La Atlántida
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La Atlántida

Entre el mito y la historia

Luis E. Íñigo Fernández

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Entre el mito y la historia

Luis E. Íñigo Fernández

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Entre el mito y la historia. Descubra la historia de la leyenda más cautivadora de la antigüedad: Desde el Antiguo Egipto, los Diálogos de Platón y las ancestrales tradiciones de los pueblos precolombinos, hasta los más profundos análisis científicos recientes.La apasionante investigación histórica de los orígenes del mito de la Atlántida, desde los Diálogos platónicos, la tradición egipcia, griega y romana, las tradiciones ancestrales de los pueblos precolombinos, la evolución del mito en la Edad Media y Moderna y su influencia en los navegantes como Cristóbal Colon, hasta su relación con el género utópico en el renacimiento y su diversificación en el siglo XIX: Julio Verne, Donnelly, madame Blavatsky, Edgar Cayce, el enfoque étnico supremacista de la Alemania nazi y los mitos de las otras Atlántidas, como Mu o Lemuria. La Atlántida es, quizá, el mito por excelencia de la cultura occidental en los últimos siglos. Para muchos, no existió nunca más allá de la imaginación de Platón, que quiso valerse de ella para enseñar una lección de política a sus seguidores; para otros su existencia fue tan real como la de cualquier otra de las grandes civilizaciones de la Antigüedad.Sin embargo, lo que unos y otros están forzados a reconocer es que si la gran isla devorada por el océano, como castigo divino a su soberbia, no es sino una leyenda, en nada distinta de las viejas historias de dioses y héroes en las que creyeron nuestros antepasados, las preguntas que quedan sin respuesta acerca del pasado remoto de la humanidad son tantas y tan relevantes que deben, cuando menos, forzarnos a dar una oportunidad a los argumentos de quienes defienden su existencia. Este libro ofrece, precisamente, esa oportunidad.

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Información

Editorial
Nowtilus
Año
2021
ISBN
9788413051451
Categoría
History
Categoría
World History

Capítulo 1

Los orígenes del mito

¡Mira! La muerte ha levantado su trono
en una extraña y solitaria ciudad
allá lejos en el Oeste sombrío,
donde el bueno y el malo y el mejor y el peor
han ido a su reposo eterno.
Allí hay cúpulas y palacios y torres
(torres devoradoras de tiempo que no se estremecen)
que no se asemejan a nada que sea nuestro.
En los alrededores, olvidadas por vientos inquietos,
resignadas bajo el cielo,
reposan las aguas melancólicas.
Edgar Alan Poe, La ciudad en el mar (1845).

¿QUÉ PRETENDÍA PLATÓN?

La Atlántida empieza en Platón. Fueron sus célebres diálogos Timeo (360 a. C.) y Critias (circa 355 a. C.) los que fijaron el canon del mito y sirvieron de fuente única de la que todos quienes, en siglos posteriores, creyeron en él y, partiendo de perspectivas muy distintas, desde la más estricta ortodoxia científica al ocultismo menos recatado, trataron de desentrañar el seductor misterio que pronto se gestó en torno a su contenido. Pero ¿quién era Platón? Y, sobre todo, ¿qué pretendía al escribir su historia sobre la Atlántida?
Platón realmente se llamaba Aristocles. El nombre con el que pasó a la historia y por el que lo conocemos no era, en realidad, sino un apelativo, un mote que, según Diógenes Laercio, escogió para él en su juventud su profesor de gimnasia, sorprendido por la anchura de los hombros de su joven discípulo. Era hijo de Aristón y descendiente, según proclamaba con orgullo su familia, del último de los reyes de Atenas. Pero, sobre todo, vivió entre los años 427 y 347 a. C. en la plenitud de la Grecia clásica, uno de los períodos de la historia de la humanidad en que han florecido con mayor vigor las artes y las ciencias y, por ende, uno de los que ha tenido mayor influencia en nuestra tradición cultural. Además, en ese feliz contexto Platón fue uno de los pensadores más prestigiosos, quizá, junto a Sócrates, su maestro, y Aristóteles, su mejor discípulo, el más influyente de los filósofos griegos y uno de los intelectuales más relevantes de todos los tiempos. No en vano escribió el filósofo y matemático inglés Alfred North Whitehead (1861-1947) que toda la filosofía occidental no es sino una serie de notas a pie de página de la filosofía platónica.
Respondida así la primera pregunta, dar respuesta a la segunda resulta mucho más complejo, al menos, a tenor de las numerosas y distintas lecturas que se han propuesto de su historia acerca de la Atlántida. Sobre lo que existe, empero, un consenso absoluto entre los estudiosos serios de su obra es que se trata de un mito, en modo alguno de una historia real. Esto no debe sorprendernos. Es cierto que Platón, como discípulo de Sócrates, era un convencido racionalista y, en este sentido, basaba su visión del mundo en el logos, la razón, el argumento, pero ello no quiere decir que no recurriera al mito cuando de enseñar se trataba, pues era del todo consciente de que en su época solo una minoría, en realidad una minúscula élite cultural, se encontraba en disposición de seguir un razonamiento filosófico profundo sin perderse o aburrirse, mientras la inmensa mayoría adoraba las leyendas y, en última instancia, las buenas historias. Algunos de los mitos que usaba Platón eran del todo tradicionales, esto es, procedían de la mitología griega en el sentido que hoy le damos a esa expresión, como equivalente al conjunto coherente de mitos propio de una cultura, un pueblo o una religión, otros eran fruto de la modificación intencionada pero reconocible de mitos extraídos de dicha tradición, aunque el filósofo se valió también de mitos de su propia invención, como el de la caverna, alegoría sobre la falsedad del mundo que tomamos por real cuando no es sino la sombra que proyecta la verdadera realidad, el mundo de las ideas, que incluye en el Libro VII de su célebre diálogo La República (380 antes de Cristo):
Represéntate hombres en una morada subterránea en forma de caverna, que tiene la entrada abierta, en toda su extensión, a la luz. En ella están desde niños con las piernas y el cuello encadenados, de modo que deben permanecer allí y mirar solo delante de ellos, porque las cadenas les impiden girar en derredor la cabeza. Más arriba y más lejos se halla la luz de un fuego que brilla detrás de ellos; y entre el fuego y los prisioneros hay un tabique construido de lado a lado, como el biombo que los titiriteros levantan delante del público para mostrar, por encima del biombo, los muñecos.
El consenso se acaba cuando llega el momento de la interpretación. ¿Qué enseñanza pretendía transmitir Platón mediante el mito de la Atlántida? ¿Con qué objeto lo escribió? Algunas cosas parecen evidentes. Timeo y Critias son del todo coherentes con su marco de reflexión acerca de la sociedad ideal ya anticipado en La República, al que el personaje de Sócrates parece aludir en el Timeo cuando habla de ciudadanos especializados en tareas militares, supresión de los metales preciosos, igualdad de sexos o comunidad de mujeres y niños, sin otra discrepancia más que la identificación en este diálogo entre guardianes y filósofos, grupos sociales que en La República aparecen claramente diferenciados. En este contexto, la Atlántida, cuyo gobierno tradicional basado en leyes justas se había degradado con el tiempo cuando se impuso sobre él la ambición imperialista, aparece contrapuesta a la antigua Atenas, una sociedad perfecta tal como la concebía Platón. La Atenas de Pericles, nacida de la victoria absoluta en las guerras médicas, en la primera mitad del siglo V a. C., la Atenas soberbia, mercantil e imperialista, que usa su poderosa armada como herramienta de sumisión de las polis griegas, asociadas en la Liga de Delos, cuyo tesoro utiliza como propio, corrompida por la riqueza y la impiedad se contrapone así a la vieja y piadosa Atenas predemocrática, la Atenas de Solón, austera y sumisa al gobierno de los mejores, mucho más cercana a la idea que tenía Platón, que detestaba a Pericles, sobre la sociedad ideal. Pero la cosa no es tan simple, las interpretaciones se amontonan y se mezclan porque también lo hacen los mensajes. El Timeo y el Critias ocultan en realidad un continuo juego de parábolas y antítesis que es posible leer de muchas formas. Probemos con algunas más. La polis griega, la ciudad Estado independiente, Atenas sobre todas ellas, se contrapone a la autocracia persa representada por Darío y Jerjes, algunos de cuyos rasgos es posible identificar en la descripción platónica de la Atlántida, en el carácter exótico y de sabor indiscutiblemente orientalizante de sus ciudades y, sobre todo, en su enorme ejército, trasunto evidente de las huestes invasoras de aquellos monarcas durante las referidas guerras médicas. Pero no podemos obviar que también en el retrato son numerosos los elementos griegos. Las ciudades persas no poseían en su mayoría acrópolis, gimnasios ni hipódromos, y menos aún templos erigidos en honor de Poseidón. ¿Es quizá casual esta mezcolanza? Y caben más interpretaciones. En Occidente, por aquellos años, el hecho histórico de mayor relevancia era el ascenso de Cartago, cuya hegemonía comercial y naval, extendida a uno y otro lado de las Columnas de Hércules amenazaba directamente a las ciudades griegas de Sicilia y el sur de Italia. Platón, que había pasado un tiempo en Sicilia invitado por el tirano Dionisio II, creía que la admiración que el monarca sentía por él le permitiría poner en práctica en Siracusa la sociedad con la que soñaba. ¿No pudo concebir allí la idea de presentar su fábula política sobre el estado ideal valiéndose para ello como protagonista de una potencia atlántica degenerada e imperialista en antítesis con unos griegos habitantes de un tiempo remoto, símbolo de patriotismo y buen gobierno? ¿No pudo pretender con ello, además, reforzar la moral de los griegos de la zona y facilitar su unidad frente al enemigo cartaginés?
¿Historia, pues…? Apenas. Es cierto que el filósofo ateniense proclama una y otra vez en ambos diálogos que cuanto relata en ellos es real, incluso sin advertir que tanta insistencia le lleva a la contradicción de señalar en un lugar que la supuesta historia de la Atlántida le fue transmitida a Critias el Viejo por boca de Solón mientras en otro asegura que los documentos que la contienen se encuentran transcritos en griego a partir de sus supuestas fuentes egipcias, en el domicilio familiar de Critias. Pero no es otra cosa que un recurso literario. El Timeo y el Critias son filosofía, política en todo caso, no historia. ¿Cómo aceptar si no que los sacerdotes saítas conservaran registros de la fundación de la Atenas primitiva cuando tal suceso ocurrió, según ellos mismos relatan, mil años antes de la propia fundación de Sais? Así las cosas, se trataría pues, de un relato inventado, llamado a ser interpretado en clave filosófica y política, una suerte de distopía avant la lettre que se vale de una geografía y de un tiempo histórico imaginarios para vehicular, por oposición, una visión ideal de la vida colectiva representada en la descripción de la antigua Atenas. Como escribió hace unos años Pierre Vidal-Naquet: «…Platón, con su relato de la Atlántida y de su guerra contra Atenas, ha inventado un género literario aún muy vivo, ya que se trata de la ciencia ficción. De todos los mitos que creó, es, de alguna manera, el único que ha echado raíces». No cabe albergar ninguna duda razonable acerca de esta afirmación.
Pero seamos prudentes. Aceptarlo así no implica en modo alguno suponer que Platón inventó su mito a partir de la nada. ¿Acaso constituiría el filósofo ateniense un fenómeno único, una suerte de rara avis entre los escritores de todos los tiempos, capaz de idear narraciones nacidas por completo de su imaginación sin anclaje alguno en la tradición cultural de su época? La respuesta no puede sino ser negativa, nadie escribe ex novo, incluso cuando un escritor inventa una historia, esto es, cuando la extrae por completo de su imaginación, bebe de fuentes muy remotas de cuya existencia puede o no ser consciente, aunque sin duda han determinado cuanto sabe y cuanto es capaz de idear. En última instancia, todos y cada uno de nosotros y en todo cuanto hacemos, somos hijos de nuestra cultura.
De tal afirmación se deduce, por tanto, que debería ser posible identificar en el mito platónico elementos tomados de otros mitos anteriores, ya sean griegos o ajenos a la tradición helénica, e incluso de sucesos históricos más o menos deformados y adornados para servir mejor a la finalidad esencial del relato, la cual, debemos tenerlo presente, es filosófica, no histórica. Tal es la cuestión que trataremos de responder a continuación. Pero para ello será necesario primero que fijemos con claridad lo que escribió Platón para determinar a continuación qué hay en ello de original y qué de asimilado de la tradición cultural preexistente.

EL CONTENIDO DEL MITO

El primero de los diálogos platónicos que trata el mito de la Atlántida, el Timeo, pone en boca de Critias, filósofo sofista y tío carnal de Platón, «…un relato muy extraño, pero absolutamente verdadero» que Solón (640-559 a. C.), uno de los siete sabios de Grecia y respetado reformador de la constitución ateniense, habría contado a su abuelo, del mismo nombre, tras su estancia en Egipto. Traducido de la lengua de los atlantes al egipcio, Solón lo hizo verter después al griego, pues albergaba el proyecto de utilizarlo como argumento de una gran obra poética. Pero las adversidades que sufrió a su regreso a Atenas se lo impidieron y así, sin elaborar, se transmitió de boca en boca hasta llegar finalmente a Critias el Joven, el cual lo narró en un círculo de amigos, entre ellos Sócrates y el mismo Platón, que decidió escribirlo para que no se perdiera.
Dicho relato trataba de la «…hazaña más importante y, con justicia, la más renombrada de todas las realizadas por nuestra ciudad, pero que no llegó hasta nosotros por el tiempo transcurrido y por la desaparición de los que la llevaron a cabo» que Solón había conocido por boca de los sacerdotes de Sais, por entonces la capital del Egipto gobernado por la Dinastía XXVI, conocida como saíta, en el transcurso de su estancia en aquella ciudad. Solón contaba, siempre según Critias, que cuando llegó allí recibió de ellos muchos honores y que, al interrogar sobre el pasado a los que más conocían el tema, descubrió que ni él mismo ni ningún otro griego sabía prácticamente nada de la historia de la propia Atenas. Los sacerdotes le dijeron que habían tenido lugar muchas destrucciones de hombres, las más grandes por fuego y agua, pero también otras menores provocadas por otras innumerables causas, aunque los griegos lo ignoraran, como ignoraban también que antes del Diluvio, Atenas era «…la mejor en la guerra y la más absolutamente obediente de las leyes», dueña de la mejor organización política conocida.
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Platón (427-347 a. C.) en un detalle de La Escuela de Atenas, fresco del pintor italiano Rafael en las Estancias Vaticanas.
Al pedirle Solón al sacerdote que le contara más, este recordó que sus escritos sagrados se remontaban a más de ocho mil años en la historia de Sais, y que en ellos se describía asimismo cómo nueve mil años antes la diosa Atenea, a la que también se profesaba culto en su ciudad bajo el nombre de Neith, fundó Atenas, «…eligió primero el sitio que daría los hombres más adecuados a ella y lo pobló». Por esa razón vivió la ciudad bajo las leyes que la diosa le había dado y pronto superó en virtud a ...

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