El Zaratustra de Nietzsche
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El Zaratustra de Nietzsche

Volumen 2

Carl Gustav Jung, Antonio Fernández Díez

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El Zaratustra de Nietzsche

Volumen 2

Carl Gustav Jung, Antonio Fernández Díez

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En 1934 emprende C. G. Jung (1875-1961) un seminario dedicado a Así habló Zaratustra, de Friedrich Nietzsche. Los episodios y personajes de este libro emblemático y extraño conforman una constelación en la que Jung va deletreando las nociones principales de la psicología analítica. Por ello este seminario no solo ofrece una original interpretación, en términos psicoanalíticos, de la filosofía de Nietzsche y de su hundimiento en la locura. Aporta asimismo un sugerente cuadro de la psicología junguiana en su mismo ejercicio y revela aspectos intempestivos de la personalidad de su autor. Todo ello con el trasfondo de una Europa que de nuevo se encamina a la guerra."Jung frente a Nietzsche: Jung debate sobre el sentido de un libro extremadamente misterioso. Y explosivo". (Babelia)"Estas páginas permiten recorrer la riqueza de intereses de Jung, que enlazaba sus exploraciones de la psique con la mitología, el esoterismo, el arte o la magia". (El Cutural)

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Información

Editorial
Trotta
Año
2021
ISBN
9788413640303
Edición
1
Categoría
Psychology
TRIMESTRE DE PRIMAVERA

Mayo-junio de 1937

SESIÓN I
5 de mayo de 1937

Dr. Jung: Señoras y señores: Nuestro último seminario versaba sobre el capítulo 26 de Zaratustra, el capítulo sobre los sacerdotes, pero antes de continuar me gustaría hacer unas cuantas observaciones por el bien de los que no estaban antes. Zaratustra es algo complicado, pero el deseo de algunos miembros de nuestro seminario era que me ocupara con él. Reconozco que se trata de un material psicológico muy interesante, aunque es extenso y, por alguna razón, extremadamente difícil de abarcar. Por supuesto, el hecho de que resulte difícil no es motivo para no ocuparnos con ello, sino que, por el contrario, un caso difícil siempre es mucho más interesante que uno sencillo y fácil. Zaratustra es la obra más significativa de Nietzsche. Allí expresa algo que, en realidad, es él con su particular problema. Sus años más productivos fueron la década de 1880 del siglo pasado y, en muchos sentidos, es un hijo de su tiempo, aunque también es el precursor de los tiempos que han llegado desde entonces y están aún por llegar.
Se diría que la estratificación de nuestra población es histórica. Hay personas vivas que ya no deberían vivir. Son anacrónicas. Anticipan el futuro. Después, están los que pertenecen a nuestro siglo; pero hay muchos que no pertenecen a nuestro siglo y, sin embargo, deberían haber vivido en la época de nuestros padres y de nuestros abuelos. Después quedan muchos que pertenecen a la Edad Media, mientras que otros pertenecen a tiempos remotos, incluso a los habitantes de las cavernas. Podemos verlos en la calle y en los trenes y a veces nos encontramos con un antiguo habitante de las cavernas de lo más divertido que ya no debería vivir. Por tanto, algunos de los problemas de la época se convierten en los problemas conscientes de la mayoría de la gente, mientras que otros que viven en la misma época no reciben su influencia, al menos no directamente. Así que Nietzsche en su tiempo era un hombre del futuro. Su peculiar psicología era la de un hombre que podría haber vivido hoy, después de la gran catástrofe de la guerra mundial. Por ello, tiene un especial interés para nosotros indagar en ello, ya que en varios aspectos se trata de la psicología de nuestros días.
Como saben, Zaratustra es más que un título: la figura de Zaratustra es, en cierto modo, el propio Nietzsche, esto es, Nietzsche se identifica hasta cierto punto con la figura de Zaratustra, a pesar del hecho de que dijera que «uno se volvió dos» cuando Zaratustra se manifestó ante él por primera vez, mostrando que percibía su figura como algo diferente de sí mismo y, sin embargo, sin disponer de conceptos psicológicos, no le pareció un problema porque, como su actitud filosófica general era extremadamente estética, lo consideró más o menos como una figura metafórica, identificándose con ella. No obstante, resulta ser un acontecimiento con consecuencias: a saber, provoca una gran diferencia con la que nos identificamos, y Nietzsche no era completamente consciente de aquello con lo que se identificaba. No sabía que su declaración «Dios ha muerto» significaba algo que no entendía del todo. Para él, la existencia de Dios era una opinión o una clase de convicción intelectual, de modo que uno solo necesitaba decir que Dios no existía y no existía. Pero en realidad Dios no es una opinión. Dios es un hecho psicológico que sucede a la gente.
La idea de Dios ha originado la experiencia de lo numinosum. Era una experiencia psíquica provista de momentos en los que el hombre se veía superado. Rudolf Otto ha denominado este momento en su Psicología de la religión lo numinosum, que deriva del latín numen, esto es, indicio o signo1. Proviene de la vieja experiencia de que en la Antigüedad, cuando un hombre tenía que dirigir una oración a la estatua del dios, pasaba por encima de una piedra que se había erigido a su lado para dejar que la gente gritara sus oraciones al oído de modo que el dios las oyera. Entonces observaba la imagen hasta que el dios inclinaba la cabeza o abría o cerraba los ojos o respondía de algún modo. Como ven, era un método abreviado de la imaginación activa que se concentra en la imagen hasta moverla2; un momento en el que el dios señalaba un indicio, es decir, su asentimiento o negativa o cualquier otra indicación, y esto sería lo numinosum. No obstante, se trata de un hecho psíquico y Nietzsche, sin saber nada de psicología —aunque en realidad era un gran psicólogo—, consideraba el concepto de Dios como si se tratara de un concepto puramente intelectual y deducía que si decía que Dios había muerto, entonces Dios no existía. Sin embargo, el hecho psicológico siempre permanece y la cuestión es la forma en la que volverá a aparecer.
En este caso, ha de aparecer de nuevo en la disociación de Nietzsche: a saber, cuando Zaratustra apareció en él, se dio cuenta de que no era uno sino dos y así lo expresó, aunque como no había nada dentro más allá de sí mismo —o si lo había, sería él mismo—, tenía que decir que Zaratustra era él, idéntico. Así que era idéntico al hecho de lo numinosum: debía llegar a ser lo numinosum. Lo que implica que tenía una inflación, estaba lleno de aire, ¡y era tremendo! Enseguida llegaremos al capítulo donde revelará este hecho a propósito del viento del que está lleno. Además, cuando una imagen determinada ha quedado reducida a nada visible, sería como si el pneuma, lo que llamaríamos «espíritu», quedara reducido a su forma primitiva que es solo aire. Como ven, cuando tenemos la experiencia de la deidad, lo numinosum, así como una imagen de ella, podemos afirmar que se trata de la experiencia del espíritu, pero cuando la reducimos y negamos su existencia, estamos llenos de aire. Lo que puede llevarnos incluso a una neurosis donde tenemos todos los síntomas de estar asfixiados. Tal vez en lugar de albergar el espíritu, el abdomen podría estar literalmente lleno de aire. El espíritu es también la fuente de la inspiración y del entusiasmo porque es una emanación; la palabra alemana Geist es una erupción volcánica, un géiser. Este aspecto del espíritu es la razón por la que hemos llamado al alcohol espíritu: el alcohol es la forma reducida del espíritu. De ahí que, al carecer de espíritu, la mayoría de la gente se dé a la bebida. Se llenan de alcohol. He visto varios casos así. Resulta típico de los hombres, aunque las mujeres también hacen eso.
El libro de Nietzsche es una confesión de esta condición y de sus peculiares problemas. Somos conscientes de que tenemos o de que al menos tenemos una especie de recuerdo de lo que podríamos llamar un mundo medieval o primitivo donde lo numinosum está fuera de nosotros. No necesito entrar en esto. Pero probablemente no somos del todo conscientes del mundo donde lo numinosum está dentro de nosotros, de nuestro mundo donde lo numinosum es experimentado como un hecho psicológico. La propia palabra muestra que proclamamos a la deidad como nuestra experiencia y nada más que nuestra experiencia, aunque podemos negar que es una experiencia real y considerarla una ocurrencia psicológica que solo sucede a cierta clase de personas. Naturalmente, eso produce una nueva clase de mundo, un mundo sin deidad, sin un espíritu, donde prácticamente solo somos cosas vivas. Por tanto, resultaría discutible en qué medida estamos vivos, porque estamos profundamente convencidos de que nos movemos en el espacio como cualquier otro objeto, de que no apreciamos ninguna diferencia. Solo existe un vasto espacio donde se mueven las cosas y, como no podemos indicar ningún sentido, renunciamos a la idea de formular cualquier sentido en esto. Como pueden ver, sería un mundo completamente nuevo, muy peculiar. Nunca hemos experimentado cómo se percibe cuando lo numinosum es idéntico a nosotros, cómo es cuando somos los numinosa. Sería un nuevo problema que nos enfrenta a una nueva tarea: a saber, cómo deberíamos comportarnos si uno es un numinosum, cómo es cuando somos dioses o algo próximo a eso: en otras palabras, cómo sería si fuéramos superhombres. Zaratustra es el superhombre ya existente en Nietzsche, y a veces este se siente como si ya fuera el superhombre.
Precisamente, el libro nos conduce a esa clase de problema. Nos comenta al fin cuáles son los acontecimientos interiores, cómo nos sentimos en relación con los demás, con los valores, y cómo cambia todo de aspecto. Por ejemplo, Nietzsche habla sobre la destrucción o la Umwertung aller Werte, la transformación de todos los valores. Naturalmente, todos los valores son diferentes cuando somos un dios, cuando somos algo que nunca hemos sido antes. Si somos muy grandes, las demás cosas se vuelven pequeñas. Sería como si tuviéramos el tamaño de un rascacielos y nuestra relación con el mundo resultara incómoda; no podríamos entrar siquiera en nuestra propia casa y nada funcionaría. Ahora bien, estamos en medio de una discusión de valores actuales, existentes. Por ejemplo, el último capítulo que tratamos tenía que ver con la nueva relación con el hecho de los sacerdotes, aquello que los sacerdotes significarían para alguien que tiene una inflación o es un numinosum, o cómo se ve a los sacerdotes con los ojos de la deidad. Sabemos bien cómo se ve la deidad con los ojos del sacerdocio, pero no sabemos cómo se ve el sacerdocio con los ojos del dios. Pero podemos estar prácticamente seguros leyendo el capítulo.
Ahora llegamos al capítulo titulado «De los virtuosos». De nuevo, he aquí la pregunta: ¿cómo ve la deidad a los virtuosos? ¿Cómo se ven a sus ojos? Naturalmente, el experimento no es puro, como han visto, porque a menudo incurrimos en hechos que nos demuestran sin lugar a dudas que Nietzsche está detrás de Zaratustra, que Nietzsche tiene una inflación y que la deidad está consecuentemente en una posición un poco incómoda. Si la deidad considera que es idéntica al señor Nietzsche, el espacio queda un poco ajustado, de modo que incluso el juicio de Dios queda un poco ajustado. En los casos así, deberíamos hacer referencia a la biografía de Nietzsche y a las limitaciones de su tiempo. No obstante, en las mejores partes de su texto, sería bueno recordar que no habla Nietzsche sino la deidad y, obviamente, no es una deidad dogmática, sino la deidad considerada como un hecho psicológico.
Como ven, la deidad considerada como un hecho psicológico no es lo que las iglesias o los credos han hecho de ella. Algunos protestantes —por ejemplo, un teólogo protestante— nos asegurarán que Dios solo está obligado a ser bueno y siempre tenemos que preguntar por qué dicen eso. Podría ser porque es cierto que el factor psicológico que representa Dios en realidad no es sino bueno, pero también podría ser porque temen que pueda no ser bueno. Expresarían eso como una suerte de gesto apotropaico para protegerse o para obligar o propiciar la deidad. Como decimos a alguien que amenaza con enfadarse: «Sé paciente; en realidad eres muy paciente», para que crea que es paciente. Por ello, es posible que supliquemos a Dios que sea bueno para que sea bueno, que nos neguemos a creer que puede ser malo, con la esperanza de que se convenza y sea bueno.
No se trata de una blasfemia. Me respalda la autoridad de la iglesia católica. Tal vez solo necesitamos regresar al reformador alemán Lutero, que reconocía que Dios no siempre era bueno. A diferencia de los teólogos modernos, tenía en cuenta a un Deus absconditus, un dios oculto o velado que es un receptáculo para todas las malas acciones, todas las cosas terribles que suceden en el mundo. No podemos imaginar que un Dios bueno es responsable de todas esas tonterías. Depende del todopoderoso hacer del hombre un buen vaso, pero prefirió hacer de él un vaso imperfecto. Prefirió provocar toda clase de pecados extraordinarios en el mundo que estaba más allá del poder del hombre arreglar e hizo de la obra del hombre algo absurdo. Por ello, como no podemos asumir que todo es por el bien del hombre, decimos que es la obra del diablo, pero la misma existencia del diablo es una excepción a la omnipotencia de Dios. Cuando era un niño le pregunté a mi padre por qué había un diablo en el mundo si Dios era todopoderoso y me respondió que Dios había asegurado al diablo un período de tiempo para poner a prueba a la gente. «Pero», contesté, «si un hombre fabrica postes y quiere comprobar si son buenos, no necesita un diablo, puede hacerlo él». Aún conservamos la oración del Señor: «No nos dejes caer en la tentación». Una de mis hijas dijo una vez que un Dios bueno sabría hacer más que dejar que la gente caiga en la tentación. No tengo nada que decir contra eso. Como pueden ver, cuando la deidad habla en Nietzsche, puede decir cosas espantosas. Lo que explica por qué hay tantas cosas espantosas en Zaratustra. Pero comienza un nuevo capítulo.
Hay que hablar con truenos y fuegos artificiales divinos a los sentidos, débiles y dormidos.
Si recordamos que es Dios quien habla, prácticamente resultaría como la psicología del viejo Yahvé que hablaba con el trueno y con el rayo y creó un gran desorden en el mundo.
Pero la voz de la belleza habla suavemente: solo se desliza en las almas más despiertas.
Hoy mi escudo se estremeció y rio suavemente; así es la risa y el estremecimiento sagrados de la belleza.
Hoy mi belleza se rio de vosotros, virtuosos. Y así llegó hasta mí la voz de aquella: «¡encima quieren esos — que se les pague!».
Zaratustra sugiere que la mayoría de las personas prefieren ser virtuosas porque recompensa y, de ese modo, su virtud no es completamente encomiable: sirve a un propósito. Uno suele ser bueno con la esperanza de que todo el mundo diga: «¿A que es bueno?», y así recibir la recompensa.
¡Encima queréis que se os pague, virtuosos! ¿Queréis recibir una recompensa a cambio de virtud, y cielo a cambio de tierra, y eternidad a cambio de vuestro hoy?
¿Y os enfadáis conmigo porque enseño que no hay ningún remunerador ni pagador? Y, en verdad, ni siquiera enseño que la virtud sea su propia recompensa.
Ay, este es mi pesar: que la recompensa y el castigo se han deslizado mentirosamente en el fondo de todas las cosas — ¡y ahora también en el fondo de vuestras almas, virtuosos!
La idea es que si la deidad no existe, tampoco existe un pagador. Nadie nos re...

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