Los libros son nuestros
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Los libros son nuestros

Descripción del libro

La intención de la colección "Los libros son nuestros" es realizar un acto de reparación histórica ya que a los textos que fueron elegidos para integrarla les fue arrebatada violentamente la posibilidad de ser conocidos y leídos por el público cuando, en 1976, fueron secuestrados por los militares para su inmediata destrucción. La sentencia pronunciada por Luis Pan, director ejecutivo de Eudeba entonces, que selló el destino de estos títulos fue recuperada gracias al título con el que Hernán Invernizzi bautizó el valioso trabajo de investigación que permitió conocer este oscuro capítulo de nuestra historia: "Los libros son tuyos". Ahora, la editorial se propone resignificar esas palabras a través de la recuperación de algunos de los libros perdidos en ese acto de barbarie. El autor cuenta, con exhaus¬tiva información y elegante pluma, la larga y singular historia de la ganadería argentina, desde aquellas primeras siete vacas y aquel solitario toro que los hermanos Goes trajeron del Brasil hasta bien entrados los años cincuenta del siglo pasado, cuando la lucha de intereses económicos encontrados intentaba definir el futuro de una de las principales riquezas nacionales. Si bien son cuatro siglos de historia, Puiggrós hace eje en un par de momentos decisivos que sintetizan y reflejan con ex¬cepcional claridad las motivaciones de las fuerzas en pugna: los debates de 1921/23, durante la crisis de posguerra; las presiones inglesas que culminan con la firma del pacto Roca-Runciman (1933), y la investigación posterior de Lisandro de la Torre; los nuevos pactos con Londres (entre 1945 y 1952); y el retorno a la libre empresa en el sector (1955).

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Información

Editorial
Eudeba
Año
2016
ISBN del libro electrónico
9789502346311
V
LOS PACTOS CON GRAN BRETAÑA
1. ANTECEDENTES
Tenemos que retroceder a la época colonial para descubrir el punto de partida de la gran maniobra de envolvimiento que colocó a la Argentina dentro de la esfera de dominación económico-financiera de Gran Bretaña. El almirante Vernon escribía en 1740:
“Es necesaria la emancipación de las colonias españolas para abrir esos mercados a los negociantes de Londres.”
Lord Grenville declaraba que, al separarse de la Corona británica las colonias de América del Norte, la independencia de las colonias españolas de América del Sur
“era el objetivo más grande que este país (Gran Bretaña) tenía que atender y casi el único para salvarlo”.
En el plan de invasión del Río de la Plata, el comodoro sir Home Popham decía al ministro Melville:
“El nervio y espíritu que tal empresa daría a este país (Gran Bretaña), en caso de tener éxito, son incalculables. Las riquezas que introduciría, las nuevas fuentes que abriría para nuestras manufacturas y navegación, ambas desde Europa a Tierra Firme y desde Asia para el Pacífico, son igualmente incalculables.”
The Times de Londres comentaba el 13 de setiembre de 1806 la ocupación de Buenos Aires por los soldados de Popham y Beresford:
“Buenos Aires en este momento forma parte del Imperio Británico, y cuando consideramos las consecuencias a que conduce por su situación y sus capacidades comerciales, además de su influencia política, no sabemos cómo expresarnos en términos adecuados a nuestra opinión de las ventajas nacionales que derivarán con su conquista.”
E insistía el 15 de setiembre:
“La conquista es de alta importancia por su valor intrínseco, pero aun más por las circunstancias que la rodearon, como por los momentos críticos en que llega la noticia al pueblo británico y a Europa. Es casi indudable que toda la colonia del Plata tendrá la misma suerte que Buenos Aires; y de las esperanzas lisonjeras presentadas a sus habitantes, en la proclama del general Beresford, ellos verán que está en su propio interés ser colonia del Imperio Británico.
Remachaba el 25 de setiembre:
“Tal es la fertilidad del suelo, que Buenos Aires será probablemente en poco tiempo, el granero de América del Sur... Los campos de pastoreo soportan millones de vacas, caballos, ovejas y porcinos...”
El Consejo de la ciudad de Londres agradeció a los jefes británicos haber abierto
“una nueva fuente de comercio a la manufactura de Gran Bretaña y despojado a sus enemigos de una de las más ricas y más extensas colonias de su posesión”.
El ministro de Comercio concedió de inmediato licencias de exportación a diez grandes firmas por valor de dos millones de libras esterlinas y el Lloyd’s de Londres despachó, en poco tiempo, más de cien barcos cargados de mercaderías.
Si bien el ejército de Su Majestad Británica abandonó para siempre las tierras del Plata expulsado por los pobladores nativos, las tiendas abiertas por sus mercaderes siguieron funcionando, y el tratado que el 14 de enero de 1809 firmaban el gobierno inglés y la Junta Central de España, estableciendo “facilidades mutuas al comercio de los vasallos de ambas potencias”, sirvió de base a la libertad de comercio por el puerto de Buenos Aires, concedida el 6 de noviembre del mismo año por el virrey Cisneros a comerciantes ingleses, a instancias de los ganaderos rioplatenses.
El 26 de mayo de 1810 a las 11 de la mañana, el capitán C. Montague Fabian –comandante de la corbeta “Mutine”, estacionada en el Río de la Plata desde comienzos del año, a “la espera de los acontecimientos”, por orden del almirante De Courcy, jefe de la escuadra británica fondeada frente a Río de Janeiro– cumplimentaba a la Primera Junta, horas después de instalada. Igual actitud asumió el Comité de Comerciantes ingleses, presidido por Alejandro Mackinnon, Diego y James Barton y otros.
Una semana después partía rumbo a Londres, a bordo de la “Mutine” y acompañado del capitán Fabian, el primer representante argentino ante la corte de Saint James, el capitán de navío Matías Irigoyen, con la misión de adquirir armamentos y obtener la promesa del gobierno británico de oponerse a la conquista del Río de la Plata por los regentes del Brasil. A fines de 1810, la Primera Junta enviaba a Londres a José Agustín de Aguirre y Thomas Crompton para que colaborasen con Irigoyen, y poco más tarde partía también el doctor Mariano Moreno; pero el genio de la Revolución de Mayo no alcanzó a defender en Europa nuestro derecho a la independencia, porque el 4 de marzo de 1811 moría en alta mar, con el pensamiento puesto en la Patria y la seguridad de que su doctrina emancipadora alumbraría el camino de su pueblo.
A principios de 1811, los comerciantes ingleses poseían en Buenos Aires mercaderías por valor de un millón de libras esterlinas (según informes de Alejandro Mackinnon a la corte de St. James) e inauguraban la Bristish Commercial Room o Sala de Comercio, en casa de la viuda del capitán mercante Taylor, ubicada en la hoy esquina de Cangallo y 25 de Mayo. Situada sobre las barrancas que daban al río, la Sala de Comercio poseía magníficos telescopios para avistar los barcos y una información copiosa sobre asuntos comerciales (libros, periódicos, documentos).
Centenares de británicos arribaron en aquella época a las playas argentinas, y si bien la mayoría venía con propósitos comerciales, no faltaron los criadores de ovejas, artesanos (relojeros, sastres, sombreros, etc.), médicos, químicos, clérigos y maestros. Formaron una colectividad cerrada, con sus propios templos y sus propias escuelas, y sólo por excepción los católicos irlandeses se vincularon a familias criollas a través de lazos matrimoniales. La flota de Su Majestad Británica respaldaba los privilegios de que gozaban.
El comercio inglés de Buenos Aires y los grandes financistas de la City londinense (Baring Brothers, Barclay, etc.), presionaron sobre lord Castlereagh para que el gobierno de Su Majestad Británica reconociera la independencia de nuestro país, sobre todo al entablar negociaciones Pueyrredón en 1819 con el gobierno francés para coronar un príncipe de la Casa de Borbón en Buenos Aires y después que Estados Unidos reconoció en 1822 la independencia de Colombia. Obtenida la promesa del primer ministro de Francia, duque de Polignac, de no emplear la fuerza para apoderarse de las antiguas colonias españolas de América; difundido el mensaje del presidente Monroe al Congreso de Estados Unidos de diciembre de 1823 que rechazaba cualquier tentativa de colonizar América por una nación extraamericana y daba la perspectiva de un mercado continental; y a punto de ser derrotadas definitivamente las armas españolas (la batalla de Ayacucho se libró el 9 de diciembre de 1824), el reconocimiento de la independencia de las naciones hispanoamericanas se convirtió en necesidad ineludible de la política británica. Antes de hacerlo, el ministro Canning envió a Buenos Aires, a fines de 1823, a míster Woodbine Parish con una carta para don Bernardino Rivadavia que comenzaba así:
“El Rey, mi amo, habiendo determinado tomar medidas para la protección efectiva del comercio de los súbditos de S. M. en Buenos Aires, y para obtener informes exactos del estado de los negocios en aquel país, con el fin de adoptar aquellas que eventualmente conduzcan al establecimiento de relaciones amistosas con el gobierno de Buenos Aires, ha resuelto nombrar y designar al caballero Woodbine Parish para que obtenga el destino de Cónsul General de S. M. en dicho Estado.”
Bastó que Rivadavia respondiera a un cuestionario de cuatro puntos que le presentó Parish, para que éste consiguiera, mediante su informe a Canning, el reconocimiento de la independencia argentina. Días después partía para Londres el ministro argentino ante los Estados Unidos, Carlos María de Alvear, con las siguientes instrucciones de Rivadavia:
“El señor Plenipotenciario se esforzará en penetrar el ánimo del señor ministro (Canning) de la idea de que el Gobierno de Buenos Aires, y los pueblos que él rige, están decididos, por la amistad con el Gobierno de S. M., con preferencia a todos los demás Gobiernos de Europa; que las razones de ello son porque conocen que la Nación Inglesa y su Gobierno, como que son el pueblo y Gabinete más moral e ilustrado de Europa, también deben ser los más benéficos a los nuevos Estados Americanos y los que más se conforman con los principios de orden social que a dichos Estados hacen no sólo necesario, sino único posible, atendidos los elementos físicos y morales que los componen...”.
La entrevista confidencial que Alvear y Canning mantuvieron el 22 de julio de 1824, no fue más que preparatoria de la sostenida el 12 de mayo del año siguiente, en el Foreign Office, entre Canning y Rivadavia. Pero antes se habían producido dos acontecimientos que marcarían rumbos durante más de un siglo a las relaciones anglo-argentinas: el primer empréstito y el primer tratado.
Fue a instancia del poderoso grupo de comerciantes ingleses radicado en Buenos Aires que los enviados del gobierno argentino, Félix Castro y John Parish Robertson, firmaron en Londres, el 1º de julio de 1824, el bono general del primer empréstito inglés a nuestro país. Era de un millón de libras esterlinas con el 6% de interés anual y el 0,5% de amortización, para ser colocado al 70% de su valor nominal. La firma Baring Brothers, encargada de colocarlo, hizo un negocio redondo y los comerciantes ingleses de Buenos Aires pudieron disponer en la capital británica de los fondos en libras que correspondían a sus ventas de mercaderías en pesos en el mercado argentino. Un año más tarde, el ministro Manuel José García informaba a la Legislatura que
“la nueva reserva metálica estaba agotada y que era indispensable una medida oficial e inmediata que lo habilitase para suspender la conversión”.
¿Qué sucedió con el empréstito? En primer lugar, de las 700.000 libras esterlinas (70% del total de un millón) Baring Brothers retuvo de entrada dos anualidades de 65.000 cada una (60.000 de intereses y 5.000 de amortización), o se...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legales
  4. Prólogo, cuarenta años después
  5. I. Las tres etapas de la ganadería argentina
  6. II. Los primeros debates parlamentarios
  7. III. Gran Bretaña aprieta los tornillos
  8. IV. La lucha contra el monopolio de la carne
  9. V. Los pactos con Gran Bretaña
  10. VI. Libre empresa o nacionalización
  11. Bibliografía