Acerca de la ciudad
eBook - ePub
Disponible hasta el 15 Mar |Más información

Acerca de la ciudad

  1. 112 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Acerca de la ciudad

Descripción del libro

Rem Koolhaas es uno de los grandes pensadores y polemistas contemporáneos acerca de la ciudad. Desde que en 1978 publicara su texto fundamental Delirio de Nueva York, el arquitecto holandés se ha catapultado como una de las voces más escuchadas a la hora de abordar la reflexión en torno a la ciudad contemporánea. Sus aportaciones se han centrado en el estudio de determinadas urbes o condiciones urbanas (además de Nueva York, Atlanta, Singapur, Lagos, etc). Este volumen, sin embargo, recoge cuatro textos intermedios aparecidos de forma dispersa —"¿Qué ha sido del urbanismo?", "Grandeza, o el problema de la talla", "La ciudad genérica" y "Espacio basura"— que, sin centrarse en ninguna ciudad en particular, recogen la visión general de Koolhaas sobre la muerte del urbanismo moderno y el nacimiento de un nuevo urbanismo sin teoría ni arquitectos.

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Información

Editorial
Editorial GG
Año
2014
ISBN de la versión impresa
9788425227530
ISBN del libro electrónico
9788425227714
Categoría
Architektur

ESPACIO BASURA

2002

“Aeropuerto Logan: una mejora de alcance mundial para el siglo XXI”.
Cartel publicitario de finales del siglo XX
El conejo es la nueva ternera... Debido a que aborrecemos lo utilitario, nos hemos condenado a una inmersión de por vida en lo arbitrario... LAX [aeropuerto de Los Ángeles]: orquídeas de bienvenida —posiblemente carnívoras— en el mostrador de facturación... La “identidad” es la nueva comida basura de los desposeídos, el pienso de la globalización para los privados de derechos... Si la basura espacial son los desechos humanos que ensucian el universo, el “espacio basura” es el residuo que la humanidad deja sobre el planeta. El producto construido (volveremos sobre esto más adelante) de la modernización no es la arquitectura moderna, sino el “espacio basura”. El “espacio basura” es lo que queda después de que la modernización haya seguido su curso o, más concretamente, lo que se coagula mientras la modernización está en marcha: su secuela. La modernización tenía un programa racional: compartir las bendiciones de la ciencia, para todo.
El “espacio basura” es su apoteosis, o su derretimiento... Aunque cada una de sus partes es fruto de brillantes inventos —lúcidamente planeados por la inteligencia y potenciados por el cómputo infinito—, su suma augura el final de la Ilustración, su resurrección como una farsa, un purgatorio de poca calidad... El “espacio basura” es la suma total de nuestro éxito actual; hemos construido más que todas las generaciones anteriores juntas, pero en cierto modo no se nos recordará a esa misma escala. Nosotros no dejamos pirámides. Conforme al nuevo evangelio de la fealdad, hay más “espacio basura” en construcción en el siglo XXI que lo que ha sobrevivido del siglo XX... Fue una equivocación inventar la arquitectura moderna para el siglo XX. La arquitectura desapareció en el siglo XX; hemos estado leyendo una nota a pie de página con un microscopio, esperando que se convirtiese en una novela; nuestra preocupación por las masas nos ha impedido ver la “arquitectura de las personas”. El “espacio basura” parece una aberración, pero es la esencia, lo principal... el fruto de un encuentro entre la escalera mecánica y el aire acondicionado, concebido en una incubadora de Pladur (las tres cosas faltan en los libros de historia). La continuidad es la esencia del “espacio basura”; este aprovecha cualquier invento que permita la expansión, despliega una infraestructura de no interrupción: escaleras mecánicas, aire acondicionado, aspersores, barreras contraincendios, cortinas de aire caliente... Es siempre interior, y tan extenso que raramente se perciben sus límites; fomenta la desorientación (los espejos, los pulidos, el eco)... El “espacio basura” está sellado, se mantiene unido no por la estructura, sino por la piel, como una burbuja. La gravedad ha permanecido constante, resistida por el mismo arsenal desde el principio de los tiempos; pero el aire acondicionado —un medio invisible y que, por tanto, pasa desapercibido— ha revolucionado realmente la arquitectura. El aire acondicionado ha lanzado el edificio sin fin. Si la arquitectura separa los edificios, el aire acondicionado los une. El aire acondicionado ha impuesto regímenes mutantes de organización y coexistencia que la arquitectura ya no puede seguir. Un solo centro comercial es ahora el trabajo de generaciones de planificadores de espacios, técnicos de reparaciones y montadores, como en la Edad Media; el aire acondicionado mantiene nuestras catedrales (todos los arquitectos pueden estar trabajando en el mismo edificio sin darse cuenta, muy separados, pero con receptores ocultos que posteriormente harán que todo resulte coherente). Como cuesta dinero y ya no es gratis, el espacio acondicionado se convierte inevitablemente en un espacio condicional; antes o después, todo el espacio condicional se convierte en “espacio basura”... Cuando pensamos en el espacio, solo miramos sus contenedores. Como si el propio espacio fuese invisible, toda la teoría para la producción de espacio se basa en una preocupación obsesiva por lo opuesto: la masa y los objetos, es decir, la arquitectura. Los arquitectos nunca pudieron explicar el espacio; el “espacio basura” es nuestro castigo por sus confusiones.
Vale, hablemos del espacio entonces: de la belleza de los aeropuertos, en especial después de cada ampliación; del lustre de las remodelaciones, de la sutileza de los centros comerciales. Estudiemos el espacio público, descubramos los casinos, pasemos el tiempo en los parques temáticos... El “espacio basura” es la contrafigura del espacio, un territorio con problemas de visión, expectativas limitadas y una reducida seriedad.
El “espacio basura” es un Triángulo de las Bermudas de conceptos, una placa de Petri abandonada: suprime las distinciones, socava la determinación y confunde la intención con la ejecución; reemplaza la jerarquía por la acumulación, la composición por la adición. Más y más, más es más. El “espacio basura” está demasiado maduro y desnutrido al mismo tiempo; es un colosal manto de seguridad que cubre la tierra con un monopolio de seducción... El “espacio basura” es como estar condenado a un jacuzzi perpetuo con millones de tus mejores amigos... Es un enmarañado imperio de confusión que funde lo elevado y lo mezquino, lo público y lo privado, lo derecho y lo torcido, lo atiborrado y lo famélico, para ofrecer un mosaico ininterrumpido de lo permanentemente inconexo. Siendo aparentemente una apoteosis, espacialmente grandiosa, el efecto de su riqueza es una vacuidad terminal, una depravada parodia de ambición que sistemáticamente erosiona la credibilidad de la construcción, posiblemente para siempre... El espacio se creó apilando unos materiales encima de otros y uniéndolos para formar una totalidad nueva y sólida. El “espacio basura” es aditivo, estratificado y ligero, no está articulado en diferentes partes, sino subdividido, descuartizado igual que el cadáver de un animal desgarrado: pedazos amputados de una situación universal. No hay muros, solo tabiques, membranas relucientes a menudo recubiertas de espejo o de oro. La estructura cruje invisible bajo la decoración; o peor, se ha vuelto ornamental; pequeñas y brillantes mallas tridimensionales resisten esfuerzos simbólicos, y enormes vigas transmiten las cargas a destinos insospechados... El arco, en su momento la bestia de carga de las estructuras, se ha convertido en el agotado emblema de la “comunidad”, que da la bienvenida a una infinidad de poblaciones virtuales a destinos inexistentes. Cuando no existe, sencillamente se aplica —la mayoría de las veces en yeso— como un añadido ornamental a unos superbloques levantados a toda prisa. La iconografía del “espacio basura” es 13 % Roma, 8 % Bauhaus y 7 % Disney (casi empatados), 3 % art nouveau, seguido de cerca por el estilo maya...
El “espacio basura” es un ámbito de orden fingido y simulado, un reino de transformación morfológica. Su configuración específica es tan fortuita como la geometría de un copo de nieve. Los trazados implican una repetición o, en última instancia, unas reglas descifrables; el “espacio basura” está más allá de la medida, más allá del código... Como no puede captarse, el “espacio basura” no puede recordarse. Es ampuloso pero poco rememorable, como un salvapantallas: su negativa a detenerse asegura una amnesia instantánea. El “espacio basura” no pretende crear perfección, solo interés. Sus geometrías no son imaginables, sino solo realizables. Aunque es algo estrictamente no arquitectónico, tiende hacia lo abovedado, hacia la “cúpula”. Algunas partes parecen destinadas a una absoluta inacción, otras están en perpetua agitación retórica: lo más desusado reside junto a lo más histérico. Los temas corren una cortina de atrofia sobre unos interiores tan grandes como el Panteón, produciendo abortos en cada rincón. La estética es bizantina, espléndida y oscura, escindida en millares de fragmentos, todos visibles al mismo tiempo: un universo casi panóptico en el que todos los contenidos se recomponen en una fracción de segundo ante los ojos aturdidos del observador.
Los murales solían mostrar a los ídolos; los módulos del “espacio basura” están dimensionados para portar marcas; los mitos pueden compartirse, las marcas dosifican el aura a merced de los grupos de interés. En el “espacio basura”, las marcas desempeñan el mismo papel que los agujeros negros en el universo: son entes a través de los cuales desaparece el significado... Las superficies más brillantes de la historia del género humano reflejan la humanidad en su aspecto más superficial. Cuanto más habitamos lo palaciego, más informalmente parece que nos vestimos. Un estricto código indumentario —¿el último arrebato de la etiqueta?— rige el acceso al “espacio basura”: pantalones cortos, zapatillas deportivas, sandalias, chándal, borreguillo sintético, vaqueros, chaquetón y mochila. Como si el “pueblo” entrase de pronto en los aposentos privados de un dictador, el “espacio basura” se disfruta al máximo en un estado de embelesamiento posrevolucionario. Han confluido los polos opuestos: no queda nada entre la desolación y el frenesí. El neón significa tanto lo viejo como lo nuevo; los interiores hacen referencia a la Edad de piedra y a la era del espacio al mismo tiempo. Igual que el virus desactivado de una inoculación, la arquitectura moderna sigue siendo esencial, pero solo en su manifestación más estéril, la high tech (¡que parecía muerta hace solo una década!); esta deja a la vista lo que las generaciones anteriores mantenían en secreto: las estructuras surgen como los muelles de un colchón; las escaleras de emergencia cuelgan en un didáctico trapecio; las sondas atraviesan el espacio para proporcionar fatigosamente lo que de hecho es omnipresente, el aire libre; hectáreas de vidrio cuelgan de una telaraña de cables; pieles tersamente estiradas encierran débiles fiascos. La transparencia solo revela todo aquello en lo que no podemos tomar parte. Con las campanadas de medianoche, todo ello puede volverse un estilo gótico taiwanés; después de tres años, puede derivar a nigeriano de la década de 1960, chalé noruego, o cristiano por omisión. Los terrícolas viven ahora en un esperpento de jardín de infancia... El “espacio basura” mejora con el diseño, pero el diseño muere en el “espacio basura”. No hay forma, solo proliferación... La regurgitación es la nueva creatividad; en lugar de la creación, veneramos, apreciamos y abrazamos la manipulación... Las supercadenas de gráficos, los emblemas trasplantados de las franquicias y las centelleantes infraestructuras de luces, diodos luminosos y vídeos describen un mundo sin autor, más allá de la pretensión de cada cual, siempre singular, completamente impredecible, pero intensamente familiar. El “espacio basura” es caluroso (o súbitamente ártico); unos muros fluorescentes, plegados como una vidriera fundiéndose, generan calor adicional para elevar la temperatura del “espacio basura” hasta niveles en los que se podrían cultivar orquídeas. Fingiendo historias a izquierda y derecha, su contenido es dinámico pero está estancado, reciclado o multiplicado como en una clonación: las formas buscan su función como los cangrejos ermitaños buscan un caparazón libre... El “espacio basura” se despoja de la arquitectura igual que un reptil muda de piel, y renace cada lunes por la mañana. En la construcción anterior, la materialidad se basaba en un estado final que solo podía modificarse a costa de una destrucción parcial. En el mismo momento en que nuestra cultura ha abandonado la repetición y la regularidad como algo represivo, los materiales de construcción se han vuelto cada vez más modulares, unitarios y estandarizados; la materia viene predigitalizada... A medida que el módulo se va haciendo cada vez más pequeño, su condición llega a ser la de un criptopíxel. Con enormes dificultades —presupuesto, discusión, negociación, deformación— la irregularidad y la singularidad se elaboran a partir de elementos idénticos. En vez de intentar arrebatar el orden al caos, lo pintoresco se arrebata ahora a lo homogeneizado, lo singular se libera de lo estandarizado... Los arquitectos pensaron por primera vez en el “espacio basura” y lo llamaron “megaestructura”, la solución final para superar su descomunal punto muerto. Como múltiples babeles, las enormes superestructuras perdurarían hasta la eternidad, rebosantes de subsistemas no permanentes que mutarían con el tiempo, fuera de su control. En el “espacio basura” se han vuelto las tornas: solo hay subsistemas, sin superestructura, partículas huérfanas en busca de un armazón o una pauta. Toda materialización es provisional; cortar, doblar, rasgar, recubrir: la construcción ha adquirido una nueva tersura, como la sastrería a medida. La junta ya no es un problema, ni una cuestión intelectual: los episodios de transición se definen con abrazaderas y cintas, las arrugadas bandas marrones apenas mantienen la ilusión de una superficie ininterrumpida; verbos desconocidos e impensables en la historia de la arquitectura —grapar, pegar, plegar, verter, encolar, disparar, duplicar, fundir— se han vuelto indispensables. Cada elemento cumple su misión en un aislamiento pactado. Donde antes los detalles indicaban la agrupación, tal vez para siempre, de materiales dispares, ahora hay un acoplamiento fugaz que espera a ser deshecho, desatornillado, un abrazo temporal con grandes probabilidades de separación; no se trata ya de un encuentro orquestado de la diferencia, sino del brusco final de un sistema, un punto muerto. Solo los ciegos, al leer con las yemas de los dedos estas líneas defectuosas, comprenderán las historias del “espacio basura”... Mientras que milenios enteros trabajaron en favor de la permanencia, la axialidad, las relaciones y las proporciones, el programa del “espacio basura” es la escalada. En vez de desarrollo, ofrece entropía. Dado que es interminable, siempre hay goteras en algún lugar del “espacio basura”; en el peor de los casos, unos ceniceros monumentales recogen gotas intermitentes en un caldo gris... ¿Cuándo dejará el tiempo de moverse hacia delante y empezará a enrollarse en todas direcciones, como una cinta girando sin control? ¿Desde la introducción del Real Time®?...

Índice

  1. Cubierta
  2. Título
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Nota del editor
  6. ¿Qué fue del urbanismo?
  7. Grandeza, o el problema de la talla
  8. La ciudad genérica
  9. Espacio basura
  10. Origen de los textos