La cámara de Pandora
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La cámara de Pandora

La fotografí@ después de la fotografía

  1. 192 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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La cámara de Pandora

La fotografí@ después de la fotografía

Descripción del libro

El cambio de paradigma tecnológico al que la fotografía se ha visto sometida en los últimos años no sólo ha puesto de nuevo de manifiesto la naturaleza fotográfica de nuestra cultura, sino que ha zarandeado algunos de los fundamentos que parecían formar parte indisociable de lo fotográfico. A través del estilo desenfadado e irónico que siempre ha caracterizado a Joan Fontcuberta, La cámara de Pandora aborda la refundación de este medio en el nuevo entorno digital para repensar aquellas cuestiones que van más allá de lo estrictamente fotográfico y para abrirse a los nuevos principios que se plantean con la nueva fotografía. Con artículos de marcado tono lúdico como muestran sus propios títulos -'Yo conocí a las Spice Girls' o 'El misterio del pezón desaparecido'-, el autor retoma el hilo conductor que ya marcara en El beso de Judas. Fotografía y verdad y, en esta nueva entrega de dieciséis ensayos, desgrana lo que queda de la fotografía: los restos de la autenticidad, los restos de lo documental, los restos de unos valores que hicieron que la fotografía moldeara la mirada moderna y contribuyera a nuestra felicidad. Y, fiel al principio de que una fotografía vale más que mil mentiras, el autor elucida la naturaleza de la nueva fotografía (digital) y sus extravíos. De ahí derivan reflexiones críticas y evocaciones poéticas que rastrean los empeños de una posmoderna cámara de Pandora que ya no se limita a describir nuestro entorno sino que ambiciona poner orden y transparencia en los sentimientos, la memoria y la vida.

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Información

Editorial
Editorial GG
Año
2012
ISBN del libro electrónico
9788425225321
Categoría
Arte
Categoría
Fotografía
EUGENÉSICOS SIN FRONTERAS
Hay tres clases de mentiras: las mentiras, las grandes mentiras y las estadísticas.
MARK TWAIN, Autobiografía (publicada póstumamente en 1924)
La confianza en el valor documental y en la condición de objetividad de la fotografía encontraría en la ciencia y en el archivo sus terrenos más fértilmente abonados. En 1862 el popular retratista parisiense Disderi ya señalaba que “la fotografía añade la autoridad de la evidencia a las nociones que la ciencia ya poseía. Se ha convertido en el factor corrector de las opiniones erróneas. A todos nos aporta información de una exactitud absoluta, así como métodos seguros para preservar la memoria de las cosas”23. Esta creencia, que propiciaría una activa simbiosis entre cámara y ciencia a partir de la segunda mitad del siglo XIX, no era inocente. De la misma manera que el futuro de la fotografía se asentaba sobre naturalezas contradictorias, esa alianza era producto de una relación “uroboros” (la serpiente mitológica que se muerde la cola: “mi fin es mi principio”). La fotografía era engendrada por una cultura científica a la que acto seguido se veía en la imposición histórica de apuntalar. Lo más fascinante de esta situación equívoca es que las mismas ciencias surgidas del esplendor del positivismo, que recurrían al método científico y a la tecnología para apelar a la objetividad, fueron las primeras en dejar traslucir su ideología latente y sus prejuicios. En consecuencia, los eventuales dispositivos de que esa ciencia se valía, quedaban contaminados de antemano. Todo intento de documentación neutral y aséptica estaba destinado al fracaso. Todo documento fotográfico aparecía teñido con los mismos valores de aquellos que se apresuraban a utilizarlo para el estudio empírico de la naturaleza, pero que en el fondo lo que pretendían era legitimar esos mismos valores: la moral victoriana, el eurocentrismo, la industrialización, el enaltecimiento del saber aplicado, el espíritu económico liberal, etc.
FISONOMÍA, FRENOLOGÍA Y EUGENESIA24
A la cámara se le exigieron registros de análisis que a menudo derivaban en instrumentos de control social. Disciplinas de nuevo cuño como la fisiognomía o la frenología nos proporcionan ejemplos meridianos. En Francia, el doctor Jean-Martin Charcot realizaría en La Salpêtrière un vastísimo trabajo de representación iconográfica de los dementes con el que tipificaba sus expresiones y gestos. Como resultado se constituía una especie de archivo de fichas visuales que podrían aplicarse a futuros diagnósticos. Rivalizando con la propedéutica de Charcot en su innovativo uso de la fotografía para leer signos faciales y corporales y en la misma senda del neuroanatomista alemán Franz Josef Gall, introductor de la frenología, emerge la personalidad del científico británico Francis Galton, primo de Darwin. Galton se obcecó en recolectar compulsivamente todo tipo de informaciones y datos cuantificables de un vastísimo repertorio de campos que incluía, por ejemplo, estadísticas un tanto peregrinas, como en qué ciudad inglesa florecían mujeres más hermosas (ranking en el que la afortunada Londres figuraba en primer lugar y la desdichada Aberdeen en último). Emprendió campañas de mediciones craneológicas con instrumental especialmente diseñado, pero con resultados que no siempre complacieron sus propias expectativas, sobre la correlación entre tamaño de la cabeza e inteligencia. En 1883 acuñó el término “eugenesia” (“bien nacido” o “buena reproducción”) en su obra Inquiry into the Human Faculty para designar la aplicación de las leyes biológicas de la herencia al perfeccionamiento de la especie humana.
En su búsqueda para establecer esta nueva ciencia sobre la naturaleza humana, Galton no sólo vislumbró que la fotografía podía contribuir a reunir registros eugenésicos con una envergadura previamente inimaginable, sino que también intuyó las extraordinarias ventajas que subyacían en el mismo proceso fotográfico como procedimiento experimental. Para Galton, la aplicación de la fotografía como herramienta de análisis comienza en 1877 cuando obtuvo del Home Office una cuantiosa serie de retratos de convictos. Galton apreció similitudes fisionómicas en ese conjunto de malhechores y dedujo que no podían ser resultado del azar sino la consecuencia de leyes discernibles. Resolvió por tanto que un maleante viene delatado por elementos de su apariencia que pueden ser identificados y aislados. Ordenando entonces aquel cúmulo de retratos, los distribuyó en grupos según la categoría de los delitos de la época —hurto, asesinato, violación, prostitución, homosexualidad, etc.—, para terminar proponiendo que los diferentes tipos habrían de corresponderse con clases fisiognómicas diferenciadas. La fotografía entonces podía servir para extraer las características tipológicas de diferentes colectivos, componiendo fichas de tipos sociales arquetípicos: el criminal, el oficial, el maestro, el obrero, etc. Galton estaba convencido de que tal posibilidad de fijar y catalogar todos los rasgos de la personalidad humana proporcionaría constantes tanto sobre la condición social de los individuos (estatus, profesión, etc.) como sobre sus cualidades morales (persona de bien, maleante, etc.). Por eso no se limitó a inventariar criminales sino que también prestó atención a colectivos tan dispares como a los escolares de Westminster, los judíos de Londres o los reclusos de un hospital psiquiátrico, de quienes posteriormente cotejaría e interpolaría los datos.
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Francis Galton, Retratos compuestos por sobreimpresión persiguiendo el retrato genérico de un criminal. Lámina del libro Inquiries into Human Faculty and its Development, Londres, 1883.
A principios del siglo XIX, Petrus Camper, médico y profesor de anatomía en la cátedra de Ámsterdam otrora ocupada por el doctor Tulp inmortalizado por Rembrandt, dibujó una serie de cráneos ordenados según lo que consideraba una sucesión regular: simios, orangutanes, negros, el cráneo de un hotentote, de un indígena de Madagascar, de un chino, de un individuo de etnia moguller y otro de etnia calmuck, así como diversos europeos. El diagrama guardaba relación con los realizados poco antes por un médico de Manchester, Charles White, que ya había avanzado un “apunte de gradación regular” de las especies a base de comparar cráneos con las morfologías faciales que les correspondían. Bajo el influjo de Darwin, cuando las especies dejaban de ser entidades creadas directamente por Dios y pasaban a entenderse como capaces de evolucionar de unas a otras, las secuencias de Camper y White empezaron a considerarse una “ascensión” evolutiva: una “mejora”. De ello derivaban dos conclusiones. La primera era que los tipos fisiognómicos con facciones más próximas a las simiescas denotaban razas más primitivas. La segunda era que si una raza se comportaba de una forma “bestial” significaba que era regresiva. La criminalidad pasaba pues a ser conceptualizada como una regresión en la escala evolutiva humana, o sea, como un retorno al simio. Los delincuentes no hacían sino revertir a la condición de sus ancestros animales, al recuperar sus instintos incivilizados y atavismos más salvajes. Parecía lógico deducir entonces que existiera una correlación entre criminalidad y rasgos físicos de bestialidad tanto en el aspecto anatómico como morfológico. Esa fue en efecto la conclusión a la que llega el influyente criminólogo italiano Cesare Lombroso, que publicó el impagable L’uomo delinquente en 1876. Tras escrutar frenológicamente el cráneo de Villella, considerado el Jack el Destripador italiano, Lombroso escribe por ejemplo que “a la vista de este cráneo se aclara el problema de la naturaleza del criminal, un ser atávico que reproduce en su persona los instintos feroces de la humanidad primitiva y de los animales inferiores. Esto queda explicado anatómicamente por su enorme mandíbula, pómulo prominente, orejas abultadas, insensibilidad al dolor, y visión extremadamente aguda”. Y seguía refiriendo Lombroso: “En la cresta occipital interna del cráneo se halla una pequeña concavidad que presupone la presencia de un cerebelo intermedio tal como se encuentra en la más baja escala de primates, en los roedores y en las aves. Aunque esta característica también es común en el 40 % de los individuos de etnia aimara en Bolivia y en Perú, se trata de un rasgo que prevalece en los criminales de todas las razas”25. En definitiva, se debía inferir que con tales huesos en la cabeza y ese estrambótico cerebelo el pobre Villella estaba condenado a actuar como un sanguinario asesino en serie.
Retratar a los aquejados de locura y a los criminales, y luego confeccionar atlas con sus datos fisiognómicos devino pues una de las obsesiones de la época. La fotografía policial y forense alcanzó su apogeo con Alphonse Bertillon, de la Prefectura de Policía de París. Pionero en la técnica de inventariar huellas dactilares —una técnica inventada por el infatigable Galton—, Bertillon estaba empeñado en establecer un sistema en el que los más invariables rasgos de la apariencia de una persona pudiesen ser codificados y discernidos, más allá de las transformaciones producidas por la edad o de una intención deliberada de maquillaje o disfraz. Bertillon instituyó un masivo programa de documentación fotográfica y medición antropométrica, cuyo resultado conduciría a numerosos álbumes de catalogación exhaustiva (Tableau synoptique des traits physionomiques, 1893). Las láminas de estos álbumes contenían compendios de todos los elementos faciales (cejas, ojos, narices, labios, mentones, etc.), fragmentados y acumulados, las cuales proporcionaban unas piezas que podrían volverse a recombinar aleatoriamente para dar lugar a las infinitas facciones existentes y por existir: prácticamente alcanzaba los límites de la propia genética. Implementada por la tecnología digital actual, la idea de concebir el rostro como una estructura orgánica que se construye a base de engarzar fragmentos, no sólo constituye la base de juegos infantiles, sino que sigue siendo, como veremos, un método empleado por la policía para la identificación de fugitivos y personas desaparecidas26.
Michel Foucault se ha ocupado denodadamente en analizar cómo estas técnicas óptico-burocráticas han servido y sirven no tanto para el conocimiento como para la represión. La representación del cuerpo se viene inscribiendo fotográficamente desde hace un siglo en políticas de sometimiento, control y disciplina, y hemos llegado a una sociedad panóptica donde la paranoia de la vigilancia nos hace víctimas de cámaras que no cesan de enfocarnos aboliendo la esfera de la privacidad. Hoy como antaño la cámara simboliza un poder que detecta y clasifica a los individuos para poder situarlos en complejos sistemas clasificatorios y organizativos propios de las comunidades tecnológicamente avanzadas. Esta mirada panóptica del ser humano, cuyo precedente encontramos en Galton y Bertillon, ha sido fortalecida con el despliegue asombroso de tecnologías de visualización científica y médica que escudriñan sin descanso los rincones más recónditos de nuestro organismo. La enciclopedización absoluta de la persona en el proyecto del genoma humano permitirá atribuir su comportamiento, carácter y fisonomía a determinadas combinaciones genéticas, cuya intervención posibilitará diseñar individuos a la carta. La clonación se sitúa en un horizonte que ya no pertenece en absoluto a la ciencia ficción.
PSICOPATOLOGÍA DE LAS HORDAS ROJAS
Cuestionar críticamente la función documental de la fotografía implica también cuestionar la alianza de la cámara con la estadística que sirvió para crear aquellos sistemas clasificatorios sociales, cuya máxima perversión condujo a un racismo genocida y a duras políticas de represión. Como botón de muestra de una espeluznante aplicación de eugenesia rezagada, la que el franquismo propició en la figura del coronel Antonio Vallejo-Nájera (1890-1960), jefe de los Servicios Psiquiátricos del ejército sublevado. En 1936, Vallejo escribía Eugenesia de la hispanidad y regeneración de la raza, donde exponía su disparatada tesis sobre la decadencia de los españoles. Para Vallejo-Nájera no cabía duda de que la raza degeneraba alarmantemente, lo cual podía detectarse en cambios palpables de la morfología: “El fenotipo amojamado, anguloso, sobrio, casto, austero, transformábase en otro redondeado, ventrudo, sensual, versátil y arribista, hoy predominante”. Contra lo que puede parecer, el remedio no era dietética y gimnasio, sino que Vallejo abogaba por “recuperar los valores de la Hispanidad en peligro de extinción”. Estos valores habían quedado mermados por “complejos psicoafectivos” cuyo origen se remontaba a la conversión de los judíos en el siglo XIV. Según parece, aquella “falsa conversión” esparció la maldad a través de generaciones y acarreó “la impiedad, el racionalismo, el materialismo y el marxismo… hasta que advino la revolución, disfrazada de república”. Aquellos complejos de resentimiento que disolvieron el vigor de la sociedad cristiana eran detectados de nuevo en los combatientes republican...

Índice

  1. PORTADA
  2. INTRODUCCIÓN
  3. FOTOGRAFÍO, LUEGO SOY
  4. EL OJO DE DIOS
  5. LA IMAGEN INVISIBLE
  6. EL GENIO DE LA CÁMARA MARAVILLOSA
  7. EL CIEGO PERFECTO
  8. YO CONOCÍ A LAS SPICE GIRLS
  9. EUGENÉSICOS SIN FRONTERAS
  10. IDENTIDADES FUGITIVAS
  11. FICCIONES DOCUMENTALES
  12. ODA A UN REY SIN PIERNAS
  13. EL MISTERIO DEL PEZÓN DESAPARECIDO
  14. LA DISTANCIA JUSTA
  15. PALIMPSESTOS CÓSMICOS
  16. ARQUEOLOGÍAS DEL FUTURO
  17. RUIDOS DE ARCHIVO
  18. ¿POR QUÉ LO LLAMAMOS AMOR CUANDO QUEREMOS DECIR SEXO?
  19. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
  20. Créditos