Historia cultural de la psiquiatría
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Historia cultural de la psiquiatría

(Re)pensar la locura

Rafael Huertas

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Historia cultural de la psiquiatría

(Re)pensar la locura

Rafael Huertas

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En este libro se analizan y discuten algunas de las tendencias historiográficas y de los enfoques metodológicos más influyentes en la historia de la psiquiatría de las últimas décadas. Revisitando, de nuevo, a Michel Foucault, releyendo a Gladys Swain y dialogando con Jan Goldstein, German Berrios o Ian Hacking, entre otros, Historia cultural de la psiquiatría propone una manera de (re)pensar la locura que no atienda exclusivamente a su medicalización y se interese también por su esencia histórica, atravesada constantemente por elementos filosóficos, psicológicos, sociológicos y culturales. La historia de la subjetividad aparece como una opción capaz de recoger, actualizar y enriquecer la historia de la psiquiatría tal como esta se ha venido entendiendo y practicando. Pero también, a partir de la historia, se pretende fundamentar y alentar un pensamiento crítico que tenga en cuenta los procesos sociales y culturales en la percepción social de la locura, en la elaboración del discurso psicopatológico y en las prácticas asistenciales. Se aboga, finalmente, por una historia cultural del conocimiento psiquiátrico y psicológico que supere el plano puramente académico para llegar a los clínicos y colaborar en una necesaria, y a veces ausente, reflexión teórica en el ejercicio de los profesionales de la salud mental.

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Información

Año
2019
ISBN
9788490973097
CAPÍTULO 1

ORDEN Y DESORDEN PSIQUIÁTRICOS

Habían pasado quince años desde la aparición de la Histoire de la folie à l’âge classique y tan solo dos del curso que Michel Foucault im­­partiera en el Collège de France sobre Le pouvoir psychiatrique, cuando Robert Castel publicó, en 1976, L’ordre psychiatrique1. Un libro importante que, siguiendo la estela foucaultiana pero con un lenguaje menos barroco y probablemente más eficaz, presentaba el universo manicomial como un “orden” perfectamente establecido, donde los alienistas formaban un bloque compacto y sin fisuras en torno a unos objetivos previamente definidos de control y defensa social.
El “orden psiquiátrico”, tal como Castel lo pretendió explicar, implicaba entre otras cosas entender el manicomio no tanto como un espacio de observación clínica y de producción de conocimiento, sino como el instrumento indispensable de una amplia estrategia de disciplinamiento y regulación social. Se propone así un desplazamiento desde el saber hacia el poder; dicho de otro modo, Castel y, naturalmente, Foucault niegan el carácter “científico” de la institución para entenderla y analizarla como un espacio de vigilancia, disciplina y control social. Ni que decir tiene que tal planteamiento suscitó un enorme interés y ejerció una notable influencia; en Es­­paña, por ejemplo, Fernando Álvarez-Uría, discípulo directo de Robert Castel, publicó en 1983 Miserables y locos. Medicina mental y orden social en la España del siglo XIX, obra muy leída en su momento no solo en ámbitos académicos sino también entre psiquiatras y psicólogos clínicos comprometidos y preocupados por la transformación de la atención psiquiátrica2.
Sin embargo, pese a la enorme importancia que este tipo de acercamientos llegó a tener, el modelo del “orden psiquiátrico” —demasiado cerrado en el fondo— no conseguía responder satisfactoriamente a diversas cuestiones que paulatinamente se iban formulando. Ni el movimiento alienista constituyó un bloque mo­­nolítico3, ni los resultados obtenidos respondieron punto por punto a una estrategia perfectamente diseñada y ejecutada desde el poder (político). En Le désordre psychiatrique, Marcel Jaegger aludía a tales desajustes, insistiendo en las dificultades del sistema asistencial psiquiátrico francés para poner en marcha de manera efectiva de­­terminados programas de intervención4.
“Orden” y “desorden” psiquiátricos surgen, pues, como categorías de análisis fundamentales para analizar las fortalezas y las debilidades de toda una corriente historiográfica que ha estudiado el saber y la práctica psiquiátrica en clave de control social. Ahora bien, me parece importante señalar, para intentar encuadrar adecuadamente el debate, que este trasciende con creces el ámbito psiquiátrico, pues para Foucault, como para Castel, no es el manicomio o la locura en sí misma el objeto último de su preocupación, sino algo más genérico: el poder de normalización. Al igual que lo que ocurre con los estudios sobre las prisiones, inaugurados por Surveiller et punir, es la disciplina social, y no tanto la cárcel o el manicomio, el hospicio o la escuela, lo que merece la atención final de los investigadores, por más que los estudios de caso puedan ser especialmente ilustrativos, y que la reflexión sobre la locura ofrezca de manera particular, como más tarde veremos, elementos específicos de especial trascendencia.

EL CONTROL SOCIAL COMO PROBLEMA HISTORIOGRÁFICO

Durante las últimas décadas, no han sido pocos los trabajos que pueden agruparse en torno al epígrafe “historia del control social”; se trata, en general, de aportaciones que han analizado tanto los discursos tendentes a la elaboración de estrategias de defensa y normativización social, como a la puesta en marcha de las mismas a través de prácticas institucionales concretas.
En cuanto al primer aspecto (el análisis discursivo), políticos, magistrados, médicos, criminólogos, pedagogos y demás reformadores sociales han sido examinados con esmero en un intento de discernir las relaciones entre saber y poder; entre apropiación del conocimiento y hegemonía social. Asimismo, junto a la producción de doctrinas, códigos, categorías, clasificaciones, tipologías y otras construcciones teóricas, una determinada manera de acometer la historia de las instituciones ha permitido entrar en el interior de espacios muy determinados, como cárceles, hospitales, manicomios, reformatorios o escuelas, dando lu­­gar a una rica historiografía que ha insistido en el uso y funcionamiento de todo el entramado “técnico” del poder.
Sin embargo, los enfoques historiográficos planteados desde la perspectiva del control social —de marcadas reminiscencias foucaultianas— deben ser sometidos a una revisión crítica y, en el mejor de los casos, a una “puesta al día” que nos permita reflexionar sobre problemas teóricos y metodológicos no resueltos, así como buscar respues­­tas a nuevas preguntas que van surgiendo como consecuencia de la am­pliación de los objetos de estudio o de la incapacidad de obtener resultados satisfactorios con unos esquemas hermenéuticos que, a veces, pueden llegar a resultar manidos y tópicos. Es importante tener en cuenta, además, que si bien la noción de “control social” es, en cierto modo, redefinida y reinterpretada durante los años sesenta y setenta por Foucault —aunque no solo por él—, la utilización del término y del propio concepto resulta anterior en el tiempo, siendo una categoría suficientemente difundida por la sociología de la primera mitad del siglo XX. Veamos, brevemente, cuál es el origen y evolución del concepto de “control social” en relación con la génesis del Estado liberal, intentando identificar sus posibles limitaciones teóricas y metodológicas y proponiendo algunas vías que, a mi juicio, están permitiendo reconducir y, sobre todo, proseguir las investigaciones relacionadas con el “control social” en el ámbito concreto de la historia de la locura y de su intervención sobre la misma.
Entre 1789 y 1848, las revoluciones burguesas propiciaron no solo la subida al poder de una nueva clase social, sino también el afianzamiento definitivo de un nuevo orden social y político en el que los cambios en el modo de producción desempeñaron un papel decisivo en el establecimiento de un sistema económico que, basado en la “libertad” de mercado, acabó definiendo con claridad las relaciones dialécticas de cada clase en lucha.
La Revolución francesa, con su famosa triada ideológica —li­­bertad, igualdad, fraternidad—, convirtió al hombre en un ser auto­­­­­su­­ficiente jerarquizándolo en el nivel social como ciudadano. Un ciu­­dadano que al ejercer sus derechos encontró sus límites en los derechos ajenos y en el respeto a otros hombres y a sus propiedades. Este “derecho a la propiedad” es, sin duda, uno de los elementos centrales del nuevo “modo de vida” burgués, en el que, junto al concepto de propiedad como derecho de apropiación de los bienes que un individuo produce para cubrir sus necesidades, va apareciendo ...

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