la dialéctica amigo/enemigo presente en la doctrina decisionista de Carl Schmitt y la idealización del soldado político procedente de Ernst Jünger. La extrema derecha neofascista concebía la sociedad como gobernada por la violencia, y no se proponía cambiar ese estado de cosas, mientras que los exponentes de la lucha armada procedentes de la tradición marxista y católica tenían el problema de conciliar la práctica de la violencia con el proyecto de una sociedad liberada de esta. Para los fascistas, la violencia es la única arma para la conquista y disfrute del poder. La violencia “negra” es un hecho vital, una tentativa de dominar por la fuerza el salvajismo que impregnaba a la sociedad misma. Desde ese sesgo ideológico, la violencia se empleaba como catarsis superadora de la agresividad inherente a los individuos y la comunidad. Sin embargo, entre los miembros de la izquierda prevalecía una violencia racional-sentimental, en la que el principal problema —que nunca tuvieron los fascistas— era la legitimación de la violencia tratando de explicar o justificar el recurso a la misma. Como en los años veinte, la sutileza doctrinal no resultó ser el punto fuerte del neofascismo de acción italiano. Los atentados realizados por las “tramas negras” (83 por ciento de los 4.384 actos de terrorismo y 63 de los 92 asesinatos perpetrados entre 1969 y 1975) fueron en gran medida actos de violencia ciega, provocativa y sin justificación teórica alguna.
Desde el verano de 1960, el MSI dio un nuevo giro estratégico: ante la parquedad de los resultados electorales obtenidos, renunció a mantener relaciones con la DC y a perseverar en la táctica gradualista. El nuevo fiel de la balanza del partido oscilaba en torno a la tendencia de izquierda social guiada por Almirante y los nacional-revolucionarios de ON, cercanos a movimientos filonazis como la Jeune Europe y el Nouvel Ordre Européen.
A principios de 1960 se hicieron comunes los altercados entre los partidarios del MSI y los militantes de la izquierda radical. En el neofascismo italiano comenzó a arraigar la opinión de que la “subversión internacional” iba en aumento, y que era necesario alinearse con el “mal menor” que representaba el capitalismo liberal. Fue en ese contexto de creciente tesión entre los extremismos de izquierda y de derecha cuando comenzó a hablarse de Stefano delle Chiaie. Nacido en Caserta el 13 de septiembre de 1936, había abandonado el MSI en 1958 para ofrecer su lealtad a ON. Al mismo tiempo, en sintonía con esa psicosis de revolución inminente que atenazó a los grupos de la derecha radical a fines de la década, parece que fue reclutado por el servicio secreto italiano como agente auxiliar durante el periodo de crisis de principios del verano de 1960, cuando se produjeron graves enfrentamientos en Génova y otras ciudades italianas entre grupos antifascistas y neofascistas. El 25 de abril de ese año, algunas decenas de militantes guiados por Delle Chiaie, que habían impulsado los Gruppi di Azione Rivoluzionaria como organización disidente de ON, incubaron la escisión llamada Avanguardia Nazionale Giovanile (AN) como estructura de “autodefensa” frente...