First we take Manhattan
eBook - ePub

First we take Manhattan

  1. 176 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

First we take Manhattan

Descripción del libro

En los sesenta algunos barrios de Manhattan se habían convertido en paisajes desolados y, cincuenta años más tarde, los pisos construidos ahí son los más caros del mundo. Aunque parezca sorprendente, este no es un fenómeno exclusivo de Nueva York. Uno tras otro, los centros urbanos de todo el mundo han ido cambiado. Donde había comercios tradicionales ahora se amontonan tiendas alternativas y donde vivían las personas más excluidas ahora se congregan artistas y ejecutivos. Ante estos cambios, algunos hablan de regeneración urbana y otros, en cambio, lo llaman gentrificación. Mientras los primeros celebran un renacer urbano, los segundos denuncian la venta de la ciudad. A través de este paseo por barrios como Malasaña, Belleville, El Raval, el Bronx o Lavapiés se conocerán las claves para entender las ciudades y los principales argumentos para transformarlas.

Preguntas frecuentes

Sí, puedes cancelar tu suscripción en cualquier momento desde la pestaña Suscripción en los ajustes de tu cuenta en el sitio web de Perlego. La suscripción seguirá activa hasta que finalice el periodo de facturación actual. Descubre cómo cancelar tu suscripción.
Por el momento, todos los libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Perlego ofrece dos planes: Esencial y Avanzado
  • Esencial es ideal para estudiantes y profesionales que disfrutan explorando una amplia variedad de materias. Accede a la Biblioteca Esencial con más de 800.000 títulos de confianza y best-sellers en negocios, crecimiento personal y humanidades. Incluye lectura ilimitada y voz estándar de lectura en voz alta.
  • Avanzado: Perfecto para estudiantes avanzados e investigadores que necesitan acceso completo e ilimitado. Desbloquea más de 1,4 millones de libros en cientos de materias, incluidos títulos académicos y especializados. El plan Avanzado también incluye funciones avanzadas como Premium Read Aloud y Research Assistant.
Ambos planes están disponibles con ciclos de facturación mensual, cada cuatro meses o anual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¡Sí! Puedes usar la app de Perlego tanto en dispositivos iOS como Android para leer en cualquier momento, en cualquier lugar, incluso sin conexión. Perfecto para desplazamientos o cuando estás en movimiento.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Sí, puedes acceder a First we take Manhattan de Álvaro Ardura,Daniel Sorando en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Ciencias sociales y Sociología. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2018
ISBN de la versión impresa
9788490971598
ISBN del libro electrónico
9788490971765
Categoría
Sociología
CAPÍTULO 1
BOMBARDEAR LA CIUDAD: ABANDONO
Acabas de atravesar las calles más vanguardistas del planeta. Sin embargo, giras la esquina y contemplas un paisaje devastado: un solar abandonado junto a un edificio a medio derruir. Avanzas por aceras agujereadas. Vas caminando porque el transporte público ya no llega al barrio. Más adelante, ves una hilera de bloques de pisos cuyas ventanas están tapiadas con maderas en sus pisos superiores. En las plantas bajas, los bloques de cemento impiden el paso. La basura se amontona en las calles y no hay niños jugando en unas plazas sin árboles ni césped. Si permaneces el tiempo suficiente, puedes ver familias abandonando sus viviendas incendiadas. Es como si hubieran bombardeado la ciudad. Estamos en el Lower East Side de Manhattan y es el año 1974.
¿Cómo es posible este contraste? ¿Qué pudo ocurrir para que tal abandono se produjera junto a los cuarteles de mando del capitalismo mundial? ¿Y de qué modo se relaciona tal declive con su revalorización posterior? En 1974, la organización Homefront: Citywide Action Group against Neighborhood Destruction and for Low-Rent Housing quiso dar respuesta a estas y otras preguntas. Como resultado de su reflexión elaboraron un informe titulado Housing Abandonment in New York City. Entre sus conclusiones sobresale una pauta general: durante la década de 1970 la ciudad de Nueva York era objeto del abandono sistemático de las viviendas en alquiler destinadas a las rentas más bajas. El proceso estándar lo protagonizaba un propietario que abandonaba sus viviendas (y, con ellas, a sus inquilinos) porque perdía el interés económico en las mismas. Como resultado, los propietarios huían para no seguir pagando las tasas ligadas a la propiedad ni, en consecuencia, el mantenimiento en buen estado de las viviendas que continuaban habitando sus residentes. Solo en Nueva York se estima en 150.000 el número de viviendas abandonadas durante aquellos años. En los barrios donde este proceso se concentraba la población descendía dramáticamente. El Lower East Side de Manhattan era uno de estos lugares.
El argumento convencional afirma que la causa del abandono es la rigidez de las legislaciones que protegen a los inquilinos frente al incremento de la renta que deben afrontar. Junto con este argumento se suele señalar como causa complementaria el envejecimiento de las viviendas. Sin embargo, durante aquellos años muchos edificios en buen estado eran abandonados, mientras territorios con férrea protección de los inquilinos no lo eran. Por tanto, la historia del abandono de las viviendas en barrios como el Lower East Side no es tan sencilla ni se limita a la relación entre los propietarios y los inquilinos. Al respecto, una primera aproximación a las raíces del abandono del Lower East Side la ofrece el cambio en la estructura productiva de la ciudad de Nueva York. A partir de la década de 1970, los trabajos disponibles en la industria comenzaron a descender para favorecer nuevas ocupaciones que exigían una cualificación superior. En consecuencia, la población de clase trabajadora ligada a la manufactura de barrios humildes como el Lower East Side perdió oportunidades de progreso económico. Buena parte de esa población era afroamericana, fruto de la “Great Black Migration” que tuvo lugar principalmente tras la Gran Depresión, continuó tras la segunda guerra mundial e hizo que la minoría negra, una población rural y agrícola, pasara a ser urbana e industrial. Los hogares de las clases trabajadoras padecieron los efectos del desempleo y la de­­pendencia de unas políticas sociales menguantes, de forma que sus recursos se vieron gravemente disminuidos. En este contexto, los propietarios de viviendas vieron mermadas sus oportunidades de aumentar la renta de su alquiler, lo que hizo que perdieran incentivos para mantener en buen estado sus viviendas, así como para pagar las tasas vinculadas a la propiedad de las mismas.
Sin embargo, la historia del declive de las viviendas en alquiler para hogares con rentas bajas en el Lower East Side tiene responsables más concretos que la transformación de la economía. En concreto, el informe de Homefront apunta a tres agentes fundamentales en el proceso: el sistema financiero, las empresas inmobiliarias y las administraciones públicas. En primer lugar, los bancos y las compañías aseguradoras fueron fundamentales en el proceso de abandono de las viviendas. El motivo es que los propietarios dependen del sector financiero para obtener los beneficios que esperan de sus inversiones. El informe de Homefront sostiene que la mayor parte de sus ganancias provienen de sucesivas operaciones de refinanciación de sus hipotecas y no tanto, como suele suponerse, de las rentas que obtienen de sus inquilinos. En consecuencia, si por cualquier razón los bancos delimitasen ciertos barrios como zonas vetadas a su financiación, los propietarios abandonarían las inversiones en su territorio. Y eso fue precisamente lo que ocurrió en Estados Unidos durante buena parte del siglo XX. Esta práctica se denominó redlining y fue formalmente institucionalizada en Estados Unidos a partir de la National Housing Act de 1934. En el seno de las políticas expansivas del New Deal, el Go­­bierno federal estimuló la construcción de viviendas y el acceso a la propiedad de los hogares norteamericanos. Para ello, la Federal Housing Administration (FHA) avalaba con fondos públicos la contratación de hipotecas que, a cambio, exigían un pago inicial inferior y permitían planes de financiamiento más prolongados. No obstante, este programa excluía a los barrios más empobrecidos de las ciudades estadounidenses. Por medio de un cuerpo gubernamental, la Home Owners Loan Corporation (HOLC), se elaboraron mapas de calificación del riesgo de la inversión según el barrio y basados en criterios racistas. Entre las cuatro categorías destacaban las dos más extremas. Los mejor evaluados (coloreados en verde sobre el mapa) eran aquellos barrios donde no había vecinos negros, latinos o extranjeros y, en consecuencia, las hipotecas eran avaladas por la FHA. En cambio, los “barrios de alto riesgo” eran lugares donde residían fundamentalmente personas afroamericanas y podían distinguirse por aparecer en rojo sobre los mapas oficiales (de ahí el término de redlining). En el caso de la ciudad de Nueva York, muchos de los barrios que en la actualidad son el escenario de la gentrificación fueron coloreados en rojo durante el siglo XX. Entre ellos destacan los casos del SoHo, Chelsea, el East Village y, por supuesto, el Lower East Side. En todos estos casos, los prestamistas perdían incentivos para realizar inversiones en su territorio, de modo que sus residentes (actuales o potenciales) no podían financiar la compra o la mejora de sus viviendas. Cuando esto ocurrió, los propietarios dejaron de mantener las viviendas para ganar el máximo beneficio lo más rápido posible (algunos incluso llegaron a prender fuego a sus edificios para cobrar la indemnización del seguro). Al marcharse, sus propiedades y la gestión de las mismas quedaron a cargo de la ciudad de Nueva York.
De este modo, los hogares blancos de clase media podían escalar posiciones gracias a un sistema de crédito amparado por el Gobierno, mientras los afroamericanos quedaban en manos de prestamistas sin escrúpulos. Esta segregación económica se tradujo inmediatamente en una segregación urbana. Dado que las zonas coloreadas en verde eran muy escasas dentro de la ciudad consolidada, los hogares blancos se mudaron a nuevos barrios en la periferia, donde podían disfrutar de las facilidades que los fondos federales les ofrecían para su acceso a la propiedad de una vivienda en barrios cada vez más segregados. El ejemplo más canónico, ya en la posguerra, fue la urbanización Levittown, en Long Island, en la que la inmobiliaria Levitt and Sons levantó de la nada 17.000 viviendas familiares estandarizando el método constructivo y el diseño. A la compra de estas viviendas, financiada en condiciones muy ventajosas, solo podían acceder familias blancas. Estos criterios discriminatorios fueron avalados por la FHA. El resultado fue una comunidad altamente homogénea que, en gran medida, simbolizó el sueño americano en la década de 1950 y que se extendió como la pólvora. Hubo tres Levittowns más de forma casi inmediata, otras tantas promociones en el resto del país, y la inmobiliaria se expandió fuera de Estados Unidos hasta que, en 1971, llegó a España con la promoción de la urbanización Monteclaro, a las afueras de Madrid. El patrón fue clonado por otros promotores hasta convertirse en el paisaje habitual del suburbio estadounidense que parodia la cabecera de la serie Weeds: la casa blanca con el tejado a dos aguas, el garaje, el césped de la entrada perfectamente cortado y una hilera de todoterrenos que se dirigen cada mañana a la autopista.
En cambio, los hogares afroamericanos, los latinos y los inmigrantes en general fueron relegados a los barrios del centro de la ciudad, que habían sido sentenciados por el rotulador rojo y quedaron así excluidos de los beneficios que el presupuesto federal otorgaba al resto de la población. En este contexto, la alianza entre medios de comunicación, compañías inmobiliarias y políticas de vivienda logró difundir la idea de que la llegada de un hogar no blanco reducía el precio de las viviendas del barrio, lo cual acabó por ser una profecía autocumplida. La huida de los hogares blancos a las periferias (a menudo conocida como white flight) favoreció los intereses económicos de los promotores de la suburbanización. Asimismo, la tradicional resistencia estadounidense a la creación de entes de gobierno supramunicipales evitó que hubiera una mínima planificación de esta dinámica o contrapesos de carácter político. Finalmente, la emigración de la clase media blanca benefició a los prestamistas y propietarios que permanecieron en barrios como el Lower East Side, donde, ante la falta de alternativas, pudieron imponer condiciones abusivas a una población empobrecida, sin acceso a la propiedad y residente en viviendas en un estado de conservación cada vez más indigno.
El redlining fue oficialmente cancelado en 1968 por la Fair Housing Act, pero sus efectos han trascendido su ámbito original hasta contaminar de manera más o menos formal a toda la industria hipotecaria. No obstante, el rol de las administraciones públicas en el abandono de los barrios más devastados de Estados Unidos fue mucho más allá. A partir de 1973, los gobiernos federales recortaron progresivamente los programas dirigidos a los grupos más empobrecidos. En particular, la Administración de Richard Nixon canceló el programa de políticas sociales contra la pobreza (War on Poverty) y la ayuda fiscal a las ciudades, lo que causó el final del apoyo federal para la construcción de viviendas subvencionadas públicamente. En este escenario, el alojamiento de decenas de miles de neoyorkinos alcanzó un punto crítico. El número de personas sin techo comenzó a crecer intensamente. Y, sin embargo, esta sucesión de acontecimientos ofreció una oportunidad única al Gobierno local para el alojamiento de los vecinos golpeados por las prácticas del Gobierno federal y las compañías privadas. Su adquisición forzada del enorme patrimonio de viviendas que habían sido abandonadas por sus propietarios en barrios como el Lower East Side podía ser empleada en la consolidación de un parque de vivienda pública controlada por los inquilinos. En su lugar, la política del Ayuntamiento de Nueva York consistió en entregar la propiedad de estas viviendas (previa subasta pública) a promotores privados, bajo la premisa de que el sistema privado de financiación, producción y propiedad de la vivienda sería la garantía del renacimiento de estos barrios. Pero aún quedaba una última operación de abandono. El Ayuntamiento de Nueva York adoptó una política de desinversión deliberada en los barrios más golpeados por esta crisis urbana: el recorte sostenido de los servicios municipales en su territorio. De este modo, estos barrios perdieron el mantenimiento de sus servicios de recogida de basuras y del cuidado de sus zonas verdes, el acondicionamiento de sus calles y aceras, la provisión de medios de transporte público suficientes o la construcción de servicios educativos y sanitarios adecuados. El Ayuntamiento poseía el 60 por ciento de las propiedades del Lower East Side, pero su estrategia de negligencia urbana perseguía la obtención (por abandono inducido) de numerosos edificios colindantes para venderlos en paquetes a promotores privados. Por este camino, la ciudad de Nueva York le dio el golpe de gracia a sus barrios abandonados. El Gobierno había perdido interés en la ciudad central, los bancos no financiaban hipotecas en sus barrios y los propietarios abandonaban las viviendas a su suerte. Frente a esta ofensiva, pequeñas iniciativas vecinales trataron de compartir de forma cooperativa la propiedad y la gestión de las viviendas abandonadas, pero los costes que suponían excluyeron a los hogares más empobrecidos. El resultado fue la emergencia de un fenómeno recurrente en todas las etapas de la gentrificación y que, por tanto, aparecerá en cada uno de los capítulos de este libro. Se trata del “desplazamiento”: “El abandono de un barrio entero ocurre cuando las partes pública o privada, o ambas, actúan según la asunción de que la inversión a largo plazo en el barrio, sea en mantenimiento y mejoras o en nueva construcción, no está justificada. Una vez que esto ocurre, es solo cuestión de tiempo que los residentes de una vivienda abandonada o de un barrio abandonado sean desplazados” (Marcuse, 1985: 200).
El desplazamiento es la consecuencia más polémica de los procesos de gentrificación. La causa es su connotación negativa, dado que alude a los vecinos que se ven forzados a abandonar su vivienda y su barrio como resultado de las etapas que conducen a la gentrificación. Por tanto, la evidencia del desplazamiento constituye un argumento en su contra desde la perspectiva de la justicia social. No obstante, dicha evidencia es difícil de obtener, dado su carácter a menudo sigiloso, inaudible e invisible. En la medida en que es complicado elaborar un registro preciso de este fenómeno, muchos intérpretes de los procesos de gentrificación tienden a subestimar la importancia y el alcance del desplazamiento. Sin embargo, su incidencia, registrada o no, es una constante en todas las etapas del proceso. Y, en consecuencia, su definición varía con cada una de ellas. En particular, durante la fase de abandono destaca el “desplazamiento directo”, al que una de sus definiciones clásicas caracteriza del siguiente modo: “El desplazamiento ocurre cuando un hogar es forzado a mudarse de su residencia por condiciones que afectan a la vivienda o a su entorno inmediato, y que: 1) están más allá de la capacidad razonable del hogar para controlarlas o evitarlas; 2) ocurren a pesar de que el hogar haya cumplido todas las condiciones impuestas previamente para habitarla; y 3) hacen imposible, peligrosa o prohibitiva la residencia continuada de dicho hogar” (Grier y Grier, 1978).
El principal estudioso del desplazamiento es Peter Marcuse (1985), quien subrayó una distinción clave entre el desplazamiento físico y el económico. Mientras el primero alude al desplazamiento causado por el estado indigno de la vivienda, el segundo se refiere a la incapacidad para afrontar el pago de la renta exigida. El protagonista durante la etapa de abandono es el desplazamiento físico. En esta fase, las viviendas (sobre todo en alquiler) son despojadas de las condiciones imprescindibles para que sean habitables: la seguridad de su estructura, el mantenimiento de los suministros básicos (calefacción, luz, agua), la reparación del mobiliario que es responsabilidad del propietario, el pago de los servicios comunitarios, etc. Como consecuencia, aunque el hogar que habita la vivienda pueda seguir pagando su renta, se verá forzado a dejarla porque ya no cumple las funciones de alojamiento por las que accedió a la misma. No obstante, el desplazamiento directo no solo es causado por el abandono de una vivienda. Tal como se ha adelantado, también la acción del Gobierno local es fuente de desplazamiento físico cuando el estado de un barrio no es el apropiado para ofrecer condiciones de vida decente a sus habitantes. Así, el desplazamiento directo se complementa con la partida de los hogares con más recursos dentro del barrio que, a la vista de su deterioro, lo abandonan antes de que el daño físico llegue a su vivienda. En suma, el desplazamiento físico puede suceder por la falta de mantenimiento de la vivienda, por el abandono del barrio o por la concurrencia de ambos hechos. Por tanto, se trata de un fenómeno complejo que habitualmente se produce en cadena. Esto ocurre cuando un hogar se ve forzado a abandonar una vivienda que, previamente, en una etapa anterior a su propio declive o al del barrio, otro hogar se había visto obligado a dejar. De esta manera, el número de hogares desplazados suele ser superior al número total de viviendas en un barrio. No fue otra cosa lo que ocurrió en el Lower East Side de Manhattan. A medida que el estado de sus viviendas y de sus servicios públicos empeoraba, cada vez más residentes del barrio se fueron marchando, piso a piso y manzana por manzana. Más de la mitad de los habitantes del barrio hubo de abandonarlo entre 1970 y 1980. Su huida, por tanto, no se debió al ascenso social en busca de la integración en el American dream. Por el contrario, su marcha se debió a las pesadillas cotidianas del corte de la calefacción por parte del propietario o del avance de las grietas en los muros de sus paredes. El barrio se vació de vecinos mientras se llenaba de cicatrices, con edificios cubiertos por tablas de madera y bloques de cemento. Es como si hubieran bombardeado la ciudad.
Llegados a este paisaje, el lector puede preguntarse: ¿qué tiene que ver todo este abandono con la gentrificación? La respuesta se va a desarrollar durante los siguientes capítulos, pero, por el momento, la geografía ofrece una primera respuesta. Cuarenta años más tarde, muchos de los barrios donde se ha producido la gentrificación son precisamente aquellos que fueron abandonados por sus propietarios, por las entidades financieras y por las administraciones públicas. En la actualidad, barrios como Chelsea, el SoHo, East Village o el Lower East Side son territorios donde se concentran la inversión pública y privada. De esta forma se completa un largo proceso comandado por las necesidades del capital financiero e inmobiliario, el cual dibuja sorprendentes paisajes de desarrollo desigual. En el tránsito, el valor que los barrios tienen para sus habitantes es subordinado a los intereses que despierta en el mercado. En el caso concreto de los centros históricos, su abandono constituye la primera etapa de un mecanismo recurrente dentro de la economía capitalista: la estrategia de la “destrucción creativa”, que en su forma urbana consiste en la redefinición sucesiva del valor de los espacios. Así, en su fase “destructiva”, este mecanismo persigue la devaluación de los barrios mencionados. El motivo es aumentar la diferencia entre su valor económico y el que podría alcanzar en otras condiciones. Como veremos, esta brecha será ampliamente explorada por los agentes inmobiliarios. Por el momento, basta con subrayar que el carácter especulativo del proceso supone una amenaza constante sobre las necesidades de las personas que habitan los espacios negociados. La razón es que la configuración del espacio no es el resultado de la suma de las preferencias de todos los participantes en un mercado libre, sino el producto del balance de fuerzas entre grupos sociales cuyos objetivos divergen. En 1974, dicha configuración había llenado de agujeros la isla de Manhattan.
Hasta aquí se han recorrido las calles devastadas de Nueva York en la década de 1970. Pero la historia del abandono urbano no se restringe a las décadas de la posguerra. Quizás el ejemplo más tardío, dado que sus primeras fases están ocurriendo en la actualidad, y más brutal, por su dimensión, sea la ciudad de Detroit, convertida en el paradigma de las shrinking cities o ciudades decrecientes. Detroit ha pasado de ser la boyante capital de la industria automovilística, cuna de la Ford (y el fordismo) y la cuarta ciudad más poblada de Estados Unidos en 1950, a tener en la actualidad unos 700.00 habitantes, en un municipio con una extensión similar a la de Boston, San Francisco y Manhattan juntas. En cambio, la población de su área metropolitana continúa estable en torno a los 5,5 millones desde 1960, y en términos globales es una región próspera, mayor que la del área metropolitana de Los Ángeles. Este contraste se produce porque el desarrollo de su territorio ha sido sumamente de­­sigual: la ciudad central, con un 80 por ciento de población negra, es muy pobre, y la corona suburbana, mayor...

Índice

  1. Prólogo
  2. Introducción. ‘FIRST WE TAKE MANHATTAN’
  3. Capítulo 1. BOMBARDEAR LA CIUDAD: ABANDONO
  4. Capítulo 2. AQUÍ NO VIVIRÍAS NI TÚ NI NADIE: ESTIGMA
  5. Capítulo 3. EL URBANISMO EXORCISTA: REGENERACIÓN
  6. Capítulo 4. REPOSTERÍA PARA PERROS: MERCANTILIZACIÓN
  7. Capítulo 5. ‘BANKSY GO HOME!’: RESISTENCIAS
  8. Conclusión. ‘THEN WE TAKE BERLIN’
  9. Bibliografía
  10. CLUB DE DEBATES URBANOS
  11. Agradecimientos