Capítulo 1
El mundo de ayer (o el mundo
en el que ya no vivimos)
Tomo prestado el título El mundo de ayer del magnífico libro de Stefan Zweig, en el que describió un mundo que se desvanecía, el de finales del siglo XIX, y otro mundo que irrumpía de forma violenta con el auge del fascismo. Hoy estamos de nuevo en un escenario de tránsito, y es bueno reflexionar y saber de dónde venimos para saber qué evitar y dónde queremos llegar.
En la Roma clásica el esclavismo liberó a la plebe de trabajar para el patriciado y construyó una dictadura perfecta ofreciendo pan y circo. Hoy, el escenario de digitalización puede acabar representando ese circo de hace más de dos mil años. El confort y la felicidad se encuentran en un mundo que no tiene nada que ver con el mundo material, mientras en este se producen mecanismos de apropiación de la riqueza y también del trabajo.
Ante esta realidad es fundamental una agenda que proponga pan, es decir derechos, y rosas, es decir bienes culturales que nos hacen libres y también iguales. No basta con construir un relato, pero tampoco es suficiente con una agenda que cambie y mejore las condiciones materiales de la gente.
Marx decía que la revolución surgiría de las fábricas, no de los agricultores, ya que estos están dispersos. Siglo y medio después, las estrategias de dispersión del trabajador son, sin lugar a dudas, uno de los motivos por los cuales es tan difícil construir una alternativa. Una dispersión que no es solo geográfica, sino que también es organizativa. Incluso no hay una asunción cultural de pertenencia de clase.
George Lakoff escribió que la ciudadanía se siente más motivada con la “identidad moral y los valores” que con cualquier otra cosa. El reto es construir comunidad y conectar con el sufrimiento, pero también con la vida, los anhelos y los sueños, construir un escenario de ilusión. Y si bien la propuesta debe fijarse también en el lenguaje, la respuesta no solo depende de una cuestión lingüística, sino de proponer ideas que muevan y transformen el marco, y que permitan abrir puentes que canalicen la resignación y el malestar.
Para ello, hay que construir un escenario de cambio a partir de la experiencia histórica acumulada. En la etapa de posguerra había dos asuntos que se discutían: la participación del trabajo en las decisiones de la empresa y el reparto de la riqueza. La distribución más igualitaria de rentas que la izquierda reclamaba pivotaba sobre ese ejercicio del poder dentro y fuera de los muros del centro de trabajo.
Ante el gran temor de las clases dominantes a la instauración de un modelo de poder alternativo en media Europa y la constatación del hartazgo de los trabajadores de un statu quo al que habían sacrificado a dos generaciones en sendas guerras mundiales, se produce un acuerdo en la distribución de las rentas, no así en la democratización de la empresa. Ello se tradujo jurídicamente en la consagración constitucional del derecho a la propiedad y a la libre empresa a cambio de la constitucionalización del derecho a la igualdad formal, la seguridad social y los instrumentos colectivos del derecho del trabajo (libertad sindical, huelga y negociación colectiva). A excepción de sus obligaciones fiscales y responsabilidades penales, y con algún elemento de control como el sindicalismo y la negociación colectiva, las empresas quedaron libres de trabas para determinar qué, cómo y en qué condiciones se produciría. La “época dorada” del trabajo, de los trabajadores y del derecho social tuvo como contrapartida la renuncia a discutir sobre el poder —y no solo el de su gobierno— de la economía y de las decisiones de la empresa.
El mundo que emerge tras la Segunda Guerra Mundial es un mundo en que se asume que la economía de mercado tenía que servir a los objetivos nacionales de pleno empleo. Parecía que aquella tendencia en que el capital dominaba por completo la economía había cambiado, o eso pareció en gran parte Occidente, restaurando un cierto control social sobre la economía. Karl Polanyi habla de la “gran transformación” que cerró el libro del liberalismo económico de los economistas ingleses. Hubo espacio para perseguir el pleno empleo y la seguridad social. Polanyi nos recuerda que, sin embargo, las medidas adoptadas por la sociedad para protegerse pudieron debilitar el funcionamiento del mercado y poner en movimiento un contraataque del capital para liberarse de los constreñimientos sociales.
Setenta años después, el modelo social y económico neoliberal ha roto claramente el acuerdo, no hay distribución de rentas (pérdida del poder adquisitivo), y se pone fin a las políticas de su redistribución (cada vez los ricos son más ricos y los pobres más pobres, mientras se adelgaza el Estado de bienestar).
En paralelo, la izquierda opera en un contexto de crisis ambiental sin precedentes. En la economía política inglesa aparece el trabajo como la fuente fundamental de valor, noción elaborada por Ricardo y apropiada por Marx. Los recursos naturales tienen valor siempre y cuando el trabajo sea utilizado para su extracción y explotación. En la economía neoclásica, los recursos naturales tienen valor si son escasos; así el aire o el agua no han tenido el valor que tenía el oro. Pero lo cierto es que la mercantilización de los recursos naturales y su impacto requieren una revisión a fondo de dichos planteamientos.
Y mientras tanto, funcionamos en un contexto, el español, con la creencia de que se empieza a superar la crisis. Pero lo cierto es que sus consecuencias se mantienen, con niveles de desigualdad y exclusión inaceptables. La crisis ha sido económica, social y política. Y continúa siendo ambiental. Económica por el desplome de la economía y porque con ella parecía desplomarse el proyecto europeo. Social porque las consecuencias fueron el incremento del desempleo y el repunte de la desigualdad. Y política porque el 15M era una impugnación a todo lo preexistente.
Sin lugar a dudas, el 15M expresa el hartazgo, el cuestionamiento de la representatividad de los que dicen representar, y la expresión de una movilización extraordinaria, fuera de los cauces tradicionales y habituales. Una impugnación sin precedentes. Si es cierto que las movilizaciones cambian conciencias, y aquella movilización cambió el patrón de pensamiento de multitud de personas, especialmente las más jóvenes, también es verdad que son los votos los que cambian políticas. Después de aquello se produjo la mayoría absoluta del PP, y el endurecimiento y mantenimiento de las políticas de austeridad. Es verdad, y muchas veces se ignora, que en aquellos años formaron parte del 15M otras movilizaciones que combinaban lo nuevo con lo preexistente. Los movimientos por una educación pública de calidad o por una sanidad digna se multiplicaron por el territorio. Y aquello se configuró como un frente, una mezcla de nuevos movimientos con aquellas personas, colectivos y organizaciones que habían articulado la defensa de los derechos públicos. Hubo quien movilizó a aquellos que nunca nadie había organizado, y la Plataforma de los Afectados por la Hipoteca (PAH) fue un claro ejemplo. Pero es curioso que, cuando recordamos esos momentos, olvidamos cuál fue una de las movilizaciones más potentes al inicio de la presente década. El 29 de marzo y el 14 de noviembre de 2012 se convocaron sendas huelgas generales, con paros masivos, que intentaban frenar el principal instrumento de empobrecimiento de las clases populares del país: la reforma laboral.
En cualquier caso, igual que tras el Mayo francés la reacción electoral inmediata fue la victoria de De Gaulle, en España, las elecciones dieron como ganadora a la derecha. Ello no significa que las movilizaciones no gestasen cambios estructurales. Así como la revolución de lo cotidiano, de la mezcla de la esfera privada con la esfera pública no se concibe sin Mayo del 68 ni sin el movimiento feminista, los cambios producidos en la sociedad española en materia de valores y libertades no se explican sin la movilización de los inicios de esta década, ni el escenario de cambio político que se dibujó en las municipales de 2015 o partir de 2018 a nivel estatal.
Creo que la clave estuvo —y así lo escribí tras el 15M— y continúa estando en el reconocimiento de legitimidades, no en la negación de la legitimidad de unos y otros. No es posible construir una nueva correlación de fuerzas con lo nuevo sin lo preexistente. No basta con lo que representó el 15M, al igual que no basta con lo que expresa y representa el mundo del trabajo a través de los sindicatos. Es necesario construir una nueva hegemonía para la izquierda desde el reconocimiento de todas las luchas y de todos y cada uno de los procesos de transformación que se han producido en el pasado.
¿Nuevo sistema de partidos
o vuelta al bipartidismo imperfecto?
Una de las consecuencias de este nuevo periodo ha sido el cambio en el sistema de partidos: de un modelo de bipartidismo imperfecto a un modelo de cuatro grandes partidos. Si en la Transición la pugna en el terreno de la izquierda se había protagonizado entre el Partido Socialista Obrero Español y Partido Comunista Español, ganando el PSOE y relegando al PCE a una posición marginal, la batalla en el terreno de la derecha en la Transición hizo que fuese Alianza Popular (después del Partido Popular) quien ganase la hegemonía a Unión de Centro Democrático y después al Centro Democrático y Social.
Esa era la foto de nuestro sistema electoral, hasta que se inician las elecciones europeas de 2014 (seis años después del inicio de la crisis). Es a partir de ese momento en el que se anuncia primero, se vaticina después, se vislumbra finalmente, el fin del bipartidismo. La emergencia de las denominadas ciudades por el cambio, el resultado de las elecciones generales en 2014 y en 2015, cuando también se celebraron los comicios municipales, hacían pensar en el desmoronamiento del sistema de partidos. Una ola gigantesca avanzaba hacia la costa, y todo hacía parecer que la iba a conquistar. Por el camino se llevaba montón de experiencias existentes, unas interesantes, otras no tanto, que se habían venido cultivando desde la izquierda. La comunicación era nueva, la manera de penetrar entre las clases populares era distinta. Y la ilusión generada era extraordinaria. Por fin se habían superado las fronteras tradicionales en la izquierda. En 2015 se conquistó la costa en ciudades y capitales; en las comunidades autónomas “traumadas” por años de gobiernos corruptos del PP, y allí donde a la “nueva política” se le sumaban tradiciones de izquierdas más profundas como es el caso del País Valencià con Compromís o Baleares con Més. Pero en el resto del país, el espacio de transformación liderado por las expresiones de la nueva política quedaba limitado —y no es un aspecto menor— a las ciudades.
Como ya he mencionado, en este tiempo se ha llegado a especular sobre la superación del eje izquierda/derecha. Movimientos como el feminismo o el ecologismo se sitúan más allá de él. Pero las elecciones generales de abril de 2019 hacen replantearse dicha superación. Más de un tercio de la población se ubica en el espectro ideológico a la izquierda (...