La España en la que nunca pasa nada
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La España en la que nunca pasa nada

Periferias, territorios intermedios y ciudades medias y pequeñas

Sergio Andrés Cabello

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La España en la que nunca pasa nada

Periferias, territorios intermedios y ciudades medias y pequeñas

Sergio Andrés Cabello

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Necesitamos escuchar a la ""España invisible"": no les neguemos la voz"Nunca pasa nada" es una expresión frecuente en buena parte de España, y le cuadra muy bien esa "España invisible" a la que sólo alumbran los focos cuando se produce un suceso luctuoso o un hecho pintoresco: la compuesta por ciudades pequeñas y medias –también por otros municipios más reducidos–, que son las siguientes fichas de dominó que caerán en los procesos de envejecimiento de la población, salida de jóvenes, abandono de actividades productivas tradicionales... que hasta hace poco parecía que sólo afectaban al mundo rural.Esa España intermedia entre la "España vaciada" y la "España metropolitana" seguramente está ya en una tierra de nadie, en un proceso que no llevará a la despoblación en sentido estricto, pero que sí ahondará las desigualdades territoriales y sociales.El presente libro quiere ser una reivindicación de esa tercera España, la cual nutrió a la "España metropolitana" a través de los procesos migratorios; que fue denostada y luego reivindicada; que contribuyó (y lo sigue haciendo) a la despoblación de los municipios más pequeños. Unos territorios que se dotaron de orgullo a través de la reivindicación de sus identidades colectivas mediante el Estado de las autonomías. Unos municipios que se ven fuera de los grandes flujos globales. En definitiva, una tercera España a la que le está pasando lo que a las clases medias, que, tras ascender socialmente, con la crisis vieron rota la movilidad social.

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Información

Editorial
Foca
Año
2021
ISBN
9788416842698
Categoría
Social Sciences
Categoría
Urban Sociology
capítulo iV
La compleja evolución y situación de las ciudades medias

Fue en la tarde-noche de un 31 de octubre de 2020. La mayor parte de los logroñeses y riojanos estaban en sus casas como consecuencia de la situación de la pandemia de la covid-19. En esos días, el Gobierno de La Rioja había anunciado nuevas restricciones para frenar una segunda ola ya disparada. Se había cerrado la hostelería, se contaba con nuevos toques de queda y se cerraba perimetralmente La Rioja y los municipios de Logroño y Arnedo. Una convocatoria de protesta de la hostelería, mensajes en redes sociales de grupos de extrema derecha que aprovechaban la situación y, de repente, los grupos de WhatsApp se llenaban de vídeos de incidentes violentos, destrozos y cargas policiales en el céntrico Espolón de la capital riojana y en las calles adyacentes. Mobiliario público destrozado y algunos comercios sufriendo destrozos. Y, la sorpresa, muchas personas muy jóvenes protagonizando los incidentes. Había pasado lo mismo en días anteriores en Barcelona, Bilbao o Burgos. Pero ¿Logroño?, ¿una mediana «ciudad de provincias» donde estas cosas no pasan?, ¿chicos y chicas tan jóvenes? Shock, estupefacción y las imágenes rondando en las horas siguientes por todas las casas logroñesas y riojanas. Apertura de telediarios e informativos, las radios conectando en directo. «Esto no pasa en Logroño nunca, somos una ciudad tranquila» era uno de los mensajes más repetidos. Al día siguiente, unos chicos y chicas muy jóvenes van a ayudar a limpiar los desperfectos en el Espolón y su entorno. Pablo Alcaide, un adolescente, toma la palabra y señala que vienen a hacerlo porque su madre es barrendera y no consideraba justa la situación. Las imágenes vuelven a dar la vuelta al país.
¿Qué pasó donde nunca pasa nada? Realmente nada. Fue un momento puntual, un estallido de violencia que no respondía a ninguna motivación ideológica o de protesta, no tenía una connotación política más allá de una instrumentalización de grupúsculos reducidos, como en otras ciudades. No había mucho detrás. Conductas imitativas en un mundo donde el peso de lo virtual y de la imagen es fundamental, ahí estaban muchos de ellos y ellas grabando con sus móviles la «película» de la que eran protagonistas y subiéndola a TikTok e Instagram. Una juventud desnortada y nihilista, pero poco más. Sin embargo, sí que esa estupefacción generalizada podía reflejar un imaginario colectivo sobre las ciudades y las regiones como Logroño y La Rioja.
En la construcción de las estructuras territoriales, las grandes ciudades y metrópolis, en el caso español Madrid, Barcelona y algunas pocas más, era donde pasaba la acción. Las manifestaciones, la violencia incluso, no eran típicas de las pequeñas y medianas ciudades. A mis casi cincuenta años, no recuerdo incidentes violentos apenas en Logroño. Cuando era pequeño, en la transición a la democracia, hubo huelgas del sector metalúrgico, pero no tengo conciencia de ellos. Al ser vecinos de Euskadi, sintonizar Euskal Telebista y tener una relación continua con País Vasco y Navarra, conocíamos la cuestión de la violencia de ETA y la kale borroka. En aquellos años, cuando te ibas a estudiar al País Vasco a la universidad, como fue mi caso en la Universidad del País Vasco en Leioa, las advertencias eran «ten cuidado». Pero, en La Rioja, como en la mayor parte de los territorios como el nuestro, no había violencia en las calles. Además, las tres últimas décadas habían supuesto una transformación de los procesos de conflictividad social, con sociedades menos proclives a la protesta violenta.
Las ciudades medias y sus territorios se fueron institucionalizando en esos lugares de orden, conservadores, con un fuerte control social, y este hecho se aceleró con el franquismo. Este proceso tenía bases ya en el pasado, recordemos la canónica La Regenta de Leopoldo Alas Clarín, publicada en 1884 y 1885, en la que Oviedo era la ciudad de Vetusta y donde se presentaban esos aspectos conservadores de aquellas localidades. De nuevo, nos vuelven esas imágenes más vinculadas a ellas, instaladas en el imaginario colectivo.
De la misma forma, las propias estructuras productivas de buena parte de las ciudades medias y similares, con una menor presencia de los sectores vinculados a los movimientos obreros, los cuales se verían afectados por las políticas de reconversiones, hicieron que la conflictividad derivada de esas situaciones no tuviese tales repercusiones. A pesar de las huelgas metalúrgicas de Logroño de finales de los setenta, las imágenes de protestas violentas eran las de Euskalduna en Bilbao, las de Asturias en la minería, la de los astilleros en Vigo, etcétera.
Este proceso es un indicador más de lo que les ocurrirá a las ciudades medias desde la década de los cuarenta del siglo xx hasta la actualidad, unas décadas en las que se consolidará y fortalecerá esa imagen conservadora señalada, y que respondía a la realidad, en las que los procesos que comenzaron en periodos anteriores se aceleraron y en las que el éxodo rural aumentará sus poblaciones –aunque crecerán más las grandes ciudades–. Unas localidades que aprovecharán en muchos casos su capitalidad provincial. Unos municipios que irán definiéndose en sus actividades y funciones, vinculadas a sus territorios, pero también en el conjunto nacional. Unas zonas que tendrán que afrontar la entrada en la modernidad y la posmodernidad desde posiciones muy distintas a las de las grandes urbes, que vivirán nuevas contradicciones que llegan hasta nuestros días y que se aceleran debido a las rápidas transformaciones estructurales provocadas por la globalización y los cambios políticos, económicos, sociales y culturales, con respecto a los cuales irán en no pocas ocasiones un paso por detrás. Crisis de identidad, sí, pero también crisis de aspectos más tangibles como de los sectores económicos con deslocalizaciones del sector secundario. No todas funcionarán igual, hay diferencias en función del peso de los distintos sectores económicos, de su posición geográfica y de las propias dinámicas internas, pero hay puntos en común. Y es que, como las clases medias, las ciudades medias y los territorios intermedios se apuntaron a sumar signos de estatus, imitaciones descontextualizadas de experiencias de éxito en grandes localidades, procesos basados en el «yo también» y en el «yo, más». Y la crisis de 2008 no cambió la tendencia, al contrario, la profundizó. Y la pandemia de la covid-19, ¿qué va a suponer?, ¿quiénes son las ciudades medias y sus territorios hoy?, ¿qué funciones cumplen?
Pero, primero, es necesario observar cómo se han configurado, qué cambios se han dado, cómo se han ido integrando en los procesos de la modernidad y posmodernidad. Detrás de los indicadores y de los datos, de los crecimientos y transformaciones de las ciudades medias y de sus entornos, hay relatos, discursos, imágenes y visiones. Hay lugares comunes, estereotipos y prejuicios. Hay disputas, demandas y reivindicaciones. Hay ilusiones y decepciones. Hay identidades colectivas, sentimientos de pertenencia y relaciones de orgullo y desencanto con las ciudades medias. Hay salidas y llegadas. Y, sobre todo, hay personas con sus proyectos de vida.
Nos centraremos en la segunda mitad del siglo xx y en las décadas que se llevan del xxi. Se producen procesos que ya tenían sus bases en otros anteriores, así como se suceden acontecimientos y se dan tendencias nuevas. Si durante el franquismo será reforzada esa visión e imagen de las ciudades medias como conservadoras y arcaicas, generando el ya mencionado crecimiento a partir de la aceleración del éxodo rural, pero también su pérdida de capital humano hacia las grandes ciudades, con la transición y los ochenta crecerá el contraste entre ellas, ya que el lugar de la modernidad, el espacio de la libertad, será Madrid, Barcelona, etc. Las ciudades medias, que van despertando poco a poco, se verán alejadas simbólicamente de esos procesos y lugares; pues la acción pasa donde se reúnen las condiciones para hacerlo.
El siglo xxi aceleró todas estas tendencias, y lo hacía desde una perspectiva positiva derivada de una década como la de los noventa (González Férriz, 2020). Si a nivel de estructura social, todos éramos clases medias que dejaban atrás los orígenes rurales y obreros, a las ciudades medias les iba a ocurrir lo mismo. Los signos de estatus de las ciudades medias, que habían comenzado en los noventa, se iban a multiplicar en la primera década del siglo xxi. Hay varios factores que van a marcar ese escenario: la incorporación a la posmodernidad sin pasar por la modernidad; el desarrollo de las TIC y de internet; la expansión urbanística vinculada al acceso a la vivienda de parte de las generaciones procedentes del último tramo del baby boom, que cambiaría la fisonomía de las ciudades, y el crecimiento económico vinculado también al boom inmobiliario de la primera década del siglo xxi.
El tono grisáceo de los años ochenta iba a dar paso en los noventa a una luminosidad derivada de una visión optimista del futuro que se presentaba a corto y medio plazo. Esta última década era presentada como el «fin de la historia» por Francis Fukuyama en su polémica tesis sobre el fin del comunismo y el triunfo del capitalismo. Las ciudades medias también aspiraban a su propio «fin de la historia». España era un país que había visto crecer sus clases medias en las dos últimas décadas, y el Estado de bienestar y sus transferencias sociales contribuyeron decisivamente a cumplir el sueño aspiracional de una buena parte de la sociedad. En las décadas de los ochenta y noventa, se consolidaba el camino para convertirnos en clases medias a través del acceso a la educación superior, a empleos cualificados en el sector servicios, a nuevos bienes de consumo y a productos culturales que antes habían estado rígidamente diferenciados.
A nivel de país, este escenario tendría su reflejo en 1992 con las Olimpiadas de Barcelona y la Expo de Sevilla. España iba avanzando hacia la modernidad, superando un fatalismo secular y habiendo demostrado al mundo que éramos europeos. Barcelona y Sevilla irradiaban éxito y esperanza. El resto se veía iluminado por ese haz, y las ciudades medias también se irían transformando urbanísticamente, comenzando un proceso que se impulsaría en la década siguiente. Es un contexto en el que no existía todavía una reivindicación de lo rural ni otros procesos en esa misma dirección, y son las ciudades medias las que capitalizan un cambio que viene marcado también por aquellas generaciones descendientes del baby boom. Nacidos en la segunda mitad de los sesenta y en los setenta, parte de ellos habían llegado a la universidad y tenían otros horizontes sociales y culturales. Algunos se quedaron a vivir en los lugares a los que fueron a estudiar; otros regresaron a las ciudades medias, donde encontrarían empleos cualificados tanto en el sector público como en el privado. Mientras tanto, y poco a poco, los noventa continuarían con la desindustrialización y las deslocalizaciones de las décadas anteriores. Y este proceso también transformaría a las ciudades medias y sus regiones. Las funciones de los territorios irán cambiando, ya no serán proveedores de productos, o lo harán en menor medida, sino que se entrará en una terciarización constante que tendrá en el turismo y ciertos productos culturales su reflejo más directo. A la vez, Madrid y Barcelona seguirán creciendo más rápido que las ciudades medias, así como irán concentrando más oportunidades.
Lo que dicen los datos
Los indicadores demográficos y económicos, entre otros, mues­tran algunas diferencias que son claves para entender la situación de los distintos territorios y las diferencias entre las regiones. Hay otras variables que son más difíciles de cuantificar, indicadores de tipo cualitativo, que no se miden en números, algunos de los cuales se verán más adelante, pero es necesario comenzar por los datos. Sin embargo, también conviene recordar que detrás de esos indicadores están individuos y colectivos, muchas veces reducidos a una mera estadística que se explica en un gráfico. Los datos nos muestran esa realidad que responde a la interrelación y a la complejidad de fenómenos políticos, sociales, económicos y culturales que en no pocas ocasiones tienen sus bases en pasados lejanos y en otras son fruto de circunstancias más actuales, aunque en este último caso suelen ser aceleraciones de las tendencias ya presentes. Indicadores económicos y demográficos muestran el escenario de los territorios en España, así como las consecuencias que tienen en los procesos migratorios interiores y en la cohesión social.
El ya señalado estudio Desigualdades territoriales en España de Colino, Jaime-Castillo y Kölling establecía «cuatro Españas» en función del nivel de vida (véase p. 11). Los desequilibrios regionales han crecido, a pesar de un aumento del nivel de vida global durante estas décadas, sin olvidar la crisis financiera y sistémica de 2008. En 2018, España contaba con un producto interior bruto (PIB) por habitante de 25.727 euros. Diez comunidades autónomas y las dos ciudades autónomas se situaban por debajo de la media mientras que las diferencias se disparaban por arriba con Madrid (35.041), País Vasco (33.233), Navarra (31.389) y Cataluña (30.426). En el lado contrario, ni Andalucía ni Ceuta llegaban a 20.000 euros (INE, 2020d). La «Encuesta de Condiciones de Vida» del INE también muestra esas diferencias regionales. Si, en 2018, cada hogar a nivel nacional tenía una renta media de 28.417 euros, los territorios más ricos (Madrid, Cataluña, País Vasco y Navarra, además de Islas Baleares) superaban los 30.000 euros. Si un hogar en el País Vasco tiene una renta media de 35.049 euros, en Extremadura se sitúa en 21.006 (INE, 2019). Finalmente, la diferencia entre los salarios también es relevante –no podía ser de otra forma–, ya que iba en 2017 de los 28.024 euros en País Vasco a no llegar a los 20.000 en Extremadura, según la «Encuesta de Estructura Salarial» (INE, 2020e). Lógicamente, no todo se mide en términos económicos o en datos como los reflejados, hay que tener en cuenta los costes de vivir en una gran ciudad, como se ha señalado, y otras variables intangibles que no se miden en términos economicistas ni estructurales. De esta manera, los porcentajes de población que están por debajo del umbral de la pobreza también son dispares y muy desiguales. Si, en 2018, el 21,5 por 100 de la población se encontraba en esa situación, Ceuta se situaba en el 38,3 por 100; Extremadura en el 37,6 por 100, y Andalucía e Islas Canarias superaban el 30 por 100. País Vasco y Navarra no llegaban al 10 por 100 y Aragón, Asturias y Cataluña estaban por debajo del 15 por 100 (INE, 2019). Estos indicadores, y podrían ampliarse a otros muchos, son una muestra de un escenario que es claramente estructural.
Otro de los ámbitos determinantes para analizar las desigualdades territoriales es la educación. Como hemos visto en páginas anteriores, el acceso a los estudios superiores ha aumentado en España, tanto en oferta como en demanda, así como las bases de ciertos desequilibrios se van germinando a través de las oportunidades educativas. La educación es uno de los derechos sociales básicos, así como uno de los pilares del Estado de bienestar. Ha sido uno de los principales mecanismos de movilidad social (aunque este ha quedado en cuestión desde la crisis sistémica de 2008) y tiene efectos acumulativos a lo largo de la vida de los individuos. Sin embargo, la correlación entre estructura productiva, mercado de trabajo y otras variables da lugar a la reproducción de ciertas desigualdades territoriales. Estas pueden influir, especialmente, en las capas de la población que parten de situaciones de desventaja, pero también, como hemos visto, en otros grupos sociales que tengan que abordar costes directos e indirectos –por ejemplo, ir a estudiar a otra ciudad–, lo que puede generar más desigualdades.
Si el estudio de Beltrán Tapia et al. (2019) mostraba las bases his...

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