Memoria criminológica
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Memoria criminológica

Mitos y realidades

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Mitos y realidades

Descripción del libro

Uno de los principales mitos sobre el crimen es el de su origen, que se recubre de diversos contenidos, sin poder precisar cuál o cuáles de entre ellos son reales: ¿los genes, los cromosomas, la pobreza, el contagio social, la perversidad, la intolerancia? Y del lado de la política criminal, tenemos la resocialización, un viejo mito positivista que se resiste a morir, porque encierra el sueño del renacer, de la redención, o el mito fundacional de la igualdad de todos ante la ley, dogma que viene desde los albores de la revolución francesa, desvirtuado una y otra vez por una contundente realidad de aplicación de la ley penal solamente a los sectores vulnerables de la sociedad.

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Información

Editorial
Eudeba
Año
2016
ISBN del libro electrónico
9789502346762
Categoría
Diritto
Categoría
Scienza forense
Capítulo IV
La droga: dogmas y racismos
I. El hilo de Ariadna en el laberinto de la droga
Este tema sí que se ha convertido en un laberinto. La sociedad moderna quiso entrar en un prohibicionismo fundamentalista y hoy no encuentra su hilo de Ariadna. El prohibicionismo penal engendró una cabeza de medusa, que en cambio de producir temor excitó la ambición de los seres humanos, y hoy hay más droga en el mundo, más variedades, más consumo, más producción, más tráfico, más normas penales, más crimen organizado, más presos, más corrupción política, más violencia. Es una guerra perdida. Las cifras de los muertos por la violencia suscitada por la persecución penal y por la disputa que libran los carteles o los grupos de narcotraficantes, aparecen en cualquier estadística oficial; más adelante podrán citarse algunas. Por ahora digamos que son centenares de miles. Por otra parte, los miles de millones de dólares que se le han dedicado aparecen en cualquier presupuesto público, en cualquier balance contable de las finanzas públicas. La corrupción política y la privada, las cárceles congestionadas, la crisis sanitaria por enfermedades infectocontagiosas, la descomposición social son otros de los escenarios que ha dejado esta larga guerra. Guerra que ha durado más que las dos guerras mundiales, la de Corea y la de Vietnam juntas. Es una guerra de nunca acabar, y a pesar de todo esto, los gobiernos del norte y del sur pretenden persistir en la estrategia que antes que reducir el mal, crea cada vez más daños directos y colaterales.
La guerra contra las drogas es, además, una guerra racista, no sólo porque comenzó siendo una guerra contra los chinos, y luego contra los chicanos, sino porque las cárceles están llenas de negros, latinos e inmigrantes; los negros pobres de los Estados Unidos, los latinos traficantes capturados y extraditados, los emigrantes de lo que antaño se conoció como tercer mundo. Ya antes hemos citado las estadísticas sobre la desproporción de los prisioneros negros en las cárceles norteamericanas, en relación con la población blanca y cómo la mayoría están por tenencia de drogas. Igual que lo que puede decirse de los indígenas en las regiones cocaleras de los Andes. En Europa también hay una sobrepoblación carcelaria de africanos, “sudacas” (término despectivo para referirse a los latinoamericanos en España) y emigrantes árabes.
Sin embargo, hay algunos signos alentadores. Se empieza a entender que el consumidor no es un delincuente, o mejor, que no debe ser definido como delincuente. Es más bien una víctima, cuya victimización pudo comenzar en la escuela o en el barrio, en los centros de diversión; allí pudo ser cautivado para engrosar el mercado de adictos. Sorprenderlo con la persecución penal es revictimizarlo. Al caído, caerle. Al desgraciado que cae en la trampa de una adicción, le respondemos con la cruda y drástica represión penal, que terminará por destruirle del todo. No se necesita de elaborados y complejos estudios para concluir que las cárceles no rehabilitan a nadie, que al contrario degradan, estrechan lazos con formas de delincuencias más graves, destruyen la personalidad. Lo que se impone es la solidaridad, que obliga más en cuanto vivimos en sociedades de desigualdades abisales, que excitan obscenamente a los ciudadanos a consumir, incluso otras drogas tan o más nocivas como lo son el tabaco y el alcohol. La solidaridad para el adicto es tenderle puentes de comunicación, oyéndolo, ofreciéndole proyectos de participación, enterándolo sin alarmismo ni sermones morales sobre las realidades, prestándole ayuda psicoterapéutica, inserción en programas laborales, deportivos, de entretenimiento sano. ¿Acaso esto requiere esfuerzos financieros? Esto valdría mucho menos que lo que se invierte para librar la llamada “guerra contra la droga”.
Cuando se está frente a un consumidor ocasional o un consumidor recreativo, la sociedad no tiene más legitimación para intervenir que la que tendría para reaccionar contra un diabético que decide engullirse una torta entera, produciéndose un coma diabético. Las libertades de nuestras constituciones nos garantizan esa autonomía, siempre y cuando no atentemos contra derechos ajenos, y el acto del consumo no lo es de por sí; si se delinque para procurarse la droga, se debe responder por ese otro hecho (robo, abuso de confianza, peculado, etc.); si se comete un delito por el estado de alteración en que lo sitúa la droga, se debe responder tanto como debe responder el alicorado que atropella a alguien con su auto.
No se trata de abrir las compuertas a un desenfrenado consumo, de crear y prohijar una sociedad de viciosos; se trata de no incurrir en la inhumanidad, en la crueldad, en el error político-criminal de encarcelar a seres humanos que no han atentado contra nadie; su salud es su salud y las consecuencias del descuido personal en ese ámbito las soporta el propio consumidor. Pero se trata además de implementar una respuesta más racional, que produzca menos daños que los que pretende remediar. Menos dolor. Si se quiere evitar la reincidencia, el mantenimiento de una adicción, no se puede reaccionar con la estigmatizante y destructora pena de prisión, que etiqueta criminalmente al consumidor y lo termina de desmoralizar. El tema de la adicción al consumo de drogas no es un tema criminal, es un tema de salud pública.
En consecuencia prohijamos la tesis de la legalización del consumo; pero no para legalizar de forma descontextualizada, sin medidas educativas, profilácticas, terapéuticas; legalizar en el vacío es una irresponsabilidad. Hay una realidad allí, lacerante ciertamente, que produce sufrimiento en muchas familias, en muchos seres humanos presos de la adicción. Deben implementarse programas educativo-preventivos, psicosociales, sanitarios, medico-toxicológicos. Claro, éstos son programas que se deben insertar en las políticas sociales del Estado, esas políticas que los Estados latinoamericanos no son muy dados a realizar, a las que además la corrupción pública hurta sus recursos. Es más fácil y cómodo encarcelar a los consumidores que crear y sostener esas infraestructuras. No decimos que más económico, porque ya hemos dicho que podría ser más viable prevenir y tratar, que reprimir reproduciendo y exacerbando el delito.
Otra historia sucede con el narcotráfico. Una vez que hemos entrado en el laberinto, la salida no será tan simple como un proyecto de ley. Será necesario un proceso en el cual se determinen las políticas a seguir con el crimen organizado, con los crímenes que no serán indultados por virtud de una eventual legalización (asesinatos, violaciones, secuestros, etc.). Serán indispensable unas medidas para desmantelar esos poderes mafiosos de manera que se pueda recuperar la civilidad y la democracia. Será necesaria una infraestructura de regulación del mercado, que según cálculos de especialistas, reducirá sus precios a un 10% de sus antiguos valores. Será imprescindible un entendimiento internacional, porque el mercado de la droga hoy es global, y las soluciones unilaterales pueden provocar aislamientos y acciones intervencionistas. Es posible que haya que actuar por etapas: drogas blandas, drogas duras. El referéndum del 2010, sobre la legalización de la marihuana en California es una advertencia de esa tendencia. Hay otros Estados de la Unión Americana que preparan los suyos. Mientras tanto el narcotráfico –incluida la gran producción– debe ser perseguido, pues ése sí, está produciendo el gran daño de la incitación y el mantenimiento del gran mercado de consumidores de estupefacientes. Además de los daños colaterales de la violencia, la corrupción política y la descomposición social.
Un frente de acción que hay que fortalecer es el relacionado con los niños y los adolescentes. Cualquiera que sea el régimen de los psicotrópicos, la interdicción del consumo de estupefacientes para los menores debe ser absoluta, no para enviarlos a centros correccionales sino para insertarlos en programas educativos, deportivos, psicoterapéuticos. Los docentes y las autoridades escolares deben tener programas para atender este tipo de contingencias; antes que correr a expulsar a los jóvenes, como primer medida, debe prestárseles atención profesional. La sociedad también debe estar preparada para responder a estas situaciones, principalmente a través de la familia, eventualmente de las parroquias. Alguna alarma se prende cuando un joven trata de llenar con la droga algún vacío personal. En este campo es importantísimo el control de las zonas aledañas a los centros de educación, al igual de aquellos otros sitios donde se congreguen los estudiantes –discotecas, centros deportivos– para erradicar a los expendedores de droga, que como se sabe están dispuestos a regalarla inicialmente para crear al consumidor. Se trata de una política conjunta con la de la interdicción del alcohol y el tabaco para menores.
Abordaremos este capítulo por unos precedentes que nos orientarán sobre los orígenes de este prohibicionismo moderno. La prohibición no puede entenderse de manera descontextualizada, como si fuera sólo un designio moral; más allá de ello hay unos intereses políticos y económicos que se han dado históricamente y que llegan al presente como coordenadas materiales al lado de las ideológicas. En esa perspectiva hablaremos de los primeros narcotraficantes de importancia empresarial, los españoles, que en suelo americano monopolizaron la producción y la venta de coca, y los ingleses que en suelo asiático impusieron a los chinos un mercado del opio. A continuación tocaremos el tema de nuestras bebidas aborígenes (la chicha y el pulque) desplazadas por las cervecerías alemanas.
Luego subrayaremos la doble moral que ha invadido el tema. Doble “estándar” como dicen los anglosajones, en relación con las drogas legales y las prohibidas, con la selectividad del sistema penal, con la posición de países consumidores que se declaran víctimas e imponen políticas extremas de erradicación en la fuente –los países pobres productores–, con los estereotipos y su manipulación racista y clasista, la corrupción política e institucional, la economía legal que quiere captar los dólares de la economía subterránea. En la política internacional resaltan los casos como el del Iran-gate: La CIA haciendo enlaces de venta de cocaína con mafias colombianas a cambio de armas provenientes de Irán para auxiliar a la “contra” nicaragüense. Esto no es nada nuevo. Luego de la “guerra del opio”, los ingleses introducían el opio a la China con ayuda de las Tríadas (mafia china).
Más adelante se hablará de tres temas que podrían haberse enhebrado, pero que preferimos separarlos dada su importancia: procesos de criminalización, discursos y políticas. Los procesos de criminalización como muestra de que los procesos de creación de la ley, rebasan el estrecho marco de su tiempo y de la oportunidad legislativa. Los debates parlamentarios vienen a ser lo último, y muchas de las razones que allí se exponen pueden enmascarar otras; pueden encubrir por ejemplo intereses foráneos hegemónicos que se imponen a través de la coacción económica y la presión política, pueden ocultar intereses particulares de grandes laboratorios farmacéuticos, esconder las razones inmorales de los “empresarios morales”, etc. Los discursos como vehículos ideológicos que intentan legitimar, criticar, cubrir, encubrir, descubrir, delatar finalidades, manifiestas o larvadas; las falacias, los sofismas, la retórica, los artificios, la dialéctica, la argumentación, los estereotipos. Las políticas, el qué hacer, las respuestas, la reacción social institucional y la informal, las soluciones, las alternativas. Finalmente se agrega un muestreo jurisprudencial de algún talante herético, pero que puede desbrozar el camino hacia respuestas judiciales menos abrasivas.
II. Algunos precedentes de la prohibición moderna
1. La prohibición colonial
En América Latina la prohibición de las drogas psicoactivas comenzó con la llegada de los ibéricos, quienes la estigmatizaron como sustancias diabólicas o cosas de brujas, tras lo cual ponían en marcha la Inquisición brutal. Se prohibie...

Índice

  1. Presentación
  2. Prólogo
  3. Capítulo I. El expansionismo penal
  4. Capítulo II. Multiculturalismo y justicia indígena
  5. Capítulo III. El sistema acusatorio: una falsa panacea
  6. Capítulo IV. La droga: dogmas y racismos
  7. Capítulo V. Cárceles: laberintos y cerrojos
  8. Capítulo VI. Escenarios y políticas
  9. Bibliografía general