Breve historia de Babilonia
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Breve historia de Babilonia

Juan Luis Montero Fenollós

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Breve historia de Babilonia

Juan Luis Montero Fenollós

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"Pienso que esta breve historia de Babilonia merece la pena leerse porque nos ofrece las claves históricas fundamentales que un lector culto de hoy debe tener como base para sustentar las ideas sobre el Antiguo Testamento y también sobre el Nuevo." (Blogs Periodista Digital) "Montero Fenollós sabe darle un toque ágil a su trabajo, haciendo que sea más amena al compartir con nosotros su amor por esta cultura. Dicho aspecto se contagia al lector, que abre sus ansias de conocimiento para recibir una interesantísima cantidad de datos históricos." (Web Anika entre libros) Una ciudad tan majestuosa como Atenas o Roma pero absolutamente desconocida. Es poco lo que se sabe de Babilonia a parte de unas cuantas anécdotas, este libro es fundamental para comprender poemas épicos como Gilgamesh, figuras bíblicas y de la música clásica como Nabucodonosor o auténticos enigmas arquitectónicos como la Torre de Babel sobre la que se conocen no pocas leyendas. Montero Fenollós nos intentará desvelar estos y otros misterios de la historia en un libro que supone el primer ensayo en castellano sobre la capital de Mesopotamia. El libro nos presenta la historia de esta ciudad, cosmopolita y majestuosa, de un modo asequible pero sin dejar de tocar todos los puntos fundamentales de la vida de esta urbe desconocida. Parte de la excavaciones de franceses e ingleses para situarnos en el mapa y señalar los lugares más importantes de la ciudad y, desde allí, recorre todos los acontecimientos más importantes desde el reinado de Hammurabi hasta el fin de la ciudad con la invasión de Ciro el persa y de Alejandro Magno dos siglos después, sin dejar de estudiar el reinado de Nabucodonosor II que llevó a la ciudad a su máximo esplendor.

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Información

Editorial
Nowtilus
Año
2012
ISBN
9788499673004
Edición
1
Categoría
Historia
1

Érase una vez Babilonia

Babilonia se convirtió a mediados del I milenio a. C. en el corazón espiritual e intelectual de la antigua Mesopotamia, brillando como un faro sobre el orbe civilizado. Era el centro cósmico, el símbolo de la armonía del mundo que había nacido de la pujanza de su divinidad suprema, el dios Marduk, tras vencer a las fuerzas del caos. El prestigio de Babilonia era incomparable a los ojos de sus contemporáneos. De hecho, ninguna ciudad de la Antigüedad fue tan deseada y temida, admirada y deshonrada, devastada y reconstruida como esta. Los soberanos más carismáticos quisieron dominarla con la idea de dejar impresa su huella, bien embelleciéndola aún más, como fue el caso de Alejandro Magno entre los años 331 y 323 a. C., bien destruyéndola, como hizo el asirio Senaquerib en el 689 antes de Cristo.
A finales del siglo XIX, Babilonia sólo era conocida por el relato bíblico y por el de los autores clásicos, que habían mantenido vivo su recuerdo en la cultura occidental. Estas fuentes extranjeras amplificaron su reputación al transformar su historia en leyenda. A ello ayudaron también las descripciones de algunos viajeros y exploradores europeos de época moderna. En sus descripciones Babilonia constituía el símbolo de la desmesura, de la opulencia, del lujo, de la monumentalidad y de la soberbia. Había nacido el mito de Babilonia. Sólo a partir del año 1899, la arqueología consiguió situar a Babilonia en un plano real, en el plano de la historia. La mayor parte de los restos arqueológicos que conocemos en la actualidad pertenecen a la ciudad construida en tiempos del rey Nabucodonosor II (605-562 a. C.), para quien entre todos los lugares habitados no existía ninguno tan hermoso como Babilonia. El reinado de este monarca cuenta entre sus principales logros con la transformación de la metrópoli mesopotámica en una de las más célebres de la Antigüedad, gracias a su activa política de embellecimiento urbano.

LA ARQUEOLOGÍA ALEMANA Y EL SUEÑO BABILÓNICO

Desde la Edad Media y durante toda la Edad Moderna, el hombre europeo soñó con encontrar la Babilonia bíblica. Fueron muchos los viajeros que entre los siglos XII y XVIII recorrieron el Oriente a la búsqueda de la célebre Torre de Babel, el monumento de ladrillo y asfalto cuya cúspide llegaba hasta el cielo según el Génesis.
Si, como hemos visto, la historia de Mesopotamia había despertado de su olvido milenario a través de la civilización de los asirios, Europa tendría que esperar aún medio siglo más para poder ver con sus propios ojos aquella otra que había sido creada por los babilonios junto al río Éufrates. No será hasta el siglo XIX cuando se inicien los primeros estudios sistemáticos de las ruinas babilónicas. Entre 1852 y 1877 la expedición científica francesa en Mesopotamia y el Museo Británico realizaron, por separado, las primeras excavaciones en el enorme campo de ruinas de la antigua Babilonia. A excepción de la realización del primer plano detallado de la ciudad y de la recuperación de algunos objetos, estos trabajos pasaron casi desapercibidos, ante la espectacularidad de los tesoros que estaba proporcionando en aquel momento la excavación de los palacios asirios del norte de Mesopotamia.
El renacer de Babilonia se producirá algunos años más tarde, con la aparición en escena de Alemania. En 1871, al proclamarse el Imperio alemán se crearon las condiciones necesarias para poder rivalizar con las otras potencias europeas de la época. El prestigio que conocía por aquellos años la arqueología de Oriente ofrecía una magnífica oportunidad para Alemania. Así, entre 1887 y 1897, a petición de los museos prusianos, Robert Koldewey, el futuro descubridor de Babilonia, puso en marcha la primera expedición germana en Mesopotamia. El objetivo era el de buscar eventuales ruinas arqueológicas donde poder excavar. Dado que los yacimientos del norte estaban controlados por Francia y Gran Bretaña, Koldewey se dirigió al sur, donde visitó numerosos montículos de ruinas que podían ser adecuados para su futuro proyecto de excavación. Finalmente, la elección recayó sobre Babilonia, que se convertiría así en la sede de las excavaciones promovidas por los museos de Berlín. Babilonia ya había sido visitada y explorada parcialmente por otros antes que él. Sin embargo, nadie hasta esa fecha se había atrevido a excavar de forma prolongada en ese vastísimo campo arqueológico.
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Los trabajos de Robert Koldewey, el excavador de Babilonia entre 1899 y 1917, supusieron un hito dentro de la arqueología mesopotámica por su rigor científico.
Poco después, en 1898, se fundó la Sociedad Alemana para Oriente, cuyo objetivo era el de recaudar fondos para las excavaciones de Babilonia. Las sumas reunidas se añadieron a las subvenciones públicas prusianas, así como al apoyo financiero acordado, a título personal, con el emperador Guillermo II. Babilonia era una cuestión de Estado. Según nos relata el propio Koldewey:
[…] las excavaciones comenzaron el 26 de marzo de 1899 desde la parte este del Qars hasta el norte de la Puerta de Ishtar. En mi primera visita a Babilonia, el 3-4 de junio de 1887, y nuevamente en mi segunda visita, en el 29-31 de diciembre de 1897, vi numerosos fragmentos de ladrillos en relieve esmaltados, de los que llevé algunos conmigo a Berlín. La peculiar belleza de estos fragmentos y su importancia para la historia del arte fue debidamente reconocida por su Excelencia R. Schöne, que era entonces el director general de los Museos Reales, y fortaleció nuestra decisión de excavar la capital del Imperio de Babilonia.
Babilonia, situada a noventa kilómetros al sur de Bagdad, no era un yacimiento cualquiera, sino un lugar cargado de un fuerte simbolismo para la tradición judeo-cristiana. Era la ciudad del cautiverio sufrido por el pueblo judío y el símbolo del orgullo de los hombres, que culminó con la célebre confusión de lenguas. Parece que detrás de la expedición alemana se escondía el deseo de conocer la verdad de un lugar lleno de símbolos, verdad que sólo podría llegar a través de la investigación científica. Las excavaciones alemanas demostraron, por ejemplo, la veracidad histórica de la Torre de Babel, que en realidad era un enorme monumento escalonado llamado zigurat por los habitantes de Mesopotamia.
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Babilonia fue una ciudad construida solamente con ladrillos y adobes, de ahí que se la conozca como la «metrópoli de arcilla».
La excavación de Babilonia fue una gran empresa, cuyas cifras dan muestra de su envergadura. Los trabajos se prolongaron hasta el 5 de marzo 1917, fecha en la que Koldewey se vio obligado a abandonar su trabajo como consecuencia de la Primera Guerra Mundial. ¡Nada menos que dieciocho años de excavaciones prácticamente ininterrumpidas! Teniendo en cuenta la extensión de las ruinas, que abarcaban una superficie de 375 hectáreas (más de cuatrocientos campos de fútbol), el mayor obstáculo que hubo de superar era el de extraer y evacuar el considerable volumen de tierra que ocultaba las ruinas arqueológicas. Para esta tarea se llegaron a contratar hasta doscientos cincuenta hombres, que trabajaban una media de diez horas diarias en verano y cerca de la mitad en invierno. Para facilitar el transporte de los escombros se utilizó un sistema de raíles y vagonetas, muy útil para retirar rápidamente las toneladas de desechos extraídas por los obreros, sobre todo en aquellas zonas donde la excavación llegó a alcanzar una profundidad superior a los veinte metros.
También es digno de resaltar que Koldewey, en contra de lo visto en las excavaciones de Asiria, donde lo que primaba era la caza de tesoros artísticos, no se planteó como objetivo la simple búsqueda de objetos sino la reconstrucción de una visión general de la ciudad de Babilonia. No se puede ignorar que Koldewey estudió arquitectura, arqueología e historia antigua en Berlín, Munich y Viena, a diferencia de los diplomáticos que le habían antecedido en las excavaciones de Asiria. Gracias al uso de un riguroso método de excavación para la época, basado en un registro meticuloso de los trabajos (planos, dibujos, croquis, diarios, inventario de hallazgos, cuadernos de medidas, fotografías, etc.), el arquitecto alemán sacó a la luz la ciudad del imilenio a. C. Se trataba de la Babilonia fundada y embellecida en tiempos del rey Nabucodonosor II (605-562 a. C.).
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La Puerta de Ishtar, diosa mesopotámica del amor y de la guerra, era la más espectacular de las ocho que daban acceso a la ciudad de Babilonia.
Entre 1899 y 1914 el equipo de Koldewey sacó a la luz uno de los monumentos más emblemáticos de Babilonia, la Puerta de la diosa Ishtar y la gran Vía Procesional que la antecedía. La espectacular decoración de ladrillos esmaltados de ambas construcciones fue almacenada en cientos de cajones de madera hasta que, finalmente, en 1926 viajó hasta Berlín. El escultor Willi Struck, con la colaboración de seis ayudantes, llevó a cabo la compleja tarea de clasificación y reconstrucción de los miles de fragmentos de ladrillo llegados desde Babilonia. En 1929 comenzó la reconstrucción de la Vía Procesional y de la Puerta de Ishtar en la parte central del Museo del Próximo Oriente berlinés. Unos años más tarde, una parte de la ciudad de Babilonia pudo ser contemplada en el corazón de Europa. Alemania había cumplido su sueño babilónico.

BABILONIA DESDE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL HASTA HOY

Tras la descomposición del Imperio turco-otomano, una vez finalizada la Primera Guerra Mundial, se modificó el equilibrio entre las naciones europeas, que en el Próximo Oriente tuvo como consecuencia la creación de los protectorados franco-británicos. La tutela de Francia y Gran Bretaña en Siria e Irak, respectivamente, cambió las condiciones del trabajo arqueológico en la región. En este contexto aparece la figura de Gertrude Bell, la «Lawrence de Arabia femenina», oficial de la administración británica que, apoyada por Winston Churchill, se ocupó de dirigir en la sombra los asuntos iraquíes. Como apasionada de la arqueología mesopotámica, organizó y dirigió el Departamento de Antigüedades del nuevo país y fundó el Museo de Bagdad en 1926. La independencia de Irak, en 1932, dio origen a un endurecimiento de la legislación en materia de arqueología. Se suprimió el reparto de objetos, que pasaron a ser propiedad exclusiva del estado iraquí.
El abandono precipitado de las excavaciones por parte de Koldewey, en 1917, dejó muchos interrogantes sin responder sobre Babilonia. Tras el obligado parón de la Segunda Guerra Mundial, el Instituto Arqueológico Alemán retomaría la investigación arqueológica en la capital babilónica entre 1962 y 1973. El trabajo se centró en el estudio pormenorizado del núcleo del zigurat, la bíblica Torre de Babel. La etapa de las grandes excavaciones había terminado. Por aquellos años, el Instituto Italiano-Iraquí de Arqueología de Bagdad puso en marcha un ambicioso proyecto de restauración y revalorización del yacimiento de Babilonia con el objetivo de retrasar la degradación de los restos excavados por Koldewey. Se observó un deterioro imparable de los restos arquitectónicos de ladrillo y adobe, que estaba provocado por la erosión y la subida del nivel de la capa freática.
Finalmente, a comienzos de los años ochenta las autoridades iraquíes emprendieron la monumental empresa de reconstruir la ciudad según un megaproyecto auspiciado por Sadam Husein. De acuerdo con las viejas tradiciones mesopotámicas, el dictador iraquí, como si de un nuevo rey de Babilonia se tratara, llevó a cabo la reconstrucción de los principales edificios de la ciudad, llegando incluso a construir un nuevo palacio. Sadam Husein se consideraba un nuevo rey de Babilonia. Para esta colosal obra de restitución, realizada al más puro estilo hollywoodiense, mandó fabricar miles de ladrillos en los que imprimió su nombre, a imitación de que lo había hecho dos mil quinientos años atrás el rey Nabucodonosor II.
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El palacio del rey Nabucodonosor II en Babilonia, donde moriría en el 323 a. C. Alejandro Magno, fue reconstruido bajo la presidencia de Sadam Husein. Esta reconstrucción ha recibido muchas críticas por parte de los especialistas en arquitectura mesopotámica.
Esta controvertida reconstrucción de Babilonia ha enmascarado gran parte de los vestigios originales, creando una «nueva Babilonia» a costa de la antigua ciudad. Esta circunstancia ha provocado que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) no incluyera a Babilonia en su lista de monumentos Patrimonio de laHumanidad, mérito que se merece sobradamente. La protección por dicho organismo internacional habría evitado con toda probabilidad los daños que ha sufrido Babilonia en los últimos años. En 2003, a raíz de la Segunda Guerra del Golfo y de la posterior invasión del país, Babilonia se transformó en un campamento militar de ciento cincuenta hectáreas. Este hecho injustificable ha provocado daños irreparables en el yacimiento.
Hoy, el gobierno iraquí en colaboración con instituciones extranjeras intenta proteger y recuperar el pasado histórico que tan célebre hizo a Babilonia en la Antigüedad. Sin embargo, a pesar de estos esfuerzos nacionales e internacionales, el patrimonio arqueológico de la antigua Mesopotamia está siendo destruido y saqueado a un ritmo nunca conocido. Lamentablemente, en los mercados de antigüedades de Europa y de Estados Unidos circulan numerosos objetos (tablillas cuneiformes, sellos cilíndricos, esculturas, etc.) llegados ilegalmente desde el país árabe. Para muchos iraquíes esta expoliación del patrimonio cultural es su única fuente de ingreso, apenas un puñado de dólares, con la que sobrevivir en un país aún inestable políticamente. La verdadera especulación se produce, como es obvio, con la subasta final de los objetos en los mercados occidentales. Es duro reconocer que el día en que los arqueólogos puedan volver a trabajar con normalidad en Irak, en muchos casos sólo servirá para certificar la muerte de lo que fue la cuna de la civilización.

TEXTOS PARA LA HISTORIA DE BABILONIA

Los textos antiguos sobre Babilonia son numerosos y diversos, pero se pueden organizar en dos grupos, a saber: fuentes externas (clásicas y bíblicas) y fuentes propiamente babilónicas (cuneiformes). El objetivo no es presentar, a continuación, una recopilación exhaustiva y pormenorizada de todas las fuentes escritas sobre Babilonia. Eso excedería los objetivos del presente libro. Aquí sólo se comentará una cuidada selección de ellas.

Babilonia vista por los clásicos

Los autores clásicos, griegos y latinos, son todos posteriores a la civilización babilónica. Por ejemplo, el historiador griego Heródoto, el autor más próximo en el tiempo a la Babilonia del rey Nabucodonosor II, escribió sobre la ciudad mesopotámica casi un siglo después de la conquista de esta por los persas. Por ello, él y otros autores posteriores, nos describen una Babilonia de leyenda, donde lo histórico aparece con frecuencia deformado o mutilado. Es decir, no resulta fácil hacer un uso históricamente adecuado de los textos clásicos, ya que en ocasiones es difícil verificar la exactitud de los datos aportados. Sin embargo, no debemos menospreciar su interés para el estudio de Babilonia, dado que algunos de estos autores viajaron –con toda probabilidad– por la geografía mesopotámica.
La percepción que los griegos de los siglos VIII y VII a. C. tenían del mundo próximo-oriental era vaga, a pesar de que durante su expansión colonial por el Mediterráneo oriental fundaron varios enclaves donde entablaron relación con pueblos como el fenicio. Cuando, unos siglos después, los griegos entraron realmente en contacto con Oriente, los grandes imperios mesopotámicos habían desaparecido. Asiria y Babilonia ya no existían. Los persas y posteriormente Alejandro Magno y sus sucesores, habían levantado sobre sus ruinas una nueva entidad política.
Heródoto de Halicarnaso (485-420 a. C.) fue el primer historiador griego que nos dejó un relato de interés sobre Babilonia, casi cien años después de ser tomada por el rey persa Ciro, en el 539 a. C. En sus Historias nos describe los pueblos que fue anexionándose Persia en su proceso de expansión imperial. Persia era el gran enemigo de Grecia por aquellas fechas. Entre ambos pueblos se encontraban los babilonios, de cuyas costumbres y capital nos ofrece una interesante descripción. No hay, sin embargo, unanimidad entre los estudiosos sobre si esta descripción fue el fruto de una experiencia personal o, por el contrario, fue el resultado de información de segunda mano transmitida vía oral. Resulta difícil afirmar de forma categórica si Heródoto visitó o no Babilonia hacia el año 450 a. C., justo antes de viajar a Egipto y Fenicia. No obstante, los datos disponibles sugieren que su testimonio sobre la capital mesopotámica es de primera mano, puesto que sus observaciones son en general justas. A pesar de ello, da la impresión de que el viajero griego se contentó con la información que le proporcionó algún guía, intérprete o habitante de la ciudad, puesto que él habla, por ejemplo, de una longit...

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