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La práctica educativa basada en evidencias. Una aproximación conceptual y operativa
Joaquín Gairín
Georgeta Ion
Anna Díaz-Vicario
Históricamente, las prácticas educativas de las escuelas tienden a desarrollarse y mejorarse a través del intercambio de experiencias entre los profesionales dentro y fuera del centro, a través de sistemas de aprendizaje formal e informal (Rodríguez-Gómez y Gairín, 2015). Sin embargo, en las últimas décadas se ha empezado a reflexionar acerca de si estos enfoques de aprendizaje entre iguales son suficientemente fiables como base para la toma de decisiones y la mejora de los centros educativos (Brown y Zhang, 2017; entre otros). Este proceso de reflexión ha venido acompañado por un aumento del interés sobre la utilización de los resultados de investigación para “informar” o fundamentar la práctica educativa (Cordingley, 2013; Brown, Daly y Liou, 2016; Cain, 2019). Esta tendencia no solo es propia del ámbito educativo, sino que se basa en experiencias de éxito en el ámbito de la medicina y se ha experimentado con buenos resultados en varios contextos internacionales en campos como los servicios públicos (Landry, Lamari y Amara, 2001), la atención social o la política (Heinsch, Gray, Sharland, 2015; Cherney et al., 2012).
Sin embargo, las comunidades responsables de la producción de la investigación (los académicos y los investigadores) y los profesionales de los centros educativos (profesorado y equipos directivos) poseen culturas de trabajo diferentes y actúan bajo dinámicas propias que, en algunos casos, se encuentran en tensión. Como consecuencia, los profesores consideran difícil encontrar y usar los datos de investigación sin apoyo (Cain, 2015) y los investigadores experimentan dificultades para transferir y gestionar el conocimiento creado de forma eficiente y con impacto en la mejora de las prácticas educativas (Ion y Castro, 2017, Lillejord y Børte, 2016). En este contexto, la preocupación hacia buscar un acercamiento entre los contextos de la producción de la investigación y el contexto de la práctica educativa toma más protagonismo como estrategia para la mejora de los centros educativos.
El presente capítulo concreta el concepto de Prácticas Educativas Basadas en Evidencias (PBE), sus orígenes, los diferentes modelos explicativos, su vinculación con la innovación y desarrollo profesional, y los beneficios que tiene el uso de las evidencias para diferentes niveles y tipos de intervenciones educativas.
LA NOCIÓN DE PRÁCTICA BASADA EN LA EVIDENCIA Y ALGUNAS CONSECUENCIAS
La utilización de la evidencia en la actividad docente se vincula directamente con el concepto definido por Biesta (2010) como la Práctica Basada en Evidencias (PBE, en adelante), paradigma que contempla las implicaciones prácticas de la investigación científica y los procesos de transferencia de sus resultados. En el proceso de transferencia y gestión del conocimiento derivado de la investigación, tanto los investigadores como los profesionales de las escuelas tienen un rol fundamental y el proceso está directamente conectado con el rol y la calidad de la investigación (Oancea, 2009).
En el ámbito educativo, se pueden identificar dos vertientes vinculadas a la PBE. Por un lado, la necesidad de mejorar la eficiencia de las escuelas y de promover mecanismos de evaluación con la implicación de la PBE como un aspecto más en la evaluación del rendimiento. Esta perspectiva está asociada con los movimientos de arriba-abajo promovidas por las políticas educativas a través de las directrices y normativas. Por otro lado, la necesidad de promover estrategias vinculadas a la innovación de las prácticas, una corriente asociada a los movimientos de renovación educativa de abajo-arriba (promovidos especialmente por el profesorado), internos y fundamentados en un abanico muy amplio de fuentes de evidencias tanto de naturaleza experiencial como científica (Earl, 2015).
Situados en este segundo enfoque, los profesionales de la educación deben de considerar, en su ejercicio profesional, una variedad de fuentes de información para poder desarrollar prácticas profesionales innovadoras y adaptadas a las necesidades reales del contexto educativo. Además, consideramos que para que estas innovaciones tengan efectos a largo plazo se requiere de una base científica sólida y del compromiso de todos los agentes educativos en su implementación. Asumimos así el concepto de PBE como “una combinación de experiencia profesional y conocimiento de las mejores investigaciones externas y la evaluación basada en evidencias” (www.education-gov.uk, 2014).
Las PBE se vinculan también con mejoras en las dinámicas de trabajo y aprendizaje del profesorado y, sobre todo, con mejoras en el rendimiento y el aprendizaje del alumnado. Muestra de ello son los datos de Cordingley (2013) y Mincu (2015) que explican que, allá donde la investigación está utilizada como parte del sistema inicial de formación del profesorado y en su desarrollo permanente, esta se asocia con una calidad mejor del profesorado, escuelas y éxito del sistema. Relaciones similares se han encontrado también por Godfrey, (2014, 2016), que demuestran mejoras en los procesos de aprendizaje del alumnado en aquellas escuelas que implementan la PBE.
La responsabilidad se vincula a las escuelas que deben saber acceder a las evidencias y gestionar la implementación de prácticas basadas en ellas. No obstante, y en el proceso didáctico, los profesores suelen apoyarse en sus prácticas pre-existentes y en las de los compañeros (Ion y Lucu, 2016) y menos en los resultados de las investigaciones (Ostinelli, 2017; entre otros). Ratifican estos estudios la necesidad de conocer en profundidad los aspectos que pueden facilitar la incorporación de la PBE en las escuelas y cuáles son los condicionantes culturales y estructurales que inciden en este proceso. Estos factores son múltiples y se pueden vincular a:
• Elementos individuales del profesorado (sus motivaciones, concepciones sobre la investigación, la confianza que tienen en la investigación y el acceso a los resultados de investigación (Cain, 2016).
• Las culturas académicas (Sebba et al., 2012, Cain, 2017, Ostinelli, 2017).
• Los factores organizativos de las escuelas (Brown et al., 2016).
Aunque se dispone de información acerca de los factores que inciden en la utilización de las evidencias, los estudios mencionados parten de la percepción de los investigadores, obviando la perspectiva de los propios profesores y, especialmente, de los equipos de dirección, aunque se reconoce su papel transformador de las escuelas (Rodríguez-Gómez y Gairín, 2017). Asimismo, aunque la información acerca de estos factores esté disponible para los investigadores, su proceso de transferencia sigue enfrentándose a barreras que dificultan su aplicación. Las dificultades pueden tomar, al respecto, diversas formas:
• De comprensión del lenguaje demasiado técnico (Rickinson, 2003).
• La falta de formación del profesorado para poder interpretar y adaptar el conocimiento científico en la práctica (Ion y Lucu, 2016).
• El acceso a las fuentes y la escasa presencia de la investigación en la formación inicial del profesorado en comparación con otros sectores.
• Elementos contextuales (Cartwright, 2013; Cain, 2015).
• El liderazgo educativo (Day y Sammons, 2013).
En el proceso de adopción de las evidencias científicas en las escuelas, la gestión tal como lo comentamos anteriormente, juega un papel destacado y así lo confirman estudios como los de Greany y Maxwell (2017) que definen el rol de los equipos directivos para:
a) Asegurar que los profesores tienen la capacidad (habilidad) de acceder y utilizar evidencias científicas (Goldacre, 2013).
b) Asegurar que existe una cultura organizativa que favorece la utilización de las evidencias (Brown el al., 2016).
c) Los directivos educativos promueven la utilización de la investigación como parte de su proceso de mejora educativa (Datnow et al., 2013).
d) La existencia de estructuras eficientes, sistemas y recursos que faciliten la utilización de las evidencias y el intercambio de buenas prácticas (Rey y Gaussel, 2016; Goldacre, 2013).
Estos elementos se vinculan al rol “transformador” del liderazgo pedagógico (Datnow et al., 2013) para fomentar el compromiso del profesorado con los objetivos, la visión y la dirección organizativas (Bush y Glover, 2003) y se enlaza con el esfuerzo de los directivos por mejorar la educación en sus escuelas más allá de las dificultades.
MODELOS EXPLICATIVOS DE LA UTILIZACIÓN DE LAS EVIDENCIAS EN LAS PRÁCTICAS Y POLÍTICAS EDUCATIVAS
Las definiciones sobre la formulación de Prácticas y Políticas Basadas en Evidencias han surgido en la literatura en los últimos años y van desde un enfoque que “ayuda a las personas a tomar decisiones bien informadas sobre políticas, programas y proyectos al poner la mejor evidencia disponible en el corazón del desarrollo y la implementación de políticas y prácticas” (Davies 1999, p. 124) hasta concepciones más asociadas con el concepto de “movilización del conocimiento” (Cooper, Levin y Campbell, 2009). El término de PBE describe muy bien el creciente interés en estudiar el papel que juega la evidencia en el proceso de formulación de políticas y prácticas educativas, que ha estado suscitando interés durante décadas y más allá del campo de la educación.
Sin embargo, hay poco acuerdo sobre lo que realmente indica el término PBE (Gough, Tripney, Kenny y...