Anarquistas y libertarias, de aquí y de ahora
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Anarquistas y libertarias, de aquí y de ahora

  1. 96 páginas
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Anarquistas y libertarias, de aquí y de ahora

Descripción del libro

En este breve texto se despliega una reflexión sobre las virtudes, y sobre los problemas, de nuestros movimientos de corte anarquista y, más allá de ellos, sobre la constelación de iniciativas de naturaleza autogestionaria que ha despuntado en los últimos años. Al respecto se escarba en la eventual distinción entre anarquistas y libertarias, se da cuenta de las derivas anarcotestosterónicas y anarcobolcheviques que protagonizan algunas gentes, se levanta un balance general de lo que ocurre hoy con nuestros movimientos y se sopesan las polémicas suscitadas por la compleja relación existente entre el anarquismo y la cuestión catalana. El libro concluye con un puñado de observaciones sobre nuestras tareas de cara al futuro.

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Información

Año
2019
ISBN de la versión impresa
9788490977361
ISBN del libro electrónico
9788490977309
Categoría
Anarquismo
Capítulo 1

Anarquistas y libertarias

Vuelvo sobre una materia que me ha ocupado varias veces en los últimos años. Me refiero a la eventual distinción entre dos adjetivos, anarquista y libertario, que dibujarían dos percepciones diferentes, bien que a menudo muy próximas entre sí. Aunque en muchos lugares esos adjetivos siguen siendo sinónimos casi perfectos, intuyo que la deriva contemporánea del segundo ha venido a atribuirle un significado que me interesa, imperiosamente, rescatar.
Por lo que parece, fue Joseph Déjacque quien ideó, en la Francia de 1858, el adjetivo libertaire (libertario). En origen el término en cuestión se presentó como una suerte de contrapeso social frente a la propuesta liberal, sin que acabase por dar pie a ningún sustantivo acompañante. Cierto es que con el paso del tiempo el adjetivo de Déjacque pasó a exhibir otros usos. Así, y por mencionar alguno de entre éstos, hubo quien consideró que su empleo, cada vez más intenso, mucho le debió a su carácter, aparentemente más presentable, frente a la condición a menudo negativa que se asignaba al adjetivo anarquista. Al amparo de una percepción similar, con frecuencia se entendió que era útil a efectos de prescindir, abiertamente, de este último. Pero hubo también quien concluyó que, frente al uso inicial del vocablo, de la mano del adjetivo libertario se subrayaba venturosamente el relieve de la muy deseable autonomía del individuo, un elemento central, claro, en la vertebración del proyecto emancipatorio correspondiente.
He señalado muchas veces que, cuando me sirvo de la distinción entre anarquistas y libertarios, no me interesa tanto el rigor de los adjetivos que empleo como la condición de las realidades que pretenden retratar. Ya he anotado que, de hecho, en muchos escenarios esos dos adjetivos se utilizan, de forma respetable, indistintamente. Yo mismo lo hago, como en su caso podrá comprobarse en este librito, en ocasiones. Y no soy ajeno, por lo demás, a un peligro innegable que acecha a mi distinción: el de que el uso norteamericano del adjetivo libertarian, que retrata a un individualista ultraliberal —que, por un lado, vería en la institución Estado una desafortunada maquinaria de detracción de impuestos y, por el otro, no defendería ningún proyecto de contestación del capitalismo y de sus reglas— acabe por ganar terreno entre nosotras. Hay, con todo, quienes, en el marco de lo que a menudo se llama, de manera equívoca donde las haya, anarcocapitalismo, han decidido hablar al respecto de libertarianos, y no de libertarios, opción que medio salvaría mi propuesta terminológica.
Las cosas como fueren, y voy a lo mío, entenderé que un anarquista es alguien que ha hecho suya una ideología, una doctrina y una práctica que surgieron en la Europa del siglo XIX, que tiene sus maestros pensadores —Bakunin, Kropotkin, Malatesta…—, en su mayoría, y llamativamente, varones, y que se revela a través de un puñado de ideas-fuerza entre las cuales a buen seguro se cuentan las que hablan de autogestión, democracia y acción directas, y apoyo mutuo. Estimaré, en cambio, que el adjetivo libertario conviene reservarlo para identificar la conducta, y en su caso las teorizaciones acompañantes, de gentes que, sin necesidad de conocer y haber hecho suyas las ideas de pensadores como los mencionados, en su vida cotidiana, de forma espontánea, no ideológica, se vincularían de manera expresa con la práctica de la autogestión, de la democracia y la acción directas, y del apoyo mutuo. Desde esta segunda perspectiva, mientras sólo tendría sentido hablar de anarquistas a partir del siglo XIX, podríamos por el contrario aplicar el adjetivo libertario para retratar la condición y las prácticas, por ejemplo, de un sinfín de comunidades indígenas que han existido, y existen, desde tiempo inmemorial y en los cinco continentes. En el buen entendido de que no está de más sopesar si el designio de emplear ese adjetivo no acarrea también cierta voluntad de chupar interesadamente, en provecho de un proyecto paracolonial, de la condición de los pueblos correspondientes. Si, en fin, y conforme a una lectura legítima, todas las anarquistas serían libertarias, no todas las libertarias serían, en cambio, anarquistas.
Me importa subrayar, de cualquier modo, cuál es el trasunto conceptual de la distinción que propongo. En ésta pesa más la experiencia cotidiana y vivencial que las adhesiones ideológico-doctrinales. Tiene mayor relieve la conducta de las personas que las descripciones que, eventualmente, la acompañan. Al fin y al cabo, parece razo­­nable concluir que es la práctica, y no la autodefinición, lo que define a una anarquista. No hace mucho, y en relación con esto, escuché en labios de un amigo la afirmación de que no era saludable que una persona se autodefiniese como anarquista: debían ser las demás, antes bien, quienes empleasen ese adjetivo para describir a una. Lo que acabo de contar me medio obliga a confesar que me siento moderadamente incómodo cuando alguien se declara orgulloso de su condición de anarquista. Y no porque me parezca mal que, ante la demonización del anarquismo a la que se entregan una y otra vez los poderosos, nos adhiramos orgullosamente a una ideología y a una práctica que son tan respetables como defendibles. Lo que me chirría, antes bien, es el eventual ejercicio de exhibicionismo, y las ínfulas de superioridad que pueden acompañarlo, que he visto con relativa frecuencia en muchas compañeras. Más allá de lo anterior, no me queda sino coincidir con Philippe Pelletier cuando señala que la anarquía no pertenece en exclusiva a las anarquistas1.
Voy concluyendo. En mi lectura de los hechos, y en lo que se refiere a los últimos años, hemos asistido entre nosotras a un visible auge de las iniciativas de corte libertario, un auge no necesariamente acompañado del crecimiento paralelo de las organizaciones identitariamente anarquistas. Este fenómeno, a mi entender, lejos de exhibir una condición negativa, amplía sensiblemente las posibilidades al alcance de la autogestión y del apoyo mutuo, al tiempo que permite una sugerente y recíproca vivificación entre corrientes diversas. Conviene que agregue, eso sí, que cuando pienso en el auge de iniciativas de corte libertario no tengo en la cabeza en exclusiva las pequeñas acciones, a menudo simbólicas, que acometían las liliputienses de los viajes de Gulliver, o el universo de la intervención micropolítica que, respetablemente, mu­­chas personas sensatas defienden: no hay por qué re­­nun­­ciar, en modo alguno, a una acción que, general y revolucionaria, acabe con el miserable orden de hoy y construya una sociedad autogestionaria. En esa tarea, por cierto, las anar­­quistas confesas deben desempeñar papeles centrales, no co­­mo una vanguardia consciente y prepotente, y sí como compañeras que se mueven en pie de igualdad y que, al respecto, aprenden mientras enseñan. Creo que las anarquistas consecuentes lo entienden perfectamente.
Capítulo 2

Anarcotestosteronismo y anarcobolchevismo

Quiero dedicar unas líneas a sopesar la naturaleza de dos figuras que tienen cierta presencia entre nosotras. La primera, la vinculada con lo que llamaré anarcotestosteronismo, disfruta de una ascendencia constante en el mundo anarquista, muy propicio a generar, no sin paradoja, gentes que se atribuyen la condición de guardianes de la verdad revelada. La segunda, menos relevante, le gana a la anterior, sin embargo, en pintoresquismo. Hablo de quienes, habiendo tirado por la borda todo lo que en su momento pudo contribuir a vincularlas con el mundo correspondiente, siguen describiéndose orgullosamente, sin embargo, como anarquistas. En este caso, y por razones que inmediatamente desvelaré, me serviré, para describir a estas gentes, de la etiqueta de anarcobolcheviques.
Vaya por delante, aun con todo, que no estoy sugiriendo que las dos figuras que aquí me interesan cierran el ámbito de los desafueros en el mundo anarquista/libertario. Mi buen amigo Gianni Sarno se refiere, sin ir más lejos, a una tercera —a buen seguro que pueden proponerse otras— que tiene, sin duda, su relieve: la de quienes llama los guayes (de guay). Los describe así: “Son todos los que aceptan cualquier propuesta de manera acrítica, sin interés en debatir o discutir, porque es aburrido y pesado; que rehúyen aprender del pasado o de otras experiencias, porque se necesita un esfuerzo. Que dan más importancia a la forma que al contenido. Y, aún más relevante, que se caracterizan por una completa falta de compromiso. Sin responsabilidad, adoptan voluntariamente compromisos y luego no los respetan. Lo cual es una falta de respeto hacia los demás compañeros”2.

El anarcotestostero...

Índice

  1. PRÓLOGO
  2. CAPÍTULO 1. ANARQUISTAS Y LIBERTARIAS
  3. CAPÍTULO 2. ANARCOTESTOSTERONISMO Y ANARCOBOLCHEVISMO
  4. CAPÍTULO 3. UN BALANCE DE NUESTRO MOVIMIENTO ANARQUISTA/LIBERTARIO
  5. CAPÍTULO 4. ANARQUISMO Y CUESTIÓN CATALANA
  6. CAPÍTULO 5. CONCLUSIÓN