Los señores del Uritorco
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Los señores del Uritorco

La verdadera historia de los comechingones

Sebastiano De Filippi, Fernando Soto Roland

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Los señores del Uritorco

La verdadera historia de los comechingones

Sebastiano De Filippi, Fernando Soto Roland

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Finalmente el libro que todos los que aman Córdoba y su historia estaban esperando: un texto de divulgación serio, accesible y ameno sobre la etnia que pobló las serranías y los valles de la provincia: los henia-kamiare, popularmente conocidos como comechingones.Esta obra, contrariamente a lo que sucede con otra literatura en circulación, se basa en las fuentes científicas más acreditadas, a partir de los trabajos señeros de los grandes investigadores argentinos Aníbal Montes y Antonio Serrano, a quienes el libro rinde homenaje.Además, plantea un análisis de la visión que de los henia-kamiare difundieron operadores esotéricos como Guillermo Terrera, Ángel Cristo Acoglanis y José Trigueirinho, quienes relacionaron a los comechingones con la mitología ufológica del cerro Uritorco y con la supuesta ciudad intraterrena de Erks.

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Información

Año
2021
ISBN
9789876919425

I
SEMBLANZA DE UN PUEBLO OLVIDADO

Un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción; la ambición, la intriga abusan de la credulidad y de la inexperiencia de hombres ajenos de todo conocimiento político, económico o civil; adoptan como realidades las que son puras ilusiones; toman la licencia por la libertad, la traición por el patriotismo, la venganza por la justicia.
Simón Bolívar en el discurso al Congreso de Angostura (Discursos y proclamas, París, Garnier Hermanos, 1913, p. 33)

Denominaciones

Por increíble que parezca, el olvido y la confusión en los que el mundo actual tiende a sumir a este pueblo originario de lo que hoy es la República Argentina alcanza hasta su propia denominación.
Sucede que los dos grupos humanos que hoy solemos identificar genéricamente como “comechingones” desconocían por completo este término, optando por denominarse a sí mismos –respectivamente– henia (en el norte) y kamiare o camiare (en el sur).1
La realidad es que “comechingones” resulta un término que no da cuenta de grupo étnico alguno, sino más bien de un espacio territorial –la denominada “provincia de los comechingones”– y es un producto propio de la intervención europea.
Al respecto, se ha escrito con total claridad:
Ningún testimonio nos autoriza a reconocer que los nativos se llamaran a sí mismo comechingones. Así como la fragmentación política de las comunidades prehispánicas refuerza la idea de que, al menos en el nivel de la identidad positiva, no puede hipotetizarse la existencia de alguna unidad étnica supragrupal.2
Acerca del origen del término castellano “comechingón” no hay más consenso que sobre el hecho que fue atribuido a este pueblo por terceros, pero lo seguro es que surgió de intenciones tendencialmente peyorativas.3
Esta voz de sonoridad tan peculiar parece ser, prima facie, la deformación de un grito de guerra que sonaba algo así como “kom chingon”, con la esperable connotación de invitar a enfrentar y derrotar al enemigo.
Los belicosos indígenas sanavirones, que con sus reiteradas invasiones al territorio henia-kamiare desde Santiago del Estero fueron sus tradicionales enemigos, habrían deformado la expresión mencionada en “kamichingan”, palabra que en sanavirón podía significar dos elementos con relación a este pueblo: “habitante de cuevas” –lo que, como se puede leer en otro apartado de este trabajo, es solo parcialmente cierto– y “vizcacha”. Sin embargo, hasta esta ya tradicional dicotomía comechingón-sanavirón parece tener limitado asidero para los investigadores más recientes.
En los últimos años se ha puesto en crisis la concepción de que las nominaciones de comechingones y sanavirones dan cuenta de grupos étnicos propiamente dichos, esto es, conjunto de personas que se reconocen como una unidad definida y separada de los otros […] los “comechingones” como unidad claramente diferenciada es un construcción española que operó extendiendo un nombre que, posiblemente, se aplicaba a parte de un grupo de toda la región serrana […] Hasta el presente, ni la arqueología ni la etnohistoria han podido identificar ningún rasgo que sea propio y exclusivo de ese grupo, así como resulta muy difícil definir áreas específicas para este grupo separadas de los “sanavirones”.4
En tiempos recientes una teoría alternativa sobre el vocablo “comechingón” apunta al significado, más neutro y aceptable, de “pueblos de las serranías” (o “serranías con muchos pueblos”), acaso el que mejor describe a este grupo humano.5
El mencionado binomio comechingón-sanavirón parece estar circunscripto, además, a un lapso temporal bastante acotado:
Asentados los españoles en Córdoba, los términos «comechingón» y «sanavirón» […] se pierden y solo aparecen aisladamente en los documentos, en particular el segundo, en boca de los propios indígenas, como un modo de referirse a grupos ingresados recientemente al territorio cordobés.6
En este tema, como en otros tantos inherentes a los henia-kamiare, hay un vacío de informaciones y sobre todo de certidumbres que todo lo ensombrece. Habrá que acostumbrarse a ello. No en vano se ha escrito:
Conocemos muy poco sobre […] los antiguos habitantes de la región […]. No existen testimonios directos […]. Los documentos con que contamos son españoles.7
1. Antonio Serrano, Los comechingones, Imprenta de la Universidad Nacional de Córdoba, 1945, p. 58.
2. Eduardo E. Berberián (dir.), Los pueblos indígenas de Córdoba, Córdoba, Universitas, 2013, p. 116.
3. Eduardo E. Berberián y Beatriz Bixio, La crónica de Gerónimo de Bibar y los aborígenes de la Provincia de Córdoba (República Argentina), Universidad Nacional de Córdoba, 1988, p. 231.
4. Eduardo E. Berberián (dir.), Los pueblos indígenas de Córdoba, p. 116.
5. Véase Lautaro Parodi, Leyendas indígenas de la Argentina, Buenos Aires, Libertador, 2013.
6. Eduardo E. Berberián (dir.), Los pueblos indígenas de Córdoba, p. 117.
7. Ibídem, p. 116.

Perfil étnico

El aspecto específicamente étnico del pueblo comechingón reviste mucho interés por su complejidad y por las particularidades que le son propias.
Aunque está comprobado que pertenecían esencialmente al grupo huárpido, se distinguían por la presencia de otros linajes de distinto origen geográfico (pámpidos, ándidos y acaso hasta amazónidos), lo que hace presuponer una larga historia de contactos e integraciones con grupos migrantes desde los cuatro puntos cardinales.
Lo que llamó de inmediato la atención del colonizador europeo fue su aspecto físico, algo cercano al caucásico, al menos en comparación con otros grupos étnicos de América del Sur, pues los henia-kamiare ostentaban una figura tendencialmente espigada, tupidas barbas y –en un porcentaje menos significativo– hasta ojos verdosos (quienes tenían ojos de este color eran destinatarios de especial atención y eran llamados chutos, vocablo luego castellanizado como “soto”).
El hecho de que fueran barbados no es curioso solo desde el punto de vista étnico, sino también desde lo cultural, pues aparentemente los comechingones no se afeitaban y llevaban sus barbas con particular orgullo, lo mismo que sus trenzas y flequillos.
Como se menciona en otro apartado del presente libro, estas características que despertaron la suspicacia de los conquistadores españoles luego fueron exageradas y deformadas para volverse el punto de partida de teorías carentes de fundamento en las que se quiere ver a los comechingones (y aún a otros pueblos indígenas sudamericanos) como relacionados directamente con europeos precolombinos.
Un dato curioso es que se encontraron algunos cráneos comechingones achatados en sentido vertical. Pero más que de una característica propia de las etnias kamiare y henia, esta deformación craneana era consecuencia de una costumbre, compartida por otra parte con los diaguitas: los padres a menudo sujetaban la parte posterior de la cabeza de sus hijos pequeños a una tabla fijada en la cuna, dando así una forma más alargada a sus cráneos.
Con la única sustentación de infundadas especulaciones se ha llegado a decir en algunos textos no científicos que todos los comechingones eran rubios, de piel clara, con ojos celestes, y que ostentaban una inteligencia superior y una espiritualidad “metafísica” elevadísima, en un grado que no resistiría comparación alguna. Pero, como detallamos en otro apartado de este trabajo, no hay pruebas o indicios concretos de todo ello; se trata más bien de fantasías originadas en planteos puramente esotéricos.
Las pocas referencias hechas en las crónicas europeas solo nos dicen que la zona de la Comechingonia “era la provincia de la gente barbada”,8 “tierra do los indios […] habitan en cuevas […] y ellos crían barbas”.9 Estos individuos “eran morenos, altos, con barbas como cristianos y no tienen ponzoña en sus flechas”.10
También se los describe como “indios bien dispuestos y valientes”11 que, según indica Antonio Serrano, no eran tan altos como exageradamente señalaron algunos. Los restos humanos desenterrados no se corresponden con individuos de estatura descollante: los trabajos del prestigioso antropólogo y arqueólogo argentino Alberto Rex González indican incluso una talla algo inferior a la media, de aproximadamente 1,63 metros de altura.12
Claro que si la altura promedio de un español en el siglo XIX era de 1,62 resulta entendible que tres siglos antes un europeo viera a un indígena de 1,63 como alto. No debemos olvidar la carga valorativa que el europeo solía dar al tema de la estatura en ese contexto: que un “salvaje primitivo” pudiera equipararlo o incluso rebasarlo en altura debió llamarle mucho la atención.
En cuanto a la mentada barba de los comechingones, en efecto, debió ser crecida y abundante para que fuera citada con tanta insistencia. Ello es particularmente notable si se considera la tendencia lampiña que caracterizó a la mayoría de los aborígenes de América.
Esa tendencia era tan marcada que llevó a algunos pueblos americanos a fabricar mostachos y barbas artificiales de oro o plata, para ser sostenidos de las alas de la nariz por presión, y ser usados en ceremonias en las que se ensalzaban la figura del felino y sus bigotes.
En Perú dicha práctica fue muy común tanto en Nazca como en Paracas. Del mismo modo, en Tiahuanaco (Bolivia) existen litoesculturas –monolitos antropomórficos– que muestran esa misma costumbre decorativa.13 No sorprende que fueran interpretadas por autores esotéricos, arqueólogos aficionados y otros advenedizos con inclinaciones filonazis como una prueba de la presencia de vikingos en el altiplano boliviano.
8. Pedro Lozano, Historia de la conquista del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán, Buenos Aires, Edición de Andrés Lomas, 1874, t. I, p. 189.
9. Diego Fernández, Primera parte de la historia del Perú, Madrid, Biblioteca Hispánica, 1914, t. II, p. 36.
10. Ídem.
11. Véase Reginaldo de Lizárraga, Descripción de toda la tierra del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile, Buenos Aires, Ediciones de la Biblioteca Argentina, 1916, t. II.
12. Véase Alberto Rex González, “Algunas observaciones sobre los caracteres antropológicos de los primitivos habitantes de Córdoba”, Publicaciones del Ins...

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