Ciencia y literatura
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Un relato histórico

MIguel de Asúa

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Un relato histórico

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El objetivo de este libro es presentar al lector general algunos aspectos de las relaciones entre ciencia y literatura, consideradas históricamente, desde el punto de vista de la historia de la ciencia, es decir, privilegiando cuestiones como la repercusión literaria de determinado tema científico o la función de defensa y crítica de la ciencia cumplida por la literatura, aunque sin dejar de sugerir asuntos más complicados, como la progresiva independización del discurso científico respecto de otros más abarcativos culturalmente o la relación entre ciencia y humanidades. En cada uno de los períodos en que hemos dividido este ensayo, se destacan o recortan algunos autores, obras o temas representativos de los variados tipos de relaciones entre ciencia y literatura que es posible verificar en la historia del pensamiento occidental.

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Información

Editorial
Eudeba
Año
2017
ISBN
9789502318042

Capítulo 1

Antigüedad. Astronomía, filosofía de la naturaleza e historia natural

El conocimiento racional sobre la naturaleza y su interpretación matemática tuvo metas diferentes en las distintas culturas de la antigüedad. A grandes rasgos, la astronomía mesopotámica, que comenzó a principios del segundo milenio antes de nuestra era, aspiraba a predecir con exactitud, mientras que la ciencia griega buscaba explicar, proporcionar una imagen del universo. En el caso del saber del Cercano Oriente sobre la naturaleza nos encontramos con una cuestión crucial, tal cual es el grado y manera en que la forma textual condiciona la forma de conocer o aprehender sistemáticamente el mundo. En Grecia podemos apreciar que, más allá de un saber empírico sobre los fenómenos naturales y de concepciones cosmológicas que hunden su raíz en relatos míticos y encontraron expresión en los grandes testimonios culturales como Hesíodo y Homero, apareció la filosofía de la naturaleza como interrogación por la causa y el principio de las cosas, una actitud que al cuestionar las narraciones de los dioses despertó las primeras críticas a la investigación del mundo material, de lo cual son testigo las comedias de Aristófanes. En el mundo grecorromano, un saber exacto como la astronomía o técnico como la medicina formaba parte de la educación del ciudadano privilegiado. Esta integración fue condición para el surgimiento de la tradición de la poesía didáctica, es decir, la transmisión de conocimientos técnicos en formas versificadas. Asimismo, la descripción enciclopédica de la naturaleza encontró su lugar en el género textual de la historia natural que, como veremos en sucesivos capítulos, fue desplegando sus potencialidades y transformando sus significados hasta fines de la Edad Moderna. En la Historia natural de Plinio se da cuenta del mundo conocido con una cuidada forma que selecciona y acumula contenidos desde el punto de vista del centro del imperio.

El Cercano Oriente

Desde los principios de la Edad Moderna se ha ido acentuando la diferenciación entre distintas formas discursivas y los supuestos conocimientos que las mismas aspiran a manifestar. Filosofía, ciencia, religión, literatura, derecho son áreas que, más allá de zonas fronterizas o complementarias, suelen considerarse como más o menos distinguibles. Éste no era el caso durante la antigüedad, cuando la concepción del saber era mucho más unitaria. Una ojeada a algunas cuestiones referentes a la astronomía mesopotámica pone de relieve las dificultades de intentar imponer nuestra clasificación del saber a los materiales escritos en períodos remotos. Más aun, solemos asumir que la ciencia consiste en un conjunto de contenidos conceptuales y/o matemáticos y que las formas verbales de expresión de los mismos son accidentales y no demasiado importantes. En los ejemplos a considerar será posible ver cómo, por el contrario, el saber mesopotámico sobre la naturaleza estaba mucho más íntimamente unido a las formas de expresión que lo que podríamos suponer. Un pantallazo introductorio sobre la astronomía mesopotámica nos proporcionará una guía para la discusión de los dos puntos que se desea ilustrar.
Indisolublemente ligada con la astronomía mesopotámica estaba la adivinación y la astrología.[29] Del período paleobabilónico datan las primeras colecciones de augurios (alrededor del 1750 a.C., es decir, el reinado de Hammurabi) que crecieron hasta constituir, durante los siglos XII y XI a.C., un compendio denominado Enuma Anu Enlil. Este compendio alcanzó forma canónica en el siglo VI a.C., tal como se lo pudo estudiar en las tablillas cuneiformes de la biblioteca de Assurbanipal, en Nínive. Cada augurio consiste en una descripción de un fenómeno celeste, seguida por una predicción de un evento terrestre tal como un acontecimiento social, político o militar de importancia, catástrofes naturales, etc. El texto tiene cuatro secciones, correspondiendo a observaciones en la Luna, el Sol, la atmósfera y los planetas. Por ejemplo, las correspondientes al dios lunar Sin consisten en visibilidad lunar, halos, eclipses y conjunciones con planetas y estrellas fijas. Cada augurio adopta la forma de un enunciado condicional: “si en el cielo se observa [tal cosa], entonces sucederá [tal otra]”. La enumeración de los fenómenos es esquemática, v. gr. en el caso de un eclipse lunar, se establece una correlación entre el cuadrante del satélite oscurecido por el eclipse y uno de los puntos cardinales de la Tierra, cada uno de los cuales está a su vez asociado con un pueblo vecino: si el eclipse afecta el cuadrante sur, entonces algo sucedería en Elam, situado al sur, y así. Esto lleva a que algunos de los fenómenos enumerados en la primera parte de las cláusulas condicionales sean “artificiales” o imposibles y hayan sido incluidos con el solo propósito de completar el esquema, de proporcionar una exhaustiva enumeración de posibilidades. Por ejemplo, un augurio que afirma “si el eclipse ocurre en el día 14 y comienza en el [cuadrante] oeste [de la Luna] y concluye en el este: un eclipse que significa el rey de Subartu” contiene una imposibilidad natural, ya que el movimiento de la Luna respecto del Sol y las estrellas es de oeste a este.[30] De hecho, se ha visto que las enumeraciones esquemáticas de augurios dependen más de una tradición textual transmitida por los escribas que de fenómenos observados.
En estrecha conexión con este tipo de textos se fue desarrollando un conocimiento de tipo astronómico. Es así que contemporáneo con el Enuma Anu Enlil tenemos el compendio llamado Mul.Apin, que cataloga fenómenos sin insistir en su relación con la adivinación. Desde el siglo VII a.C. aparecieron los llamados Diarios, textos cuneiformes que enumeran eventos celestes durante medio año, noche por noche, incluyendo, por ejemplo, fenómenos como el progreso de los planetas a lo largo de la eclíptica. (En el siglo V a.C. había aparecido el zodíaco como una herramienta para localizar los astros, que fue también el fundamento de una nueva tradición: la de los horóscopos personales efectuados en el momento del nacimiento sobre la base de la posición de los planetas en la banda zodiacal.) La astronomía matemática se desarrolló fundamentalmente durante el llamado período seléucida (entre 250 y 50 a.C.) y alcanzó un notable desenvolvimiento que incluía la posibilidad de efectuar predicciones de efemérides planetarias y lunares. Sin entrar en el detalle de los procedimientos, digamos que se utilizaban métodos computacionales para establecer la distancia cubierta por el Sol cada mes, capaces de dar cuenta de la distinta duración de las estaciones (es decir, podían representar la variación de la velocidad aparente del Sol en su curso a lo largo de la eclíptica). Estos modelos matemáticos generales eran funciones de dos tipos –llamados en la actualidad sistemas A y B o funciones “en escalera” y “en zig-zag”– que podían aplicarse al Sol o los planetas para predecir los fenómenos que interesaban a los observadores y que en general eran los mismos que los utilizados en los augurios.[31] Como se puede ver, la astronomía babilónica era predictiva, podía establecer cuándo y dónde se verificaría un cierto fenómeno en la bóveda celeste utilizando instrumentos de cómputo aritmético, pero no buscaba explicar, no aspiraba a proporcionar una imagen geométrica del cosmos que diera cuenta del por qué de los fenómenos (tal como lo harían los cosmólogos griegos, desde los presocráticos hasta Aristóteles y sus sucesores). En las culturas mesopotámicas, el discurso cosmológico (relativo a la conformación del universo) era patrimonio de las cosmogonías sagradas, los relatos de origen en los que participaban como protagonistas los dioses. Estas narraciones míticas eran transmitidas en textos religiosos-literarios sobre la creación, como el Enuma Elish (c. 1800 a.C.), las siete tablillas de la épica babilónica de la creación.[32] En este poema babilónico se relata la generación de los dioses y la creación del mundo como un enfrentamiento entre la pareja primordial: Apsu, el agua dulce, y Tiamat, el agua salada, que originan otras parejas de dioses en una compleja sucesión, hasta que aparece Marduk, el dios local de la ciudad de Babilonia, como campeón de los dioses jóvenes en su lucha contra Tiamat, que representa el caos primordial y valores “demoníacos”. La cosmogonía es resultado del conflicto entre dos grupos de dioses y, luego de varias peripecias, Marduk –que encarna el poder formador y creador– establece el cielo y la tierra a partir de los despojos de Tiamat. En dicho poema hay un fragmento de 66 líneas en la tablilla V que describe la organización de la esfera celeste.[33] En la primera parte de este fragmento (líneas 1-46) se habla de la instalación de las estrellas para determinar la duración del año, la creación de la Luna para fijar la duración del mes y la del Sol para distinguir el día y la noche. En la segunda parte Marduk usa las partes del cuerpo de la
vencida y muerta Tiamat para hacer la Tierra (sus ojos, por ejemplo, se tornan los ríos Tigris y Éufrates). Podemos ver unos fragmentos del pasaje de la creación de la Luna en el que Marduk se dirige al dios lunar Nannaru:
[Marduk] creó lugares para los grandes dioses.
Estableció sus parecidos astrales como las Imágenes [=constelaciones].
Fijó el año definiendo sus divisiones:
Estableció tres constelaciones para cada uno de los doce meses.
[...]
Hizo que la Luna brillara; y colocó la noche bajo su comando,
Le asignó habitar la noche y marcar los días:
“Mensualmente, sin cesar, cambia la forma del disco.
Al comienzo del mes, cuando te elevas sobre la tierra,
Tendrás cuernos luminosos para señalar seis días;
Alcanzando la mitad del disco en el día séptimo.
En el momento de la luna llena te ubicarás en oposición [al Sol], a la
mitad de cada mes.
Cuando el Sol te alcance en la base del cielo,
Disminuirás el disco y retrocederás en luz.
En el momento de la desaparición, acércate al curso del Sol,
Y en el día treinta estarás de nuevo en oposición con el Sol”.[34]
La distinción entre literatura mítica y observación astronómica –elemental, en este caso– corresponde a nuestra lectura: no había tal cosa para los autores y oyentes de estos relatos de comienzos del segundo milenio antes de nuestra era. Se ha afirmado que la asociación de lo que hoy llamaríamos “astronomía” con los relatos míticos poseía un efecto conservador, ya que tornaba la observación del firmamento en un deber sacerdotal y a la vez investía el cielo de un carácter sagrado.[35] En todo caso, es sólo por un artificio anacrónico que podemos hablar de “ciencia y literatura”, ya que, insistimos, el saber constituía entonces, hasta cierto punto, una unidad no diferenciada. Y decimos “hasta cierto punto” pues ya hemos visto que más tardíamente (en los tres últimos siglos del primer milenio a.C.) se consolidó un saber muy técnico y complejo de astronomía matemática independiente de los relatos míticos, aunque asociado a la literatura de augurios.
Lo que podemos denominar “forma textual” de los augurios basados sobre observaciones celestes consiste en listas de enunciados de tipo condicional (“si... entonces...”). Ahora bien, esta forma es común también a otros tipos de literatura de adivinación (se sabe que los pueblos mesopotámicos recurrían a muchas prácticas para predecir el futuro, siendo quizás la más conocida la hepatoscopía o análisis del hígado de un animal sacrificado) y también a textos médicos referidos al pronóstico de una dolencia. Por ejemplo, el llamado Libro de los pronósticos, consiste en veintisiete tablillas en acádico con cuatro series de pronósticos.[36] El título de la primera serie es “cuando el ashipu [curador, exorcista] va a casa del enfermo” y enumera los presagios encontrados en el camino; la segunda serie es “cuando te aproximas a un enfermo” y contiene pronósticos a partir de la observación de los distintos órganos en un orden de la cabeza a los pies; las otras series son del mismo tenor. Estos textos médico-adivinatorios poseen un carácter esquemático, sistemático y exhaustivo, que los emparenta formalmente con los textos de augurios astronómicos. Un especialista, al menos, ha puesto de relieve la importancia de esta estructura común a textos mesopotámicos de muy variado contenido (adivinatorio, médico o astronómico).[37] También existen los llamados textos “de procedimiento”, es decir, aquellos que consisten en una receta o series de indicaciones sobre cómo efectuar una operación, la cual puede ser un tratamiento médico o una operación aritmética. Incluso, se ha argumentado que las formas textuales –como las recetas o las listas– pudieran haber ejercido un rol determinante en la conciencia y el conocimiento de las cosas en el contexto de la transición del lenguaje oral al escrito.[38]
En la Mesopotamia, las listas de términos en tabletas cuneiformes han jugado un papel que fue motivo de estudio especializado.[39] Estas listas son series de sustantivos referidos a objetos manufacturados o naturales (piedras, vegetales, animales, astros), en sumerio y a veces bilingües (sumerio y acádico). Una de estas listas contiene entre 8.000 y 10.000 entradas que incluyen, entre otras categorías, las de árboles, metales, animales domésticos, animales salvajes, partes del cuerpo humano y animal, piedras preciosas, plantas verdes, peces y pájaros, etcétera. Oppenheim estimaba que, además de entrenar al escriba, uno de los objetivos de estas listas era la clasificación y organización de los fenómenos de la naturaleza en un cierto orden, no en un sentido “científico”, sino como resultado del interés, común a los pueblos del Cercano Oriente, de nombrar las cosas y relacionar así al ser humano con la naturaleza. Otras listas incluyen descripciones comparativas de piedras o plantas. Otras, en fin, son listas de farmacopea.
En síntesis, el caso de las antiguas culturas mesopotámicas ilustra un mundo mental en el que los compartimientos que actualmente denominamos “ciencia” y “literatura” no eran tales y en el que las formas textuales vinculadas a tradiciones propias de los escribas transmitidas a través de más de dos milenios (como tablas de cláusulas condicionales, recetas y listas) intervenían en distinta medida en la constitución del conocimiento de la naturaleza.

Hesíodo. Mitología, cosmología y astronomía de observación

Hesíodo fue un poeta de Beocia, probablemente posterior a Homero.[40] En su Teogonía, un poema mitológico en donde se relata la generación de las divinidades griegas, hay implícita una cosmología que, al igual que las del Cercano Oriente, está vinculada a la cosmogonía. Esta cosmología parece haber sido depósito común de la Grecia homérica: la imagen del universo presupuesta por la Ilíada y la Odisea (probablemente del s. VIII a.C., es decir, al final de la llamada “edad media” griega) es muy similar a la de la Teogonía.[41] En ninguno de estos casos se trata de una concepción científica o filosófica.
Al principio existió el Caos, del que surgieron Gea “la de amplio pecho” y Eros (115-119).[42] Gea, la Tierra, dio a luz “al estrellado Urano [el cielo] con sus mismas proporciones para que la contuviera por todas partes” (126-129). En el pasaje en el que los Titanes son vencidos por Zeus y encadenados en el Tártaro, se dice que
los enviaron bajo la anchurosa tierra y los ataron... tan hondos bajo la tierra como lejos está el cielo de la tierra (esa distancia hay desde la tierra al tenebroso Tártaro). Pues un yunque de bronce que b...

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