Teoría y crítica del estado
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Aníbal Américo D'Auria

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Teoría y crítica del estado

Aníbal Américo D'Auria

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Información del libro

La intención principal de este libro es brindar un manual de Teoría del Estado que no se agote en la mera exposición didáctica de los temas, sino que incite al lector y al estudiante a la reflexión crítica sobre ciertas cuestiones candentes dela filosofía política. Para ello, traza un recorrido crítico y comprensivo que, a lo largo de ocho capítulos y apelando a la lectura de los principales autores de esta temática, aborda temas como el Estado, el poder, la democracia y las distintas formas de representación, así como las doctrinas opuestas sobre el derecho y el gobierno.

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Información

Editorial
Eudeba
Año
2016
ISBN
9789502319834
Categoría
Law

PRIMERA PARTE:
TEORÍA DEL ESTADO

II. EL ESTADO: ANTECEDENTES, SURGIMIENTO Y TRANSFORMACIONES

1. Formas de orden político anteriores al Estado: Polis, Imperio, Feudalismo

Ya hemos caracterizado lo que entendemos por "orden político", y más adelante caracterizaremos al Estado como una forma de orden político específico de la Modernidad. Sin embargo, es obvio que antes de la era moderna hubo diversas formas de orden socio-político, como la Polis griega o la República romana. También hubo formas de orden político que pueden ser vistas como "proto-Estados", tales como los imperios antiguos (macedonio y romano), medievales (merovingio, carolingio, sacro-romano-germánico) y la iglesia católica romana. En estos proto-Estados (especialmente en el Imperio romano y en la Iglesia católica medieval) encontramos ya, aunque de modo incipiente, el mismo principio jerárquico centralizador que caracterizará luego al Estado. También, en diferente medida según los casos, encontramos un desarrollo bastante avanzado de la burocracia, del sistema impositivo, de la profesionalización de las fuerzas armadas y policiales y de la sistematización del derecho y la profe-sionalización de la administración de justicia (todas estas notas, como veremos, son propias del Estado). Sin embargo, no constituyen Estados en el sentido específico porque no existe aún, en paralelo, un desarrollo consecuente de la sociedad civil (que como también veremos, constituye el par complementario del Estado). Antes de la Era Moderna no había siquiera una clara y consciente separación entre lo social y lo político.
A continuación haremos una aproximación general a aquellas formas de orden político pre-modernas no estatales.
Las Ciudades Agrarias Antiguas, cuyos arquetipos son la Polis griega y la República romana, constituían una forma de orden político que nada tiene en común con el Estado tal como lo caracterizaremos en este libro. En general se trataba de unidades políticas autónomas, pequeñas en territorio y en población (donde prevalecían las relaciones cara-a-cara), de economías autosuficientes y donde existía una fuerte comunidad de creencias y costumbres:
Sabemos que las Póleis griegas eran relativamente pequeñas en cuanto a su extensión y que no contaban con gran cantidad de habitantes, al menos si se las compara con nuestras ciudades actuales. Es por ello que se ha hecho un uso común y relativamente aceptado admitir la traducción de póleis por la expresión compleja "ciudad-Estado". Pero, como se ha señalado con frecuencia, esta traducción, aunque intenta describir el fenómeno complejo que significaba póleis, se presta a malentendidos. (...) Si entendemos una pólis como una "ciudad-estado" corremos el riesgo de caer en equívocos porque ese nombre no es adecuado para designar a la población rural que constituía la mayor parte de los habitantes de Atenas y porque, al mismo tiempo, sugiere que la "ciudad" ejercía su hegemonía sobre el campo, como si éste fuera un apéndice sin importancia de aquélla.
Toda polis en general seguía un modelo semejante en cuanto a su aspecto estructural: un centro urbano donde, por lo general, residían los más pudientes. La plaza o mercado (el agorá), lugar en el que se encontraban los principales emplazamientos edilicios y donde se cuidaba que hubiera suficiente espacio como para que el pueblo pudiera reunirse toda vez que así lo quisiera. El agorá llegó a constituir un verdadero mercado en el que se instalaban negocios y puestos de ventas de productos de la más diversa índole. Pero en su significado original era la "asamblea del pueblo", un lugar de reunión de la gente común (...). También había una akrópolis, una "ciudad alta", un sitio elevado que servía para la defensa y donde se encontraban importantes edificios.
(... ) la palabra polis no designaba una forma de gobierno determinada; la idea básica es que, cualquiera fuere la forma de gobierno, si era una polis debía ser al mismo tiempo una comunidad independiente. También debe notarse que aunque la polis ocupaba un territorio determinado no era un lugar material (o al menos no era sólo eso). Era más bien la comunidad actuando sobre la base de un acuerdo común (a veces implícito) para alcanzar un objetivo también común. Esto es lo que, probablemente, lleva a Aristóteles a enfatizar tantas veces el hecho de que lo que define una forma de gobierno como buena o mala no es tanto el régimen político en cuanto tal sino si dicho régimen de gobierno está orientado al interés común o no (Boeri y Tursi, 1992: 31-32).
Estas antiguas ciudades agrarias se desarrollaron durante siglos de manera independiente, y para su acción en común (v. gr. la guerra frente a un enemigo común), solían adoptar la forma de confederaciones libres; tal fue el caso de las Polis griegas contra el Imperio persa. Sin embargo, finalmente sucumbieron ante el poder político centralizador del Imperio macedonio y, luego, de Roma. El Imperio macedonio duró lo que la vida de Alejandro, pero el Imperio romano alcanzó una duración de siglos y siglos, e incluso después de su caída perduraría transfigurado en la Iglesia católica romana. La misma ciudad de Roma comenzó siendo una ciudad agraria al estilo de las Polis griegas, pero su poderío militar y su expansionismo la hicieron rápidamente dueña de, primero, toda la península itálica, y luego, de todo el mundo conocido de la antigüedad occidental. Roma fue un imperio territorial mucho antes de adoptar, a partir de Augusto, la forma de gobierno personalizada en el emperador.[2] La Roma imperial desarrolló así, como dijimos, un importante aparato burocrático, impositivo, jurídico y militar, características que permitirían verla como un proto-Estado (en el sentido específico que daremos luego). Y como sabemos, la Iglesia cristiana, oficializada como religión del imperio a partir de Constantino, heredaría luego una forma similar de organización territorial, administrativa y política, forma que conservará aún ya desaparecido el Imperio romano en occidente.
El dominio o imperium de Roma y de la Iglesia se ejercían principalmente sobre unidades orgánicas (las ciudades) o sobre las personas consideradas partes de un organismo indivisible (el cuerpo de la Iglesia). Los súbditos no eran considerados (ni se consideraban a sí mismos) como individuos en el sentido moderno de seres autónomos y completos en sí mismos, sino como células de un organismo superior que los completaba como hombres (sea este organismo superior la ciudad, el imperio o la Iglesia). No hay todavía algo que se parezca a lo que llamaremos sociedad civil en sentido moderno, aunque sí hay ya en el Imperio y en la Iglesia medieval un fuerte orden político centralizador y un empleo consciente de la propaganda y el simbolismo políticos. Por ello hablamos de "proto-Estados". Así lo explica Wolin:
En grandes entidades como el imperio de Alejandro, las monarquías de los seléucidas, ptolomeidas, antigónidas, el Imperio romano, los métodos empleados para fomentar la lealtad y un sentimiento de identificación personal diferían necesariamente de los relacionados con la idea griega de ciudadanía. Antes la lealtad provenía de un sentimiento de participación común; ahora debía centrarse en una común reverencia hacia el poder personificado. La persona del gobernante servía de meta para las lealtades, de centro común que vinculaba las partes dispersas del imperio. Esto se conseguía transformando la monarquía en un culto y rodeándolo con un complicado sistema de signos, símbolos y devoción. Estos procesos sugieren la existencia de una necesidad de acercar más la autoridad al súbdito infundiendo calidez religiosa a la relación. A este respecto tenía especial importancia el uso del simbolismo, pues mostraba qué valiosos pueden ser los símbolos para unir vastas distancias. Sirven para evocar la presencia de la autoridad, aunque la realidad física esté muy lejos. Al mismo tiempo, los símbolos son un medio invalorable para comunicar un conjunto de significados en un nivel elemental. No es sorprendente que los romanos hayan necesitado gran cantidad de símbolos de autoridad. Los "fasces", "lituus", "toga praetexta", y el empleo sistemático de la acuñación como medio de propaganda política, fueron técnicas importantes, destinadas a superar las distancias.
(... ) Al desarrollarse la organización imperial, el locus del poder y la decisión habían quedado muy lejos de las vidas de la gran mayoría. Poca vinculación parecía haber entre el medio que rodeaba las decisiones políticas y el reducido círculo de la experiencia individual. (... ) En estas circunstancias, los símbolos políticos eran indicadores esenciales de la existencia de una autoridad.
La creciente distancia requería también nuevos métodos de control político. Los grandes logros de los romanos en cuanto a jurisprudencia y a organizar y administrar un vasto imperio eran, en realidad, claro testimonio del formalismo de la vida política, de la necesidad de situar a gran número de individuos en categorías generales -y, en consecuencia, manejables-, y de establecer las normas y regulaciones que debían gobernar las relaciones entre extraños. La megalópolis había desplazado a la polis; y en esta nueva dimensión espacial resultaba anacrónica la antigua concepción de la asociación política, tal como la mantenida mediante una amistad entre familiares (1974: 85-87).
Esta explicación de Wolin sobre el Imperio romano es enteramente trasladable a la Iglesia católica medieval (sabemos muy bien, incluso, que la adopción y oficialización del cristianismo por parte del emperador Constantino, a fines de la Antigüedad, obedeció a razones políticas -la preservación de la unidad simbólica-espiritual del imperio- y no a motivos piadosos).
Pero aquel proceso de centralización política estuvo lejos de haber sido lineal. En efecto, con la caída del Imperio romano en occidente, reaparecieron, con los pueblos germanos y demás bárbaros invasores, las viejas confederaciones de tribus y ciudades autónomas. Estos pueblos, de origen guerrero y ganadero, pronto de afincaron en sus nuevas tierras para cultivarlas.[3] Este incipiente resurgir de las ciudades agrarias autosuficientes y autónomas fue abortado por los nuevos imperios medievales, primero merovingio y luego carolingio (siglos VII, VIII y IX), ahora de estirpe germana pero cristianizados y bendecidos por la Iglesia de Roma. Pero las ciudades autónomas no sucumbieron totalmente ante el orden feudal ni ante los nuevos intentos imperiales. A partir del siglo VII, esas ciudades medievales darían comienzo a un proceso de desarrollo y au-tonomización creciente que llegaría a su punto culminante con la obtención de "fueros" arrancados a los señores feudales, a los emperadores y al Papa, según los casos; así, constituyeron oasis de libertad en medio de la barbarie autoritaria de la Edad Media. Estas autonomías urbanas comenzarán un proceso gradual de desaparición a partir del siglo XIII en medio de la lucha entre el emperador del sacro-germano-romano imperio y el papado. De ese modo, debatiéndose entre estos dos enemigos, aliándose a veces con uno en contra del otro para sobrevivir, terminaron por sucumbir, dejando lugar a la nueva forma de orden político que hoy llamamos Estado.
En resumen: la lucha de las ciudades autónomas contra el principio centralista representado por aquellas formas proto-estatales (imperios e Iglesia cristiana) viene desde la Antigüedad, perdura durante el Medioevo y concluye a partir del Renacimiento con la derrota de las ciudades. Esta victoria del centralismo es el origen del Estado, apoyado en una capital rectora de todo un territorio y sede del poder político, burocrático, impositivo, jurídico y militar. El Estado será una suerte de pequeño imperio, es decir, un poder central y muchas comunas subordinadas.

2. Conceptos de Estado y de sociedad civil: sus elementos y su historicidad. El nacionalismo moderno

La palabra "Estado" (Stato, Staat, État, State), en su uso político, es históricamente reciente. Data de apenas unos cinco siglos, por lo que su uso es propio de la Modernidad. Claro que en su empleo frecuente ha sido recurrentemente resemantizada, de manera que se la ha empleado también pare referirse a realidades históricas anteriores (v. gr. cuando se traduce Polis por ciudad-estado). Nosotros nos ceñiremos a un empleo específico, donde quedará excluida la referencia a realidades políticas pre-modernas. Así, según el concepto que emplearemos, "Estado moderno" es una tautología o una redundancia: Estado es la organización política característica de las sociedades modernas (siglos XV-XVI en adelante, con origen en Europa Occidental). Sin embargo, antes de pasar a caracterizar nuestro concepto, es preciso apuntar que muchos autores suelen emplear la palabra "Estado" con sentidos diferentes del nuestro.
En los manuales de formación cívica y en los tratados de derecho internacional o de relaciones internacionales, el Estado es definido como un complejo de tres elementos: 1) territorio, 2) población y 3) orden político. Es así como se usa el término cuando se habla de "guerra entre Estados" o de la "representación de los Estados en la Naciones Unidas" u otros organismos internacionales. En este sentido, Estado remite a una porción territorial y poblacional del globo con personería jurídica internacional.[4] En general, los anglosajones usan State en este sentido.
Un segundo uso de la palabra "Estado" resulta frecuente entre los politó-logos y algunos filósofos políticos. Este segundo sentido sólo toma el tercer elemento de los enumerados en el párrafo anterior. Estado sería sinónimo de orden político. Adviértase que la exclusión del territorio y la población de la definición no implica que un Estado pueda carecer de ellos; simplemente no constituyen sus notas definitorias (de igual manera que en el concepto de hombre que da Aristóteles -zoon logicon, animal racional-lingüístico- ser bípedo es una característica natural, no esencial). Cuando se traduce Polis como ciudad-estado probablemente se tiene en mente este segundo uso; también cuando se dice que "el Estado aumentó los impuestos" o que "el Estado violó las garantías constitucionales".[5] Los anglosajones suelen usar la palabra Government para este sentido en que los pueblos latinos y alemanes emplean "Estado" o Staat.
Pero en estas páginas emplearemos "Estado" en un tercer sentido, mucho más específico y acotado.[6] Como ya dijimos, la palabra, en su uso político, surge en la Modernidad; por ello la utilizaremos restringiendo su referencia al tipo específico de orden político surgido a partir de los siglos XV y XVI en Europa Occidental. En cambio, para referirnos a formas de orden político anteriores emplearemos términos también específicos, por ejemplo: Polis griega, República Antigua, Imperio macedonio, Imperio romano, Iglesia romana, Feudalismo. Creo que llamar a la Polis ateniense "Estado ateniense" o hablar de un "Estado medieval" puede llevar a graves confusiones; es como confundir un caballo con una motocicleta o un equipo de audio con un fonógrafo. Un caballo puede ser un medio de locomoción, como lo es una motocicleta o una bicicleta, pero sería gracioso decir que el caballo era la motocicleta de los gauchos. Es más claro emplear "orden político" como término genérico y reservar "Estado" como una forma específica propia de la Modernidad. Así, la adjetivación del Estado como "moderno" resulta -ya lo dijimos- redundante y tautológica.
Es claro que en los procesos históricos los cambios son continuos y casi siempre graduales. Incluso los cambios revolucionarios nunca son totalmente radicales; siempre se podrán descubrir -con la perspectiva histórica que los protagonistas contemporáneos del cambio en general no tienen- continuidades con el orden anterior. Los desplazamientos de ciertas formas de orden político por otras no son repentinos. Tampoco son necesariamente lineales: puede haber avances y retrocesos. Y tampoco son contemporáneas a todas las sociedades. Por todo esto, cuando hablamos de Estado como de un orden político específico de las sociedades modernas no queremos decir que no tenga antecedentes o precedentes históricos. Como ya dijimos, el principio centralista en que se funda el Estado está presente ya en los imperios antiguos y medievales (el de Alejandro, el romano, el merovingio, el carolingio, el sacro romano-germánico) y en la Iglesia católica medieval. A estas entidades políticas podríamos con justeza verlas como formas proto-estatales que constituyeron el modelo en que se plasmó el Estado en las sociedades modernas.
Pero como las transformaciones políticas tampoco son lineales, no hay que pensar que el paso, por ejemplo, del orden feudal al Estado, haya sido mecánico: hubo, por cierto, intentos frustrados en muchas sociedades por constituir un Estado, y muchas de ellas han llegado a esta forma de orden político relativamente tarde, pasando por formas híbridas, avanzando a veces hacia el centralismo estatal o retrocediendo otras veces a las monarquías propietarias medievales. Tal vez los pueblos alemanes puedan darnos el ejemplo de esto. También la Rusia de los zares.
Y también, como consecuencia de lo anterior, el proceso de formación de Estados ...

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