Estado Islámico
eBook - ePub

Estado Islámico

Geopolítica del caos

  1. 152 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Estado Islámico

Geopolítica del caos

Descripción del libro

Entender qué es, qué significa el Estado Islámico declarado en junio de 2014 por Abu Bakr al Bagdadi obliga a desprenderse, necesariamente, de los equívocos y de los mitos que dominan en los medios de comunicación e intoxican ciertos debates políticos, dirigidos a excusar los errores de cálculo cometidos por Occidente y sus socios en Oriente Medio y a justificar intervenciones militares injustificables. El más importante de ellos: su inapropiada e interesada definición como simple movimiento terrorista. Arraigado en un área de cientos de kilómetros cuadrados que abarca desde Siria hasta Irak; replicado por decenas de grupos armados que le han jurado lealtad, desde las montañas de Argelia a las costas de Indonesia, y dotado de un poderoso efecto llamada, que atrae a jóvenes de otros países islámicos, pero también a musulmanes nacidos y crecidos en Europa con la misma ilusión de aquellos que se unían a los rebeldes en Sierra Madre, el EI es, en realidad, un proto-Estado basado en una interpretación particular del islam, con rasgos de totalitarismo y vicios de la ultraderecha, capaz de autofinanciarse con métodos mafiosos, que gestiona un amplio tejido social, se alimenta de la frustración y se sostiene en un estructura militar que aúna con eficacia estructuras de ejército regular, tácticas de guerrilla maoísta y acciones de elemental terrorismo. En este libro, el arabista y periodista Javier Martín —corresponsal en Oriente Medio desde hace quince años— no solo disecciona la estructura y financiación del Estado Islámico, sino que explica sus orígenes ideológicos y ofrece un análisis preciso de la nueva geopolítica de Oriente Medio, hija del hundimiento del islamismo político, el fracaso de las primaveras árabes, los errores de Occidente y el pulso entre Irán, Arabia Saudí e Israel.

Preguntas frecuentes

Sí, puedes cancelar tu suscripción en cualquier momento desde la pestaña Suscripción en los ajustes de tu cuenta en el sitio web de Perlego. La suscripción seguirá activa hasta que finalice el periodo de facturación actual. Descubre cómo cancelar tu suscripción.
Por el momento, todos los libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Perlego ofrece dos planes: Esencial y Avanzado
  • Esencial es ideal para estudiantes y profesionales que disfrutan explorando una amplia variedad de materias. Accede a la Biblioteca Esencial con más de 800.000 títulos de confianza y best-sellers en negocios, crecimiento personal y humanidades. Incluye lectura ilimitada y voz estándar de lectura en voz alta.
  • Avanzado: Perfecto para estudiantes avanzados e investigadores que necesitan acceso completo e ilimitado. Desbloquea más de 1,4 millones de libros en cientos de materias, incluidos títulos académicos y especializados. El plan Avanzado también incluye funciones avanzadas como Premium Read Aloud y Research Assistant.
Ambos planes están disponibles con ciclos de facturación mensual, cada cuatro meses o anual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¡Sí! Puedes usar la app de Perlego tanto en dispositivos iOS como Android para leer en cualquier momento, en cualquier lugar, incluso sin conexión. Perfecto para desplazamientos o cuando estás en movimiento.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Sí, puedes acceder a Estado Islámico de Javier Martín en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Política y relaciones internacionales y Terrorismo. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2017
ISBN del libro electrónico
9788490971154

Capítulo 1

EL FIN DE UNA ERA

Al margen de su particularidad nacional, la ebullición política que agita Palestina es paradigma de la crisis de identidad en la que están inmersas las sociedades islámicas desde el albor de la presente década. Un periodo con aroma finisecular, de desorientación, incertidumbre y dramática mudanza, en el que las quimeras vagan, los viejos patrones se desploman y apenas se atisban arquetipos detrás del polvo levantado por los sueños libertarios. La agonía de una época que arrancó en el estertor del siglo XIX con la denominada Nahda (“Renacer”), fue testigo de la desaparición del exangüe califato (1924), alumbró en los años siguientes los movimientos islamistas y nacionalistas-socialistas, vivió una época de fugaz esplendor con el panarabismo y devino después en una sucesión de dictaduras y monarquías absolutas —en mu­­chos casos aliadas de Occidente—, crueles y corruptas que avanzado el siglo XXI se resisten a asumir una ineludible transformación que aún no tiene forma ni modelo. Descartada la democracia a la europea —una opción elitista y alejada de la idiosincrasia de la región— y malogrado el islamismo político —la experiencia de los Hermanos Musulmanes en Egipto ha demostrado que, al igual que era la única alternativa de oposición estructurada, suponía también una propuesta ineficaz y obsoleta—, falta conocer cómo este cambio social, de mentalidad, que han propiciado las revueltas árabes se desarrollará, reflejará y articulará en el plano estrictamente político.
“No todos los países árabes están en riesgo. Pero tomándola de forma global, la región árabe atraviesa un periodo similar al cuarto de siglo posterior a la Segunda Guerra Mundial, en el que los nuevos estados árabes independientes asumieron el control de sus poblaciones, el territorio, los recursos naturales y la maquinaria del gobierno, hasta manejar su defensa y los asuntos exteriores”, argumenta el investigador palestino Yazid Sayigh. Adscrito al prestigioso centro Carnegie de estudio y análisis para Oriente Medio, este reputado columnista árabe afincado en el Líbano cree que “ahora, como entonces, existen retos a la legitimidad de las fronteras estatales y a las estructuras de poder internas, cambios en las alianzas regionales, amenazas transfronterizas y levantamientos políticos que reflejan transformaciones económicas a largo plazo”. En el interregno, descuellan los movimientos radicales, de tinte mesiánico, que se alimentan del desconcierto social y aprovechan el aturdimiento político.
El Estado Islámico no es uno de ellos. Supone algo más, una alternativa de vida y lucha más consistente y evolucionada que la que puede ofrecer un mero movimiento radical amarrado a la violencia. Observado en profun­­didad, su esqueleto proyecta estructuras de estado totalitario, articuladas desde el islam y diseñadas para permanecer, crecer y desarrollarse. La cadena de mando es diáfana, las responsabilidades de gestión están repartidas y la estrategia militar se sostiene en un principio que la hace más temible: las ofensivas no son simples “razias” en busca de botín. Se planifican con cuidado, durante meses, y junto a los milicianos entran en las ciudades funcionarios que se encargan de reabrir las escuelas, gestionar los hospitales, abastecer los mercados, vigilar los precios, cerrar peluquerías y otros lugares considerados pecaminosos, aplicar su particular y desviada interpretación de la sharia e instaurar la ley del miedo. “Al Qaeda nunca pensó en crear estructuras estables, más allá de las células terroristas. Para [su líder, Ayman] al Zawahri ese era un estadio posterior a la lucha. El Estado Islámico tiene una obsesión por gestionar. Por eso su avance es lento, pero seguro. La toma de Mosul es un claro ejemplo. Solo entraron cuando todo estaba maduro”, explica Jules, un agente de los servicios de inteligencia occidentales experto en Oriente Medio. “Debemos entender la lucha contra el Estado Islá­­mico de una manera diferente a la lucha contra el terrorismo. Nos enfrentamos a otra cosa. A una idea evolucionada que sin duda influirá en la forma de los gobiernos del futuro en la región”, agrega.
Sayigh, profesor del King´s College de Londres y miembro del equipo palestino que negoció los acuerdos de El Cairo en 1994, coincide en fijar en el año 2000 el origen de este caos que hoy sacude Oriente Medio, un trienio antes de lo que suelen hacerlo historiadores y ex­­pertos occidentales. Aquella primavera, Hafez al Asad, militar y autócrata, presidente de Siria, legó a sus iguales un nuevo patrón de gobierno: la dictadura republicana hereditaria. Consciente de que su fin estaba próximo y de que este abriría una caja de Pandora que desestabilizaría el país si no lo dejaba todo bien atado, maniobró para garantizar que el látigo pasara a sus hijos, y que estos quedaran arropados y blindados por su extenso clan. El mayor, Bassel, pereció en 1994, víctima de un accidente de coche, cuando ya se familiarizaba con las arduas labores de gobierno. Esfumado su vástago preferido, el implacable coronel sirio recurrió a su segundo hijo —entonces un simple oftalmólogo en Londres, ajeno a las intrigas de palacios y cuarteles— que expirado el siglo XX reemplazó a su padre al frente de una de las autocracias más influyentes de Oriente Medio.
Su inesperado éxito —entre 2004 y 2010 Siria experimentó una mejora macroeconómica notable e inició el complejo tránsito desde un modelo socialista, paternal y proteccionista, hacia el pseudoliberalismo y la sociedad de consumo— contagió a otros tiranos, en particular al de Egipto. A principios de aquella década, varios diarios internacionales publicaron diversos reportajes sobre los hijos que sucederían a sus progenitores en Oriente Medio y el norte de África, en una suerte de satrapías hereditarias. Ninguno de ellos mantiene hoy la fusta del padre. Quien más empeño puso en ello fue el presidente de Egipto, Hosni Mubarak, convencido de que su hijo Gamal, igualmente educado en las mejores escuelas de Estados Unidos y el Reino Unido, heredaría de la misma manera el bastón de mando. Ni la estrategia ni el “tempo” le acompañaron. Mientras que en Siria Bachar al Asad contó con el apoyo de allegados para controlar a los posibles sediciosos en el seno del ejército y aplacar las ambiciones de la aplastada oposición —el mismo que en pleno alzamiento rebelde le protege—, Mubarak se topó con la resistencia de su propia cúpula militar, reticente a ceder el poder a alguien que no fuera primus inter pares, y con el insospechado poder de la calle, en particular de los Hermanos Musulmanes, infiltrados en sindicatos y colegios profesionales, y capaces de vertebrar la primera plataforma de oposición popular de la región: Kifaya (2004). Ambos —junto a los jóvenes y a los movimientos de izquierda que ansiaban el cambio— formarían una alianza tácita en 2011 que derrocaría al dictador y sumiría a Egipto en la espiral de traición y sangre en la que cuatro años después aún naufraga.
A 1999 también remontan algunos autores, como Lister, el origen del actual Estado Islámico. Ese año, abandonó la cárcel de Al Sawwaqa (Jordania) un preso muy poco común. Respondía al nombre de Ahmad Fadl al Nazal al Jalayleh, más conocido por su nombre de guerra “Abu Musab al Zarqaui”, miembro destacado entonces ya del movimiento radical violento Bayt al Iman, fundado en 1992 por el clérigo y filosofo jordano “Abu Muhammad al Maqdisi”, uno de los padres del salafismo yihadista y figura central en la ideología que hoy sustenta el Estado Islámico (aunque lo haya reprobado). Nacido el 20 de oc­­tubre de 1966 en la localidad jordana de Zarqa (40 kilómetros al noreste de Ammán) y admirador del clérigo medieval sirio Ibn Taymiya (origen de la interpretación violenta del islam), fue condenado en 1994 a quince años de prisión —de los que cumplió cinco— por posesión de armas y pertenencia a banda armada. Recobrada la libertad, emigró a Afganistán con una carta de recomendación bajo el brazo de otro de los grandes teóricos de la lucha armada islámica: Abu Qutada al Falistini, en aquel tiempo afincado en Londres bajo protección de las leyes británicas. Algunas fuentes aseguran que ya se había bregado en los agrestes paisajes afganos en tiempos de la lucha muyahidin contra la ocupación soviética, tras haber sido un adolescente problemático de oscuros lazos con los servicios secretos jordanos.
Informes de Inteligencia europeos afirman que las re­­comendaciones funcionaron y que la cúpula de Al Qaeda, con el propio Osama bin Laden a la cabeza, le entregó en Kandahar la suma de 250.000 euros y la misión de levantar un campo de entrenamiento muyahidin en el reino hachemí. Nueve meses después de aquello, el Gobierno jordano anunciaba la desarticulación de un comando terrorista que supuestamente pretendía atacar el Hotel Radisson Sas, de Ammán, durante el cambio de milenio. A golpe de tortura, los detenidos confesaron trabajar para una organización llamada Jamaat Tawhid wal Yihad, cuyo fin era expulsar a infieles y herejes de Oriente Medio y restablecer el califato. Recibían órdenes, dijeron, del emir Abu Musab al Zarqaui.
Perseguido de nuevo por los servicios secretos israelíes, norteamericanos y hachemíes —con los que seguía manteniendo estrechos lazos—, el yihadista jordano halló una vez más refugio en Afganistán, donde agentes de In­­teligencia pakistaníes le sitúan en 2001 en vísperas de la operación de castigo lanzada por Estados Unidos. Desde allí huiría de nuevo. Esta vez a las montañas del Kurdis­­tán, donde hallaría cobijo bajo otra franquicia violenta: Ansar al Islam. Un periplo por Asia Central al que contribuyeron los servicios secretos iraníes.

Capítulo 2

UN ERROR ABSOLUTO

El punto de inflexión fue, no obstante, la ilegal, chapucera y vengativa invasión anglo-estadounidense de Irak, que acabó en 2003 con la dictadura de tinte socialista del vilipendiado Sadam Husein. Existe consenso entre historiadores y expertos a la hora de señalar que la bacanal de sangre y extremismo que desde hace meses arruina el norte de este país y el noreste de Siria es fruto, en gran parte, del error absoluto cometido por la Administración republicana y neoconservadora norteamericana —dirigida por George W. Bush y representada en Bagdad por el procónsul Paul Bremer III— de destruir el Ejército iraquí y, sobre todo, de aniquilar las estructuras nacionales baazistas, transformando una tiranía en un estado fallido. Un desatino que abrió las puertas a la expansión de Irán en un territorio afín que ambicionaba —pero que durante décadas fue su mayor enemigo y prin­­cipal muro de contención a sus ambiciones expansivas— y despertó los recelos de Arabia Saudí, consciente de que su enemigo chiíta se cobraba una presa esencial en la lucha por la influencia política en la región. La caída de Sadam Husein facilitó el fortalecimiento del eje Teherán, Damasco, Beirut meridional (fundado en 1987), al que ahora se sumaban tanto el nuevo Gobierno chií en Bagdad —expuesto a diferentes fuegos— como los históricos bastiones religiosos chiítas de Nayaf y Kerbala, y dio alas a las aspiraciones in­­dependentistas de los kurdos iraquíes, y por extensión a los kurdos sirios, turcos e iraníes.
Además, dejó un extenso latifundio en barbecho ocupado primero por la red terrorista internacional Al Qaeda —con el beneplácito de Irán— y en el que ahora florecen movimientos suníes yihadistas autóctonos en cuya agenda ya no prevalece la lucha contra la llamada hegemonía global, sino el afianzamiento del poder local —bajo la bandera del mie­­do— para crear una suerte de estructura supranacional y pa­­nislámica similar —solo en esencia— a la que soñó el fundador del Hizb al Tahrir. “El orden político que emergió en Irak tras la caída de Sadam Husein fracasó a la hora de producir un pacto político inclusivo en el que todos los grupos y ciudadanos se vieran representados como iraquíes”, argumenta Qawa Hasan, columnista del diario libanés An Nahar. Basta fijarse en el Presupuesto General del Estado, afirma. Desde que en 2006 se lograra comenzar a domeñar a los movimientos radicales suníes, el dinero se lo han repartido Erbil, sede del Gobierno Regional Kurdo, y Bagdad, predio del entonces primer ministro chií, el pro iraní Nuri al Maliki. Ambas capitales han utilizado los cientos de millones que han pasado por sus manos para enriquecer a sus partidos, garantizar la fidelidad de sus aliados y fortalecer sus milicias, desdeñando el desarrollo de la identidad nacional y de las estructuras federales, en particular la Ad­­ministración y las Fuerzas Armadas. “La caída de Mosul a principios de junio y de Sinjar en agosto a manos de los milicianos del Estado Islámico sin disparar un solo tiro demuestra esta dolorosa realidad. Simplemente, el autoritarismo que se ha instalado en la era post-Sadam, no solo en el entorno del primer ministro Al Maliki, ha causado la sectarización de la política, el colapso de las (nuevas) estructuras de Estado, incluido el Ejército, la marginación de los suníes, el agravamiento de las disputas con los kurdos, la amenazante fragmentación de los grupos religiosos y étnicos, un capitalismo de amigotes y corrupción en los dirigentes de Erbil y Bagdad”, argumenta. Ignorados y reprimidos, es en este páramo de negligencia estratégica donde han germinado herejías suníes violentas de sustrato saudí-wa­­habí como el Estado Islámico, que a diferencia de Al Qaeda se nutren del descontento popular, se apoyan en estructuras tribales autóctonas y manejan una agenda local de realidades, obviando los sueños.
Al Zarqaui fue de los primeros en percibir esa nueva realidad, e instrumentalizarla en su propio beneficio. Re­­cuerdo su tarjeta de presentación en Bagdad, la mañana del 7 de agosto de 2003. Avanzado aquel tórrido día de verano, una potente explosión hizo temblar la oficina de gestión de recursos hídricos a la que había acudido con mi compañero y amigo, Namir Subhi, para realizar un reportaje sobre los apa­­gones, aún recurrentes hoy en la que fuera capital de los califas abbasíes. Apenas cinco minutos después, sudorosos y sin resuello, estábamos frente al edificio de la Embajada de Jordania en Bagdad, sacudido por un coche bomba en cuyo asiento delantero todavía eran visibles los despojos de un cadáver carbonizado. Una multitud de personas trataban de asaltar la legación diplomática y quemaban alfombras y retratos del rey, en un aquelarre de jolgorio y saqueo. Quebrada la segunda puerta, una ráfaga de metralleta cruzó el aire. Delante de mí cayó uno de los desvalijadores, abatido por los guardias de seguridad que aún permanecían dentro.
Doce días después, Jamaat Tawhid wal Yihad, la organización terrorista fundada en 1999 por Al Zarqaui, asumió la autoría de un segundo acto criminal en Bagdad. Despuntado el alba, un camión cargado de explosivos aparcó junto a la sede de la misión de la ONU en Irak. El potente estallido segó la vida de una veintena de personas, entre ellas el jefe de misión Sergio Viera de Melo y el capitán de navío español Manuel Martín-Oar, con quien aquel día tenía cita para comer. Su familia le había enviado una caja a “Base Espa­­ña”, en la localidad iraquí de Diwaniya, y me había pedido si se la podía llevar hasta Bagdad. La sede de la ONU, que había comenzado sus actividades en Irak apenas unas semanas antes, era uno de los pocos lugares donde se almorzaba bien en aquellos días postinvasión.
Aquel agosto concluyó con el atentado más osado —y simbólico— de los que cometerían Al Zarqaui y sus secuaces hasta la muerte de este el 7 de junio de 2006, víctima de un bombardeo de la aviación estadounidense sobre la región de Baquba, bastión de la insurgencia suní iraquí. El viernes 29, y en pleno rezo comunitario, 95 personas perdieron la vida en un atentado contra la mezquita Iman Ali, la más importante del chiísmo y cumbre del arte islámico en la ciudad de Nayaf. Entre los muertos, Muhamad baqr al Hakim, el influyente líder espiritual del pro iraní Consejo de la Revolución Islámica en Irak, al que apenas unos días antes tuve la suerte de entrevistar en su propia casa.
“El grupo de Al Zarqaui apuntaba naturalmente a las fuerzas de la coalición, pero sus ataques demostraban que tenía otros objetivos principales”, argumenta Lister. “A su tradicional enemigo, Jordania, a la comunidad internacional y a los chiíes, a los que Al Zarqaui veía como la principal amenaza al poder suní tanto en Irak como en la región”, prosigue. “Esta triple estrategia ponía de manifiesto el objetivo último de Al Zarqaui: socavar a las fuerzas de ocupación al tiempo que instigaba el conflicto sectario. Al Zarqaui creía que su organización podía sacar provecho del caos resultante al erigirse como el defensor de la comunidad suní y guiar [así] la creación de un estado islámico”, explica. Una táctica que heredarían sus sucesores y que aún hoy articula la estrategia del Estado Islámico.

Capítulo 3

LA SOMBRA DE OSAMA

Consolidada su posición como el grupo insurgente más efectivo y letal de Irak, Al Zarqaui amplió su plan al tiempo que fagocitaba los innumerables movimientos armados de todo pelaje que surgían en la regiones suníes de Al Anbar, Salah ed Din, Nínive o Diyala y en ciudades como Baquba, Faluya, Ramadi, Tikrit, Samarra, Tel Afar e in­­cluso Mosul. A la sucesión de atentados —cada vez más frecuentes y cruentos—, sumó el secuestro y decapitación de ciudadanos extranjeros, en particular de occidentales, que contribuía también a sus propósitos propagandísticos. La mediática ejecución en mayo de 2004 del norteamericano Nicholas Berg introdujo un nuevo factor que ayudó a endurecer y oscurecer el conflicto. A partir de entonces, descendió dramáticamente el número de periodistas que nos aventurábamos a recorrer en coche los cientos de kilómetros de carretera que separaban Ammán de Bagdad. Pocos medios (y pocos gobiernos) estaban dispuestos a correr ese riesgo.
Informes de Inteligencia desclasificados señalan que de aquella constelación de grupos insurgentes, “Yaish al Sunna” (“El Ejército de la Sunna”), afincado en la región de Diyala, era uno de los más crueles. Famoso por su se­­cretismo, amedrentaba incluso a sus iguales, que desconfiaban de las prácticas de su imán: un joven clérigo nacido en Samarra y educado en Faluya, admirador de los escritos del teórico del salafismo moderno y violento Abu Muhammad al Maqdisi —y del propio Ibn Taymiya, precursor del wahabismo— y que respondía al nombre de Awad Ibrahim. Iraquíes que entonces lo conocieron aseg...

Índice

  1. PRÓLOGO
  2. INTRODUCCIÓN
  3. Capítulo 1. EL FIN DE UNA ERA
  4. Capítulo 2. UN ERROR ABSOLUTO
  5. Capítulo 3. LA SOMBRA DE OSAMA
  6. Capítulo 4. EN LA PUERTA DE SATÁN
  7. Capítulo 5. AL MALIKI ES BUSH
  8. Capítulo 6. ¿EL SUCESOR DE ABDUL MEJID II?
  9. Capítulo 7. UN ESTADO DENTRO DEL CAOS
  10. Capítulo 8. LA OBSESIÓN DEL AYATOLÁ
  11. Capítulo 9. LA PRIMAVERA QUE NUNCA FUE
  12. Capítulo 10. EL ORÁCULO DEL LEÓN
  13. Capítulo 11. UNA FANTASíA GLOBAL
  14. Epílogo. ESTADO ISLÁMICO (AÑO II)