
- 400 páginas
- Spanish
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eBook - ePub
Lecciones preliminares de filosofía
Descripción del libro
"La filosofía, más que ninguna otra disciplina, necesita ser vivida", escribe García Morente al inicio de estas lecciones, refiriéndose a la falta de sentido de dar una definición de filosofía sin haberla "explorado" antes como una vivencia. Y como toda filosofía auténtica, señala Julián Marías en el prólogo, tiene que ser un acto personal, los lectores y estudiosos de estas lecciones cuentan con un recorrido que, a través de su propia aproximación específica a la sabiduría, los llevará a entender el porqué y el cómo la humanidad ha llegado hasta aquí.
En estas Lecciones preliminares de filosofía, nacidas de un curso impartido por García Morente en 1937 en la universidad argentina de Tucumán, el filósofo jienense expone con extraordinaria coherencia y desusada claridad toda la historia de la filosofía del ser y del conocer, desde los pensadores presocráticos hasta Husserl y Heidegger. La obra desemboca en una teoría del ser y del valor que culmina en una ontología de la vida de cuño claramente orteguiano y se erige sin duda, a decir de su discípulo Marías, en "el libro crucial de Manuel García Morente".
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Información
Lección III: La intuición como método de la filosofía
Método discursivo y método intuitivo
En nuestra lección anterior habíamos tomado como tema el método de la filosofía, y habíamos llegado al punto en que la intuición se nos presentaba insistentemente en la historia del pensamiento filosófico como el método fundamental, principal, de la filosofía moderna.
Descartes fue en la filosofía moderna el primero que, descomponiendo en sus elementos las actitudes en que nos situamos ante el mundo exterior y ante las opiniones transmitidas de los filósofos, llega a una intuición primordial, primaria, de la que luego parte para reconstruir todo el sistema de la filosofía. Descartes hace, pues, de la intuición el método primordial de la filosofía.
Más tarde, después de Descartes, el método de la intuición sigue floreciendo entre los filósofos modernos. Lo emplean principalmente los filósofos idealistas alemanes (Fichte, Schelling, Hegel, Schopenhauer) y, en la actualidad, el método de la intuición es también generalmente aplicado en las disciplinas filosóficas.
Así, pues, he pensado que sería conveniente dedicar toda una lección al estudio detenido de lo que es la intuición, de cuáles son sus principales formas, de cómo actualmente, en la filosofía del presente, las distintas formas de intuición están representadas por diferentes filósofos y distintas escuelas. Y sacar luego las conclusiones de este estudio, para fijar en líneas generales el uso que nosotros mismos vamos a hacer aquí de la intuición como método filosófico.
Lo primero que vamos a preguntarnos es: ¿qué es la intuición? ¿En qué consiste la intuición?
La intuición se nos ofrece, en primer término, como medio de llegar al conocimiento de algo, y se contrapone al conocimiento discursivo. Tenemos, pues, esta paradoja de métodos opuestos que son el método discursivo y el método intuitivo.
Para comprender bien lo que sea el método intuitivo, conviene, por consiguiente, que lo expongamos en contraposición al método discursivo.
Más fácil será comenzar por el método discursivo.
Como la palabra «discursivo» indica, este método tiene que ver con la palabra «discurrir» y con la palabra «discurso». Discurrir y discurso dan la idea, no de un único acto enderezado hacia el objeto, sino de una serie de actos, de una serie de esfuerzos sucesivos para captar la esencia o realidad del objeto.
Discurso, discurrir, conocimiento discursivo es, pues, un conocimiento que llega al término apetecido mediante una serie de esfuerzos sucesivos que consisten en ir fijando, por aproximación sucesiva, unas tesis que luego son contradichas, discutidas por uno consigo mismo, mejoradas, sustituidas por otras nuevas tesis o afirmaciones, y así hasta llegar a abrazar por completo la realidad del objeto y por consiguiente obtener de esta manera el concepto.
El método discursivo es, pues, esencialmente un método indirecto. En vez de ir el espíritu recto al objeto, se pasea, por decirlo así, alrededor del objeto, lo considera y contempla en múltiples puntos de vista; lo va abrazando cada vez más de cerca, hasta que por fin consigue forjar un concepto que se aplica perfectamente a él.
Frente a este método discursivo está el método intuitivo. La intuición consiste exactamente en lo contrario. Consiste en un acto único del espíritu que de pronto, súbitamente, se lanza sobre el objeto, lo aprehende, lo fija, lo determina por una sola visión del alma. Por eso la palabra «intuición» tiene que ver con la palabra «intuir», la cual, a su vez, en latín significa «ver». Intuición vale tanto como visión, como contemplación.
El carácter más aparente del método de la intuición es el ser directo, mientras que el método discursivo es indirecto. La intuición va directamente al objeto. Por medio de la intuición se obtiene un conocimiento inmediato; mientras que por medio del discurso, del discurrir o razonar, se obtiene un conocimiento mediato, al cabo de ciertas operaciones sucesivas.
La intuición sensible
¿Existen en realidad intuiciones? Existen; y el primer ejemplo, y más característico, de la intuición, es la intuición sensible, que todos practicamos a cada instante. Cuando con una sola mirada percibimos un objeto, un vaso, un árbol, una mesa, un hombre, un paisaje, con un solo acto hemos llegado a tener, a captar ese objeto. Esta intuición es inmediata, es una comunicación directa entre mí y el objeto.
Por consiguiente es claro y evidente que existen intuiciones, aunque no fuera más que esta intuición sensible. Pero esta intuición sensible no puede ser la intuición de que se vale el filósofo para hacer su sistema filosófico. Y no puede ser la intuición de que se vale el filósofo por dos razones fundamentales. La primera es que la intuición sensible no se aplica más que a objetos que se dan para los sentidos y, por consiguiente, sólo es aplicable y válida para aquellos casos que por medio de las sensaciones nos son inmediatamente dados.
En cambio de esto, el filósofo necesita tomar como objeto de su estudio objetos que no se dan inmediatamente en la sensación y en la percepción sensible; tiene que tomar por término de su esfuerzo objetos no sensibles. No puede servirle, por consiguiente, la intuición sensible.
Pero, además, hay otra razón que impediría al filósofo usar de la intuición sensible, y es que ésta, en rigor, no nos proporciona conocimiento, porque, como no se dirige más que a un objeto singular, a éste que está delante de mí, al que efectivamente está ahí, la intuición sensible tiene el carácter de la individualidad, no es válida más que para ese particular objeto que está delante de mí.
En cambio la filosofía tiene por objeto no lo singular que está ahí, delante de mí, sino objetos generales, universales. Por consiguiente, la intuición sensible, que está por su esencia atada a la singularidad del objeto, no puede servir en filosofía, la cual, por su esencia, se endereza a la universalidad o generalidad de los objetos.
La intuición espiritual
Si no hubiese otra intuición que la intuición sensible, la filosofía quedaría muy mal servida con esa intuición sensible.
Pero es el caso que hay en nuestra vida psíquica otra intuición además de la intuición sensible. Existe, digo, otra intuición que por de pronto, antes he de cambiar el ejemplo, cuando yo aplico mi espíritu a pensar este objeto: «que una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo», veo sin necesidad de demostración (la demostración es discurso y conocimiento discursivo), con una sola visión del espíritu, con una evidencia inmediata, directa y sin necesidad de demostración, que una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo. El principio de contradicción, como lo llaman los lógicos, es, pues, intuido por una visión directa del espíritu; es una intuición.
Cuando yo digo que el color rojo es distinto del color azul, también esta diferencia entre el rojo y el azul la veo con los ojos del espíritu mediante una visión directa e inmediata. He aquí otro segundo ejemplo de una intuición que ya no es sensible. Es sensible la intuición del rojo; es sensible la intuición del azul; pero la intuición de la relación de diferencia —la intuición de que el rojo es diferente del azul—, ésa ya no es una intuición sensible, porque su objeto, que es la diferencia, no es un objeto sensible, como el azul o el rojo.
Cuando yo digo que la distancia de un metro es menor que la distancia de dos metros, esta diferencia, esta relación, es el objeto de una intuición, y no es un objeto sensible.
Por consiguiente, la intuición que estos ejemplos nos descubre, no es una intuición sensible. Existe, pues, una intuición espiritual, que se diferencia de la intuición sensible en que su objeto no es objeto sensible. Esta intuición tampoco se hace por medio de los sentidos, sino que se hace por medio del espíritu.
Hasta ahora voy hablando del espíritu en general, sin precisar mayormente. Pero ahora es preciso ir depurando, purificando, esclareciendo más esta noción que ya tenemos de la intuición.
Si consideramos los ejemplos con que hemos ilustrado esta intuición espiritual, nos damos en seguida cuenta de que ellos nos ponen ante un género de objetos que son siempre relaciones; y estas relaciones son de carácter formal. Se refieren a la forma de los objetos. No a su contenido, sino a ese carácter, por decirlo así exterior, que todos los objetos tienen de común: la dimensión, el tamaño, etc. Entonces, por medio de la intuición espiritual, en el sentido en que la hemos empleado hasta ahora, percibimos directamente, intuimos directamente formas de los objetos: el ser mayor o el ser menor; el ser grande o el ser pequeño con relación a un módulo; el poder ser o no ser al mismo tiempo. Pero todas éstas son formalidades.
La intuición espiritual, en los ejemplos que yo he puesto, es, pues, una intuición puramente formal. Si no hubiese otra en la vida del filósofo, malparado andaría el filósofo. Si no pudiese tener más intuiciones que intuiciones formales, tampoco podría construir su filosofía, porque con puros formalismos no se puede penetrar en la esencia, en la realidad misma de las cosas. Pero es así que el filósofo pretende, más que ningún otro pensador, penetrar hasta el último fondo de la realidad misma de las cosas. Por consiguiente, si no pudiera servirse más que de una intuición que lo obligue a priori a permanecer en lo puramente formal, en las relaciones de pura forma, entonces el filósofo quedaría detenido en su marcha a los pocos pasos.
Pero hay en la vida del filósofo otra intuición que no es puramente formal. Hay otra intuición que por contraponerla a la intuición formal llamaremos «intuición real». Hay otra intuición que penetra al fondo mismo de la cosa, que llega a captar su esencia, su existencia, su consistencia. Esta intuición que directamente va al fondo de la cosa, es la que aplican los filósofos. No una simple intuición espiritual, sino una intuición espiritual de carácter real, por contraposición a la intuición de carácter formal a que antes me refería. Y esta intuición de carácter real, esta salida del espíritu que va a ponerse en contacto con la íntima realidad esencial y existencial de los objetos, esta intuición real, la podemos a su vez dividir en tres clases, según que en ella, al verificarla, predomine por parte del filósofo la actitud intelectual, o la actitud emotiva, o la actitud volitiva.
Intuición intelectual, emotiva y volitiva
Cuando en la actitud de la intuición el filósofo pone principalmente en juego sus facultades intelectuales, entonces tenemos la intuición intelectual. Esta intuición intelectual tiene en el objeto su correlato exacto. Ya saben ustedes que todo acto del sujeto, todo acto del espíritu en su integridad, se endereza hacia los objetos, y el acto del sujeto tiene entonces siempre su correlato objetivo.
El correlato objetivo, cuando la intuición es predominantemente intelectual, consiste en la esencia del objeto. La intuición intelectual es un esfuerzo por captar directamente, mediante un acto directo del espíritu, la esencia, o sea, lo que el objeto es.
Pero hay además otra actitud intuitiva del sujeto, en donde predominantemente actúan motivos de carácter emocional. Esta segunda especie de intuición, que llamamos intuición emotiva, tiene también su correlato en el objeto. El correlato a que se refiere en intencionalidad la intuición emotiva, no es ya la esencia del objeto, no es ya lo que el objeto es, sino el valor del objeto, lo que el objeto vale.
En el primer caso la intuición nos permite captar el eidos, como se dice en griego, la esencia o la consistencia, como suelo yo decir en un lenguaje más propio mío, la consistencia del objeto. En el segundo caso, en cambio, lo que captamos no es lo que el objeto es, sino lo que el objeto vale, es decir, si el objeto es bueno o malo, agradable o desagradable, bello o feo, magnífico o mísero.
Todos estos valores que están en el objeto son captados por una intuición predominantemente emotiva.
Y hay una tercera intuición en donde las motivaciones internas del sujeto, que se coloca en esa actitud, son predominantemente volitivas. Esta tercera intuición en donde los motivos que chocan son derivados de la voluntad, derivados del querer, tiene también su correlato en el objeto. No se refiere ni a la esencia, como la intuición intelectual, ni al valor, como la intuición emotiva. Refiérese a la existencia, a la realidad existencial del objeto.
Por medio de la intuición intelectual propende el pensador filosófico a desentrañar lo que el objeto es. Por medio de la intuición emotiva propende a desentrañar lo que el objeto vale, el valor del objeto. Por medio de la intuición volitiva, desentraña, no lo que es, sino que es, que existe, que está ahí, que es algo distinto de mí. La existen...
Índice
- índice
- PRÓLOGO
- LECCIONES PREMILINARES DE FILOSOFÍA
- Lección I: El conjunto de la filosofía
- Lección II: El método de la filosofía
- Lección III: La intuición como método de la filosofía
- Lección IV: Ingreso en la ontología
- Lección V: La metafísica de Parménides
- Lección VI: El realismo de las ideas en Platón
- Lección VII: El realismo aristotélico
- Lección VIII: La metafísica realista
- Lección IX: Origen del idealismo
- Lección X: El sistema de Descartes
- Lección XI: Fenomenología del conocimiento
- Lección XII: El empirismo inglés
- Lección XIII: El racionalismo
- Lección XIV: La metafísica del racionalismo
- Lección XV: El problema del idealismo trascendental
- Lección XVI: La estética trascendental
- Lección XVII: La estética trascendental (2ª parte)
- Lección XVIII: Analítica trascendental
- Lección XIX: Dialéctica trascendental
- Lección XX: Fundamentos morales de la metafísica
- Lección XXI: El idealismo después de Kant
- Lección XXII: Entrada en la ontología
- Lección XXIII: De lo real y lo ideal
- Lección XXIV: Ontología de los valores
- Lección XXV: Ontología de la vida