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La universidad, sus carreras y titulaciones
Evolución, presente y desafíos del sistema de títulos universitarios en la Argentina
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La universidad, sus carreras y titulaciones
Evolución, presente y desafíos del sistema de títulos universitarios en la Argentina
Descripción del libro
Las universidades desempeñan un papel central en la sociedad del conocimiento. Lo generan, lo transfieren y construyen comunidades. En el contexto de acelerados avances científicos, tecnológicos y organizacionales en el que nos encontramos, resulta clave repensar el concepto de título universitario y las nociones relacionadas con él. ¿Cómo funciona la idea de título en las universidades nacionales? ¿Cuáles son los puntos críticos del sistema? ¿Cómo se enfrenta este a la globalización del conocimiento? ¿Cuáles son los desafíos para el futuro próximo?
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Información
Categoría
PedagogíaCategoría
Administración de la educaciónCapítulo 1
La universidad como espacio convocante y continente
Desde su aparición, la función social de la universidad tuvo –y conserva– un doble desafío: es, por un lado, un espacio convocante para las ideas, llamado a contemplar, cuestionar y proponer cambios en la realidad social. Y, como tal, también fue, es y será un terreno de disputa política e ideológica.
Como cualquier otra, ha sido una institución de su tiempo y lugar, por lo que las condiciones históricas incidieron en la construcción de diferentes propuestas y modelos de organización universitaria. Cada uno de estos modelos evidencia la definición de conceptos y prioridades, desde los que se establece una forma de relación con la sociedad toda y con el Estado (Suasnabar, 2005).
Los estudios universitarios se articularon en Occidente durante el medioevo colocando a una entidad en la cúspide de cada sistema educativo para que impartiera la enseñanza final y definitiva, y permitiera, así, generar el conocimiento, enseñarlo y aprenderlo para la mejora de la sociedad. En ese proceso su aparición incorporó una nueva opción a los rumbos ya instalados que ofrecían la iglesia o las armas como vías de desarrollo personal. Acababa de surgir el profesional universitario.
Inicialmente, aquellas primeras universidades conferían, a quienes cumplían con sus planes de estudio, el título de doctor en derecho o medicina, por ser estas carreras las que se impartían en ese ámbito, dando lugar a un colectivo particular y a una corporación profesional (Haskins, 2012), por lo que muchas de las actuales discusiones sobre las titulaciones y las profesiones se remontan a los orígenes de la institución universitaria.
A medida que la idea de Estado-Nación tomó cuerpo –a fines del siglo XIX–, el proceso de consolidación universitaria y diversidad de modelos organizativos, tanto de instituciones universitarias como de sistemas educativos, generó distintos modos de ser universidad y por lo tanto diferentes maneras de definir y denominar sus actividades.
Así se explica el fundamento de diversas tradiciones universitarias que dieron lugar a variadas prácticas en los distintos países y sistemas educativos. A eso obedece que cada sistema haya generado sus propias convenciones y lenguaje universitario, y así se explica además la falta de unidad terminológica que en materia de titulaciones existe en el mundo universitario.
1.1. De la universalidad de las ideas a la idea de universidad
Si bien sus orígenes pueden rastrearse en las antiguas culturas griega, romana o árabe, o, como refiere Ivonne Bianco (2004), en las experiencias previas de similar objeto y envergadura como las universidades de Alejandría, India, o China; la mayoría de los autores como Hilde de Ridder-Symoens (1992) o Jacques Verger (1999), coinciden en que la universidad, tal como se la conoce hoy, nace en Europa Occidental durante la Edad Media. Sus fines eran dar respuesta a las cuestiones del mundo frente a la enorme tutela ejercida por la iglesia católica.
Detalla Haskins (2012):
Las escuelas y las instituciones, en especial aquellas dedicadas a la capacitación religiosa, existieron en Europa Occidental y en otras regiones mucho antes de la Edad Media, al igual que las academias de estudios superiores tales como las escuelas filosóficas de Atenas que datan del siglo IV a.C. Los historiadores han sido exhaustivos en sus descripciones de los comienzos de la educación superior islámica y china. Sin embargo, no existe evidencia de que hayan sido organizaciones formalizadas y estructuradas, creadas con el propósito de educar a individuos en disciplinas particulares que no eran parte de un cuerpo religioso. Las universidades fueron creadas para ser instituciones separadas, seculares e independientes.
Las primeras manifestaciones serían, de acuerdo con esta línea de pensamiento, la escuela de leyes de Bologna (Italia), fundada en 1089, que recibe el título de Universidad en 1317, y la de París (Francia) de 1150, (recibe el título de Universidad en 1256).
La creación de Bologna como primera universidad marca un hito en la historia de la educación superior. Se trata de una ruptura –que se sostuvo en el tiempo– con el monopolio de la Iglesia en la definición del poder y un intento del rey de separar lo temporal de lo espiritual. No es casual entonces, que el primer objeto de estudio de la flamante congregación de estudiantes haya sido el derecho. Aunque se enseñaban ambos, el objetivo era fortalecer el estudio del derecho civil (tomando figuras del derecho romano) ante los preceptos del derecho canónico. Algo que el Emperador Federico I(1) consideraba vital en su lucha por la autonomía del poder político del religioso y le permitía tener una cierta legitimación. Es así como Bologna como institución hace eje en el sujeto protagonista del proceso educativo: el estudiante. Esta universidad nace como una agrupación de estudiantes que partió de las escuelas locales.
Hasta fines del siglo XVIII, después de que Napoleón hubiera conquistado la ciudad, el puesto de rector lo había ocupado un estudiante (Haskins, 2012). Ellos estaban en la conducción. La dirigían, contrataban al cuerpo docente e imponían la disciplina. También seleccionaban al personal administrativo y directivo. Otro rasgo original es que era una institución autónoma del poder, tanto temporal como espiritual, lo que daba una cierta garantía de libertad para investigar temas que por entonces podían ser polémicos como el desarrollo científico y la enseñanza. Poco más tarde surge el modelo de universidad como conjunto de profesores, de base clerical y magisterial, que pone el eje en la enseñanza, originando un modelo de autoridad y docencia, pero también de actitud ante el conocimiento. Su primer exponente es la Universidad de París. Esta institución contaba con apoyo de la ciudad y siempre estuvo bajo el dominio de los docentes (universidad magisterial) y se destacó en lógica y teología. Poco después se sumarían las inglesas de Oxford y Cambridge, que copiaron el modelo de la de París, aunque con diferencias conceptuales (Cobban, 1975).
Por sus altos estándares de calidad y la difusión del saber, el éxito de estos modelos educativos se replicó en Europa y para 1300 había entre quince y veinte universidades. Dos siglos más tarde la cifra trepó a setenta. Se distribuyeron, además de en Italia, Inglaterra y Francia; en Alemania, Austria, Hungría, Polonia, Portugal, Escocia y España. Algunas tuvieron una vida efímera, pero muchas de ellas se mantuvieron activas hasta el presente como las citadas, más las de Montpellier, Padua, Viena, Praga, Leipzig, Coimbra o Cracovia, por nombrar algunas. El objetivo de estas casas de altos estudios era la educación superior y generar conocimiento con gobernarse mediante autoridades propias, como “decanos”, “regentes” o “rectores”, y ver reconocida su independencia respecto al municipio y al obispo gracias a privilegios otorgados por el emperador, el rey o el papa. La española Universidad de Salamanca se fundó en 1218 y el rey Alfonso X El Sabio le dio su estatuto como universidad en 1254. Su importancia viajó al Nuevo Continente, ya que este fue el modelo que tomaron todas las primeras universidades hispanoamericanas (Fernández Álvarez, 1991). Las primeras universidades latinoamericanas fueron las de Santo Domingo (1538), México (1555) y Lima (1551).
1.1.1. La universidad y sus modelos
El pasaje hacia la modernidad(2) trajo consigo el proceso de construcción de sociedades nacionales bajo formas racionales de comprensión de la política y el poder. Ahora se enmarcan bajo el Estado de derecho los derechos de los hombres y de los ciudadanos y su correlato en las limitaciones al poder del Estado. La universidad, como congregación convocada en torno al conocimiento, encuentra en la modernidad un momento de desahogo del peso del yugo medieval. La revalorización del hombre como tal y a partir de allí del conocimiento, tanto en el plano de la filosofía y la sociedad, como en el de la física y las matemáticas, resignificaron el valor de la universidad. Tanto la Revolución Francesa como la Revolución Industrial dan cuenta de ello. Hay en todo momento durante esta era una enorme preocupación por el mundo, su funcionamiento y el arribo a un estadio social de perfección en donde libertad, igualdad y solidaridad se postulan como principios y fines de los grandes relatos que en su nombre se elaboraron con el objeto de alcanzar la modernidad. Por lo que el debate sobre los diseños institucionales, sea de las incipientes naciones, o de las organizaciones que dentro de ellas tenían andamiaje, cobraron importancia.
Hay también en esta etapa la intención de racionalizar la sociedad como mecanismo para garantizar el progreso social, al que se accede por la utilización del conocimiento y sus derivaciones prácticas y concretas. Desde el punto de vista material, se plasma con la invención de la imprenta o la máquina de vapor. En tanto que, en el plano formal, esa racionalización es alcanzada con la consolidación de la ley como base formal del Estado. Emerge de este modo un gobierno limitado por la razón y a su vez garante del acceso a la ciudadanía. Por lo tanto, el debate sobre la organización social y su gobierno son arena de disputa y dan lugar a corrientes de pensamiento que inspiran la acción política y la concreción de esos relatos. No resulta extraño que en este clima de ideas la universidad vuelva a retomar su relevancia social, a partir de la reconquista de sus antiguos valores, como autonomía, libertad, participación y preocupación social. Se produce entonces el traslado de la preocupación por la búsqueda del ideal de Universidad, un modelo de organización universitaria. Así se sitúa la atención en el progreso científico como herramienta de avance social. Vuelve entonces la universidad a recuperar la centralidad en la producción del conocimiento y vuelven a impartirse en ella los conceptos innovadores. Así, una vez más surgen de ella pensadores que cuestionan y proponen cambios sociales.
En este tiempo se proponen y llevan a cabo sendos modelos, que denotan prioridades y en base a estas se observa la relación que dichos conceptos de organización universitaria tienen con la sociedad y con el Estado. Cada modelo responde a una forma particular de organización social y de gobierno. Una consecuencia de la consolidación del concepto de “Estado de derecho” sobre bases democráticas y republicanas en momentos de alta valoración del conocimiento en la modernidad se refleja en la construcción de los primeros sistemas educativos, científicos y tecnológicos. El establecimiento de un modelo educativo progresivo, laico y orientado a la consolidación de las modernas naciones, se centró en el impulso de la educación como constructora de ciudadanía. En la cúspide de ese sistema educativo se ubica la universidad como generadora de conocimiento aplicado y formadora de élites gobernantes.
La diversidad vino de la mano de la toma de conciencia por parte de las instituciones de su papel social, durante el siglo XVI, ya a fines del Renacimiento. Para esta época ya era una práctica común la de otorgar grados validados por las mismas universidades. Sus modelos seguían siendo el de Bologna (en la que los estudiantes contrataban a los profesores) y el de París (donde el gremio de los profesores mandaba), que se terminó imponiendo. De este modo, Occidente pudo establecer una institución que impartía la enseñanza final y definitiva, como instancia superior para los establecimientos educativos de nivel medio. Que además difundía conocimientos que permitían contar con profesionales destinados a generar el conocimiento y emplearlo en el mejoramiento social.
La universidad es vista en cada momento como resultante del complejo de ideas de su tiempo. Así, se puede pasar de una visión ideal a un plano organizativo; de un enfoque institucionalista a una perspectiva centrada en los actores universitarios: quiénes pueden ser universitarios, quiénes lo son, qué hacen y de qué modo construyen con sus prácticas el concepto de universidad. Estos son aún hoy, pese al paso del tiempo, los ejes del debate universitario actual. Es por ello que las diferentes visiones de sociedad y sus prioridades se explicitan en los diferentes modelos de organización universitaria. Se los refiere en la bibliografía universitaria como modelo humboldtiano o alemán, napoleónico o francés, anglosajón y reformista, cada uno con los rasgos particulares y distintivos que sintética y esquemáticamente se exponen a continuación.
El modelo de Universidad alemán, propuesto por Von Humboldt (Suasnabar, 2005), construye una universidad pública, cuya misión esencial es la producción científica. De esa forma, enseñanza e investigación se funden en la actividad universitaria como hechos de un proceso, donde la ciencia es el objeto y fin de la universidad. Si bien este modelo impulsa su pertenencia a la esfera pública, y la concepción del docente como funcionario público, Humboldt se encarga de marcar la distancia necesaria con el Estado, rescata el valor de la autonomía y, a partir de ella, la libertad necesaria para el desarrollo de la ciencia. Desde allí llega el acceso al fortalecimiento del proyecto de la nación alemana y su progreso social. Porque la revolución científica, el nacimiento de la ciencia, dejó a las universidades muy fuera de juego y estas vivieron claramente de espaldas a ella. Este modelo de universidad se ha potenciado en España y en buena parte de Latinoamérica por muy diversos caminos y se debe reconocer que la universidad ha salido fortalecida (Acuña Peralta, 2009).
El objetivo humboldtiano busca los límites de la ciencia y del conocimiento en todas las áreas y darlos a conocer. Privilegia la función investigadora por sobre la docente. Exige libertad y autonomía para conseguir sus fines y espera que el estado le proporcione los recursos y ayudas necesarias. Su riesgo es que la hiperespecialización propia de la dinámica de la investigación científica le haga perder contacto con la realidad y volverse incapaz de integrarse en unidades orgánicas superiores. Además, le genera al docente la presión extra de ser un buen investigador y aportar nuevo conocimiento todo el tiempo.
El modelo de universidad francés o napoleónico, en cambio, marca la centralidad del Estado. La universidad gira en torno a la necesidad de profesionalizar su aparato burocrático. La misión fundamental de la universidad será la formación de profesionales y el sostenimiento del Estado desde la educación superior. Por otro lado, fruto de un rígido modelo estatal centralista, esta universidad francesa carece de autonomía y su modelo apuesta por la formación de contenido academicista. No es extraño entonces que el derecho sea el área del conocimiento privilegiada ya que la construcción de ese Estado, del cual dependía completamente la universidad, requería de hombres versados en leyes para soportar la cosa pública y su funcionamiento.
Por su parte, el modelo anglosajón presenta dos versiones: la inglesa y la norteamericana. Ambas variantes tienen particularidades que lo distinguen de los anteriores, especialmente por el carácter privado de las universidades. La comunidad local resulta la promotora y conductora del proceso de surgimiento de la institución. Se delega por lo general en un gerente la administración interna y su funcionamiento, lo que marca su relación con el sector productivo de su región, sea en la faz académica como de ciencia e investigación. Este modelo liga la idea de universidad al sector socio-productivo, por lo que no es casual que sea el germen de una variante surgida a mediados del siglo XX, como la “universidad corporativa”.(3) Se trata de un espacio de formación desarrollada en el marco de una empresa o grupo empresario, centralmente dirigido a la capacitación de sus trabajadores, esta opción organizativa encuentra su limitación en las definiciones de cada Estado en relación con la posibilidad de que las empresas con fines de lucro puedan ser asiento de una institución universitaria.
Para concluir, el modelo reformista o latinoamericano conjuga lo propio de los modelos imperantes al momento del movimiento de reforma universitaria de Córdoba de 1918. El eje sobre el cual gira este movimiento es la incorporación de la política a los claustros y la conceptualización de la universidad y del conocimiento como parte de la esfera de lo público. Esto genera la posibilidad de apropiación por parte de la sociedad de los logros y avances, mostrando la base social de la institución de educación superior. El reformismo desarrolla, a partir de la adopción del sentido crítico como actitud definitoria de este movimiento, el mecanismo para encarar el proceso político e institucional. Sea dentro de la universidad o fuera de ella, como visión propia del ambiente científico de la universidad reformista, esta concepción atraviesa la idea de universidad con la de política en clave democrática. Se convierte de esta forma en respetuosa de la divergencia, pero fuerte en la convergencia de sus principios comunes, y hace de la universidad un espacio público para la reflexión crítica de la realidad y la proposición de alternativas. Esto se traslada en la institucionalización, hace de ellas organizaciones más abiertas y da lugar a la idea del cogobierno de los diferentes estamentos que componen el demos universitario.
Este clima de ideas permite arribar al concepto de libertad, que se expresa en términos universitarios en el rescate y defensa del concepto de autonomía universitaria. Se agrega el concepto de autarquía, como una clara valla a la intromisión estatal, pero también a la influencia clerical –y más adelante a la del mercado– en la cosa universitaria. Como consecuencia de esta perspectiva, se verifican los conceptos de libertad de cátedra, cátedras paralelas, concursos docentes en forma periódica, laicismo, gratuidad e ingreso irrestricto. Todas estas características se transforman en medios, pero también en garantías de libertad e igualdad de oportunidades y de trato hacia estudiantes y docentes. Dichos postulados se traducen en un modelo organizativo en donde la universidad, definida como comunidad convocada en torno al conocimiento, encuentra en la política democrática su articuladora de modo expreso y evidente. Se convierte así la universidad en un espacio de disputa política de actores colectivos que integran esta comunidad. Por otra parte, esta mirada de la universidad adopta como fundamental la necesaria relación universidad-sociedad, mediante el concepto y desarrollo de la extensión universitaria; a partir de estas sig...
Índice
- Presentación
- Capítulo 1
- Capítulo 2
- Capítulo 3
- Capítulo 4
- Capítulo 5
- Capítulo 6
- Capítulo 7
- Siglas utilizadas
- Bibliografía