ENTORNOS
CAPÍTULO 1
LA GENERACIÓN DE LA POSTMEMORIA
MARIANNNE HIRSCH
La Postgeneración
La “generación bisagra”, la “custodia del Holocausto”, las formas en las cuales el “conocimiento de eventos recibido, transferido, es trasmutado en historia, o en mito” (Hoffman, 2004:XV) han sido, sin duda, mis preocupaciones de la última década y media.
Yo he estado involucrada en una serie de conversaciones acerca de cómo esa “sensación de conexión viva” puede ser, y es, mantenida y perpetuada aun cuando la generación de sobrevivientes deja de estar entre nosotros, al mismo tiempo que es erosionada.
Para mí, las conversaciones que han marcado lo que Eva Hoffman (2004:203) llama la “era de la memoria” han tenido algo de la excitación intelectual y de urgencia personal, incluso algo del sentido de comunidad y objetivos comunes de las conversaciones feministas de fines de los setenta y ochenta. Y han sido atravesadas asimismo por similares tipos de controversias, desacuerdos y dolorosas divisiones.
Precisamente está en juego la custodia de un pasado traumático personal y generacional con el que algunos de nosotros tenemos una “conexión viva” y ese pasado está pasando a la historia. Está en juego no solo el sentido de pertenencia y protección personal-familiar-generacional, sino también una discusión teórica en evolución sobre funcionamientos del trauma, memoria y actos de transferencia tras generacional, una discusión que gana lugar activamente en numerosos importantes contextos fuera de los estudios del Holocausto.()
Más urgente y apasionadamente, aquellos de nosotros que trabajamos con la memoria y la transmisión hemos discutido acerca de la ética y la estética del recuerdo en las secuelas de la catástrofe ¿Cómo, en el presente, consideramos y recuperamos lo que Susan Sontag (2003) ha descrito tan poderosamente como el “dolor de otros”? ¿Qué les debemos a las víctimas? ¿Cómo podemos llevar adelante de la mejor manera posible sus historias, sin apropiarnos de ellas, sin indebidamente dirigir la atención hacia nosotros, y sin, a la vez, desplazar nuestras historias por aquellas? ¿Cómo estamos implicados en los crímenes? ¿Se puede transformar la memoria del genocidio en acción y resistencia?
La multiplicación de genocidios y catástrofes colectivas a finales del siglo veinte y principios del veintiuno, y sus efectos acumulativos, han hecho estas preguntas aún más urgentes. El impacto corporal, psíquico y afectivo del trauma y sus secuelas, las formas en que un trauma puede rememorar, o reactivar los efectos de otro trauma, exceden los límites de los archivos históricos y metodologías tradicionales.
Por ejemplo, tardíamente en su carrera, Raúl Hilberg (1985), luego de examinar kilómetros de documentos y escribir su voluminoso libro de 1300 páginas, La Destrucción de los Judíos Europeos,
–y, ciertamente, luego de desestimar la historia oral y testimonios por inexactitudes fácticas– se remitió a la narrativa como una destreza que los historiadores deben aprender si quieren ser capaces de contar la difícil historia de la destrucción de los Judíos (Lang, 1988:273).
Hilberg señala una dicotomía entre la historia y la memoria (para él, corporizados en la poesía y la narrativa) que ha tenido un efecto de moldeo. Pero cincuenta años después de las contradictorias impugnaciones de Adorno acerca de la poesía después de Auschwitz, hoy la poesía es solo uno de los muchos géneros suplementarios e instituciones de transmisión.
Los actuales numerosos y mejor financiados proyectos testimoniales y archivos de historia oral, el importante rol asumido por la fotografía y la actuación, la creciente cultura de memoriales, y la nueva museología son todos testamentos de la necesidad de estética y estructuras institucionales que sean capaces de representar lo que Diana Taylor (2003) llama “el repertorio” de conocimiento de identidad distintiva, ausente del archivo histórico (o quizá meramente olvidado por los historiadores tradicionales).
Para bien o para mal, estos géneros suplementarios e instituciones han sido agrupados bajo el término general “memoria”. Pero como Andrea Huyssen (2003:6) ha preguntado provocativamente, “¿qué bien hace un archivo de la memoria? ¿Cómo puede entregar lo que la historia ya no pareciera ser capaz de ofrecer?”.()
Si la “memoria” como un término analítico de capacidad y los “estudios de memoria” como un campo de investigación han crecido exponencialmente en importancia académica y popular en la última década y media, han sido impulsados, en gran parte, por la situación límite del Holocausto y por el trabajo de (y sobre) lo que ha llegado a ser conocido como “la segunda generación” o “la generación posterior”.
Escritores y artistas de “la segunda generación” han estado publicando ilustraciones, películas, novelas y memorias, o postmemorias híbridas (como Leslie Morris [2002] las ha apodado), con títulos tales como “Luego de dicho conocimiento”, “La guerra después”, “el humo de segunda mano”, “Historia de guerra”, “Lecciones de oscuridad”, “Perdiendo a los muertos”, “Canciones de cuna oscuras”, “Cincuenta años de silencio”, “Después”, “La guerra de papá”, como también ensayos académicos y colecciones como “Los niños del Holocausto”, “Hijas de la Shoah”, “Dando forma a las pérdidas”, “Velas memoriales”, “En la sombra del Holocausto”, etc.
La relación particular a un pasado parental descrita, evocada y analizada en estos trabajos ha llegado a ser vista como un “síndrome” tardío o “posterioridad” y ha sido llamada de varias formas, como “memoria ausente” (Fine 1988), “memoria heredada”, “memoria tardía”, “memoria protésica” (Lurry, 1998; Landsberg, 2004), “bache de memoria” (Raczymow, 1994), “memoria de las cenizas” (Fresco, 1984), “testigo vicario” (Zeitlin, 1998), “historia recibida” (Young, 1997), y “postmemoria”.
Estos términos revelan una serie de supuestos controversiales: que los descendientes de los sobrevivientes (tanto de las víctimas como de los perpetradores) de eventos traumáticos masivos se conectan tan profundamente con los recuerdos del pasado de la generación previa, que necesitan llamar memoria a esa conexión, y por eso, en ciertas circunstancias extremas, la memoria puede ser transmitida a aquellos que no estuvieron presentes para vivir el evento. Al mismo tiempo –es también asumido– esta memoria recibida es diferente de la recordada por testigos y participantes contemporáneos.
Por eso la insistencia en “post” o “después de” y los muchos adjetivos calificativos que intentan definir los actos de transferencia tanto inter como tras generacionales y los resonantes efectos secundarios del trauma. Si esto suena a contradicción, sin duda, lo es, y creo que es inherente a este fenómeno.
Postmemoria es un término al que llegué en base a mis lecturas de trabajos autobiográficos de escritores y artistas visuales de la segunda generación. () El “post” en “postmemoria” señala más que un atraso temporal y más que una ubicación en una secuela. Posmoderno, por ejemplo, incorpora tanto una distancia crítica como una profunda interrelación con lo moderno; postcolonial no significa el fin de lo colonial sino su problemática continuidad, sin embargo, por contraste, postfeministas ha sido usado para marcar una secuela del feminismo. Estamos aún, sin dudas, en la era de los “post”, que continúan proliferando: “post-secular”, “post-humano”, “postcolonial”, “post-blanco”.
La postmemoria comparte las capas de estos otros “posts” y su calidad de tardíos, alineándose a sí mismo con las prácticas de referenciar y mediar que los caracterizan, marcando un particular momento de fin de siglo-cambio de siglo, de mirar hacia atrás más que hacia adelante y de definir el presente en relación al pasado conflictivo más que iniciando nuevos paradigmas.
Como aquellos, refleja una oscilación inestable entre continuidad y ruptura. Y sin embargo, la postmemoria no es un movimiento, método o idea; yo lo veo, más bien, como una estructura de transmisión inter y trans-generacional de conocimiento y experiencia traumáticos. Es una consecuencia de evocación traumática pero (a diferencia del desorden de stress post traumático) a nivel generacional.
Como escribe Hoffman (2004:25) “las paradojas de conocimiento indirecto nos asechan a muchos de nosotros que vinimos después. Los eventos formativos del siglo XX han dado información crucial a nuestras biografías, amenazando a veces con oscurecer y abrumar nuestras propias vidas. Pero no las vimos, ni sufrimos a través de ellas, ni experimentamos su impacto directo. Nuestra relación con ellas ha sido definida por nuestra propia calidad de ‘posts’ y por las potentes aun cuando mediadas formas de conocimientos que las han seguido”.
La postmemoria describe la relación de la generación posterior a aquella que fue testigo del trauma cultural o colectivo para sobrellevar las experiencias de aquellos que estaban antes, experiencias que ellos “recuerdan” solo a través de historias, imágenes, y comportamientos entre los que crecieron. Pero estas experiencias fueron trasmitidas a ellos tan profunda y afectivamente como para constituir memorias en su propio derecho.
La conexión de la postmemoria con el pasado no es, entonces, intermediada por recuerdo, sino a través de inversiones imaginativas, proyección y creación. Crecer con semejantes memorias abrumadoras heredadas, ser dominado por narrativas que preceden el propio nacimiento o la propia conciencia, es arriesgarse a ver desplazadas, aun evacuadas, las propias historias y experiencias por aquellas de la generación anterior....