
- 184 páginas
- Spanish
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eBook - ePub
Reservada del museo del fin del mundo
Descripción del libro
John Bulkeley y John Cummins participaron de la accidentada expedición encabezada por George Anson, que en el siglo XVII recorrió los mares del mundo. En este relato, los dos navegantes dan cuenta de uno de los muchos capítulos de la famosa travesía signada por terribles calamidades desde su inicio, el 18 de septiembre de 1740. El testimonio de Bulkeley y Cummins, publicado en 1743, fue el primer documento que conoció la opinión pública sobre el destino de la expedición de Anson, de la que solo una de las seis naves que componían la escuadra pudo regresar a Gran Bretaña, y significó un aprieto para el Almirantazgo Británico.
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Información
Categoría
Personal DevelopmentCategoría
TravelUN VIAJE A LOS MARES DEL SUR EN LOS AÑOS 1740-41 CONTIENE
Una fiel narración de la pérdida del navío de su Majestad el Wager en una isla desolada de la latitud 47 sur, longitud 81: 40 oeste; con los acontecimientos y conducta de los oficiales y la tripulación, y las penurias que soportaron en dicha isla por el lapso de cinco meses; su osado intento de libertad costeando la parte sur de la vasta región de Patagonia, al partir con más de ochenta almas en sus botes; la pérdida del cúter, su paso por el Estrecho de Magallanes; un relato de la manera en que durante el viaje vivieron de focas, caballos salvajes, perros, etc., y de las increíbles penurias que frecuentemente padecieron por falta de comida de cualquier clase; una descripción de los varios lugares en los que desembarcaron en el Estrecho de Magallanes, con un relato de sus habitantes, etc. y de su arribo, a salvo, al Brasil tras navegar mil leguas en una lancha; de cómo los recibieron los portugueses; un relato de las perturbaciones en Rio Grand; (1) su arribo a Rio Janeiro; (2) su embarque y cómo los trataron a bordo de un navío portugués rumbo a Lisboa; y su retorno a Londres.
INTERCALADAS CON MUCHAS ENTRETENIDAS Y CURIOSAS OBSERVACIONES, NO REFERIDAS POR SIR JOHN NARBOROUGH NI NINGÚN OTRO CRONISTA.
TODO ELLO COMPILADO POR PERSONAS INVOLUCRADAS EN LOS HECHOS RELATADOS.
A SABER:
TODO ELLO COMPILADO POR PERSONAS INVOLUCRADAS EN LOS HECHOS RELATADOS.
A SABER:
John Bulkeley y John Cummins,
ex cañonero y carpintero del Wager.
Osados fueron los hombres que en el océano, primeros,
Desplegaron nuevas velas cuando el naufragio era lo peor;
Ahora, más peligros encontramos en el hombre
Que en las rocas, el oleaje y el viento.
WALLER.
LONDRES.
Impreso por Jacob Robinson, editor en el Golden Lion de la calle Ludgate. M.DCC.XLIII.
[Precio encuadernado: tres chelines y seis peniques.]
AL HONORABLE
EDWARD VERNON, ESQ;
VICEALMIRANTE DEL ESCUADRÓN AZUL, ETC.
Señor:
Nos hemos tomado el atrevimiento de poner las siguientes páginas bajo vuestra protección, aunque no tenemos el honor de conocerlo personalmente, ni tampoco hemos pedido permiso para usar vuestro celebrado nombre en esta ocasión.
Como este libro es un fiel extracto de los diarios de dos marinos británicos, ex oficiales en la Armada de su Majestad, pensamos que no había dedicatoria más apropiada que a un almirante británico.
Sabemos que detestáis la adulación; y sabéis, por larga experiencia, que el espíritu del marino británico es demasiado bravo como para rebajarse a tan degenerada práctica.
Tenemos la esperanza de que las siguientes páginas sean su propia recomendación para vos, por estar escritas en estilo llano y marítimo, y vacías de parcialidad y prejuicio.
Los apuros mencionados en este libro no han sido quizás igualados en nuestra edad y dudamos de que algún navegante vivo haya sufrido variedad de penurias tan continuas como la infortunada gente del Wager.
Tras sobrevivir la pérdida del navío y combatir la hambruna e innumerables dificultades, un resto de los nuestros retornó a su país natal; pero aún aquí seguimos infortunados, desprovistos de empleo, casi sin apoyo ni perspectiva alguna de ser regresados a nuestros puestos hasta que se decidan algunas cuestiones importantes que solo pueden quedar aclaradas con el arribo de quien fuera nuestro capitán o al menos del comodoro.
Nosotros, señor, que os presentamos este libro, hemos pasado muchos años en la Armada, y creíamos estar bien familiarizados con sus leyes y disciplina, y tenemos muchos certificados para mostrar y siempre hemos actuado en obediencia al mando; pero el comportamiento de los oficiales y las gentes desde la pérdida del navío es considerado tan oscuro e intrincado que no sabemos qué esperar, ni cuál será el resultado de lo que determinen nuestros superiores.
El único consuelo que tenemos en nuestra presente ansiedad está en la confianza en la ecuánime integridad, justicia y humanidad de las rectas y honorables personas que algún día decidirán a favor o en contra de nosotros.
Cuando leáis nuestra versión del asunto, encontraréis los hechos relatados con imparcialidad, la narración toda escrita sin la menor sombra de prejuicio ni malicia, y no más a favor de nosotros que de los otros oficiales involucrados; la verdad nos sustenta o derriba; si la verdad no nos puede sostener, nada lo hará.
En nuestro viaje desde el Brasil a Lisboa, quedamos obligados a vos por el generoso tratamiento que nos confirió un enemigo y súbdito de España, una persona de distinción y pasajero en ese mismo navío; vuestras virtudes os han granjeado hasta la estima de vuestros enemigos.
Vuestro celo por el servicio nacional merece el amor de todo británico honesto: que hayáis dejado una abundante fortuna, vuestra familia y vuestro país para arriesgar vuestra vida en las más peligrosas expediciones sin otro motivo que buscar el honor de la nación, muestra el espíritu de un verdadero héroe británico y merece los más altos elogios.
Que vos, señor, no os desviéis nunca de vuestra integridad, y que más bien continuéis siendo terror de los enemigos de Britania, honor para el servicio de su Majestad y ornamento de vuestro país, son los sinceros deseos de,
Honorable señor,
Vuestros más leales
Y más obedientes
Humildes servidores
John Bulkeley,
John Cummins.
1. Sic.
2. Sic.

EL PREFACIO
Como introducción, creemos apropiado familiarizar al lector con las razones para que las siguientes páginas sean hechas públicas para el mundo. El principal motivo que nos indujo a esta tarea fue limpiar nuestro buen nombre, que ha sido mancillado en exceso por personas que adeudan la preservación de sus vidas (además de al Cielo) a nuestra habilidad e infatigable cuidado; y que, al tener oportunidad de arribar antes que nosotros a Inglaterra, han procurado erigir sus reputaciones sobre la ruina de las nuestras.
Los lectores verán, al leer atentamente las páginas que siguen, que en Rio Janeiro se intentó quitarnos con violencia este diario, que lo preservamos con riesgo de nuestras vidas; que después de la pérdida del barco, ningún oficial, a excepción de nosotros, llevó un diario y que de no haber tenido nosotros el cuidado de hacer observaciones sobre las contingencias de cada día, las personas habrían continuado a oscuras en relación a todos los hechos subsiguientes.
Publicar viajes es una cosa muy útil, especialmente cuando los navegantes se han encontrado con eventos extraordinarios. Creemos que nuestra expedición, aunque no secreta, fue extraordinaria y consecuentemente acompañada de eventos extraordinarios; de hecho, mientras el comodoro estuvo con nosotros todo fue bien, pero cuando el escuadrón se separó, las cosas comenzaron a tener un nuevo rostro; tras la pérdida del Wager, hubo desorden y confusión general entre la tropa, que ya no fue implícitamente obediente. En particular hubieron dos marinos que propagaron esta confusión, dijeron que habían sufrido naufragio en el navío de su Majestad el Biddeford y que no recibieron salario desde el día en que el navío se perdió; que desde el momento en que se les dejó de pagar se consideraron sus propios amos y ya no sujetos a comando. Sin embargo, no toda la tripulación resultó infectada, sino que continuó demostrando el debido respeto a su comandante; pero cuando el capitán tuvo la imprudencia de pegarle un tiro al señor Cozens (cuyo destino el lector encontrará particularmente relatado) se pusieron muy turbulentos y revoltosos; el capitán perdió a diario el amor de los hombres, quienes junto a su afecto perdieron su sentido del deber.
Que hayamos confinado al capitán ha sido considerada una acción audaz y sin precedente, y no haberlo traído a casa con nosotros ha sido considerado aun peor; pero el lector encontrará que la necesidad nos compelió absolutamente a actuar como lo hicimos y que tuvimos razones suficientes para dejarlo atrás.
Nuestro intento de libertad, que nos llevó a navegar hacia el sur cruzando el Estrecho de Magallanes con tal número de gente estibada en una lancha, ha sido censurado como una empresa loca: enfermedades desesperantes requieren de remedios desesperados; de haber ido hacia el norte no parecía que hubiera probabilidad de escapar de los españoles, y de haber caído en sus manos no es improbable que nos hubieran reducido de por vida a la servidumbre en sus minas; por lo tanto escogimos encontrarnos con toda dificultad antes que convertirnos en esclavos de un enemigo inmisericorde.
Algunas personas han objetado nuestra capacidad para llevar un diario de esta naturaleza, pero varios jueces de asuntos marítimos conceden que esta obra es exacta y regular. Pensamos que personas que tienen la aptitud normal de entendimiento están capacitadas para confiar al papel observaciones cotidianas acerca de asuntos dignos de ser observados, en particular de hechos en que ellos mismos han tenido participación tan grande. Solo relatamos aquellas cosas que no podían escapar a nuestro conocimiento y aquello que en realidad sabemos que es verdad. No nos pretendemos naturalistas ni hombres de grandes estudios, por lo tanto hemos evitado inmiscuirnos con cosas que están por encima de nuestra capacidad.
También hay muchos que nos han condenado por ser demasiado afanosos y activos para tratarse de personas de nuestro rango. Hubo una necesidad para nuestras acciones, y muy grande por cierto; y si hubiésemos sido tan indolentes y descuidados de la suerte de la tripulación como otros de mayor rango, no habría ahora en Inglaterra ni un solo hombre de los que naufragaron en el Wager para hacer relato alguno sobre la cuestión.
El caballero que estaba al mando en la lancha, al llegar antes que nosotros a Lisboa nos representó ante los mercaderes ingleses bajo una luz muy vil, al punto de que nuestros amigos allí nos aconsejaron no retornar a nuestro país, no fuera a ser que sufriésemos la muerte por amotinamiento. Pero cuando los caballeros de la factoría vieron nuestro diario encontraron que, de haber motín alguno, en este caso, la persona misma que nos acusó fue el cabecilla y principal amotinado. Confiados en nuestra inocencia y decididos a toda costa a ver nuestro país, tenemos la certeza de que actuamos según nuestro mejor entendimiento en todo respecto para la preservación de nuestras vidas y libertades; y cuando nuestros superiores consideren apropiado llamarnos a rendir cuentas, lo que esperamos será al arribo del comodoro, no dudamos de que nos exculparemos a pesar de todas las reflexiones envidiosas e imputaciones maliciosas.
Se nos ha sugerido que publicar este diario ofendería a algunas personas de distinción. No podemos concebir cómo cualquier acontecimiento relacionado con el Wager, por muy público que se hiciera, pueda ofender a ningún gran hombre en nuestra tierra. ¿Puede haber ofensa en contarle al mundo que naufragamos con el Wager, cuando ya toda la gente lo sabe? ¿No saben que el Wager fue uno de los navíos de aprovisionamiento de su Majestad? ¿Que a bordo teníamos no solo provisiones navales sino también provisiones de otra clase y de inmenso valor? ¿No saben además que zarpamos con esperanzas de adquirir grandes riquezas, pero que retornamos a casa pobres como mendigos? No somos culpables de reproches indecentes ni de reflexiones irrespetuosas; aunque es cierto que no podemos sino lamentar el habernos comprometido en tan fatal expedición. Cuando las personas han superado grandes dificultades, relatar su historia es un gran placer para ellas; y si nos damos esa satisfacción, ¿quién tiene causa alguna para ofenderse? ¿Acaso nosotros, que enfrentamos la muerte bajo tantas formas, vamos a intimidarnos, no sea que ofendamos a… vaya uno a saber quién? Nunca vimos un diario satírico en todas nuestras vidas y pensábamos que esa clase de escritura era la más detestable para causar una ofensa.
Ha sido cosa usual, en la publicación de viajes, introducir ficción en abundancia; y algunos autores han sido estimados meramente por ser maravillosos. Nos hemos cuidado de diferenciarnos de aquéllos mediante una estricta consideración a la verdad. Es indudable que en este libro hay cosas que parecerán increíbles. Lo que contamos de los indios patagónicos y de nuestras propias penurias, por muy bien atestiguado que esté, no obtendrá crédito con facilidad; y la gente apenas creerá que sea posible para la naturaleza humana soportar las miserias que padecimos.
Padecimos de verdad todas las dificultades que se relatan y quizás aún debamos padecer más: hasta el arribo del comodoro no podemos conocer nuestro destino; a la fecha estamos sin empleo alguno para sustentarnos, nosotros y nuestras familias; las ganancias que surjan de la venta de nuestro diario quizás sean la suma total que vayamos a recibir por nuestro Viaje a los Mares del Sur.
UN VIAJE A LOS MARES DEL SUR EN LOS AÑOS 1740-41
El jueves 18 de septiembre de 1740 zarpó de Santa Helena el navío de su Majestad Centurion, al mando del comodoro Anson, junto al Gloucester, Pearl, Severn, Wager y Tryal, además de dos barcos de aprovisionamiento; el plan para este escuadrón era que entrara a los Mares del Sur dando la vuelta por el Cabo de Hornos para hostigar a los españoles en esos lugares. Las naves estaban todas en las mejores condiciones y recientemente renovadas. Los tripulantes se entusiasmaban con la esperanza de volverse inmensamente ricos y retornar a la vieja Inglaterra en pocos años cargados con los bienes de nuestros enemigos.
Sábado 20, al pasar el Ram-head a cuatro leguas de distancia al norte por oeste medio oeste, el comodoro izó su pendón ancho y fue saludado por todas las naves del escuadrón, con trece cañonazos cada una. Este día se unieron a nosotros los navíos de su Majestad Dragon, Winchester, Chatham, South-Sea-Castle y Rye Galley, además de un gran convoy de naves mercantes.
Jueves 25, nos separamos del Winchester y del South-Sea-Castle y de sus convoyes, que siguieron rumbo a América.
El lunes nos separamos de los convoyes que iban rumbo al Estrecho y a Turquía.
Viernes 3 de octubre, a las ocho de la mañana, vimos dos bergantines hacia el sudeste; el comodoro dio la señal de perseguirlos; a las nueve disparó dos tiros para hacerlos detenerse; a las diez habló con los perseguidos, que eran dos bergantines de Lisboa que se dirigían a Nueva York.
Domingo 26, cerca de las cinco de la mañana, el Severn encendió luces y disparó varios cañonazos; poco después vimos tierra hacia el oeste por sur y a mediodía el extremo oriental de Madeira se divisó al norte, a una distancia de cinco leguas.
Miércoles, amarramos en el canal de Fonchiale, así llamado por una ciudad de ese nombre, que es la metrópolis de la isla de Madeira; allí empleamos casi todo nuestro tiempo en embarcar agua y en estibar provisiones secas bajo cubierta.
Martes 4 de noviembre, el capitán Kidd, nuestro comandante, que iba a bordo del Pearl, fue relevado y el honorable capitán Murray lo sucedió en el Wager. Al capitán Norris del Gloucester le fue concedida licencia para retornar a Inglaterra debido a su mal estado de salud, y ello fue lo que ocasionó dichos relevos.
Cuando estábamos atracados en Madeira se nos informó de la presencia de diez veleros que se veían acercarse y alejarse por el oeste; se juzgaba que estas naves eran francesas y antes de nuestro arribo se las había visto todos los días durante una semana. El comodoro envió una balandra en corso, que regresó al día siguiente sin haberlas podido avistar; de modo que nada podemos contar de ellas.
El miércoles 5, zarpamos de Madeira. El 20, el barco de aprovisionamiento Industry se separó de nosotros; y el viernes 28, según los cálculos, cruzamos la equinoccial.
El 17 de diciembre vimos la isla de Santa Catalina a mediodía; el extremo septentrional del territorio visible se extendía en dirección oeste noroeste. El meridional, sudoeste por oeste. Variación por amplitud, 13:57 este.
El 18, el extremo septentrional se divisó al noroeste por oeste a una distancia de siete leguas; y divisamos la isla de Gaul a seis leguas al noroeste.
El 19 fondeamos en la Bahía de Santa Catalina, a una profundidad de más de doce brazas; la isla Gaul, frente a la costa del Brasil, se divisaba al norte por este a una distancia de cuatro leguas. El 20 fondeamos en el canal de Santa Catalina, y al día siguiente amarramos entre la isla de Santa Catalina y el continente.(3)
El lunes 22, el comodoro ordenó que se les suministrara carne fresca a los enfermos.
El 27 llegó un bergantín portugués de Rio Janeiro, rumbo a Rio Grand. Mientras estuvimos allí, la tropa se empleó en general en acondicionar los aparejos y embarcar agua.
El 17 de enero de 1741, zarpamos de Santa Catalina; el comodoro saludó al fuerte con once cañonazos, el fuerte respondió con la misma cantidad.
El jueves 22 perdimos de vista al Pearl.
El martes 17 de febrero, el Pearl se unió al escuadrón; y el 19 fondeamos frente al río de San Julián, sobre la costa de Patagonia; la colina de San Julián se divisaba al sudoeste por oeste y la tierra más austral que se veía era al sur por este, a tres leguas de distancia de la costa. Este día nuestro capitán, el honorable George Murray, asumió el comando desde el Pearl, pues el capitán Kidd había muerto en viaje después de que partiéramos de Santa Catalina.
Al capitán Kidd se lo oyó decir, pocos días antes de su muerte, que este viaje que oficiales y marineros habían emprendido con tanta alegría y entusiasmo demostraría al fin estar muy lejos de sus expectativas, a pesar de los vastos tesoros que imaginaban gana...
Índice
- Portada
- Portadilla
- Estudio preliminar, por Ricardo Bastida
- Acerca de esta edición
- Un viaje a los mares del sur en los años 1740-41