PARTE II
LA EXPERIENCIA ÉTICA Y LA PULSIÓN DE MUERTE
INTRODUCCIÓN
En esta segunda parte vamos a abordar tanto las anticipaciones en la obra de Freud de la problemática central que nos ocupa como los fundamentos metapsicológicos que la gobiernan.
Por lo tanto se dará cuenta de la presentación en estado práctico de lo que Freud llamará “mecanismos de defensa”, y de la articulación conceptual necesaria para ubicar la importancia de éstos.
En el primero de los capítulos de esta parte investigaremos el concepto de fijación como obstáculo en relación con la tarea del analista. La conclusión de la primera parte orienta, a partir de la cuestión del obstáculo, estos desarrollos.
Los momentos que formula Freud de la tarea del analista en “Más allá del principio de placer” (1920) y las conceptualizaciones del lugar del analista nos permitirán no sólo precisar la construcción conceptual y sus correlaciones con el conjunto de la teoría, sino, a su vez, precisar los diversos modos de construcción conceptual.
El acontecimiento analítico como experiencia ética es la referencia para abordar el contrapunto y la solidaridad epistémica entre la regla de abstinencia freudiana y el deseo del analista según Lacan.
Respecto al deseo del analista precisamente, haremos un recorrido sobre los diferentes momentos y modos de conceptualización en Lacan.
El capítulo “Pulsión de muerte, angustia y síntoma” es la bisagra fundamental entre las partes I y II de la presente tesis y las dos últimas.
Si en la parte primera abordamos la cuestión de lo que atenta contra la exploración analítica y la cuestión del obstáculo, el desarrollo de esta segunda parte da cuenta de las anticipaciones en estado práctico de la conexión fijación-dirección de la cura desde los propios fantasmas, como lo va a decir Lacan en El Seminario, Libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis.
El cambio de paradigma que implica la producción del concepto de pulsión de muerte es correlativo al cambio de pregunta que se realiza Freud. Ya no se trata de cómo se produce una cura, sino de los obstáculos que se oponen a su conclusión.
CAPÍTULO 1
LA TAREA DEL ANALISTA Y LA FIJACIÓN
1. Los tres momentos de la dirección de la cura y sus pertinencias conceptuales en la obra de Freud
Considero que la referencia de Freud en “Más allá del principio de placer” (1920), respecto de los tres momentos de “la técnica psicoanalítica”, anuda un criterio de investigación. Esos tres momentos como dijimos son:
1. El arte de la interpretación.
2. El levantamiento de las resistencias.
3. Las resistencias estructurales.
El texto mencionado puede ser un faro orientador para abarcar tan vasta obra porque enmarca el último y fundamental giro de la producción freudiana. Ese ordenamiento permite leer anticipaciones en estado práctico, mostrando al mismo tiempo que ciertos términos tienen un valor específico de acuerdo con el estado de la doctrina en cada momento. Cada uno de los tres momentos define:
a) Un ordenamiento del aparato psíquico.
b) Una conceptualización del padecimiento.
c) Un criterio sobre la finalidad de la cura.
d) Una formulación específica del lugar del psicoanalista.
A su vez, el primer momento tiene un clivaje fundamental, porque abarca la consideración del inconsciente descriptivo y del dinámico. Es posible ordenarlo a partir de la formulación de la regla de la asociación libre. El segundo alcanza el obstáculo del amor de transferencia y la regla de abstinencia. El tercero reordena esa problemática incluyendo la pulsión de muerte en relación con la cuestión del fin de análisis.
Tal como lo expresa Freud en la conferencia “De guerra y muerte” (Freud, 1989) la actividad psíquica del ser humano se ordena a partir de la noción de conflicto:
“No fue el enigma intelectual ni cualquier caso de muerte, sino el conflicto afectivo a raíz de la muerte de personas amadas, pero al mismo tiempo también ajenas y odiadas, lo que puso en marcha la investigación de los seres humanos. De este conflicto de sentimientos nació ante todo la psicología” (Freud, 1989: 295).
En cada uno de los momentos mencionados el conflicto se ubica de un modo singular, y a cada uno de ellos le corresponde una modalidad de respuesta. Cada momento sitúa de un modo diferencial la construcción del aparato psíquico en términos de instancias articuladas y separadas, un ordenamiento diferente de la dimensión metapsicológica y una formulación distinta del principio que gobierna el aparato psíquico.
El primer momento marca la ruptura principio de constancia-principio de placer (vía la experiencia de satisfacción), produciendo la tensión irreductible del deseo y la subversión temporal cronológica, en un inicial ordenamiento metapsicológico. Defensa y trauma, producción del inconsciente, proceso primario y trabajo psíquico son conceptos que Freud elabora y despliega en ese primer momento, y entonces también traza la distinción entre inconsciente descriptivo y dinámico que da lugar al sujeto propio del psicoanálisis.
Esta articulación se centra en el despliegue del inconsciente, sus leyes y dinamismo, y el trabajo de interpretación por parte del analista, y la vez nombra el factor cuantitativo en la compulsión del síntoma.
La introducción del concepto fundamental de “pulsión” redefine la causalidad de las neurosis, posibilitando el pasaje del trauma a la fantasía y ordenando las coordenadas de la transferencia analítica.
La concepción dinámica del inconsciente permite situar el fundamento de las neurosis de transferencia al conectar inconsciente y represión. A su vez, la conexión entre pulsión y represión posibilita un nuevo ordenamiento metapsicológico.
Por su parte, las articulaciones entre inconsciente y narcisismo permiten ubicar las peculiaridades del amor de transferencia y su valor resistencial en la cura. El amor de transferencia en su conexión con la resistencia es la propiedad del segundo momento en lo que hace al quehacer del analista, tal como Freud lo formula en “Más allá del principio de placer” (1920).
En la época de elaboración de la doctrina, el segundo modelo pulsional permite formular la erogeneización del yo y la distinción de las dos series del objeto, anticipándose el núcleo inconsciente del yo (ello) con la libido no reversible.
La segunda ruptura (principio de placer-más allá del principio de placer) redefine la dirección de la cura en la última etapa, permite resolver conceptualmente el obstáculo del amor de transferencia y plantea una nueva consideración del estatuto de la angustia.
La tarea del analista que Freud define en último término (la operación en relación con la resistencia al levantamiento de las resistencias) se sostiene en el tercer modelo pulsional y en el último ordenamiento metapsicológico.
La articulación de la sexualidad infantil con el nudo del ordenamiento edípico, la consideración del problema económico del masoquismo y la ubicación del complejo de castración como núcleo de la neurosis y referente del síntoma, sitúan las coordenadas de los obstáculos a la curación en las resistencias del ello y el superyó.
Si en el primer momento situábamos el estatuto inaugural de la regla fundamental y, en el segundo, la importancia de la respuesta ética llamada regla de abstinencia, el tercer momento marca una declinación de la interpretación y la producción del concepto de construcción, en relación con lo que no retorna jamás como recuerdo, ya que nunca fue olvidado.
Las preguntas: qué es un padre y qué quiere una mujer, se sitúan al final de la obra de Freud como interrogantes mayores, en concordancia con la producción del analista como tal.
2. Las conceptualizaciones del lugar del psicoanalista
La construcción de la doctrina freudiana muestra continuas rupturas y obstáculos.
El enfoque clínico del padecimiento subjetivo implicó, a un mismo tiempo, la producción conceptual y la consecuente redefinición de la finalidad y los medios de la cura.
Cada obstáculo exigió una nueva conceptualización del inconsciente, de la pulsión, del síntoma y de la transferencia. Es decir, exigió que se avanzara desde el principio que gobierna el aparato psíquico al ordenamiento de las instancias. De las respuestas sobre cómo se produce una cura, a los obstáculos para su conclusión.
Tal como nos enseña S. Cottet, el lugar del psicoanalista se vincula innumerables veces en la obra freudiana con el instrumento, la interpretación; otras veces, con el soporte libidinal, la neurosis artificial. En otros momentos, Freud señala las diferencias del psicoanalista con, por ejemplo, el pedagogo, el médico, el sacerdote. También propone diferencias en cuanto a la dimensión ética respecto del benefactor, el moralista y el político.
Al final de su obra, le inquieta la supervivencia de su creación y el advenimiento de nuevos psicoanalistas. Por otra parte, si inconsciente y pulsión son los conceptos que definen absolutamente el campo propio del psicoanálisis, y la articulación y la disyunción entre ambos es el núcleo de la elaboración, las dos reglas que Freud formula como condición de un psicoanálisis (asociación libre y abstinencia) remiten absolutamente a ese entrecruzamiento. Ambas reglas nombran el lugar propio del psicoanalista. Lo nombran, en un momento de su elaboración teórica, a partir de conceptos producidos respecto de la constitución del aparato psíquico, del síntoma y de la finalidad de la cura.
Durante la construcción de la doctrina existen no sólo diversas conceptualizaciones del lugar del psicoanalista, sino diferentes modalidades de producirlas.
3. La fijación y el acto analítico
En la obra de Freud existen diversas conceptualizaciones del lugar del analista que ordenan el conjunto de la elaboración de la doctrina, exponiendo a su vez varias lógicas de la cura.
En “Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico” (Freud, 1989) la sorpresa –como acontecimiento imprevisto– como condición para el tratamiento se anuda con el “no fijarse” por parte del analista. Este “no fijarse” refiere al soporte pulsional, y es recuperado al final de su obra al hablar de los escollos para el advenimiento de nuevos analistas.
La escucha “de inconsciente a inconsciente”, que desorientó a muchos posfreudianos, debe ser entendida considerando que el lugar del analista y la fijación se excluyen mutuamente.
Para Freud, la fijación asociada al lugar del analista lleva no sólo a conducir los tratamientos desde los mecanismos de defensa propios, sino que ésta también se constituye en el soporte de la hostilidad y el partidismo en el seno de la comunidad analítica.
En el texto citado anteriormente, el “no fijarse” plantea la “atención parejamente flotante” –como suspensión de lo que provisoriamente podríamos llamar representaciones meta-conscientes del lado del analista– como el “correspondiente necesario”, de la regla fundamental. De este modo, una primera lectura que hace Freud de la cuestión de la fijación en “Consejos al médico...” refiere a la dimensión yoica. Pero Freud va un paso más allá y postula que el “fijarse” del analista implicaría ligar “un fragmento de su propia actividad espiritual” a un punto tal que:
“El éxito corre peligro en los casos que uno de antemano destina al empleo científico y trata según las necesidades de éste; por el contrario, se asegura mejor cuando uno procede como al azar, se deja sorprender por sus virajes, abordándolos cada vez con ingenuidad y sin premisas” (Freud, 1989: 114).
Para Freud, en el mismo texto, el “no fijarse” es posible únicamente a partir del análisis del analista y que éste “[haya] tomado noticia de sus propios complejos que pudieran perturbarlo para aprehender lo que el analizado le ofrece” (Freud, 1989: 115). El “fijarse” sostenido en los “propios complejos” puede a veces hasta ser revestido como interés científico: “Con facilidad caerá en la tentación de proyectar sobre la ciencia, como teoría de validez universal, lo que en una sorda percepción de sí mismo discierna sobre las propiedades de su persona propia” (Freud, 1989: 116).
En el texto que da el marco y el fundamento metapsicológico para el conjunto de los llamados “Escritos técnicos”, esto es, “Recordar, repetir y reelaborar” (1914) (Freud, 1989), los “complejos” quedan referidos a una doble fuente: los representantes psíquicos inconscientes y las vivencias tempranas que quedan fuera del circuito represión-retorno de lo reprimido. Estas últimas son el soporte de las respuestas estereotipadas llamadas mecanismos de defensa que, según lo planteado posteriormente en “Análisis terminable e interminable” (1937) (Freud, 1989) son la causa –como dice Freud– del “saldo lamentable” de ciertos análisis. Esas tempranas vivencias que siempre fueron displacenteras anticipan la resistencia del ello.
Por lo tanto, si la fijación por parte del analista excluye la posibilidad de hacerle lugar a lo sorpresivo, lo imprevisto, esta indicación freudiana tiene en su texto dos dimensiones: uno técnico-operatorio y otro estructurante de la experiencia misma.
Por otra parte, dice Freud en “Consejos al médico...”: “[El analista] debe volver hacia el inconsciente emisor del enfermo su propio inconsciente como órgano receptor, acomodarse al analizado como el auricular del teléfono se acomoda al micrófono” (Freud, 1989: 115).
La escucha “de inconsciente a inconsciente” fue un suplemento fundamental para la dimensión errática que adquirió la dirección de la cura orientada desde la contratransferencia.
Estructuralmente, la fijación no sólo gobierna las formaciones sino al inconsciente mismo, por lo tanto, la indicación de Freud de que la fijación debería estar excluida del lugar del analista es porque de este modo el analista tendría la máxima “docilidad” como intérprete de la producción de la asociación libre. Esto se sostiene en el concepto de que la neurosis indica la represión como un modo de decirse una verdad. A la altura de “Consejos al médico...”, la traducción cura. La “docilidad” encuentra su obstáculo en la resistencia, como resto libidinal “indócil” a la interpretación.
En la elaboración freudiana, el nuevo acto psíquico que implica la institución del yo se soporta en la instancia Ideal del yo. Esta articulación se conecta con la reversibilidad de la libido y la caracterización de los objetos en la fantasía, vía regia de la posibilidad de la transferencia.
La regla de abstinencia no tiene un valor moral. A partir de la enseñanza de Lacan se explicita su fundamento ético (la mayor distancia del objeto y el Ideal). Pero el foco de esta problemática en general estuvo ubicado respecto de lo que es reversible de la libido. Sin embargo, lo que me interesa destacar es que lo “no reversible”, lo que no pasa por el Otro, otorga un alcance mayor a la regla de abstinencia en los textos freudianos mismos.
Lacan, en el Seminario 24, L’insu que sait de l’ une-bevue s’aile à mourre, ilumina esta cuestión cuando afirma: “En resumen, hay que levantar la pregunta de saber si el psicoanálisis no es un autismo de a dos [...] Hay una cosa que permite forzar este autismo, esto es que la lengua es un asunto común” (Lacan, 1988: 63).
Esta cuestión de la lengua como asunto común –fundamental respecto de las conclusiones finales de esta tesis– es una posibilidad sostenida en “otra resonancia que se trata de fundar sobre el chiste” (Lacan, 1988...