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eBook - ePub

Descripción del libro

¿Fue la crisis consecuencia del default? ¿Cómo se distribuyeron los costos entre el Estado, los trabajadores, los bonistas, los deudores bancarios y los propios bancos? ¿Cuándo comenzó la recuperación y cuáles fueron sus motores? ¿Por qué no se cumplieron los pronósticos que, a comienzos de 2002, presagiaban que el dólar estaría por las nubes y habría hiperinflación? ¿Cuáles fueron las medidas clave y quién las tomó? ¿Cuánto hay de nuevo modelo económico y cuánto de continuación de políticas de crisis? ¿Cuánto hubo de rebote, cuánto de viento de cola y cuánto de gestión detrás de la resurrección de la economía argentina?Primer análisis integral de la etapa que sobrevino a la caída de la convertibilidad, este libro, en el que confluyen el análisis económico, la investigación periodística y el ensayo histórico, nos permite repensar aquellos años fundamentales de la historia reciente, desde una distancia crítica, y reflexionar sobre los orígenes de la crisis, sus consecuencias sociales, económicas e institucionales y el proceso de toma de decisiones a partir de 2002.

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Información

Editorial
Eudeba
Año
2016
ISBN del libro electrónico
9789502322117
Categoría
Economía
EPÍLOGO
Segundas partes Epílogo a la 2da edición
Nuestra crónica original, escrita a principios de 2007, abandonaba la trama en un momento que entonces –y más aún hoy, en perspectiva– se asemejaba bastante al epígono de una época.
Las fechas son mojones inevitablemente engañosos: la historia suele desarrollarse de manera gradual, acumulativa. Nada fundamental cambió entre 2006 y 2007 para determinar una nueva tendencia. En 2006, la Argentina crecía 8,7% (8,8% en promedio de 2003 a 2006), su deuda externa se había vuelto rápidamente manejable sin dejar de acumular reservas, la pobreza se mantenía elevada en 26% pero lejos del 42.3 % del pico de la crisis, el desempleo descendía a 8,5% (el nivel de fines de 1992). A principios de 2007 el país dejaba de fugar capitales y exhibía un riesgo país comparable al de Brasil. (1) Pasada la tormenta, la Argentina parecía lista para despegar.
Sin embargo, como señalábamos en los capítulos anteriores, las luces de la gestión kirchnerista insinuaban ciertas sombras que ponían en duda las chances del modelo poscrisis de transformar crecimiento en desarrollo: la centralización de las decisiones; la ávida acumulación de poder y la resistencia a afrontar costos; los dividendos del crecimiento como soporte de un gobierno plebiscitario y el desdén por la inflación; el cortoplacismo, el facilismo y la impaciencia.
Todo esto nos llevaba a interpelar la historia de la poscrisis en busca de una dirección, una línea argumental. ¿Cuándo acababa la poscrisis y se iniciaba el resto de la historia? ¿Tendría esta segunda parte un guión propio, desvinculado de esas pocas medidas defensivas (controles, retenciones, fiscalismo acérrimo y autarquía financiera) adoptadas por efecto de la “emergencia económica” y luego extendidas por cinco años? ¿Cuándo emergeríamos de la mentalidad de crisis, y con qué agenda?
Hoy, cinco años más tarde, podemos ensayar una respuesta tentativa: la poscrisis –su invocación constante, el enfoque y las medidas e incluso la fragmentación y el antagonismo que ésta engendró– no terminó nunca de acabar. Se añejó y se profundizó como una enfermedad mal curada. No hubo otro guión económico, sólo anotaciones al margen, cambios de énfasis y tono. Y de interpretación: la renovación estratégica que el gobierno no logró hacer en la práctica la elaboró en la retórica.
El relato del modelo (la resignificación a posteriori, la obsesiva reescritura de la historia que se insinuaba ya en 2006 tras la salida de Lavagna y la asunción de Kirchner como ministro de economía) dominó la comunicación y, en última instancia, el pensamiento oficial –y el oficialista, que, a merced de un gobierno centralizado y con recursos, se volvió cada vez más populoso. Así, la divergencia entre relato y realidad reflejó –y, en última instancia, emuló– la distancia entre datos oficiales y extraoficiales, y en las mismas categorías: inflación, crecimiento, pobreza. Mientras Argentina perdía el rumbo, el discurso pintaba un retrato oficial de congelada belleza.
En lo que sigue intentamos resumir, de manera sumaria y sin pretender hacerle justicia, la compleja bifurcación semántica que caracterizó al quinquenio 2007-2011. El pasaje del kirchnerismo al cristinismo.
INDEK
¿Cómo pasamos de caminar con el Brasil a ser agrupados displicentemente en el “eje bolivariano”: Venezuela, Cuba, Nicaragua, el Ecuador, Bolivia?
Si bien en historia no suele haber causas únicas ni fechas determinantes, si tuviéramos que datar el momento en el que Argentina se desvió de su camino virtuoso de crecimiento, desendeudamiento y recuperación de la moneda esa fecha sería el 29 de enero de 2007. La intervención del INDEC, que tomó a todos por sorpresa, marcó la primera señal (a la sazón, minimizada o desatendida) de lo que estaba por venir.
Su consecuencia inmediata fue el final del CER como unidad de cuenta. A principios de 2007, el BOGAR 18, un bono denominado en CER que entonces tenía una duración de 6 años ofrecía un rendimiento real (es decir, por encima de la inflación medida por el CER) de 4,2%; a fin de año el mismo bono, con una duración un año menor, pagaba más del doble 9.5%. (2) Y, por su analogía con un default encubierto, la manipulación del CER elevó también el costo del endeudamiento en dólares: en enero de 2007 el riesgo país estaba 12 puntos (0.12%) por encima del de Brasil; en diciembre, la diferencia se había estirado a 146 puntos; a mediados de 2008, a 365 puntos.
Esto no sólo afectó al precio de los bonos ya emitidos (finalmente, transacciones entre particulares que no necesariamente impactan en el crecimiento y el bienestar social) sino que encareció el costo de nuevas emisiones públicas y privadas. De este modo, neutralizó los beneficios de un programa de reestructuración y desendeudamiento que, en condiciones normales, habría sentado las bases para la inversión y las ganancias de productividad que fundamentarían los altos ingresos en reemplazo del peso subvaluado y los salarios bajos que impulsaron la recuperación económica. Y derrumbó la esperanza de reavivar el crédito productivo de largo plazo necesario para sanear los incipientes déficits en infraestructura de transporte y energía, y el mercado hipotecario golpeado por la crisis bancaria y la pesificación.
Pero los costos de la intervención del INDEC no se limitaron al mercado financiero. Con una inflación en alza (en rigor, el motivo original de la intervención) y un Banco Central ausente (el BCRA virtualmente censuró el uso de la palabra inflación de sus publicaciones oficiales), el deterioro de las estadísticas –que no se limitó a la inflación– menoscabó cualquier atisbo de anclar expectativas de precios. Y, como se sabe de innumerables experiencias previas, las expectativas puestas a volar sin brújula suelen dispersarse y sesgarse hacia arriba, contribuyendo al hábito de indexar precios de manera mecánica, inercial.
El avance paulatino sobre el INDEC fue un anticipo fiel del modus operandi del gobierno en otros frentes: retenciones, fondos previsionales, medios, apropiaciones presupuestarias, política cambiaria, expropiaciones. Por la misma razón, desmitifica la distinción, popular en los últimos años, entre el gobierno de Néstor y el de Cristina. En cambio, abona nuestra tesis de que la política económica kirchnerista exhibió una continuidad de estilo y propósito que fue revelando su naturaleza radical no por un contraste entre el perfil de ambos consortes sino porque las restricciones crecientes a partir de 2007 los fue obligando a adoptar decisiones más drásticas.
Sucesión matrimonial
No hay limitaciones para la ingeniería electoral peronista: frente a un desafío político se hace lo que haya que hacer para retener o consolidar el poder. Un dirigente puede mudarse de distrito (Cristina en 2005) o “poner a su mujer” (Néstor en 2007) sin detenerse en las formas ni en el qué dirán.
Pudiendo Néstor haberse reelegido con comodidad (sus niveles de aprobación era elevados), en 2007 la candidata fue Cristina. La opción conyugal pareció natural porque se trataba de una dirigente que, independientemente de su condición de primera dama, tenía su peso propio, ya probado electoralmente en la batalla contra los Duhalde en su propio territorio (la provincia de Buenos Aires): en 2005 Cristina había pasado por arriba a Chiche Duhalde (43 % contra 15% de los votos) y había conseguido para el matrimonio patagónico la autonomía política que no tenía cuando accedió al poder en 2003.
Sin embargo, debe recordarse que Kirchner impuso la candidatura de su esposa sin mediar participación alguna de la fuerza partidaria que representó ni de sus dirigentes ni de elección interna de ningún tipo. Primó el dedazo. La estrategia, en su máxima expresión, era extender el horizonte temporal de los Kirchner al infinito, sucediéndose uno al otro para no quedar “atrapados” en la regla que limita las reelecciones a sólo una. Néstor creó así la formula de la sucesión matrimonial.
Ya sin padrinos, decidieron hacer del peronismo la herramienta de una estrategia mayor, presuntamente transversal, para la cual intentaron sumar movimientos sociales y dirigentes extrapartidarios. Así, el Frente para la Victoria, sin la alianza con el duhaldismo pero nutriéndose de sus escombros, mutó en Concertación y buscó “partir” al radicalismo al sumar a varios gobernadores de ese origen y al colocar en la candidatura a vicepresidente al mendocino Julio Cleto Cobos. Al final del día, el plan escondía la voluntad de reformar o condicionar al aparato peronista tradicional, especialmente a los intendentes del Conurbano –aunque, a la hora de ganar elecciones, los “barones” no podían estar ausentes.
La estrategia se recostó en promesas de mejora institucional (para extender el alcance electoral fronteras afuera del peronismo e atraer independientes) luego del período de reconstrucción que siguió a la crisis de 2001/2002. El mito de la versión moderada e institucionalista del kirchnerismo chocaría luego con un rumbo que lo distanció de los planteos de campaña. Pero la movida fue efectiva electoralmente y el matrimonio revalidó credenciales logrando Cristina el 45,3 % de los votos, seguida por Elisa Carrió (23 %) y por el ex ministro de economía de Kirchner y Duhalde y aliado del radicalismo, Roberto Lavagna (17 %). Cristina ganó en todos lados menos en la díscola Córdoba.
Se instaló entonces el debate por el rol que tendría El presidente saliente, marido de la presidenta entrante y estratega electoral. El temor al doble comando recorrió las páginas de los diarios y se hizo carne en el debate político al comprobarse que Néstor seguía cumpliendo funciones cuasi presidenciales desde Olivos, mientras Cristina tomaba un rol más protocolar y de vocera de las políticas oficiales. Pero quien recibía dirigentes, conducía al movimiento y supervisaba la administración seguía siendo Néstor, que se reía de su rol formal de “primer caballero”.
La oposición, por su parte, salió debilitada de la contienda. El partido radical había llevado un candidato presidencial peronista, con quien se pelearía diez minutos después de terminada la elección. Carrió, con su visión cada vez más mesiánica de la política y con una tendencia a aislarse, no prometía sumar voluntades para conducir la oposición. Por último, dato no menor, estaba la dificultad de ser oposición con una economía en crecimiento, y en 2007 el kirchnerismo mostraba un imponente record en ese frente. Por todo esto, la elección de 2007 fue un adelanto de lo que ocurriría, de manera más acentuada, en octubre de 2011.
Breve luna de miel
Algunos traspiés sacudieron los comienzos de Cristina. De ellos, el más notorio fue el caso del “valijero” Antonini Wilson, quien intentó ingresar al país, sin declarar en la Aduana, casi 800 mil dólares traídos en un vuelo financiado por funcionarios argentinos y venezolanos. Más allá del escándalo (inocuo en términos de popularidad), su gestión estaba marcada por los rumores de control en las sombras por parte de Néstor, lo que infligió cierto desgaste a la figura de la flamante presidenta.
En Economía, Miguel Peirano había reemplazado a Felisa Miceli, luego de que en su baño privado en el Ministerio se hallaran ladrillos de billetes (pesos y dólares) difíciles de justificar. El industrialista Peirano, de diálogo franco con Néstor y apoyado por la UIA, cometió al momento de la transición presidencial un error que otros repetirían: estimó que lo estimaban, y decidió plantear sus exigencias al gobierno. En particular, mayor libertad de acción. Más en particular, el desplazamiento (o amordazamiento) de Guillermo Moreno. El pedido de autonomía y control de ciertos resortes de política económica fue suficiente para convencerlo de presentar elegantemente su renuncia. Dejó el ministerio en medio del recambio presidencial entre los cónyuges, emulando la suerte de Prat Gay y Lavagna, entre otros, antes y después que él.
Es en ese contexto que el entonces influyente jefe de gabinete Alberto Fernández propone como ministro de economía a un joven Martín Lousteau, que venía de colaborar con Prat Gay en el Banco Central y de un paso por diversas funciones en la gestión bonaerense de Felipe Solá. Lousteau fue una de esas escaramuzas reformistas, indicios de un cambio que no se materializaría, que entusiasmaron a los votantes menos incondicionales de Cristina con las chances de una superación del modelo. Aunque una rápida mirada por su historia personal no sugería una postura confrontativa, Lousteau intentó introducir racionalidad a algo que se intuía excesivamente discrecional.
La aparente tensión y la inminente colisión con Moreno serían el telón de fondo del episodio que –del mismo modo en que el INDEC lo había hecho para la economía– marcaría la manifestación definitiva del modus operandi político de los Kirchner, su modelo de gestión del conflicto: el enfrentamiento con el campo detonado por la Resolución 125.
Yuyo destituyente
El conflicto con el campo, más allá de la anécdota política, refleja tres aspectos esenciales en la conformación del modelo (económico y político) de la poscrisis. Por un lado, el papel que las exportaciones agrícolas –asociadas en partes iguales a cambio tecnológicos y de gestión a fines de los 90 y principios de los 2000 que elevaron la productividad del sector, y al boom mundial de los commodities– tuvieron en la generación de los superávits gemelos que facilitaron el crecimiento acelerado en el período 2003-2007.
Por otro lado, el estrechamiento del margen fiscal, síntoma no sólo de un bienvenido aumento del gasto y de la inversión pública sino también de dos aspectos menos visibles del milagro argentino, que explican mucho de lo ocurrido en los últimos años: la autarquía financiera (el rechazo a los mercados y el desendeudamiento forzado, que obligó al gobierno a repagar deuda con ingresos corrientes o reservas del banco central) y el creciente subsidio de tarifas y transporte (que apuntaló el consumo de las clase media y la rentabilidad empresarial, a expensas del fisco y de la rentabilidad e inversiones de las empresas de servicios afectadas).
Por último, el conflicto con el campo marca el inicio de un giro desde la realidad hacia la construcción de la realidad (el “relato”) insinuado con el affaire INDEC. Esta creciente disonancia cognitiva –epitomizada en una “juventud kirchnerista” alimentada por la mística del relato y la oferta de cargos públicos, que convergería desde distintos afluentes a La Cámpora apadrinada por el hijo de Néstor Kirchner, Máximo– caracterizaría esa segunda etapa del kirchnerismo que, si bien no representa a nuestro juicio un cambio político cualitativo, podría denominarse a los fines cronológicos como cristinismo.
Si el conflicto con el campo resultó ser una muestra temprana de los obstáculos del cristinismo para lidiar con los límites impuestos por su propio modelo, el encolumnamiento de gran parte de la oposición detrás de la posición de los representantes del agro –agrupamiento transversal que se repetiría al año siguiente en el Congreso bajo el denominado grupo A– desnudó algunos aspectos que explican la dificultad de los líderes opositores de capitalizar en votos los errores del gobierno o el cansancio natural con una administración que ya llevaba seis años en el poder.
La Resolución 125, que proponía establecer retenciones móviles (crecientes con el precio internacional) sobre las exportaciones de bienes primarios, no fue otra cosa que un intento del kirchnerismo de lograr más recursos del agro. En un contexto de suba sostenida del precio mundial de los bienes primarios y un continuo estrechamiento del margen fiscal para administrar un gasto creciente, la tentación a apelar una vez más a la renta agropecuaria fue demasiado fuerte para un gobierno con propensión a regular la tasa de ganancia privada.
El concepto no era particularmente innovador: una alícuota que subiera y bajara con el precio simplemente estabilizaría el precio promedio recibido por el productor, a expensas de la volatilidad de ingresos del Tesoro Nacional, que vería su recaudación por retenciones subir en años buenos y caer en años malos. (3) Sin embargo, mal calibrada –en la forma y el momento de su introducción, en su comunicación y en sus parámetros, que elevaban el impuesto promedio a expensas del agro– expuso al gobierno a una derrota dolorosa.
Primera derrota
Casi inmediatamente después de su anuncio, la 125, como popularmente se la conoce, logró unir las voluntades de agrupaciones tan distantes en identidad e ideología como la Sociedad Rural y la Federación Agraria. Por otro lado, la propia disciplina partidaria se quebró ante las demandas de actores sociales, productivos y políticos movilizados contra la medida: rareza de un tiempo de excepción, muchos legisladores rompieron filas respondiendo más a sus intereses provinciales que a las presiones gubernamentales.
Como si esto fuera poco, la 125 reavivó la llama del federalismo y parió un candidato presidencial. La resolución s...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legales
  4. Introducción. La crisis.
  5. Capítulo 2. Barajar y dar de nuevo.
  6. Capítulo 3. Condenados al éxito.
  7. Capítulo 4. Partes de guerra.
  8. Capítulo 5. La vida después de la devaluación.
  9. Capítulo 6. Remedios exóticos.
  10. Capítulo 7. Corralito y Corralón.
  11. Capítulo 8. La híper que no fue.
  12. Capítulo 9. Una luz al final del túnel.
  13. Capítulo 10. El presidente inesperado.
  14. Capítulo 11. La saga de la deuda.
  15. Capítulo 12. Del rebote al crecimiento (El gato muerto se pone de pie).
  16. Capítulo 13. Ganador lleva todo.
  17. Epílogo. Segundas partes. Epílogo a la 2da edición.
  18. Posfacio