Comunicar la ciencia
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Comunicar la ciencia

Guía para una comunicación eficiente y responsable de la investigación e innovación científica

Manuel Gértrudix Barrio, Mario Rajas Fernández

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  1. 400 páginas
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Comunicar la ciencia

Guía para una comunicación eficiente y responsable de la investigación e innovación científica

Manuel Gértrudix Barrio, Mario Rajas Fernández

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Información del libro

Comunicar la ciencia es más necesario que nunca para una sociedad que enfrenta retos cada vez más complejos y globales. En este libro, los investigadores del Observatorio de Comunicación Científica de la Universidad Rey Juan Carlos ofrecen al lector una visión práctica y aplicada sobre las estrategias, las metodologías y las técnicas necesarias para realizar una comunicación, divulgación y diseminación científica integral y eficiente tanto de los proyectos de investigación e innovación competitivos como de los centros y organismos de investigación. Un libro imprescindible para conocer las claves actuales de una comunicación científica que mejore el diálogo con la sociedad e incentive el compromiso de la ciudadanía con los alcances de la innovación y la investigación.

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Información

Año
2021
ISBN
9788418525742
PARTE 1
Cómo establecer la estrategia y planificar la comunicación
1
Conectar con los públicos de la ciencia
Miguel Baños González1
Ideas clave
Para mejorar la eficacia de tus comunicaciones científica deberías:
Establecer unos objetivos claros y precisos de lo que quieres conseguir con cada comunicación.
Diferenciar claramente tus textos académicos de los de divulgación científica.
Identificar al público al que te vas a dirigir y definir sus principales características. Conocerlos te ayudará a captar su atención.
Adaptar la forma y el contenido de tus textos a las características que has identificado en el público, porque interesarle es el primer paso para lograr una comunicación eficaz.
Aprender de las comunicaciones que realizan las marcas comerciales: llevan décadas practicando la forma de comunicarse con sus públicos y saben muy bien cómo hacerlo.
Y sea cual sea tu público, crear contenidos relevantes, comprensibles y oportunos para él.
1.1. Introducción
«Divulgar la ciencia […] no es, pues, algo innecesario, elitista, propio de sociedades intelectuales que juegan al juego de los saberes como quien se entretiene intelectualmente jugando al ajedrez. Es, simple y llanamente, una auténtica necesidad social.»
(Toharia, 2010, pág. 99)
Puig (2009) recoge una anécdota muy ilustrativa, relacionada con el tema de este capítulo, sobre Francis Crick, uno de los descubridores de la estructura del ADN y Premio Nobel. Este científico genial recibió la siguiente respuesta del responsable de una editorial a la que había presentado un manuscrito: «No hay dios que entienda esto; escuche a la gente de la calle, entérese de cómo hablan y vuelva a escribirlo». Seguramente no fue la respuesta literal que recibió, pero nos dice mucho de la forma que tenemos de trasladar la ciencia a los públicos y de por qué puede que no llegue a interesarlos.
Pol Morales, en la presentación del libro Los públicos de la ciencia, afirma que «Las encuestas de opinión suelen reflejar una predilección de los ciudadanos por los temas científicos. Los datos de audiencia, en cambio, parecen manifestar justo lo contrario». Lo que habría que preguntarse es si el problema es de la ciencia o si, como veíamos en la respuesta del editor a Francis Crick, se trata más bien de cómo comunicamos la ciencia. No parece muy arriesgado afirmar que cualquier persona, en algún momento, estará interesada por un determinado tema científico; la cuestión es si quien tiene que explicarle este tema está suficientemente interesado en que se le entienda, o, mejor aún, si será capaz de adaptarse para que se le entienda.
En este capítulo pretendemos, por una parte, analizar cuáles son los motivos por los que la ciencia tiene dificultades para interesar a los públicos y, por otra, proporcionar fórmulas para intentar cambiar esta situación. Diferentes capítulos de este libro se concentran en los contenidos que debe transmitir la ciencia para hacerse más accesible y en cuáles son las herramientas de comunicación más adecuadas para llegar a la población. Sin embargo, aquí nos vamos a centrar más en lo que los públicos demandan y en cómo ser más eficientes con nuestros mensajes, concentrando nuestros esfuerzos en sujetos verdaderamente interesantes e interesados.
Lamentablemente, lo que no podemos dar son recetas o normas que garanticen que nuestras investigaciones vayan a despertar el interés de la gente. Hay fórmulas para ayudar a conseguirlo, pero el primer paso es ser conscientes de que, si queremos cambiar la situación, quien tiene que poner los medios para lograrlo somos los investigadores, porque los públicos, nuestros públicos, difícilmente van a cambiar si no les damos un motivo.
Antes de seguir adelante hagamos un pequeño ejercicio: pensemos en la cantidad de estímulos a los que nos exponemos diariamente y, a partir de ahí, intentemos identificar cuáles son los que captan nuestra atención. Es muy sencillo (y muy complejo), pero hay determinados mensajes que tienen lo necesario para que les dediquemos nuestro tiempo y para que los elijamos frente a otros muchos estímulos de todo tipo.
1.2. La ciencia y nuestra capacidad de atención
«Nuestra capacidad de no hacer caso es tan llamativa como nuestra habilidad para ver u oír.»
(Wu, 2020, pág. 32)
Confiamos en que la introducción de este capítulo le haya interesado lo suficiente como para que esté pensando en ese «algo» que tienen los estímulos que le interesan…, o puede que no tenga claro en qué se diferencian unos estímulos de otros, simplemente que a unos les presta atención y a otros no. En realidad, lo más probable es que, como receptores, no seamos muy conscientes de qué tiene un mensaje para que nos resulte interesante, pero, seguramente, quien transmite ese mensaje sí sepa qué le interesa al público al que se dirige y, por lo tanto, ponga en práctica los recursos necesarios para captar la atención de las personas a las que se dirige. Y esto, que conocen perfectamente los expertos en marketing, nos puede servir también para comunicar los resultados de una investigación.
Primer problema: los contenidos científicos tienen que competir con miles de mensajes que intentan captar la atención de la gente. Diariamente nos exponemos a miles de estímulos de todo tipo y únicamente un pequeño porcentaje de ellos captan nuestra atención; es decir, solamente seleccionamos algunos de los elementos de nuestro entorno que consideramos relevantes. Para Londoño Ocampo (2009, pág. 92), los seres humanos nos exponemos cada día a una sobreestimulación medioambiental, lo que «trae consigo el desarrollo, o bien, el aprendizaje de mecanismos cognitivos capaces de seleccionar del medio lo realmente necesario, y no permitir saturar el sistema (el cerebro) de información». Esto es algo que hacemos de forma consciente y no consciente continuamente: tenemos que filtrar los estímulos que nos llegan porque no podemos prestar atención a todo lo que nos rodea, siendo la atención la que está más implicada en la selección de los estímulos que consideramos más relevantes.
Pero, ¿a cuántos estímulos se enfrenta cada persona? Eduard Punset (2009), uno de nuestros grandes divulgadores científicos, afirmaba en su programa «Redes 2.0» que nuestro cerebro recibe once millones de unidades de información por segundo, pero ante esta gran cantidad de datos que nos llegan continuamente, nuestro cerebro solamente puede analizar una parte limitada «hasta sus niveles cognitivos más altos para guiar el comportamiento» (Vidal et al., 2016, pág. 107). Pasando a unidades que, seguramente, nos resultarán más fácil entender, López González (2018) nos dice que cada persona tenemos entre 60.000 y 70.000 pensamientos al día; es decir, un pensamiento cada poco más de un segundo.
Cada persona tiene predilección por unos temas concretos y no hay duda de que estará...

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