Historia latinoamericana 1700-2005
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Historia latinoamericana 1700-2005

Sociedades, culturas, procesos políticos y económicos

  1. 518 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Historia latinoamericana 1700-2005

Sociedades, culturas, procesos políticos y económicos

Descripción del libro

¿Somos latinoamericanos? ¿Qué implica serlo? Este libro brinda a modo de respuesta un relato de los procesos que afectan a Latinoamérica, sus diversos aspectos culturales y de pensamiento, e introduce al debate historiográfico. No se narra la historia de cada país en forma diacrónica, sino que trata problemáticas comunes de la región: las organizaciones nacionales en el siglo XIX, la dependencia de Gran Bretaña o de Estados Unidos, revoluciones, populismos, organizaciones guerrilleras, dictaduras, nuevos movimientos campesinos y democracias actuales.

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Información

Año
2016
ISBN de la versión impresa
9789879493243
ISBN del libro electrónico
9789873615498
Categoría
Historia
Categoría
Historia social
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Ilustración de Felipe Guamán Poma de Ayala.

Capítulo 1

El mundo colonial iberoamericano

Acerca del nombre

¿Por qué “Latinoamérica”?
El conjunto de naciones que se localizan al sur de los Estados Unidos de Norteamérica constituyen una realidad cultural: son latinas por contraste con la América anglosajona, la conquistada y poblada desde el siglo XVII por los ingleses.
Denominadas habitualmente bajo el concepto de Hispanoamérica, Iberoamérica o Latinoamérica, resulta problemático considerarlas como parte de una unidad homogénea cuando lo que predomina es la diversidad: de hecho la vida independiente no fortaleció una conciencia unitaria ni las relaciones económicas entre las nuevas naciones. Por el contrario, durante el siglo XIX, orientaron más aún sus economías hacia las nuevas metrópolis: hacia Gran Bretaña en los casos de Argentina y de Brasil, mientras que Centroamérica y México profundizaron sus relaciones comerciales y financieras con los Estados Unidos.
Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Chile, Perú, Ecuador, México, Cuba, Venezuela, Colombia, Nicaragua, Panamá, Costa Rica y otros países centroamericanos son subproductos de la conquista española, con las diferencias que a cada territorio les aportaron sus poblaciones originarias. En ese sentido somos Hispanoamérica; este nombre fue reivindicado por quienes quisieron revalorizar los lazos con España, con su cultura y con la religión católica.
Si queremos englobar en este conjunto a la región colonizada por Portugal, nos referimos a Iberoamérica, ya que tanto España como Portugal integran la Península Ibérica.
Cuando hablamos en términos estrictamente geográficos, teniendo en cuenta los angostamientos del continente americano (el istmo de Tehuantepec, que une América del Norte con América Central, y el de Panamá, que conecta América Central con América del Sur), todos los países al sur de este último constituyen Sudamérica. Pero esta división caprichosa determina que México es un país norteamericano (sólo en una pequeña porción es centroamericano), y desconoce sus lazos culturales e históricos con las naciones del sur.
En cuanto a las características étnicas de la población americana, el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro establece distintas categorías: los pueblos testimonio, los pueblos nuevos y los pueblos transplantados. El primer caso lo constituyen las naciones cuya población mayoritaria es descendiente de las civilizaciones originarias que sufrieron el impacto de la conquista. En el segundo, los pobladores en su mayoría son los resultantes de la imposición de economías de plantación; difieren de la población originalmente conquistada y de los conquistadores por la presencia y el mestizaje de africanos, europeos, indoamericanos y asiáticos. Finalmente, los pueblos transplantados son aquéllos que recibieron el mayor caudal inmigratorio de Europa y tienen una fuerte herencia cultural europea.[1]
Sin embargo, dentro de las sociedades latinoamericanas, ya se trate de pueblos nuevos o transplantados, existen numerosas comunidades originarias, y también en los pueblos testimonio y transplantados hay mucho de pueblos nuevos: por ejemplo, en la Argentina el gaucho es descendiente mestizo de criollos, indios[2] y también de negros.
Si tomamos en cuenta la diversidad de pueblos indígenas que habitan en nuestro continente, descendientes directos de los primeros habitantes de estas tierras, formamos parte de Indoamérica. Este nombre fue propuesto por el dirigente peruano Víctor Raúl Haya de la Torre, que vincula con orgullo los ancestros continentales con los presentes en Latinoamérica. En la misma línea, el concepto de Afroamérica busca reconocer la importante influencia africana como uno de los componentes fundamentales de los pueblos latinoamericanos. En general se analiza sólo su impacto en la música, en la danza o en religiones animistas, pero en realidad abarca un legado mucho más amplio y poco estudiado.
Desde Europa, el investigador francés Alain Rouquié denomina estas tierras como “Extremo Occidente”, con la misma mirada que designa “Extremo Oriente” a las civilizaciones del Este asiático.
Más allá de las diferencias, en todos los casos se reconoce una identidad común (social, histórica, cultural, geográfica, idiomática) a los países que se encuentran al sur de los Estados Unidos y es abundante la bibliografía que analiza las características de las naciones que integramos América Latina. El término “latina” se refiere a la lengua que dio la matriz a los idiomas de los países conquistadores España y Portugal: el latín (aunque también es latino el francés que se habla en zonas de Canadá, que obviamente no pertenece a América Latina). Sin embargo, la denominación América Latina es cuestionada por quienes consideran que las disparidades entre los países que la integran parecen ser más relevantes que las características que los unen.
Así como un estado se construye desde la conciencia de sus ciudadanos de pertenencia a una nación y a partir de la voluntad concreta de robustecer las instituciones que la sostienen, lo mismo sucede con la aceptación de América Latina como entidad histórica. Las características e identidad cultural de los pueblos que la integran avalan esta unidad, que la diferencia frente a “los otros”. El acto de asumir que somos miembros de América Latina y no un apéndice de Europa o de Estados Unidos supone una toma de conciencia de las problemáticas y de un destino en común.

Los “indios” y “América”

Los pueblos originarios del continente no se concebían a sí mismos como una unidad cultural, territorial o política. No eran “indios”: eran aztecas, mixtecas, tlaxcaltecas, olmecas, toltecas, nahuas, mayas, caribes, aymaras, yámanas, arauacos, chibchas, incas, mapuches, guaraníes, apaches, omaguacas, tobas, matacos; cientos de idiomas, miles de pueblos, millones de personas. Se convirtieron en “indios” por un error de Cristóbal Colón, quien en 1492 creyó haber llegado a “las Indias”. Fue la mirada de los otros, los europeos conquistadores, la que los unificó. Los pueblos colonizados iban a ser útiles para darle valor a la tierra, para trabajar, para extraerles riquezas.
La mirada de una Europa en expansión consideró que estos pueblos estaban en estadios de civilización inferior, y esta idea contribuyó, obviamente, a legitimar la conquista. Los imperios coloniales se construyeron sobre las ruinas de Cuzco, Tikal, Tenochtitlán, sobre la negación de la diversidad de culturas y de lenguas nativas, y sobre el genocidio. Desde Europa le impusieron un nombre al continente: “América”. El nombre se debe a Américo Vespucio: mientras que los reyes españoles prefirieron mantener en secreto los viajes de exploración a lo que creían eran “las Indias” (en el continente asiático), el territorio se conoció por las descripciones de Vespucio. Este cosmógrafo y navegante italiano se dio cuenta antes que los españoles de que no se había llegado a “las Indias”, sino que se trataba de un continente diferente a los tres ya conocidos por los europeos. En una de sus cartas (publicada en 1502) lo bautizó como Nuevo Mundo, se convirtió en el primero en señalarlo como un territorio desconocido interpuesto entre el oeste de Europa y el este de Asia, del otro lado del Atlántico. En 1507 el geógrafo y cartógrafo alemán Martín Waldseemüller, en su libro Introducción a la Cosmografía, publica el primer planisferio en el que incluye el nuevo continente llamándolo “América” en homenaje a Vespucio. De ahí recogió esa designación el famoso cartógrafo flamenco Gerardus Mercator: en su mapa del mundo editado en 1538, incluye estas tierras a la que también denomina “América”. En la misma época, los europeos también las designaban como “Indias Occidentales” en oposición a las “Indias Orientales” situadas en Asia.

América en el siglo XVIII: la situación colonial

Comenzaremos esta historia de América Latina analizando algunos aspectos de la dominación colonial (española y portuguesa) y cómo el proceso de emancipación política de las colonias abrió paso a un neocolonialismo igualmente depredador, bajo la hegemonía británica, primero, y de los Estados Unidos, más tarde.
La cuestión de la llamada “herencia colonial” propició importantes debates historiográficos en América. Y sin duda fue la discusión acerca de los “modos de producción” la que despertó un especial interés entre los investigadores.
Fundamentalmente se postularon dos tesis contrapuestas: por un lado la que afirmaba que con la colonización el feudalismo arribó a América, y la tesis opuesta, que postulaba un capitalismo temprano, desde el momento de la conquista. Estos debates fueron muy fructíferos pero muchas veces utilizaron esquemas elaborados por los europeos para explicar su propio desarrollo histórico, sin tener en cuenta la especificidad latinoamericana: la historia de los pueblos no sigue un camino predeterminado por el modelo occidental.
Ruggiero Romano, historiador de la Escuela de los Annales, sostiene que el feudalismo español se transplanta a América. De modo que la encomienda (merced de tierras a los conquistadores) y el tributo indígena bajo la forma de prestación de trabajo fueron, según el autor, instituciones de carácter feudal que conformaron “el señorío rural americano”. La economía colonial se caracterizó además por su aspecto natural y no monetario. Sólo circulaban las llamadas “monedas de la tierra”, representadas por el producto más importante de una región (hojas de coca, yerba mate, tejidos, cacao).
El peruano Juan Carlos Mariátegui y el argentino Rodolfo Puiggrós también defendieron la tesis del feudalismo. Según estos autores, ninguna de las regiones coloniales se incorporó al modo de producción capitalista por lo menos en los siglos XVI y XVII. La expoliación colonial no puede equipararse a la explotación capitalista. Más bien, la situación colonial reforzó estructuras tradicionales como la hacienda o la plantación, con el trabajo forzado de indios y africanos.
En la década de 1960, el economista André Gunder Frank sostuvo la idea de que el capitalismo se implanta desde la conquista, es decir que América estuvo dominada por una economía de mercado y ha sido capitalista desde sus orígenes coloniales. Gunder Frank y, con un enfoque similar, Immanuel Wallerstein suponen que la expansión europea fue plenamente capitalista a partir del siglo XVI, momento en que se constituye una “economía-mundo” y un mercado mundial. De modo que no postularon una distinción entre capital y capitalismo, ni tampoco la posibilidad de coexistencia del capital comercial con otros modos de producción.
Ernesto Laclau, en cambio, ha destacado este último aspecto: el carácter precapitalista de las relaciones de producción (patrón dominante en América Latina) no fue incompatible con la producción para el mercado mundial, sino que fue intensificado por la expansión de este último. América experimentó un reforzamiento de las relaciones serviles sobre el campesinado indígena, como también ocurrió en Europa Oriental (con la llamada “refeudalización” o “segunda servidumbre”).
Otros autores, como Pablo González Casanova y Ciro Flamarión Cardoso, han llamado la atención sobre la especificidad del modo de producción colonial. Si bien la incorporación de los espacios coloniales latinoamericanos en la economía-mundo se produjo en el siglo XVI, esto ocurrió en un momento de disolución del feudalismo en Europa y de una inédita expansión mercantil. Según estos autores, el auge del comercio y del intercambio internacional no significó capitalismo. Más bien es la época del capital mercantil, que se extiende desde el siglo XVI hasta la Revolución Industrial, y que le asigna a la periferia colonial americana funciones específicas. Europa y América se conectan, y los tesoros de oro y plata serán objeto de un pillaje colonial. Luego, las plantaciones impulsarán el comercio de esclavos. Sin embargo, la presencia del “capital comercial” y la circulación de mercancías no alcanzan para hablar de capitalismo en las colonias.
Tampoco podemos referirnos a economías “cerradas” y “naturales”. El historiador argentino Carlos Sempat Assadourian destaca que en algunas regiones llegó a conformarse un “mercado interno colonial”, es decir que hubo intercambios comerciales de productos americanos y una economía monetaria. En efecto, la producción minera en el Perú colonial funcionó como polo de arrastre, que impulsó a un conjunto de economías regionales que abastecían las demandas del sector y a la ciudad de Potosí, situada al pie del cerro, que contaba con 100.000 habitantes.
Es importante entender cómo el centro (Europa) dominó a las periferias, y considerar la variedad de pueblos originarios (aymaras, mayas, guaraníes, quechuas, mapuches, navajos), sus modos de existencia antes de la expansión europea y la manera en que fueron penetrados, subordinados, destruidos u absorbidos, en primer lugar por el creciente mercado y luego por el capitalismo industrial.
Podemos afirmar que el hecho de la “dominación colonial” definió una relación estructural de dependencia, ya que constituyó sistemas productivos complem...

Índice

  1. Tapa
  2. Portada
  3. Legales
  4. Palabras preliminares
  5. Capítulo 1 - El mundo colonial iberoamericano
  6. Capítulo 2 - Las independencias latinoamericanas
  7. Capítulo 3 - Los primeros años de las naciones latinoamericanas
  8. Capítulo 4 - La nueva dependencia latinoamericana: las relaciones con Gran Bretaña y Estados Unidos
  9. Capítulo 5 - América Latina en la segunda mitad del siglo XIX
  10. Capítulo 6 - La Revolución Mexicana
  11. Capítulo 7 - Centroamérica y el Caribe bajo la política del garrote (1900-1930)
  12. Capítulo 8 - Crisis y surgimiento de populismos en América Latina (1930-1945)
  13. Capítulo 9 - Las dictaduras patriarcales en América Latina
  14. Capítulo 10 - Estados Unidos y América Latina durante la posguerra y la Guerra Fría (1945-1960)
  15. Capítulo 11 - La Revolución Cubana
  16. Capítulo 12 - Las luchas sociales en América Latina
  17. Capítulo 13 - Las dictaduras de la Doctrina de la Seguridad Nacional en América Latina
  18. Capítulo 14 - Los procesos de democratización (1980-2005)
  19. Capítulo 15 - Los nuevos movimientos sociales y campesinos en América Latina
  20. Referencias bibliográficas