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Las bases de la civilización romana
INTRODUCCIÓN
Las civilizaciones itálicas, de las que Roma formó parte, ejercieron una influencia determinante en el desarrollo de las señas de identidad propias de la civilización romana, si bien en la actualidad siguen existiendo numerosas controversias y debates al respecto. Sólo a partir del siglo VII a. C., tras la llegada de los primeros colonos griegos a la península itálica, puede tratarse con total certeza la historia de los pueblos que la han habitado. Antes de esa fecha, la investigación ha tenido que hacer frente a la problemática de la relación existente entre población autóctona e invasiones esporádicas, que, en su mutua interrelación, han conformado las señas de identidad propias de los pueblos de la protohistoria italiana.
La gran diversidad de factores que hicieron de Roma la responsable de la unidad de la península itálica y el estado más poderoso de la Antigüedad no fue producto de la casualidad, sino que en realidad fue el resultado de un largo proceso, cuyos orígenes se encuentran en el contexto geográfico e histórico de la Italia primitiva.
La relevancia política desempeñada por Roma y por Italia en el Mediterráneo y la activa colonización griega permitieron a los autores grecolatinos la creación de una explicación histórica acerca de los orígenes de Italia. En este sentido, noticias al respecto las encontramos en autores como Polibio (200-118 a. C.), Diodoro Sículo (siglo I a. C.), Dionisio de Halicarnaso (60-7 a. C.), Tito Livio (59 a. C.-17 d. C.), Plinio el Viejo (23-79) o Tácito (55-120). Ahora bien, los escritos de dichos autores incluyen en el mismo plano informaciones de hechos históricamente ciertos junto a otros de carácter legendario. Por tanto, para confirmar la veracidad histórica de dichos relatos se hace más que necesario su contraste con la información que nos aportan los resultados de las excavaciones arqueológicas.
EL NEOLÍTICO
Si bien existen evidencias arqueológicas de que la península itálica fue ocupada durante el Paleolítico (2,4 millones-10000 a. C.), es durante el Neolítico, y más concretamente hacia el 6000-5500 a. C., cuando en realidad existen certezas de la introducción de la agricultura, la cerámica o el empleo de útiles de piedra pulimentada por una población de carácter sedentario. Con estas bases, en el III milenio a. C. se produjo una división cultural en dos áreas separadas por los Apeninos: el norte, entre los Alpes y los Apeninos, con un área vinculada a Centroeuropa absorbiendo influencias culturales del este y del oeste; y el sur, con una zona vinculada al área mediterránea.
LA EDAD DE BRONCE
Las diferencias entre las dos zonas en que quedó dividida la península itálica se hicieron mucho más acusadas a partir del 1800 a. C., momento en el que se extendió por toda ella la elaboración del bronce. De esta manera, en el sur se desarrolló la tradición mediterránea con la cultura apenínica, mientras que en el norte se conservaron aún los influjos centroeuropeos. Durante este período, las actividades fundamentales de subsistencia fueron la caza y la pesca, junto con una agricultura muy básica, si bien la economía era principalmente de base pastoril. Además, los enterramientos de inhumación ponen de manifiesto la existencia de creencias en el más allá.
Por otro lado, en la isla de Cerdeña se desarrolló la cultura de nuraghe, cultura caracterizada por presentar fortalezas levantadas con grandes bloques pétreos destinadas a la defensa de los recursos minerales existentes en la isla.
Desde el 1400 a. C. la cultura apenínica se dio en los territorios situados de Tarento a Bolonia. Se trataba de una cultura de pastores trashumantes caracterizada por inhumar a sus difuntos y por emplear una cerámica hecha a mano y de color negro con decoración punteada y en zigzag.
Paralelamente, entre el 1500 a. C. y el 1200 a. C. en el pantanoso valle del Po, en el norte de la península itálica, se desarrolló la cultura de las terramare, una cultura agrícola y ganadera que levantaba sus aldeas de cabañas sobre terrazas artificiales para evitar así posibles inundaciones. Al igual que la cultura apenínica, la cultura de las terramare se caracterizaba por fabricar una cerámica a mano de color negro, si bien el ritual de inhumación fue reemplazado por el de la cremación.
EL FENÓMENO DE LA INDOEUROPEIZACIÓN
A finales del siglo XIII a. C. se produjeron una serie de cambios como consecuencia del desplazamiento de pueblos procedentes de Europa central y del área del mar Egeo. De este modo, en el sur se puso fin a los intercambios con los micénicos como resultado de las migraciones dorias, mientras que en el norte tuvo lugar la desaparición de la cultura de las terramare.
La manifestación cultural más evidente de la indoeuropeización de la península itálica, junto con la imposición progresiva de lenguas indoeuropeas, fue la sustitución generalizada del ritual de la inhumación por el de la incineración, en el que recipientes cerámicos, que contenían las cenizas de los difuntos, se enterraban en pequeños pozos formando necrópolis comúnmente conocidas como «campos de urnas».
LA EDAD DE HIERRO Y EL VILLANOVIANO
La evidencia cultural más importante durante la Edad del Hierro en la península itálica fue el villanoviano, cultura así llamada por la aldea de Villanova, próxima a Bolonia, y que se desarrolló entre los siglos X y VI a. C. Si bien es cierto que fue una cultura que se extendió por buena parte del territorio italiano, su epicentro se dio en las regiones septentrionales de Emilia y Toscana, siendo sus características fundamentales las tumbas de cremación en grandes urnas bicónicas y el desarrollo de una metalurgia con unos resultados muy logrados. Los villanovianos levantaban sus aldeas de cabañas en lugares elevados, generalmente entre dos cursos de agua, y estas con el tiempo fueron convirtiéndose en ciudades como consecuencia del crecimiento demo-gráfico, los avances tecnológicos y el desarrollo de los intercambios comerciales. Además, las bases sociales y políticas se hicieron mucho más complejas, como ponen de manifiesto algunas tumbas con ajuares mucho más ricos y refinados.
La cultura de Villanova practicó el ritual de la incineración como resultado de la indoeuropeización de la península itálica. Urna villanoviana en forma de cabaña procedente de la ciudad etrusca de Vulci (Vulcia) que reproduce las viviendas de Villanova. Museo de la Villa Giulia, Roma. |
En la misma época se desarrollaron otras culturas como la cultura de fosa, cultura así conocida por la forma de sus tumbas, al sur del Lacio, en la costa tirrena; la lacial en la llanura del Lacio; la cultura del Piceno en la costa adriática, y la de Golasecca en el valle del Po.
LOS PUEBLOS ITÁLICOS
Ya a partir del siglo VII a. C. es cuando se constituyen en la península itálica una serie de pueblos con rasgos culturales y lingüísticos propios.
En el norte se desarrollaron los ligures y los vénetos. Los primeros, asentados en la costa tirrena, entre los ríos Arno y Ródano, quedaron limitados a las regiones montañosas alpinas y apenínicas. Los vénetos se asentaron en el ámbito nororiental, con fachada al mar Adriático, en la región de Venecia, a la que dieron nombre.
En el centro de Italia, entre los ríos Arno y Tíber, se asentó el pueblo etrusco, que ejercería una gran influencia cultural en Roma.
El resto de la península itálica fue ocupado por pueblos que han merecido el nombre aglutinador de itálicos y que tuvieron en común el empleo de lenguas indoeuropeas agrupadas en dos grupos: latino-falisco y osco-umbro. Al primer grupo pertenecen el pueblo latino, ubicado en la llanura del Lacio, y el pueblo falisco. El segundo grupo se extendía, a lo largo de la cadena apenínica, desde Umbría hasta Lucania y el Brucio. Este segundo grupo comprendía poblaciones de montaña dedicadas al pastoreo trashumante, entre las que cabría citar las de los samnitas, los marsos, los ecuos, los volscos, los sabinos, los hérnicos y los umbros, pueblos que no habían desarrollado plenamente un régimen de vida urbano. Finalmente, en el litoral adriático, de norte a sur, se desarrollaron una serie de pueblos: picenos, frentanos, apulios, yápigos y mesapios.
Por otro lado, durante el siglo VI a. C. poblaciones celtas, a las que los romanos darían el nombre común de galos, protagonizaron desde los Alpes occidentales las últimas migraciones en la península itálica a lo largo del valle del Po y la costa septentrional del Adriático, dando origen a una serie de pueblos: ínsubros, cenomanos, boyos y senones.
LA COLONIZACIÓN GRIEGA
La presencia de griegos en la península itálica fue el resultado de la colonización que estos ejercieron por todo el Mediterráneo entre los siglos VIII y V a. C. empujados por motivaciones económicas y políticas.
Cumas, en el golfo de Nápoles, fue la colonia griega más antigua de Italia, fundada en el 740 a. C. Mediante la creación de dicha colonia, los griegos calcidios pretendían el monopolio en la distribución de los recursos metalíferos etruscos. Para ello, establecieron otros puntos de apoyo a lo largo de las costas tirrena oriental y siciliana: Zancle, Regio, Milas, Leontino, Catania o Naxo.
La actividad de los calcidios fue imitada por otros griegos, como los aqueos, los megarenses, los corintios, los cretenses, los rodios o los peloponesios, que fueron fundando colonias en Sicilia y en el sur de Italia (Metaponte, Mégara Hiblea, Selinunte, Siracusa, Gela o Agrigento) hasta convertir ambas zonas en una nueva Grecia: la Magna Grecia. Además, las condiciones geofísicas del extremo sur permitieron la creación de pequeños enclaves a modo de factorías fundadas por las propias colonias.
La aportación cultural de los colonos griegos fue determinante para el devenir histórico de la península itálica. Así, por ejemplo, se concibió el ideal urbano y político de la polis o se extendió ...