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Enciclopedia Semiológica
Descripción del libro
¿Cómo se manifiesta la presencia del sujeto en el discurso? ¿Cómo se configuran, mediante el discurso, la fuente y la meta que lo sustentan y le dan sentido? El análisis del proceso de enunciación, esto es, del acto de apropiación del lenguaje por parte de un yo que apela a un tú, permite detectar, en la organización del discurso, las huellas que conforman y evidencian la presencia de un sujeto. Éste no sólo modela su discurso, sino que da cuerpo a la imagen del otro a quien el discurso se destina y, además, se configura a sí mismo al plasmar su propia imagen en el interior del discurso que produce.
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Información
Categoría
Languages & LinguisticsCategoría
LinguisticsCapítulo 1
Conceptos generales de teoría de la enunciación
1.1 Preliminares
Podemos abordar el estudio del lenguaje desde perspectivas diversas. Para referirnos sólo a dos posibles maneras de hacerlo, diremos que una forma consiste en considerarlo como un sistema de significación cuyos elementos se definen por las relaciones que entablan entre sí, mientras que otra consiste en considerar que el ejercicio del lenguaje es una acción como tantas otras cuya significación depende no sólo de las relaciones estructurales entre sus elementos constitutivos sino también de los interlocutores implicados y sus circunstancias espacio-temporales.
Adoptar una u otra perspectiva implica arribar a resultados diferentes y también, por supuesto, tener propósitos y partir de presupuestos diferentes con respecto al lenguaje.
Así, una frase como la siguiente:
¡Bello día el de hoy!
puede ser sometida a un tipo de análisis que sólo se interese por su gramaticalidad y aceptabilidad dentro de una comunidad lingüística, al margen de las circunstancias en que tal frase pueda ser emitida; o bien, puede ser observada como un enunciado, esto es, como una ocurrencia singular de la frase, efectuada en determinadas circunstancias –por ejemplo, para aludir a la tormenta que arruina un día de campo– hecho que pone en evidencia una estrategia discursiva (la ironía) por la cual el enunciado asume una significación suplementaria que es necesario explicar. Volveremos más adelante sobre el caso de la ironía –que no es excepción en el discurso, como podría pensarse– y bástenos por el momento advertir la diferencia entre dos posibles tratamientos de una emisión lingüística.
Privilegiar uno u otro aspecto del lenguaje, esto es, su carácter de sistema de relaciones autónomo, independiente de su realización, o bien su productividad significativa en posibles situaciones comunicativas, implica adoptar concepciones diferentes acerca de la significación y del lenguaje, y sobre el lugar de éste dentro de la experiencia humana.[1]
Quienes llamaron primeramente la atención sobre la capacidad del lenguaje de ejercer acciones tan concretas como cualquier otra, fueron los filósofos del lenguaje. El título mismo de la obra de Austin[2]–pionero en destacar este rasgo del lenguaje– How to do things with words, revela la preocupación del autor por sacar a luz el poder del lenguaje de efectuar acciones. Hablar, según Austin, no es simplemente hacer circular significaciones sino realizar alguna acción determinada que, como toda acción, tiene móviles y consecuencias.
Así, pronunciar la frase “Juro decir la verdad”, pongamos por caso, en el contexto de un juicio, no es solamente comunicar una información sino realizar un juramento, el cual no podría haber tenido lugar sino por obra de haber sido pronunciada la frase respectiva. En otros términos, jurar es decir que se jura, entonces, decir es hacer. Además, desde el momento que se ha realizado la acción de jurar por el hecho de decirlo, hay consecuencias jurídicas inevitables: todo lo que prosiga a esta frase queda bajo el régimen del juramento efectuado y por lo tanto, es susceptible de penalización si se lo transgrede. Habría toda una serie de verbos en la lengua que poseerían esta capacidad performativa: prometer, declarar, bautizar, inaugurar, clausurar, advertir, aconsejar, felicitar, amenazar, agradecer, autorizar, etc..
La propuesta de estos verbos performativos (verbos que realizan la acción que significan) puso en evidencia ciertas facultades presentes en todas las emisiones lingüísticas, incluyan o no verbos performativos. Además de poseer un ordenamiento gramatical aceptable (acto locucionario), toda frase realiza un acto ilocucionario por el cual afirma, interroga, ordena, solicita, etc.. Y a ello hay que agregar otra capacidad del lenguaje que es la de efectuar un acto perlocucionario, esto es, producir un efecto sobre el interlocutor (hacer creer, hacer saber, consolar, etc.).
Las observaciones de Austin se vieron enriquecidas por la obra de Searle, Speech Acts,[3] quien desarrolló y sistematizó la teoría de los actos de habla esbozada por Austin. Searle parte de una hipótesis global según la cual “hablar un lenguaje es participar en una forma de conducta gobernada por reglas. Dicho más brevemente: hablar consiste en realizar actos conforme a reglas” (1994, p. 31). El acto que se realiza al hablar es la unidad básica de la comunicación, de ahí que el propósito de Searle sea distinguir entre diversos géneros de actos de habla y establecer las diversas clases de reglas que los gobiernan. Así Searle reconocerá tres géneros distintos de actos (actos de emisión, actos proposicionales, actos ilocucionarios)[4] a los cuales añade la noción austiniana de acto perlocucionario como correlativo del acto ilocucionario. El énfasis puesto sobre las reglas que gobiernan los distintos tipos de actos lleva al autor a distinguir entre reglas regulativas y constitutivas[5] para ofrecer un marco general en términos de las condiciones necesarias y suficientes para realizar con éxito los diversos tipos de actos de habla ilocucionarios.
Esta perspectiva adoptada frente al lenguaje fue incorporándose en el terreno lingüístico y permitió focalizar aspectos tradicionalmente relegados en la investigación lingüística: la preocupación por el sujeto hablante, por su relación con el lenguaje y con su interlocutor, por los efectos de su discurso, comienzan a reaparecer como problemas complejos que obligan a una revisión de las concepciones de base de la lingüística.
La incorporación de las reflexiones de la filosofía analítica y de la teoría de los actos de habla de Austin y Searle en el ámbito lingüístico se debe a los trabajos de Benveniste.
Su exploración toma como punto de partida la crítica a la concepción instrumental del lenguaje: considerar el lenguaje como instrumento de comunicación es una evidencia de la cual, al menos, hay que desconfiar. En efecto, al comparar el lenguaje con cualquier otro instrumento fabricado por el hombre –el pico, la flecha, la rueda– se observa que éstos son indicadores de una escisión entre hombre y naturaleza –los instrumentos están separados del hombre–, mientras que el lenguaje en modo alguno es una realidad exterior al hombre, sino que está en los fundamentos de la propia naturaleza humana. Es en este sentido que puede afirmarse que no es el hombre quien ha creado el lenguaje como una prolongación exterior a él, como una forma externa apta para la expresión de una interioridad preexistente, sino que, por el contrario, es el lenguaje el que ha fundado la especificidad de lo humano y ha posibilitado la definición misma de hombre. Por el lenguaje se ha establecido el reconocimiento de las fronteras entre el hombre y las demás especies, la conciencia de sí y del otro, la posibilidad de objetivarse y contemplarse.
Afirma Benveniste: “Es en y por el lenguaje como el hombre se constituye como sujeto; porque el solo lenguaje funda en realidad, en su modalidad que es la del ser, el concepto de `ego’” (Benveniste, 1978a, p. 180).
Pero no es posible concebir un sujeto hablante sino como un locutor que dirige su discurso a otro: el yo implica necesariamente el tú, pues el ejercicio del lenguaje es siempre un acto transitivo, apunta al otro, configura su presencia. Esta condición dialógica es inherente al lenguaje mismo –el cual posee la forma yo/tú para expresarla– y su manifestación en la comunicación no es más que una consecuencia pragmática derivada de su propia organización interna.
La polaridad de las personas (yo/tú) es el primer argumento esgrimido por Benveniste para sostener el carácter lingüístico de la subjetividad: “Es ‘ego’ quien dice ‘ego’” (Idem, 181). Es el acto de decir el que funda al sujeto y simultáneamente al otro en el ejercicio del discurso. El hecho de asumir el lenguaje para dirigirse a otro conlleva la instauración de un lugar desde el cual se habla, de un centro de referencia alrededor del cual se organiza el discurso. Tal lugar está ocupado por el sujeto del discurso, por el yo al cual remite todo enunciado. Ante cualquier enunciado es posible anteponer la cláusula Yo (te) digo que... puesto que no podemos sino hablar en primera persona. Si yo afirmo Juan vino temprano o Yo llegué temprano, en ambos casos subyace la cláusula yo (te) digo que para señalar el acontecimiento discursivo de un yo por el cual ambos enunciados han tenido lugar. La relación yo/tú a que hace referencia Benveniste es esta relación que subyace a todo enunciado. De ahí que en el ejemplo Yo llegué temprano haya dos yo reconocibles: el del sujeto del enunciado, explícito en el discurso, que realiza el acto de llegar, y el del sujeto de la enunciación, implícito, que realiza el acto de decir.
El segundo argumento para fundamentar lingüísticamente la subjetividad se basa en el reconocimiento de otros elementos que poseen el mismo estatuto que los pronombres personales, es decir, que son formas “vacías” cuya significación se realiza en el acto de discurso: “Son los indicadores de la deixis, demostrativos, adverbios, adjetivos, que organizan las relaciones espaciales y temporales en torno al ‘sujeto’ tomado como punto de referencia: ‘esto, aquí, ahora’, y sus numerosas correlaciones ‘eso, ayer, el año pasado, mañana’, etc.” (Idem, p. 183). Los elementos indiciales o deícticos organizan el espacio y el tiempo alrededor del centro constituido por el sujeto de la enunciación y marcado por el ego, hic et nunc del discurso. Así, todo acontecimiento discursivo marca un aquí, índice que postula de inmediato un allí, un allá –que marcan posiciones con respecto al aquí de la enunciación– y un en otra parte –que simula borrar las huellas del aquí. De manera análoga, el discurso marca un ahora en función del cual se traza una línea divisoria entre el presente –el ahora del acto de decir– y todo aquello que se marca por relación al ahora como anterior o posterior; o bien, que se presenta figuradamente como no marcado, aunque, como veremos, se articula alrededor de otro centro de enunciación, tal el caso de las formas entonces, en otro tiempo.
Observemos el siguiente inicio de una narración:
“Esta es una historia de tiempos y de reinos pretéritos. Más allá del laberinto para los extranjeros ilustres, en el extremo de la alameda de los filósofos decapitados, el escultor presentó su última obra: una náyade que era una fuente.[...] ‘¿Cómo un ser tan ínfimo’ –sin duda estaba pensando el tirano– ‘es capaz de lo que yo, pastor de pueblos, soy incapaz?’”
Adolfo Bioy Casares
Como en las narraciones tradicionales, la historia se sitúa en un tiempo y un espacio (“reinos”) calificados de “pretéritos” en el sentido de remotos, distantes a tal extremo del tiempo y el espacio de la enunciación que su anterioridad y su distancia espacial no pueden marcarse por relación al ahora y al aquí de la enunciación. Sin embargo, podríamos decir que esa estrategia de distanciamiento constituye una doble marca: por una parte, esta distancia instala la historia en un tiempo y un espacio míticos, los cuales la tornan trascendente a toda circunstancia temporal y espacial y, por lo tanto, le brindan un aire de universalidad; y, por otra parte, una vez instalada la historia en otro tiempo y en otro lugar se constituye un nuevo centro de referencia por obra del cual el entonces (los tiempos pretéritos) y el otro lugar (los reinos pretéritos) instauran otro hic et nunc, válido para los actores de la historia, desde cuya perspectiva puede hablarse de un “más allá” y pueden ellos utilizar el tiempo presente en sus alocuciones, cuando adoptan el papel de sujetos de enunciación (“¿Cómo un ser tan ínfimo [...] es capaz de lo que yo, pastor de pueblos, soy incapaz?”).
Basten por ahora estas observaciones para reconocer las demarcaciones temporales y espaciales en el discurso. Volveremos en detalle, en los capítulos respectivos, sobre la enunciación del tiempo y del espacio.
El tercer argumento esbozado por Benveniste, en estrecha relación con el anterior, es la expresión de la temporalidad. El tiempo presente no puede definirse si no es por referencia a la instancia de discurso que lo enuncia. El presente es el tiempo en el que se habla. Fuera del discurso el tiempo no tiene asidero. Cada acontecimiento enunciativo inaugura un presente en función del cual pueden comprenderse los variados tiempos del enunciado. Así, el enunciado que sigue:
Ayer fue feriado
marca la anterioridad del suceso con respecto al tiempo presente de la enunciación (Yo [te] digo [hoy] que); la transformación del tiempo verbal del enunciado al futuro y el cambio de adverbio marcarían la posterioridad del suceso con respecto al momento del discurso.
De estas tres consideraciones extrae el autor el siguiente corolario: “El lenguaje es pues la posibilidad de la subjetividad, por contener siempre las formas lingüísticas apropiadas a su expresión, y el discurso provoca la emergencia de la subjetividad” (Idem, p. 184). Esta frase condensa la concepción de la subjetividad de Benveniste: es una virtualidad contenida en el lenguaje, en las formas generales y “vacías” (pronombres personales/deícticos en general/temporalidad) que ofrece para su actualización en el discurso. El sujeto del cual aquí se habla no preexiste ni se prolonga más allá del discurso sino que se constituye y se colma en el marco de su actividad discursiva. Volveremos más adelante sobre la definición del sujeto de la enunciación. Señalemos por ahora que el razonamiento de Benveniste apunta a incorporar las formas de expresión de la subjetividad en la lengua misma, en su propia estructura. Tales formas de la subjetividad están previstas por la lengua, y el hablante empírico no hace sino recurrir a ellas para adoptar el papel de sujeto de enunciación y dejar las huellas de su presencia en el enunciado.
1.2 Enunciado y enunciación
En todo enunciado, sea éste de la naturaleza y de la extensión que fuere –verbal o no verbal, una frase o un relato– es posible reconocer siempre dos niveles: el nivel de lo expresado, la información transmitida, la historia contada, esto es, el nivel enuncivo, o bien, lo enunciado; y el nivel enunciativo o la enunciación, es decir, el proceso subyacente por el cual lo expresado es atribuible a un yo que apela a un tú. Así, en el enunciado, en una manifestación discursiva cualquiera, reconocemos lo enunciado y la enunciación.[6]
El enunciado puede concebirse como una materialidad perceptible realizada con cualquier sustancia expresiva, ya sea verbal –oral, escrita– o no verbal –gestual, icónica, sonora, sincrética, etc. El enunciado conlleva dos niveles, de los cuales uno es explícito, lo enunciado, aquello que es objeto del discurso, y el otro, implícito, la enunciación, presupuesta por todo enunciado en la medida en que todo discurso proviene de un yo que destina su alocución a un tú.
El nivel enuncivo, que aquí llamamos “lo enunciado” –sirviéndonos de los matices del español que nos permiten distinguir entre el enunciado y lo enunciado– puede verse también como el objeto manifiesto de toda enunciación. Así Greimas (1996) considera que la enunciación posee la misma estructura que un enunciado, esto es, que se compone de sujeto, verbo y objeto, siendo el sujeto de la enunciación el yo-tú subyacente a todo enunciado, el verbo de la enunciación aquél que designa el acto enunciativo, o sea, decir, y el objeto de la enunciación, el propio enunciado.
En el ejemplo comentado por Greimas, la frase
Estoy enfermo
podemos sacar a luz la cláusula Yo (te) digo que..., la cual subyace a todo enunciado y además, reconocer el objeto del discurso manifiesto en ese “estoy enfermo”.
Esto implica que habrá una estructura de sujeto/verbo/objeto del enunciado, como así también, en otro nivel, una estructura de sujeto/verbo/objeto de la enunciación.
Para continuar con el mismo ejemplo de Greimas, si el sujeto del nivel de la enunciación es el yo del decir (que por ser éste un acto transitivo implica siempre al tú), el sujeto del enunciado es el yo de un hacer diverso en cada caso, aquí el yo del estar enfermo; si el verbo de la enunciación es siempre el que se refiere al proceso enunciativo, decir, el lugar del verbo del enunciado puede estar ocupado por cualquier acción atribuible a un sujeto; y si el objeto de la enunciación es el enunciado proferido, el objeto del enunciado estará constituido por aquello que orienta la actividad del sujeto, objeto con el cual éste puede aparecer conjunto o disjunto;[7] así, en este caso, se presenta conjunto con la enfermedad.
Veamos, en el siguiente fragmento de una entrevista periodística, cómo aislar, en el análisis, ambos niveles:
“Aunque siempre se pensó que los medios masivos son una forma de anestesia para mantener a la gente tranquila y en estado de sueño, nos estamos dando cuenta de que tal vez no sea cierto. Es decir, para una persona que se encuentra en cierto nivel de bienestar, la fantasía televisiva es un plus. Pero, para quien no tiene comida ni un auto, no es un sueño, es una provocación. Por eso, los massmedia, que parecían ser instrumentos de control social, pueden ser, al mismo tiempo, instrumentos de estallido de conflictos sociales.”
Umberto Eco
Instalados en el nivel enuncivo, es decir, atendiendo exclusivamente a lo dicho, sin contemplar las referencias al ego, hic et nunc de la enunciación, podemos observar que la secuencia de enunciados que leemos toma como sujeto a los mass-media pues a ellos se les atribuye la realización de dos acciones: una, la pérdida de la importancia de su función controladora de la conciencia social, y otra, la adopción de un nuevo carácter preponderante que los podría transformar en generadores de conflictos sociales. La doble acción, la pérdida y la adopción, tiene un doble objeto: ejercer control y generar conflictos.
Si nos instalamos en el nivel enunciativo, podríamos realizar otras observaciones. Advertimos así que el inicio del fragmento por medio de la frase concesiva (“Aunque siempre se pensó que”...) incluye un enunciador colectivo (se pensó), especie de referencia a la doxa, a la opinión general, a un saber compartido por el enunciatario (el tú apelado por el discurso) que el enunciador (el yo del discurso) buscará trastocar. Es decir, el papel de sujeto de la enunciación (el yo/tú del discurso o, en ot...
Índice
- Prólogo a la nueva edición
- Prólogo
- Capítulo 1
- Capítulo 2
- Capítulo 3
- Capítulo 4
- Capítulo 5
- Capítulo 6
- Conclusiones
- Referencias bibliográficas
- Sobre la autora