Juan Sisinio Pérez Garzón
Historia del feminismo
Prólogo
El feminismo es un hijo no querido de la Ilustración. Se presenta en las sociedades que lo han asumido y de él nos son conocidas sus agendas, sus etapas y sus ideas impulsoras. Ha tenido, por el momento, tres grandes olas: feminismo ilustrado, feminismo sufragista y feminismo contemporáneo.
La primera de ellas se produce, por elegir como hitos obras inapelables, desde la publicación de De l’egalité des deux sexes por Poulain de la Barre en 1673 hasta la salida a la luz de la Vindicación de los derechos de la mujer, de Mary Wollstonecraft, en 1792. Son casi 120 años de polémicas, debates y argumentaciones que consiguen algo asombroso: desnaturalizar un tema sobre el cual nunca se había realizado esa distancia. Se entiende esto mejor si lo comparamos con un cuadro. Y voy a elegir uno extraordinario y bien conocido, Las meninas. Ninguno de sus personajes podría verlo. Tendrían que salir de él… Para contemplar a fondo una realidad hace falta una cierta distancia, la distancia crítica, que pocas veces se produce con éxito. Pues este fue el gran triunfo de las ideas ilustradas: permitieron el paso afuera que asegura la distancia crítica. Y el feminismo aprovechó ese paso a fondo. Tras el feminismo ilustrado nada volvió a ser “natural”, como siempre se había considerado, en el muy diferente destino de varones y mujeres. Fue un movimiento de enorme trascendencia y todavía poco reconocido, que conviene iluminar. De lo que para las personas ilustradas únicamente fueron debates surgió el mundo que habitamos.
Tras él, el feminismo sufragista cumplió la agenda más fuerte y decisiva, puesto que consiguió los derechos educativos, los derechos políticos y buena parte de los derechos civiles de las mujeres. Sin el cumplimiento de esa agenda y el esfuerzo de cien años del sufragismo, el mundo no tendría el aspecto que hoy le conocemos. El sufragismo ganó la mayor parte de los pilares en que las libertades compartidas se entienden en nuestro entorno. Es, además, el mayor éxito y la mayor innovación política habida en nuestras sociedades.
Ahora vivimos otro tiempo. El feminismo contemporáneo, que me gustaría llamar global si no fuera porque bastantes sociedades del planeta no lo ejercen, tiene ante sí una tarea distinta: llevar a todos los rincones del mundo la igualdad entre los sexos, acabar con las más evidentes lacras… y conseguir la paridad en todos los niveles de la acción. Si el sufragismo ha sido el más fuerte y exitoso, el feminismo ilustrado y el actual son los que afrontan tareas más complicadas y profundas. Uno, el ilustrado, porque tuvo que realizar un inmenso cambio de perspectiva. Otro, el contemporáneo, porque ha de ganar objetivos que no son todavía “de sentido común”.
Porque el feminismo contemporáneo no solo tiene en cuenta el marco global de su agenda, ni tampoco que esa agenda está abierta por páginas muy distintas en los diferentes lugares de la Tierra. No. Debe ganar la paridad. Debe terminar con la discriminación de elites y con los graves problemas irresueltos del empleo y la violencia, con raíces profundas que se niegan a desanidarse.
Porque, en fin, debe destruir el espejismo, tan bien compartido, de que esto que tenemos es la igualdad, la tan respetada y respetable igualdad. El atacar este espejismo no está resultando fácil. Sobran prejuicios. Cuando se señala el horizonte o los fallos del presente, algunas gentes prefieren creer que el trabajo ya se ha finalizado. Que no hay nada pendiente. Que la igualdad es esto.
De ahí que J. Sisinio Pérez Garzón quiera hacer su parte mostrando con la ciencia de la historia el devenir y los pasos por los que se ha llegado al momento actual. El suyo es un libro de estudio en el que se vuelve sobre lo ocurrido y se explican con cierta minuciosidad las etapas que ya se han cubierto. Se traen también a la memoria figuras del pasado que sirvan como recordatorio o como emblema de que incluso en el mundo antiguo algunas mujeres lograron asegurarse un lugar que el canon actual, cicatero, les hurta. Pero que, sobre todo, es un libro que indica que los tiempos actuales lo son de las grandes cifras y los grandes retos.
Las cifras porque son globales. Y aún cantan el terrible destino que nacer mujer puede suponer según en qué parte del planeta eso ocurra. Y los retos porque no son tan evidentes como la educación o el voto llegaron a ser. Tras las grandes conquistas en derechos civiles y autonomía individual queda pendiente que la democracia sea justa con el talento de las mujeres. Y que la sociedad vigile y mire por el cumplimiento de su derecho a encontrar un trabajo digno y vivir una vida libre de violencia.
Como pocas cosas son más prácticas que una buena teoría, este libro puede ayudar bastante a facilitar la puesta en común de ideas necesarias para alcanzar ambos objetivos. De modo que doy las gracias a su autor por este buen trabajo. Y por su amistad para con esta causa.
Amelia Valcárcel
Catedrática de Filosofía Moral y Política de la UNED
Introducción
La democracia es un invento muy reciente en la historia de la humanidad. En los largos siglos de historia, las sociedades han estado sometidas a poderes arbitrarios y despóticos, sostenidos por la fuerza, en casi todos los casos con métodos violentos y siempre con los varones como exclusivos usufructuarios de esos poderes. Solo desde las revoluciones liberales se implantaron formas de organización política basadas en la libertad de todas las personas y en una primera propuesta de igualdad que al principio no abarcó a todo el mundo. Se desarrollaron primero en la Inglaterra del siglo XVII, luego, durante la segunda mitad del siglo XVIII, en los Estados Unidos y en Francia, para expandirse durante el siglo XIX a otros países occidentales, entre los que España fue de los primeros.
Este proceso es lo que se conoce como “modernidad” para diferenciar las nuevas formas de organizar la sociedad, la economía, la política y la cultura frente a las antiguas basadas en poderes teocráticos, estamentos sociales cerrados, economías agrarias y mayorías analfabetas. Ser moderno significaba abrirse a las luces de la razón, a los descubrimientos de la ciencia y a formas políticas y económicas sustentados en la libertad individual, el mérito y la igualdad de oportunidades. La modernidad es parte del mismo proceso que incluyó facetas tan innovadoras como la Ilustración en la cultura, las revoluciones liberales en la política y la expansión del capitalismo en la economía, sobre todo el industrial. También fueron parte de la modernidad las primeras voces que exigieron igualdad para las mujeres. El origen del feminismo se amasó en ese proceso de cambio radical contra todo lo antiguo.
Por lo demás, todo esto se fraguó, conviene repetirlo, en los citados países (Inglaterra, Francia, Estados Unidos, Alemania y, en general, en Occidente) durante aquellas décadas del último tercio del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX. Fue cuando irrumpió como protagonista en la escena de la historia la tríada conceptual de “libertad, igualdad y fraternidad”, cuya implantación ni fue inmediata ni se hizo realidad sin enormes conflictos. De hecho, seguimos implicados en hacer realidad semejante objetivo, el de construir una sociedad donde todos seamos tan libres como iguales y donde la fraternidad (hoy sustituida por el sinónimo de solidaridad) constituya la base de las relaciones entre humanos de todo signo, origen y condición.
Desde esos principios es como podemos entender el desarrollo progresivo y dificultoso de la conquista de la igualdad por las mujeres. No ha sido un proceso ni rápido ni exento de importantes y pertinaces obstáculos. Hoy, en los inicios del siglo XXI, podemos afirmar que en los más importantes países del planeta la igualdad de las mujeres ni se cuestiona. Al menos a nivel teórico, esta igualdad se integra como parte de la Declaración Universal de Derechos Humanos aprobada por la Asamblea General de la ONU en 1948. En la práctica, queda mucho camino por recorrer. Precisamente por eso es necesario recapitular de modo breve y divulgativo cómo se ha llegado al punto en que estamos hoy, cómo han sido las sucesivas conquistas de parcelas de igualdad por las mujeres y quiénes han sido las protagonistas de este proceso.
La palabra “feminismo” sigue suscitando ciertos recelos incluso en los ambientes intelectuales de los países democráticos. Desde el siglo XIX persiste la reacción de algunos varones frente a las voces que exigen igualdad de las mujeres. Se repite como un exorcismo que las feministas son muy radicales y así se ha expandido la idea de que el feminismo es una ideología extrema que solo busca un nuevo poder anulando las capacidades del varón. El antifeminismo, en definitiva, persiste y resiste con debates renovados. Cada nuevo paso hacia la igualdad provoca reacciones que incluso se revisten con hipócritas exaltaciones de las cualidades de las mujeres, sobre todo de sus obligaciones maternales, para recluirlas de nuevo en tareas tan elevadas en las que nunca la igualdad podrá ser equiparable a esa máxima tarea relacionada con el vientre de la mujer. Se repiten argumentos de diferencias naturales para justificar desigualdades sociales.
Sin embargo, el feminismo está lejos de esos tópicos propios de la reacción antifeminista. Y por ello es necesario explicar que el feminismo es justamente un movimiento de transformación sociopolítica y cultural que promueve el cumplimiento efectivo del principio de igualdad de todas las personas, principio que se supone que todos defendemos. Se podría comparar con la democracia: o somos demócratas o no lo somos, pero no podemos ser medio demócratas o un poquito demócratas. Sin embargo, cuando se toca el feminismo, siempre se oyen voces que se definen como “un poquito feministas, pero no radicales”, o incluso “medio feministas”, etc. En conclusión, democracia y feminismo se exigen mutuamente para construir una sociedad basada en la igualdad de todas las personas y como reto para abolir cuantas desigualdades se han acumulado históricamente en las instituciones, en las mentes y en las realidades de nuestro presente. Eso sí, en el feminismo han sido sobre todo las mujeres sus impulsoras, no han destacado muchos varones en aportar ideas ni en im...