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Descripción del libro

Además de una teoría, el socialismo tiene una historia política concreta; de éxitos y fracasos.La actual crisis mundial, y las ineficaces respuestas planteadas, parecen indicar que vivimos un fin de época: la transición entre una forma de producir, intercambiar y repartir; una cultura en suma, que da signos de haber agotado su ciclo histórico, y otra cultura que asoma, pero debe concretar su forma, desarrollarse. En este sentido, el socialismo tiene aún mucho que decir.Los reiterados fracasos del liberalismo y el populismo ante su crisis, ahora instalada en los países desarrollados, el corazón del sistema, parecen despejar el camino de la alternativa socialista.Ante esta oportunidad histórica, el debate torna pues a abrirse. Mario Bunge y Carlos Gabetta han procurado una variedad de matices teóricos y experiencias concretas, aspirando a que el libro potencie el debate entre estudiosos de lo social y aquellos ciudadanos que no se aferran a rece¬tas que el tiempo y el uso han puesto en cuestión. Estos trabajos intentan ser un aporte a esas discusiones y a la elaboración de una propuesta socialista democrática.

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Información

1.
¿Existió el socialismo alguna vez, y tiene porvenir?
Mario Bunge
En 1989 fue derribado el Muro de Berlín, que simbolizaba la moribunda dictadura comunista. Veinte años después se desplomó Wall Street, cúpula y símbolo del capitalismo desenfrenado. Curiosamente, los sismógrafos socialistas no registraron ninguno de ambos terremotos. No aprovecharon 1989 para buscar los motivos del fracaso del llamado “socialismo realmente existente”, y casi todos ellos se sumaron al coro antisocialista. Los socialistas tampoco están aprovechando la crisis económica iniciada en el 2008 para averiguar si el fracaso del capitalismo es coyuntural o estructural: si el mal llamado mercado libre es reparable con un parche keynesiano, o habrá que reemplazarlo por un sistema más racional, justo y sostenible.
¿A qué se debe el silencio de los socialistas en medio del estrépito de esos dos grandes derrumbes? ¿Habrán perdido los ideales? ¿Sólo les interesará la próxima elección? ¿Ya no se interesan por lo que ocurra fuera de sus fronteras nacionales? ¿O han perdido lo que Fernando VII llamaba “el funesto hábito de pensar”, ya porque han subido al poder y se han acostumbrado a administrar una sociedad capitalista con Estado benefactor, ya porque siguen en el llano y han perdido la esperanza de reformar la sociedad? No tengo respuestas a estas preguntas, que exigen investigaciones empíricas que soy incapaz de emprender.
Por ser filósofo, me limitaré a describir y analizar los grandes rasgos de la familia de filosofías políticas que agrupamos bajo el rubro “socialismo”, y que de hecho van desde un liberalismo ilustrado hasta un igualitarismo autoritario (lo que, desde luego, es contradictorio y por tanto imposible). Espero que otros, más competentes que yo, documenten en detalle las ideas y las acciones de los socialistas de distintos pelajes. Concentraré la atención en lo que me parece esencial.
Mi intención no es historiográfica sino filosófica y política: me interesa destacar la gran variedad de la familia socialista, a fin de ver qué queda vigente de ella, y qué habría que agregarle o quitarle a la tradición socialista para que pueda servir como altenativa al capitalismo en crisis.
1. Definición de “socialismo”
Adoptaré una definición de “socialismo” que creo congruente con todas las corrientes de izquierda. En una sociedad auténticamente socialista, los bienes y las cargas, los derechos y los deberes se distribuyen equitativamente. En otras palabras, el socialismo realiza el ideal de la justicia social.
Este ideal se justifica tanto ética como científicamente. En efecto, la igualdad social pone en práctica el principio de equidad o justicia; contribuye poderosamente a la cohesión social y es fisiológicamente beneficiosa, como lo sugieren experimentos recientes, que muestran que la exclusión causa estrés, el que a su vez debilita el sistema inmunitario al punto de enfermar o aun matar (Kemeny, 2009).
Sin embargo, hay dos maneras de entender la justicia o igualdad social: literal y calificada, o mediocrática y meritocrática. La igualdad literal descarta el mérito, mientras que la calificada lo exalta sin conferirle privilegios. El socialismo que involucra la igualdad literal nivela por abajo: en él, como dijo Discépolo en su tango Cambalache, un burro es igual a un profesor (Obviamente el ilustre tanguista no se refería al socialismo sino a la sociedad argentina de su tiempo). Por el contrario, el socialismo que involucra la igualdad calificada es meritocrático: fomenta el que cada cual realice su potencial y, a la hora de asignar responsabilidades, da prioridad a la competencia. Desprecia la chapucería y aprecia el valor social y moral del trabajo, que ensalzara Karl Marx.
El socialismo meritocrático practica la divisa propuesta por Louis Blanc en 1839: A cada cual conforme a sus necesidades, y de cada cual según sus capacidades. Blanc llamó proporcionalidad a esta forma de igualitarismo calificado o meritocrático. Esa fórmula se complementa con la divisa de la Primera Internacional Socialista que fundara Marx en 1864: Ni deberes sin derechos, ni derechos sin deberes.
En cualquiera de sus versiones, el igualitarismo implica la igualdad económica, y a su vez esta implica una limitación drástica de la propiedad privada de los medios de producción, intercambio y financiación. En otras palabras, el socialismo incluye la socialización de dichos medios, que no hay que confundir con su estatización.
Las diferencias entre las distintas formas de socialismo aparecen cuando se pregunta si el socialismo se limita a la esfera económica, y en qué consiste la llamada socialización. El socialismo economicista se limita a la justicia social, mientras que el socialismo amplio abarca a todas las esferas sociales. También hay socialismo autoritario o desde arriba, y socialismo democrático o desde abajo.
Yo argüiré en favor de la socialización de todas las esferas. En otras palabras, romperé una lanza por lo que llamo democracia integral: ambiental, biológica, económica, política y cultural. Sostendré que la democracia parcial, aunque posible, no es plena, justa ni sostenible. En particular, la democracia política no puede ser plena mientras haya individuos que puedan comprar votos, puestos públicos e incluso leyes (como suelen hacerlo los 4.500 lobbyists, o procuradores, registrados en Washington); la democracia económica no es plena bajo una dictadura que imponga el gobierno sin consulta popular; la democracia cultural no es plena mientras el acceso a la cultura se limite a los privilegiados económicos o políticos; la democracia biológica no será plena mientras los hombres no compartan las tareas domésticas con sus mujeres; y la democracia ambiental no se cumplirá mientras haya empresas, ya sean privadas, cooperativas o estatales, que extraigan recursos naturales o los contaminen con toda libertad. En síntesis, el ideal sería combinar democracia con socialismo. Esta combinación podría llamarse democracia socialista, a distinguir de la socialdemocracia o socialismo débil, que de hecho no es sino capitalismo con red de seguridad, también llamado socialismo estatal o de arriba.
En suma, tanto la democracia como el socialismo son totales o no son auténticos. La democracia socialista total sólo existió y subsiste en tribus primitivas. La cuestión es saber si es posible construirla sin renunciar a la modernidad y, en particular, sin romper las máquinas ni abandonar la racionalidad. Pero antes de abordar este problema convendrá echar un vistazo a los socialismos del pasado y del presente. Para facilitar la lectura del lector apurado dividiré el pasado en dos períodos: anteayer y ayer.
2. Anteayer: Emancipación y Dictadura
2.1. Los Precursores: el Socialismo Utópico
El socialismo nació en los cerebros de algunos intelectuales del Renacimiento, en particular Thomas More, el creador de Utopía (1516), y Tommaso Campanella, el autor de La ciudad del sol (1623). Es verdad que les precedió Platón con su República, pero éste imaginaba una sociedad autoritaria, mientras que las sociedades imaginadas por More y Campanella eran libres e igualitarias.
De hecho las utopías de More y Campanella se destacaron entre las centenares que se imaginaron cuando se difundieron nuevas sobre los pueblos “descubiertos” por los grandes exploradores y geógrafos europeos del siglo XVI. Esas noticias sorprendentes, particularmente la referente a la propiedad común entre los llamados salvajes, desataron la imaginación social europea, hasta entonces limitada por la ignorancia de sociedades distintas y por el acatamiento a la autoridad feudal y eclesiástica.
Las numerosas utopías socialistas del Renacimiento y de los albores de la Edad Moderna no tuvieron impacto político. El primer político utopista parece haber sido Gracchus Babeuf, ejecutado en 1797 por la dictadura jacobina, por el delito de encabezar la Conjuración de los Iguales. Babeuf fue quizá el primer comunista totalitario: imaginó una sociedad sin propiedad privada, en la que la vida estaba rígidamente regimentada, y a nadie se le permitía sobresalir, ni siquiera en conocimientos. Un siglo y medio después, el régimen genocida Khmer Rouge, encabezado por Pol Pot y asistido por el gobierno de Richard Nixon, pondría en práctica en Cambodia el programa de Babeuf, contribuyendo al descrédito del socialismo. En efecto, la principal consigna de este régimen bárbaro era “Cortar toda cabeza que sobresalga”.
Durante la primera mitad del siglo XIX florecieron en Francia e Inglaterra los llamados socialistas utópicos. Friedrich Engels (1986 [1881]) destacó en particular a Charles Fourier, Henri de Saint Simon, y Robert Owen. El falansterio, la utopía imaginada por Fourier, era una pequeña sociedad igualitaria en la que cada cual tenía su puesto fijo, con tareas predeterminadas: la de Fourier era una sociedad tan totalitaria como la sociedad teocrática a la que aspiraban los dirigentes de las religiones monoteístas y el hinduismo. Era lo que Karl Popper llamó una sociedad cerrada: sin libertad y por lo tanto sin posibilidad de progresar, ya que las ideas originales nacen en cerebros privilegiados.
Fourier tuvo partidarios en toda Francia. Se reunían en pequeñas sociedades semiclandestinas vigiladas por la policía, y se peleaban con otros grupos socialistas, como los cabetistas, icarianos, mutualistas y babeuvistas. En su novela El paraíso en la otra esquina (2003), Mario Vargas Llosa narra las andanzas de Flora Tristán, su extraordinaria compatriota, entre esas sectas. También nos cuenta que el ingenuo Fourier publicaba anuncios en los periódicos, en los que invitaba a filántropos a visitarlo para tratar la modalidad de sus donaciones a su causa del socialismo desde arriba. Dicho sea de pasada, Vargas Llosa confunde el socialismo con la aspiración al paraíso, lugar donde nadie trabaja. Lejos de pretender abolir el trabajo, los socialistas pretenden abolir la desocupación.
Contrariamente a la afirmación de Engels (repetida por Lenin), Henri de Saint Simon, el conde revolucionario que renunció a su título de nobleza, no fue socialista sino el primer tecnócrata. En efecto, defendió la propiedad privada y se limitó a planear la organización del trabajo y la economía, por lo que tuvo discípulos como los empresarios Péreire, rivales de los Rothschild, y el ingeniero Ferdinand de Lesseps, famoso por diseñar el canal de Suez. Por esto extraña el que Friedrich Engels lo haya tildado de socialista.
El caso del galés Robert Owen fue muy distinto: no fue un soñador o proyectista, como lo pintó Engels, sino un hombre de acción. Industrial textil exitoso, Owen reformó su fábrica en New Lanark, Escocia, mejorando considerablemente las condiciones de trabajo. También predicó con inteligencia y elocuencia el socialismo, el cooperativismo y el ateísmo. Pero se lo recuerda sobre todo por haber fundado la primera comuna, ubicada en los Estados Unidos. Esta quebró al cabo de dos años, al parecer porque muchos de sus miembros eran entusiastas carentes de competencia técnica, mientras que otros eran pillos. Aunque los enemigos del socialismo usaron este fracaso como prueba de la imposibilidad de la empresa cooperativa, puede argüirse que sólo prueba que el empresariado no es para aficionados. En todo caso, Owen no fue un utopista más, sino un socialista práctico.
En resumen, el orden social establecido no fue siempre aceptado por todos, sino que fue criticado por ser inequitativo, y ello no sólo por los precursores del socialismo moderno, sino también por el primer apólogo y teórico del capitalismo industrial. En efecto, en su libro fundacional y monumental, Adam Smith (1976 [1776]:2, 232) admitió que “la afluencia de los pocos supone la indigencia de los más”, y llegó a estimar que cada rico es sostenido por el trabajo de unos 500 pobres. En el siglo siguiente John Stuart Mill (1965), quien pasa por ser liberal, criticó el capitalismo por injusto y propuso el socialismo cooperativista y democrático. Y casi un siglo después, John Maynard Keynes (1973:372), otro gran renovador de la teoría económica, deploró tanto la desocupación como “la distribución arbitraria e inequitativa de la riqueza y de los ingresos”.
Los casos de Smith, Mill y Keynes muestran que no es preciso ser socialista ni anarquista para advertir la injusticia inherente al capitalismo. Basta visitar las boutiques de la 5ta. Avenida de Nueva York, que en plena crisis venden trajes de vicuña a 45.000 dólares, para admitir que el capita-lismo es un lujo que sólo los muy ricos pueden permitirse.
2.2. El Cooperativismo
Al mismo tiempo que Fourier y otros utopistas diseñaban comunas imposibles, gentes prácticas organizaban cooperativas y sociedades de socorros mutuos. Las cooperativas son empresas poseídas y administradas por sus trabajadores.
Las primeras cooperativas modernas emergieron en Inglaterra junto con los ferrocarriles, y casi todas se dedicaron al comercio al menudeo o al crédito para la adquisición de la vivienda propia. El Movimiento Cooperativista, dedicado a promover las cooperativas, nació en Rochdale, cerca de Manchester, en 1844. Sus principios, puestos al día en 1995, fueron adoptados por la Alianza Cooperativa Internacional, que agrupa a centenares de cooperativas de todo el mundo [email protected].
El cooperativismo es socialismo en acción, aunque esta acción está estrictamente limitada por el marco socio-económico-jurídico de la sociedad. Si la sociedad es capitalista, la cooperativa es poco más que un remanso en un río, ya que sólo afecta significativamente a sus miembros y sus familias y no puede competir con los sectores oligopolistas de la economía capitalista. En efecto, no hay cooperativas importantes en las industrias del petróleo, acero, armamento, vehículos, aerospacial, alimentos secos, cerveza, tabaco y televisión. Suiza es el único país en el que prosperan dos grandes cadenas cooperativas de supermercados y sólo Alemania, Francia y Canadá tienen grandes bancos cooperativos. Con todo, las 300 mayores cooperativas del mundo tienen una cifra anual de ventas de más de un millón de millones (1012) de dólares (Cronan, 2006). El equivalente del PIB (valor añadido) del Canadá y algo más que el “paquete de estímulo” al sector privado del gobierno del Presidente Obama (en rigor, no es correcto comparar cifra de venta con valor agregado o PIB, pero da una idea de tamaño).
Además de esta limitación externa está la auto-impuesta: es excepcional la cooperativa que produzca o circule bienes culturales, como libros, y no hay cooperativas que particip...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legales
  4. Prólogo
  5. 1.¿Existió el socialismo alguna vez, y tiene porvenir?
  6. 2. El socialismo democrático, ante una oportunidad y un desafío
  7. 3. La necesidad del socialismo
  8. 4. Socialismo: ¿de dónde vino? ¿Qué quiso? ¿Qué logró? ¿Qué puede seguir queriendo y logrando?
  9. 5. Salir del fiasco socio-liberal para revitalizar el socialismo
  10. 6. Viejos y nuevos debates del socialismo. Glosas críticas del pensamiento socialista
  11. Sobre los autores