Capítulo 1
Los turcomanos
Los turcomanos, conjunto de tribus altaicas procedentes de Asia Central, donde habían permanecido durante más de mil años, emigran hacia la península de Anatolia en el siglo XI, huyendo de la sequía y la hambruna que se habían adueñado de la franja terrestre situada entre el mar Caspio y el mar de Aral.
Los primitivos turcos no eran musulmanes. Su fe era el chamanismo, credo que les enfrentaba a los pueblos de la región que habían abrazado la fe mahometana. Pero la derrota de los complacientes vecinos chinos en los combates librados en el año 751 en las orillas del río Talas, en las inmediaciones de Samarcanda, el imparable avance de los ejércitos del califato abasí hacia Oriente y la islamización forzosa de los pobladores de la región (los actuales Uzbekistán y Kirguistán) abren la vía a la introducción del mahometismo en Asia Central. Sin embargo, los turcos, que apoyaron desde el primer momento los esfuerzos bélicos del califa as-Saffah, fundador de la dinastía abasida (750-1258), tardaron en aceptar las enseñanzas del profeta Mahoma. Los primeros en convertirse fueron, durante la segunda mitad del siglo X, las tribus de Oğuz y Karluk. La adopción de la nueva doctrina cambió el destino de los pobladores de Asia.
Los turcomanos irán conquistando progresivamente gran parte del territorio perteneciente al Imperio abasí, creando su propio Estado en la antigua Persia. Tuğrül (990-1063), nieto del legendario jefe Selyuq y segundo monarca selyúcida, logra fundar una confederación de tribus. En 1055, los guerreros turcos penetran en Bagdad, el corazón del islam. No se trata de una invasión; lo hacen a petición expresa del califa, que solicitó la ayuda de Tuğrül. El caudillo selyúcida es nombrado vicario temporal del califato y guardián de la ortodoxia islámica. El califa le otorga el título de “rey de Oriente y Occidente”. Con el paso del tiempo, los turcos selyúcidas se hacen con el poder. Tras la conquista de Bagdad, Tuğrül lanza el primer ataque contra el Imperio bizantino. Su sucesor, Alp Arslan (1030-1062), primer sultán de la dinastía selyúcida, se apodera de Georgia, Armenia y parte de la península de Anatolia, territorios que formarán parte del Gran Imperio selyúcida (1070-1092). La capital del nuevo Estado se traslada a la urbe persa de Rayy (actual Teherán).
En 1086, los selyúcidas conquistan Siria, próspera provincia del Imperio bizantino, que dividen en feudos. Llevan a cabo una política de discriminación religiosa, que afecta tanto a las comunidades cristianas de Oriente como a los peregrinos europeos que se dirigen a Tierra Santa. Fue este el detonante que incita al obispo de Roma (el papa) a promover las cruzadas para la reconquista de Jerusalén.
Pero no serán los selyúcidas los artífices de las primeras monarquías túrquicas. Los historiadores mencionan a los caudillos hunos, que aglutinaron a las tribus de Asia Central entre los siglos IV a. C. y II d. C.; a los turcos celestiales (gok tukler), fundadores de la primera dinastía turca (turuk), que dominaron las tierras de Asia Central entre 552 y 744; a los uygur, que heredaron su imperio a partir de 744. Tras su derrota en los combates contra los kirguises (840), las tribus uygur emigraron a China, donde crearon un Estado que se perpetuó hasta el siglo XIV. Los miembros de esta etnia ocuparon cargos de suma responsabilidad en la jerarquía del Imperio mongol de Gengis Khan (1206-1227).
El reino de los jázaros (650-1016), situado en las orillas del mar Caspio, sigue rodeado de misterio. Aparentemente, la nobleza y gran parte de la población opta por convertirse al judaísmo, tratando de obviar la disyuntiva cristianismo-islam. Esta insólita barrera confesional obstaculiza los intentos de invasión árabe hacia el continente europeo.
El clan de los ghazni fundó un sultanato en un vasto territorio situado entre Persia, Afganistán y la India (969-1187). Mahmud Ghazni, que ocupó el trono durante el periodo de mayor resplandor cultural del reino, fue el primer monarca turco que utilizó el título de sultán.
Los kipchacos y los pechenegos, tribus nómadas que acabaron estableciéndose en el contorno del mar Negro y la región de los Balcanes, fueron artífices o coparticipes de la creación de los principados cristianos de Valaquia (1310) y Moldavia (1346) (la actual Rumanía) y promotores de la cultura turca en las regiones de Kazán y Crimea. De hecho, la población tártara de la zona no tardó en adoptar el idioma turco.
Los pechenegos, rama occidental de los turcos celestiales, lucharon contra los eslavos, conservando al mismo tiempo una buena relación con el Imperio bizantino. Sin embargo, tras la batalla de Manzikert (1071) se sumaron al ejército selyúcida. Los señores de Esmirna y Éfeso quisieron aliarse con ellos durante las campañas para la conquista de Constantinopla. Conviene señalar que, durante los tres siglos de su historia, los pechenegos no fueron capaces de fundar un Estado.
Los kipchacos o kumanos formaban una confederación de tribus nómadas. Por ser rubios, se sospecha que procedían de una etnia indoeuropea asimilada por los turcos. Lucharon contra los uz (de la tribu de Oğuz). Actualmente, turcos cristianos descendientes de los uz viven en el enclave moldavo de Gagauzia.
Al igual que otras tribus turcomanas, los kumanos practicaban el chamanismo. Hábiles guerreros, se enfrentaron en reiteradas ocasiones a los selyúcidas. Su predominio en Europa finalizó tras la derrota contra el Estado Altinordu (1239). Algunos clanes se sometieron a los ocupantes mongoles, pero obviaron la asimilación. Los antropólogos estiman que los tártaros turcohablantes de Rusia serían una mezcla de kumanos y mongoles. También sería descendiente de los kumanos la etnia turca de Georgia.
La dinastía fatimita de los ayubitas, afincada en Egipto, solía comprar esclavos de origen kumano. Se trataba de vástagos de familias necesitadas, que acostumbraban vender a sus hijos. Los ayubitas formaron un ejército especial —los mamelucos— integrado por esclavos y mercenarios. Con el paso del tiempo, los mamelucos se alzaron con el poder, fundando un Estado turco al borde del Nilo. La época de los sultanes bahrí (1250-1382), mamelucos de origen turcomano, fue una de las más prósperas para la monarquía cairota.
La mayoría de esos clanes, tribus y pueblos conformarán el vasto mapa étnico del Gran Imperio selyúcida, crisol de creencias, culturas, razas y civilizaciones.