Mitos americanos para pensar
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Mitos americanos para pensar

un inicio a la filosofía

Marianela Arrobas , Gabriela Purita, Ignacio Testasecca

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Mitos americanos para pensar

un inicio a la filosofía

Marianela Arrobas , Gabriela Purita, Ignacio Testasecca

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Información del libro

El punto de partida de este texto es el entrecruzamiento entre la filosofía y la mitología. Filosofía, infancia, jóvenes y mitología se entrelazan en un ámbito propicio para la tarea genuinamente reflexiva y pedagógica. La propuesta apunta a que los lectores se repiensen a sí mismos desde su propio contexto y su actualidad a partir de la identificación de temáticas arquetípicas que aparecen los relatos míticos griegos, americanos y celtas. Así, vemos que la filosofía puede convertirse en una potente herramienta de desarrollo tanto para el docente como para los estudiantes, y también en un puente cultural que nos permite abordar los grandes temas del ser humano: el amor, las relaciones familiares y sociales, la vida como construcción y aventura, las responsabilidades, los talentos, la búsqueda de la sabiduría y de organizaciones sociales más justas, entre otros.

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Información

Año
2017
ISBN
9789873615597
1 - La creación según el Popol Vuh
Primera parte. El comienzo de la creación
Los aborígenes mayas quichés contaban una historia, pero ésta no era cualquier historia, porque era la primera. Ese primer relato cuenta cómo, hace mucho tiempo, todo estaba vacío en el cielo, todo estaba en suspenso, todo en calma y en silencio; todo estaba inmóvil y callado. Todavía no había seres humanos ni animales ni pájaros o peces; ni cangrejos, ni árboles; ni piedras o cuevas; ni hierbas, ni bosques. Sólo existía el cielo. Aún no había tierra en el mundo, sólo estaban el mar en calma y el cielo en toda su extensión, en toda su inmensidad. Todo estaba en un profundo y hondo silencio… nada hacía ruido; todo estaba separado, y nada se movía. Todo era invisible y nada tenía vida.
Así en medio de toda esa inmovilidad y silencio, en medio de la oscuridad de la noche, allí estaban los dioses: el Creador, y el Formador, llamados Tepeu y Gucumatz. Ellos eran los constructores, Poderosos del Cielo y Progenitores, estaban en el agua y rodeados de claridad. Estaban ocultos, escondidos, bajo plumas de un verde y azul profundo; eran los Espíritus del Cielo, y según decían, su naturaleza, su cualidad era la Sabiduría misma.
Entonces, Tepeu y Gucumatz decidieron ponerse a dialogar, unieron sus palabras y sus pensamientos. Pero la palabra de los dioses no es como la que decimos nosotros, los seres humanos, es la Palabra pronunciada, es una palabra de mando, de construcción, es la que da forma a la materia; es la que, al ser pronunciada, crea y produce las cosas. Así, los dioses reunidos empezaron a consultarse entre sí y a meditar; y cuando se pusieron de acuerdo dijeron: –Antes de que amanezca, debe aparecer el hombre. Así decidieron comenzar con la creación.
–¡Que aparezca la luz! –dijeron–. Y apenas fueron pronunciadas estas palabras, a la vista de los dioses se manifestó la claridad más diáfana que cualquiera de nosotros pudiera imaginar. Los dioses dispusieron entonces el nacimiento de la vida, que incluyó el crecimiento de los árboles y la aparición de los seres humanos, porque se dieron cuenta que su creación no estaría completa mientras no existiera y se formara al hombre.
Todo esto fue lo que el Creador y el Formador decidieron que se haría durante la noche; y le dieron la bienvenida al Espíritu del Cielo, que venía a trabajar con ellos. Esta divinidad presenta la característica de ser uno y tres al mismo tiempo. Se trataba de unos dioses llamados Maestros Gigantes. El primero de ellos se llama Relámpago, el segundo se llama Huella del Relámpago y el tercero se llama Esplendor del Relámpago. Entonces ahora sí, todos juntos, el Creador, el Formador y el Espíritu del Cielo se pusieron a hablar sobre la vida y la claridad, comenzaron a dialogar para decidir juntos quién se encargaría de que amaneciera y quién sería el que proporcionaría el alimento y el sustento a los seres humanos.
–¡Hágase así! ¡Que se llene el vacío! ¡Que esta agua se retire y desocupe el espacio, que surja la tierra y que se afirme!–. Así dijeron los dioses y después agregaron con su palabra de mando:
–¡Tierra!–. Y al instante la Tierra fue creada.
–¡Que aclare, que amanezca en el cielo y en la tierra!–. E inmediatamente los dioses hicieron surgir la luz.
La creación fue como la neblina, como la nube, como una polvareda, de la que surgieron con fuerza las montañas. La tierra se separó un poco, y por ella comenzó a correr el agua. Así se formaron los ríos, cada uno con su propio cauce y su caudal.
Todo esto fue posible y se realizó por un prodigio, la formación de las montañas y los valles se produjo por arte mágica; y al instante brotaron juntos los hermosos cipresales y pinares en la superficie de la tierra.
Y así fue como los Creadores y Formadores del Universo se colmaron de alegría y dijeron:
–¡Buena ha sido tu venida, Espíritu del Cielo; tú, Relámpago, y tú Huella del Relámpago y tú también, Esplendor del Relámpago!
–Nuestra obra, nuestra creación será terminada –agregaron.
Los dioses entonces quedaron muy satisfechos porque la creación había sido muy bien hecha después de pensar y meditar sobre cómo hacerla.
Segunda parte. La creación de los animales
Luego los dioses se preguntaron:
–¿Sólo habrá silencio e inmovilidad bajo los árboles, bajo estos hermosos cipresales y pinares?
–Conviene que en lo sucesivo haya quienes puedan cuidar de los bosques. –Pensaron los dioses, que nuevamente meditaron, para crear luego a los animales pequeños del monte, a los guardianes de todos los bosques, a los genios de la montaña: ágiles venados, hermosos pájaros, salvajes tigres, escurridizas serpientes, culebras y víboras. Todos ellos fueron formados. Y al instante les repartieron los lugares donde vivirían y dormirían, así cada uno tendría el suyo:
–Tú, venado, dormirás a los costados de los ríos y en los barrancos. Aquí estarás entre la maleza, entre las hierbas; en el bosque te multiplicarás, en cuatro patas andarás–. Y así como lo dijo, ¡así se hizo!
Luego designaron también su morada a los pájaros pequeños y a las aves mayores:
–Ustedes, pájaros, habitarán sobre los árboles, allí harán sus nidos, allí se multiplicarán–. De esta manera les dijeron a los venados y a los pájaros lo que debían hacer, y todos tomaron sus habitaciones y sus nidos. Cuando ya estuvo terminada la creación de todos los mamíferos y las aves, los Progenitores dijeron:
–Hablen, griten, gorjeen, llamen. Va a hablar cada uno según su especie, según la variedad de cada uno–. Así fue. Así hablaron los dioses a los venados, a los pájaros, a los leones, a los tigres y a las serpientes. Y, con su palabra creadora les dijeron, en voz alta, el siguiente mandato:
–¡Bueno ahora que pueden hablar, ya que les otorgamos esa capacidad, digan nuestros nombres, alábennos a nosotros, que somos su madre y su padre! ¡Admiren al Espíritu del Cielo, al Espíritu de la Tierra, al Creador, y al Formador! ¡Hablen y adórennos! –dijeron los dioses.
Pero, algo pasó… sucedió lo que no estaba previsto, algo que ellos no habían pensado. Mientras esperaban ser alabados por los venados, los pájaros, los tigres y las serpientes, sólo comenzaron a escuchar ruidos muy extraños.
–¿Qué pasa? –preguntó uno de los dioses.
–¿Qué son esos ruidos incomprensibles, que no podemos entender? –dijo otro de ellos.
Y ese era un gran problema, porque no pudieron conseguir que los animales hablaran; sólo chillaban, cacareaban y graznaban; no pronunciaban palabras, cada uno de ellos gritaba de manera diferente, según su especie. Cuando Tepeu y Gucumatz vieron que no era posible que hablaran, se dijeron entre sí:
–No ha sido posible que ellos pronunciaran nuestro nombre, justamente el nombre de quienes los han creado y formado –. Entonces, los dioses se ...

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