Breve historia de la moda
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Breve historia de la moda

Desde la Edad Media hasta la actualidad

Giorgio Riello, Cristina Zelich Martínez

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Breve historia de la moda

Desde la Edad Media hasta la actualidad

Giorgio Riello, Cristina Zelich Martínez

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Contrariamente a su fama de superficial y efímera, la moda ha jugado un papel importante en procesos de cambio histórico y representa una compleja realidad donde confluyen fuerzas económicas, políticas y sociales. ¿Qué relación ha tenido con las jerarquías sociales, el género, el deporte o las subculturas urbanas? Giorgio Riello nos lo cuenta en este peculiar y entretenido viaje sociológico a través de la historia de los múltiples integrantes y rostros de la moda. Su relato, que desmonta algunas de las creencias más arraigadas en torno a la moda, lo protagonizan sus creadores pero también nos vincula a todos nosotros. Para Riello, la moda es motor de procesos de socialización e individualización y por ello su historia se convierte en la de aquellos que hacen moda y todas sus identidades.Una visión cercana y contemporánea contada de manera magnífica en esta deliciosa obra que se inicia en la época medieval y acaba en la moda globalizada actual, y a la que acompañan las espléndidas ilustraciones de Lara Costafreda.

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Información

Año
2016
ISBN
9788425228797
Edición
1
Categoría
Diseño
Categoría
Diseño de moda

Los orígenes de la moda:
la corte y la ciudad
entre la Edad Media
y la Edad Moderna

Antes de la moda: jerarquías sociales e indumentaria

¿Es posible identificar el momento histórico en el que surgió la moda por primera vez? Es una pregunta banal, pero de difícil respuesta. En la Antigüedad ya se puede hablar de moda, como evidencian los frescos de Pompeya y Herculano. Sin embargo, en muchos aspectos, la moda tal como la entendemos en la actualidad tuvo su origen en la época medieval y se desarrolló durante los siglos XVI y XVII, hasta asumir muchos de los caracteres de la “moda moderna”.1 El origen medieval de la moda es, en realidad, doble. Por un lado se impone como parte de la cultura de las cortes europeas: se trata de la moda como lujo, magnificencia y refinamiento, que se convierte en un rasgo distintivo de las élites sociales; por el otro, sin embargo, es también un fenómeno más extendido que afecta a estratos amplios de la población urbana europea: se trata de la moda de la calle, fuente de preocupación entre las jerarquías eclesiásticas y políticas.
Para comprender este doble aspecto es necesario referirse al contexto en el que surgió la moda entre los siglos XIII y XIV. La sociedad medieval estaba muy jerarquizada, con una marcada división de clases (guerreros, clero y campesinos) y con relaciones verticales de poder fuertes, por ejemplo entre vasallos, valvasores y valvasinos. En la Alta Edad Media no se habla de moda sino de vestido, que identifica y distingue a grupos de individuos. La indumentaria distingue a la mujer casada de la casadera, al cristiano del infiel, al forastero del ciudadano, etcétera. Una calle de la Europa medieval presentaba contrastes visuales muy acentuados, no solo entre ricos (suntuosamente ataviados con trajes de espléndidos colores, sedas y adornos dorados y plateados) y pobres (a menudo vestidos con escasos andrajos), sino también entre personas de diversas profesiones. Con frecuencia, la afiliación política o la protección por parte de familias nobles y poderosas se traducía visualmente en uso de colores, símbolos y prendas específicos que se llevaban como signos distintivos en lo que se define como librea. Resumiendo, en la sociedad medieval, el vestido servía no solo para evidenciar la jerarquía social, sino también para representar las pequeñas divisiones entre las distintas cepas y los diferentes grupos de poder: “las prendas y los objetos de lujo servían para construir, mantener y reforzar las identidades colectivas”.2
La indumentaria tenía, sin embargo, un coste elevado y, además, quien quería un vestido nuevo tenía que “hacérselo hacer”. Se empezaba con el tejido. En muchos casos la materia prima –que solía ser lana y lino– se producía en casa, hilada por las esposas y las hijas y tejida por los maridos.3 Los tejidos, especialmente los de lana, se solían afieltrar, después se cardaban para que fuesen más uniformes y finalmente se teñían en talleres especializados. La producción de tejidos y prendas de mayor calidad se realizaba, en cambio, en la ciudad: había que dirigirse a una tienda de comerciantes de paños de lana y sastres, a pellejeros y perpunteros (confeccionaban las chaquetas llamadas jubones); para los menos acomodados estaban los ropavejeros y otros vendedores de prendas de segunda mano.4
El coste de un traje era considerable si lo comparamos con lo que pagamos ahora por cualquier prenda. Una parte importante del gasto total derivaba del propio material. En cambio, la confección incidía en menor medida en el precio aunque también resultaba cara, ya que exigía repetidos ajustes y muchas pruebas por parte del cliente. Los indumentos producidos en masa eran escasos. La mayor parte del vestuario se confeccionaba artesanalmente en casa o bien a medida por parte de sastres y sastras: producir prendas que no se adaptaban al cuerpo del cliente hubiera significado un tremendo despilfarro de material muy costoso. La compra de un traje nuevo no era, por lo tanto, un capricho, sino una actividad planificada que, a menudo, se hacía coincidir con las festividades ciudadanas o religiosas más importantes, o con bodas y funerales. Exigía que se decidiese de antemano para que hubiera tiempo de elegir el tejido y confeccionar la prenda.

Vestir al hombre y a la mujer

¿Cuál es la relación entre vestuario y moda? La moda se interpreta como una forma de cambio de vestuario en el tiempo. El inicio de este cambio se produce durante el siglo XIV, cuando la silueta masculina empieza a diferenciarse de la femenina. Hasta el comienzo del siglo XIV, hombres y mujeres vestían largas túnicas o camisas que se llevaban sin cinturón. Por ejemplo, Dante aparece representado, a finales del siglo XIII y principios del XIV, con una prenda larga de color rojo (y un tocado distintivo) no muy distinta de la que solía vestir una mujer de aquella época. Un análisis visual, incluso somero, de las pinturas y frescos de los siglos XIV y XV muestra el cambio en la indumentaria masculina. Los jóvenes prefieren prendas más cortas con calzones de punto muy ceñidos, zapatos en forma de simples calzas con suela y jubones almohadillados que, con el uso de un cinturón alrededor del talle, formaban una especie de faldilla por encima de la calza.
Illustration
En cambio las mujeres siguieron vistiendo prendas largas, a veces con cola, que realzaban el busto –sobre todo el seno, con frecuencia mostrado púdicamente a través del escote–. La mujer nunca se presentaba en público sin un tocado: un simple velo de lino en el caso de las mujeres de bajo rango; formas y materiales más sofisticados, con puntillas e hilo de oro, en el caso de mujeres de alta alcurnia.
Esta transformación fue posible gracias a algunas innovaciones técnicas que actualmente damos por descontadas. En primer lugar, las prendas empezaron a fabricarse utilizando procesos de costura. El vestido recto, en forma de túnica, fue sustituido por prendas que tenían que adaptarse a la figura del cuerpo, lo que exigía más trabajo y conocimientos por parte de los sastres. Empezaron a difundirse las técnicas del punto y el ganchillo: para realizar unas calzas o un jersey ya no era necesario producir el material textil, cortarlo y coserlo, sino que se podía adoptar un procedimiento que permitía crear el tejido al tiempo que se construía la penda –lo que actualmente llamamos técnica tridimensional–. La ventaja de las prendas y artículos de vestir de punto reside en que, gracias a su elasticidad, se adaptan a las fomas del cuerpo. Finalmente, los botones y otros tipos de cierre, empezando por simples agujas, fueron cada vez más comunes, tal como testimonian los numerosos hallazgos arqueológicos.
A partir de comienzos del siglo XIV se asiste, por tanto, a una diferencia en la confección de prendas para uno u otro sexo. Los investigadores consideran que este cambio es uno de los fenómenos clave de la historia de la moda por dos razones. Ante todo, la diferenciación de género en la indumentaria sigue siendo una característica distintiva de la moda y las relaciones entre los sexos hasta la actualidad: hombre y mujeres no solo son biológicamente distintos, sino que reafirman su diferencia física, psicológica y sexual a través de su ropa. En segundo lugar, se considera que la diferenciación de la indumentaria masculina de la femenina fue para ambos géneros un primer paso hacia una visión dinámica del vestuario que empezó a diversificar y a diversificarse con el tiempo. Esta diversificación –de las formas y los gustos– se impuso también gracias a la aparición de nuevos contextos en los que mostrar y vestir la moda.

La ciudad produce moda

Entre el año 1000 y la peste de 1348, la población europea casi se triplicó y las ciudades, sobre todo en las zonas ricas del sur de Europa, aumentaron en número y tamaño. Nuevas ciudades y centros urbanos más poblados se desarrollaron gracias al aumento de la productividad agrícola, que permitió a un creciente número de personas liberarse de la tierra y ejercer el comercio y varias actividades artesanales. La ciudad a finales de la Edad Media (siglos XIV-XV) se convirtió en un lugar de dinamismo social, de excelencia en la producción de artefactos de todo tipo y de comercio a corto y largo plazo. Italia era la zona europea con la mayor tasa de espacios urbanizados, y ciudades como Florencia, Venecia, Milán, Roma y Nápoles formaban verdaderas “megalópolis”.5
Las ciudades de la Europa medieval no solo eran centros de producción y comercio, sino también de consumo. Allí se podían comprar los mejores tejidos, allí los sastres, orfebres y otros artesanos confeccionaban y producían vestidos, collares y otros objetos a la moda. La ciudad era también el lugar en el que presumir de trajes nuevos, especialmente para la élite, que cada vez más a menudo elegía vivir dentro de los muros urbanos. Así pues, en la Edad Media la ciudad se convierte en el escenario perfecto para la creación y la representación de nuevas modas. Es también el lugar en el que se cuestiona el principio de la jerarquía medieval, en el que el estatus social de un individuo venía determinado por su nacimiento. En el espacio urbano, al contrario de lo que sucedía en el feudo, la condición social viene determinada por la riqueza más que por la cuna, y es así como las prendas elegantes, caras y a la última moda pueden suponer una mejora en el estatus social de las personas ricas, pero de corto linaje como, por ejemplo, los mercaderes y artesanos adinerados.
La moda se convierte en un instrumento de rivalidad social en una sociedad fuertemente jerarquizada. Dicha rivalidad se basa en el objetivo de parecer mejor de lo que se es. En este caso es cierto que “el hábito hace al monje”, en el sentido de que da acceso a contextos sociales de los que, de otro modo, se estaría excluido. Esta interpretación del nacimiento de la moda ha sido un poco criticada. La ciudad, al menos hasta finales de la Edad Moderna, era una excepción a la regla, ya que la mayoría de la población estaba ligada a la tierra. Hasta ocho personas de cada diez vivían en el campo y se dedicaban a la producción de alimentos para dar de comer a una población en crecimiento. La moda urbana únicamente caracteriza a una minoría de la población europea entre los siglos XIV y XVIII. Los historiadores son cautos incluso cuando subrayan que los límites de la expansión de la moda no solo venían determinados por el número de personas que podían participar en este nuevo fenómeno, sino también por la capacidad de producir objetos de moda. El porcentaje de artesanos en relación con la población total era muy pequeño, y aún más modesto era el número de personas que poseían la capacidad profesional y la maestría necesarias para producir prendas y accesorios de gran calidad.

Domar la moda: las leyes suntuarias

La expansión del consumo urbano, las sedas procedentes de Oriente, los objetos de lujo –como, por ejemplo, adornos de plata y oro– y el aumento general del gasto para indumentaria eran fuentes de preocupación para las autoridades civiles y religiosas de las ciudades y estados de la Europa medieval. La respuesta fue una serie de disposiciones legislativas, las denominadas leyes suntuarias, con el objetivo de limitar el gasto en objetos de moda, lujo y entretenimiento. La Ley suntuaria inglesa de 1363, por ejemplo, imponía que “maridos y esposas, hijas e hijos no pueden vestir prendas de un valor de más de dos marcos por el tejido [...] que los artesanos y campesinos y sus esposas, hijas e hijos no pueden vestir prendas con un valor superior a los 40 chelines [...] los señores y nobles por debajo del rango de caba-llero con una renta inferior a las 100 libras esterlinas al año, y sus esposas, hijas e hijos no pueden vestir prendas con un valor de más de 4 marcos y medio, ni tejidos de oro, plata, seda o tejidos bordados, ni anillos, botones y otros artículos de oro o plata, piedras preciosas o pieles”. La ley continúa haciendo referencia a los señores con una renta superior a las 200 libras esterlinas, los comerciantes con propiedades con un valor de al menos 500, los comerciantes con propiedades con un valor de al menos 1.000 libras esterlinas, y los caballeros con rentas de distintas cantidades y los prelados, para acabar con “los campesinos y cualquier persona con menos de 40 chelines en objetos y propiedades no pueden vestir otro tejido que no sea lino o lana sin elaborar con un valor no superior a los 12 chelines por ell”.6
Se encuentran ejemplos similares en toda Europa, de Francia a Italia, los estados alemanes, Escocia y Rusia, lo que significa que entre los siglos XIII y XVIII esta intervención estatal estaba bastante difundida, lo que puede interpretarse como un intento de contener un fenómeno de alcance europeo. Las leyes suntuarias eran especialmente comunes en Italia en los siglos XIV y XV, en el siglo XVI en Inglaterra, y en Francia entre los siglos XVI y XVII.7 En Italia, entre leyes propiamente dichas y otras normativas, había 220 en Perugia, 130 en Orviet...

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