Historia natural del canibalismo
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Historia natural del canibalismo

Un sorprendente recorrido por la antropofagia desde la Antigüedad hasta nuestros días.

  1. 400 páginas
  2. Spanish
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Historia natural del canibalismo

Un sorprendente recorrido por la antropofagia desde la Antigüedad hasta nuestros días.

Descripción del libro

Desde los rituales para la mejora de las cosechas y la caza hasta el canibalismo patológico, el hecho de que un ser humano se coma a un semejante ha causado una mezcla, aún en vigor, de repugnancia y fascinación. Existen numerosas explicaciones para el hecho de que un ser humano se coma a otro ser humano: materialistas, culturales y patológicas. Es un hecho que fascina y repugna a partes iguales, muestra de ello puede ser el caso del caníbal Armin Meiwes que consiguió, a través de internet, un voluntario para ser devorado. Historia natural del canibalismo estudia la antropofagia en todas sus variantes, y desde el Neolítico hasta la actualidad, para descubrirnos que, lejos de ser una práctica ancestral y erradicada de exóticas tribus de América, África u Oceanía, el canibalismo está aún vigente y más cerca de nosotros de lo que creemos, si bien es cierto que practicado exclusivamente por psicópatas. Manuel Moros recorre en esta obra el fenómeno del canibalismo en su totalidad, dividiendo primero los distintos fines del mismo: existe un canibalismo ritual encaminado a favorecer las cosechas y la caza, un canibalismo guerrero encaminado a someter y humillar al enemigo comiéndoselo, un canibalismo psicópata practicado en la actualidad por asesinos como Ed Gein, Albert Fish, Armin Meiwes o el Caníbal de Guerrero, y, por último, un canibalismo de supervivencia, éticamente distinto a los anteriores y famoso por casos como el del equipo de rugby Argentino retratado en ¡Viven! aunque también presente en los campos de concentración alemanes o en el sitio de Numancia.

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Información

Editorial
Nowtilus
Año
2010
ISBN del libro electrónico
9788497635578
Edición
1
Categoría
History
La única ocasión en que puede eludirse el estricto tabú moral que se ha ido construyendo en Occidente en torno a la práctica del canibalismo es cuando este constituye el último recurso para sobrevivir a condiciones extremas; cuando las únicas opciones son comer la carne de otro ser humano o morir de hambre. Se dice que cuando el estómago habla, la moral calla.
Los imperativos categóricos y las reglas de la moral ceden ante la necesidad alimentaria y el instinto vital. La inanición es un enemigo muy cruel.
El escenario y los actores cambian. Puede tratarse de un grupo de seres humanos aislado en una región remota e inhóspita, una ciudad sitiada privada de toda posibilidad de abastecimiento o unos náufragos perdidos a la deriva en la inmensidad del océano.
Pero el drama representado siempre es el mismo: el hombre con tra los elementos, el hambre y la sed, nada que comer salvo carne humana, nada que beber salvo sangre humana... y el deseo de seguir viviendo. El canibalismo practicado como último recurso en situaciones límite. Ya Crisipo y Zenón, maestros de la secta estoica, opinaban que no había inconveniente alguno en servirse de los despojos de seres humanos para cualquier cosa que fuera útil, ni tampoco en servirse de ellos como alimento, si era necesario.
El cuerpo resiste la falta de alimentos deshaciendo sus propios tejidos y usándolos como fuentes de calorías, comiéndose a sí mismo. Como resultado, los órganos internos y los músculos se lesionan progresivamente y la grasa corporal desaparece. Los signos más obvios de la inanición son el desgaste de las áreas donde el cuerpo almacena la grasa en condiciones normales, la reducción del volumen muscular y la constatación de huesos protuberantes. La piel se vuelve delgada, seca, poco elástica, pálida y fría. El cabello se hace frágil y se cae con facilidad.
Todos los sistemas del organismo se ven afectados (el cerebro, el corazón y los pulmones son los últimos en claudicar) y la muerte se produce a las ocho o doce semanas. Sin embargo, el agua es más importante que la comida: diez días sin beber agua llevan indefectiblemente a la muerte.
Un ejemplo clásico de canibalismo de supervivencia son los naufragios. Las medidas brutales y desesperadas que los seres humanos han adoptado para salvar sus vidas no son infrecuentes en la historia marítima. Cuando no existían la radio, los GPS, los móviles ni los equipos de rescate y un barco naufragaba, la única posibilidad de que los ocupantes de los botes salvavidas lograran sobrevivir era que otro barco se cruzara con ellos, y esto no siempre ocurría. Los escasos víveres que hubieran podido salvarse iban agotándose poco a poco. Los náufragos se encomendaban entonces a Dios, a los vientos, a los imprevistos del viaje... Pero pronto la necesidad se convertía en ley. Entonces algunos ocupantes eran arrojados al mar para disminuir el número de bocas hambrientas o se devoraba a quienes iban falleciendo de inanición. En otras ocasiones se recurría a la terrible Costumbre del Mar, según la cual debía decidirse a suertes quién debía ser sacrificado para que los demás pudieran seguir viviendo.
El primer caso notificado de unos náufragos que, acuciados por el hambre, debieron recurrir a la espantosa Costumbre del Mar ocurrió entre 1629 y 1640 (fue publicado en 1641). En aquella ocasión, siete ingleses partieron de la isla holandesa hoy conocida por St. Kitts, en el Caribe, para una travesía que debía durar una única noche. Una tormenta los dejó a la deriva durante 17 días. Sin comida ni agua, se echó a suertes quién debía ser sacrificado y quién sería su ejecutor. El destino quiso que sacara la pajita más corta quien había sugerido la idea. La víctima asumió su papel con total serenidad; su sangre fue bebida y su carne comida por sus compañeros. Cuando finalmente consiguieron llegar a la isla de St. Martin fueron acusados de homicidio, pero el juez los absolvió, ya que consideró que el motivo de su crimen había sido "una inevitable necesidad".
El ejemplo más conocido de náufragos caníbales es el de la balsa de La Medusa, pues fue inmortalizado por el pintor Théodore Géricault en su célebre lienzo expuesto en el Louvre.
Una vez vencido Napoleón, Inglaterra restituyó a Francia algunas de las colonias estratégicas que le había arrebatado, entre ellas la de Saint-Louis, en Senegal. Con el fin de restaurar tan pronto como fuera posible su presencia en la colonia, Francia envió a toda prisa un contingente civil, científico y militar formado por cuatro navíos: el bergantín L'Argus, las corbetas L'Echo y La Loire y la fragata La Medusa. Los barcos zarparon el 17 de junio de 1816 bajo las órdenes del marqués Huges Duroy de Chaumareys, un aristócrata incompetente que llevaba 20 años sin pisar la cubierta de un barco y al que se encargó capitanear La Medusa.
En su afán por llegar antes que nadie, el capitán perdió el rumbo y encalló el barco en el banco de arena de Arguin, frente a la costa oeste de África mientras los otros tres barcos que habían dejado atrás seguían la ruta de rodeo, esperando encontrar a La Medusa en Saint-Louis. La costa se hallaba a unas 50 millas, a poco más de un día de travesía, pero el número de tripulantes del barco era de 395, mientras que la capacidad de los botes salvavidas solo era de 250. Por lo tanto, se decidió aligerar al barco de su carga y esperar la subida de la marea para arrastrarlo a aguas más profundas mediante cabrestantes unidos a los botes. En un intento de no perder las mercancías y los cañones, el coronel Désiré Schmaltz (futuro gobernador de la colonia), propuso construir con la madera del propio barco una plataforma flotante de almacenamiento. La alternativa era que, si a pesar de todo, no se lograba arrastrar La Medusa fuera del banco, los pasajeros excedentes embarcarían en dicha plataforma, que sería arrastrada por los botes hasta la costa. La balsa se construyó precipitadamente, y a consecuencia de la torpeza con que se clavaron las tablas, presentaba grandes huecos sin cubrir a través de los cuales se veía el agua del mar. Se bautizó como La Machine.
Sin embargo, un temporal causó graves daños a La Medusa y la fragata tuvo que ser abandonada. Los pasajeros de clase más acomodada llegaron a pagar hasta 5.000 francos por asegurarse un pasaje en los botes mientras La Machine era cargada con el equipo básico de supervivencia para quienes embarcaran en ella: barriles de agua dulce y de vino, sacos de harina, galletas, cecina, mantas, equipos de vela... Las mujeres, los niños, el personal civil y unos pocos soldados y tripulantes elegidos por sorteo embarcaron en los botes, mientras que 147 soldados armados y marineros lo hicieron en la balsa después de que, para evitar la posibilidad de un motín, se comprobara que ninguno de los marineros llevaba armas. 17 hombres decidieron quedarse en La Medusa. Cuando apenas había 80 hombres a bordo, la balsa empezó a hundirse, por lo que un considerable número de toneles y gran parte de los sacos de galletas fueron arrojados al mar. Solo quedaron cinco barriles de vino, una pequeña barrica de agua dulce, una caja con 30 botellas y un saco de bizcocho con cecina.
A pesar de aligerar la carga, cuando todos los hombres fueron embarcados, la balsa volvió a hundirse casi un metro bajo el agua.
El nivel del mar llegaba hasta la cintura de aquellos infortunados que, totalmente hacinados, suplicaban al almirante que no les abandonara allí. Sin embargo, el tren de remolque se puso enseguida en marcha. La cantinera, al ver a su marido en estas pésimas condiciones, se arrojó al mar desde su bote para reunirse con él a bordo de la balsa. Era el 5 de julio de 1816. Una fecha para el Horror.
Pronto se vio que el plan estaba condenado al fracaso. La gigantesca masa de La Machine se impuso sobre el resto de las embarcaciones y comenzó a arrastrarlas mar adentro. Los ocupantes de los botes cortaron las amarras de enganche y dejaron a la balsa a la deriva, sin remos ni instrumental de navegación y con una única vela como medio de impulsión, mientras los gritos de 147 condenados resonaban en medio del océano...
Durante la primera noche, 18 hombres murieron ahogados horriblemente, con sus piernas atrapadas en los cepos que constituían los huecos entre las tablas, ocultos bajo el agua. Otros ocho se suicidaron, cortándose las venas o arrojándose al mar para poner fin a su sufrimiento. Al día siguiente, algunos marineros se amotinaron y se entregaron a una frenética orgía de vino. Por la noche, en medio de un horrible temporal, se abalanzaron sobre los oficiales armados con cuchillos que habían ocultado entre sus ropas para hacerse con las escasas provisiones. La lucha terminó sin un vencedor claro, y cada uno de los bandos se retiró a un extremo opuesto de la balsa. 65 hombres murieron o desaparecieron esa fatídica noche, y casi la totalidad presentaban heridas de arma blanca. Solo 52 tripulantes de la balsa seguían vivos dos días después.
El 7 de julio, con las provisiones agotadas, los marineros comenzaron a cortar tajos de carne de los cadáveres para comérselos. Su propósito era recuperar las fuerzas para hacerse con La Machine. Sabían que, aun en el improbable caso de que se salvaran, su destino era la horca, pues era el castigo por amotinarse.
Troceaban la carne en grandes tiras y las dejaban secar al sol en cualquier parte de la balsa. La insoportable sed hizo que se bebieran su propia orina. Pronto, los soldados también debieron recurrir a comer la carne de los muertos para no quedar en inferioridad física frente a sus oponentes.
Después de la tercera noche, La Machine parecía salida del mismísimo infierno. Los 27 supervivientes, horriblemente mutilados o enloquecidos por el hambre, la sed y el sol compartían la plataforma con montones de cadáveres que se pudrían al sol. Los más débiles (entre ellos la cantinera), fueron asesinados sin piedad, reservándose cuatro como provisiones.
Mientras tanto, la noche del 9 de julio, los botes habían encontrado a la corbeta L'Echo fondeada en la rada de Senegal.
Cuando supo lo ocurrido, su capitán decidió enviar al Argus en misión de rescate.
Milagrosamente, el Argus encontró los restos de la balsa cuando ya había abandonado su búsqueda y tenía como único propósito encontrar La Medusa. Era el 17 de julio, 13 días después de que la fragata fuese abandonada.
Aun a una legua de distancia, la brisa marina llevó hasta los marineros del bergantín un insoportable hedor. Cuando se acercaron más pudieron contemplar un cuadro espantoso, que parecía surgido de la más horrenda de las pesadillas. La totalidad de la balsa, teñida por una capa de sangre seca, apestaba a carne putrefacta y pedazos de carne de los cadáveres ensartados en astillas servían de comida para los pájaros carroñeros. Más que seres humanos, los 15 supervivientes parecían cadáveres desollados.
Cuando el último fue subido a bordo, el capitán del Argus ordenó quemar el escenario de aquel horror. A pesar de los cuidados que se les prodigaron en Saint-Louis, cinco sucumbieron en poco tiempo, de manera que de los 147 que se embarcaron en el fatal viaje, solo diez sobrevivieron para revelar al mundo en sus horrorosos relatos la cantidad de sufrimientos y penurias que puede acumular un ser humano en tan solo 13 días.
El 26 de agosto el Argus encontró los restos de La Medusa. De los 17 hombres que decidieron permanecer a bordo solo encontraron a tres con vida.
Uno de los supervivientes de la balsa, el cirujano Henri Savigny, dio cuenta a las autoridades. Su detallado informe fue filtrado a la prensa y el escándalo estalló en Francia. A pesar de que las autoridades intentaron ocultarlo, Chaumareys fue finalmente juzgado en Port de Rochefort. El 3 de marzo de 1817 fue considerado culpable de encallar el barco y de abandonarlo dejando tripulantes a bordo. Sin embargo, fue absuelto del cargo de abandonar La Machine, ya que se consideró que había intentado de forma reiterada reanudar el arrastre pese a que algunos botes ya habían cortado las amarras y se alejaban de la zona. Fue inhabilitado para prestar cualquier servicio en buques franceses y condenado a permanecer tres años en prisión.
El Peggy partió de las Azores el 24 de octubre de 1765 con destino a Nueva York llevando en su bodega un cargamento de vino y coñac. Su tripulación estaba formada por el capitán, ocho hombres y un esclavo negro.
El 29 de octubre se desató un violento temporal que azotó al barco durante semanas y lo dejó a la deriva. Los alimentos y el agua fueron racionados. Después, la tripulación se bebió todo el vino y el coñac, se comieron los animales que llevaban a bordo (dos palomas y el gato del capitán), percebes arrancados del casco del barco, tabaco, el aceite de las lámparas, velas y todo el cuero que pudieron encontrar (incluido el de sus zapatos). Y al final, ya no hubo nada más que comer...
El 13 de enero los marineros se presentaron en el camarote del capitán y le comunicaron que habían decidido que uno de ellos debía ser sacrificado para alimentar al resto. El capitán se mostró de acuerdo. Casi inmediatamente, los hombres volvieron y le informaron de que el desdichado era el esclavo. Fue ejecutado de un tiro en la cabeza.
La balsa de La Medusa, (1818-1819), de Théodore Géricault, representa el clímax del drama, cuando los extenuados naúfragos descubren al Argus e intentan ser avistados.
El hecho de que el capitán no asistiera al sorteo hace pensar que, probablemente, nunca tuvo lugar, y que el negro estaba condenado de antemano. Revisando los casos en que los supervivientes de un naufragio dijeron haber tenido que recurrir al macabro sorteo, no deja de resultar curioso que la mala suerte pareciera cebarse tanto en negros u otras minorías étnicas como en grumetes, lo que hace dudar de la legalidad del sorteo e incluso pensar que este nunca tuvo lugar. Evidentemente, en estos casos, solo existía una versión del suceso.
Uno de los marineros se comió su hígado crudo, algunas partes fueron cocinadas y el resto puesto en conserva. La cabeza y los dedos fueron arrojados por la borda. Desechar la cabeza, las manos y los pies formaba parte de la Costumbre del Mar. Probablemente, su intención era no consumir las partes más humanas de la víctima.
El marinero que se comió el hígado enloqueció y murió. Sus compañeros, pensando que podían contagiarse si se alimentaban con su carne, lo arrojaron por la borda. Estuvieron alimentándose con la carne del esclavo hasta el 26 de enero. El día 29 se decidió un nuevo sorteo. En esta ocasión, le tocó a David Flatt, el marinero más apreciado por toda la tripulación, lo que causó un gran shock.
Flatt pidió tiempo para prepararse para morir, y todos estuvieron de acuerdo en retrasar la ejecución hasta la mañana siguiente.
Durante la noche, presa de espantosos pensamientos, Flatt primero se quedó sordo, y después se volvió loco. Por la mañana, mientras los marineros preparaban un fuego donde asar su carne, vieron un barco que se dirigía hacia ellos. Fueron rescatados y llevados a Dartmouth el 2 de marzo. Dos de los tripulantes del Peggy murieron durante la travesía, así que solo sobrevivieron el capitán y tres marineros, entre ellos el desdichado Flatt, que nunca más recuperó el juicio.
Los 20 marineros del ballenero Essex, capitaneado por George Polland, también tuvieron que recurrir a la Costumbre del Mar después de permanecer varios meses a la deriva en los botes de salvamento en una espantosa singladura a lo largo de 4.500 millas. El 20 de noviembre de 1820, el Essex fue atacado por un cachalote de más de 27 metros de largo y unas 60 toneladas de peso y se fue a pique, a mitad de camino entre las islas Hawai y las Galápagos, mientras los botes estaban cazando lejos de él. Se dice que el cetáceo atacó al barco intencionadamente, y que este hecho inspiró a Herman Melville su Moby Dick o la ballena blanca (1851).
Antes de que se hundiera, los marineros pudieron rescatar del barco pan, agua fresca, clavos para los botes, un mosquete, una pistola, pólvora y algunas velas. Sin embargo, no pudieron recuperar las cartas ni los instrumentos de navegación. El 22 de noviembre partieron en tres botes, cometiendo el trágico error de intentar alcanzar el continente en lugar de dejarse llevar por los vientos alisios hasta las Islas Marquesas, ya que temían ser devorados por los caníbales que, según se creía, habitaban la región.
Poco imaginaban que ese, igualmente, sería el fatídico destino de algunos de ellos...
Durante las primeras semanas comieron el pan, se mojaron los labios con agua de mar, se bebieron su propia orina y, ocasionalmente, comieron algunos peces voladores que cayeron en los botes. El 20 de diciembre llegaron a la isla Henderson, que estaba deshabitada. Después de acabar con sus escasos recursos alimenticios, el 27 de diciembre los ocupantes de los botes decidieron hacerse de nuevo a la mar, dejando atrás a tres hombres que prefirieron quedarse en la isla y fueron finalmente rescatados.
"Casualmente", entre el 23 y el 28 de enero, cuatro tripulantes de color murieron y sus cuerpos fueron devorados. Después se echó a suertes quién debía ser sacrificado, y resultó ser Owen Coffin, el joven grumete y primo hermano del capitán, que no tenía responsabilidades familiares.
El 23 de febrero fueron rescatados por el ballenero Indian, de Londres. Nadie d...

Índice

  1. PORTADA
  2. ÍNDICE
  3. PRÓLOGO
  4. INTRODUCCIÓN
  5. CAPÍTULO 1: CANIBALISMO DE SUPERVIVENCIA
  6. CAPÍTULO 2: CANIBALISMO RITUAL
  7. CAPÍTULO 3: CANIBALISMO PREHISTÓRICO
  8. CAPÍTULO 4: CANIBALISMO GUERRERO
  9. CAPÍTULO 5: CANIBALISMO PATOLÓGICO
  10. CAPÍTULO 6: CINE CANIBAL
  11. BIBLIOGRAFÍA