El vértigo horizontal
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El vértigo horizontal

  1. 410 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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El vértigo horizontal

Descripción del libro

La estructura de este libro es un zapping de la memoria y la observación. Las secciones que dan orden a los fragmentos aluden a una manera de habitar la Ciudad de México, todas ejercidas por el autor, quien sobrevivió para contarla.

Así, " Vivir en la ciudad" describe escenas de la vida diaria, pasajes de la infancia del autor (las casas vacías de la colonia en la que creció, el último paseo con su abuela) en una ciudad de la que no queda más que la memoria personal y el cuento que con ésta se forja.

" Personajes en la ciudad" retrata de cuerpo entero al Chilango, pero también a otros habitantes del ex DF, como Paquita la del Barrio o el Rey de Coyoacán, que mueven, cada quien a su manera, multitudes.

" Lugares" como la zotehuela y su naturaleza de conversatorio, el laberíntico Ministerio Público, el peculiar comercio tepiteño. La variedad temática del libro comprende, además, el cine de luchadores, la ceremonia del grito de Dolores, los parques temáticos, los camellones anónimos, entre muchas otras variantes de la realidad chilanga.
" El vértigo horizontal" mezcla prácticamente todos los géneros escriturales en los que Villoro se ha destacado a lo largo de su obra: el artículo que detalla las paradojas de la vida diaria, la crónica histórica que propone una nueva mirada a los grandes episodios nacionales, el pasaje autobiográfico que enmarca los recuerdos en los que se funda una visión de la vida, el cuento de trama certera que nos conduce al asombro; además, en las páginas más altas encontramos esas zonas abiertas donde estas escrituras colindan y se potencian. Cartografía de una región donde el zigzag de la memoria y los rodeos que provoca el tráfico urbano dictan un ritmo cautivante.

Desde varias trincheras temáticas, El vértigo horizontal constituye una celebración, pero también una reflexión, sobre de los temas más caros de Villoro, en un libro ambicioso que aspira a la totalidad.


 

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Información

Año
2020
ISBN del libro electrónico
9786078667307
EL VÉRTIGO HORIZONTAL

ENTRADA AL LABERINTO:
EL CAOS NO SE IMPROVISA

Durante cerca de veinte años he escrito sobre la Ciudad de México, mezclando la crónica con el ensayo y el recuerdo personal. El sincretismo del paisaje –la vulcanizadora frente a la iglesia colonial, el rascacielos corporativo junto a la caseta metálica de un puesto de tacos– me llevó a adoptar un género híbrido, respuesta natural ante un entorno donde el presente se deja afectar por estímulos que vienen del mundo prehispánico, el Virreinato, la cultura moderna y la posmoderna. ¿Cuántos tiempos contiene la Ciudad de México?
El territorio es tan extenso que produce la ilusión de tener distintos husos horarios. A inicios de 2001 estuvimos a punto de que eso ocurriera. El recién nombrado presidente Vicente Fox propuso un horario de verano y el jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador, se negó a acatarlo. Como hay avenidas donde una acera está en la Ciudad de México y otra en el área conurbada, que pertenece al Estado de México, se creó la posibilidad de ganar o perder una hora al cruzar la calle. Los políticos mantuvieron con terquedad sus respectivas posturas cronológicas hasta que, por desgracia, la Suprema Corte de Justicia de la Nación consideró que era absurdo tener dos horarios y perdimos la oportunidad de caminar unos metros para pasar de la hora federal a la hora capitalina.
En este valle de pasiones, el espacio se somete a las mismas vacilaciones que el tiempo, comenzando por la nomenclatura. Durante décadas nos referimos a la “ciudad de México” para hablar de las dieciséis delegaciones que integraban el Distrito Federal y las colonias que se le habían unido desde el Estado de México. La expresión era un apodo, de modo que los académicos aconsejaban escribir ciudad con minúscula. A partir de 2016 el DF se transformó en Ciudad de México y adquirió los poderes que tienen los demás estados de la República, pero su nombre siguió siendo ambiguo, pues no abarca toda la metrópolis (como lo hacía el mote de ciudad de México), sino una parte, lo que antes era el Distrito Federal. ¡Bienvenidos al Valle de Anáhuac, la zona donde el espacio y el tiempo se confunden!
El sincretismo ha sido nuestra más socorrida fórmula para “hacer ciudad”. Esto se aplica a las construcciones, pero también a los recuerdos. Las distintas generaciones de una misma familia convierten la ciudad en un palimpsesto de la memoria, donde la abuela encuentra misterios ocultos para la nieta.
Tomemos de ejemplo la esquina de Eje Central (antes San Juan de Letrán) con Madero, en el corazón de la capital. Mi abuela paterna vivía frente a la Alameda Central y consideraba “moderno” ir al Palacio de Bellas Artes, ese extraño despliegue de mármoles que su generación asociaba con fantasías otomanas y la mía con un casino en Las Vegas. Para mi madre, la modernidad de esa zona era representada por la cafetería Lady Baltimore, de inspiración europea. Para mí, el contundente sello de los tiempos es la Torre Latinoamericana, que se alza en esa esquina y fue edificada el año de mi nacimiento, 1956. Por último, para mi hija, la marca de novedad está frente a la Torre, en la Frikiplaza, centro comercial de tres pisos consagrado al manga, el animé y otros productos de la cultura popular japonesa. En ese rincón de la ciudad coexisten las “modernidades” de cuatro generaciones de mi familia. Más que en un tiempo y un lugar determinados, vivimos en la suma y la intersección de distintos tiempos y lugares, un códice tanto físico como memorioso de los destinos cruzados.
Sin saber que comenzaba un libro, concebí el primero de estos textos en 1993, cuando viajé a Berlín para presentar la traducción al alemán de El disparo de argón. Como mi novela aspiraba a ser un mapa secreto del DF, la editora me recomendó un número de la revista Kursbuch que incluía un ensayo sobre el urbanismo soviético del filósofo ruso-alemán Boris Groys: “El metro como utopía”. Fue un descubrimiento decisivo. De manera sorprendente, el subsuelo soviético tenía un espejo en nuestro Sistema de Transporte Colectivo.
Al año siguiente pasé un semestre en la Universidad de Yale. Guiado por el texto de Groys y una antología preparada por Klaus R. Scherpe, Die Unwirklichkeit der Städte (La irrealidad de las ciudades), que encontré en el laberinto de la Biblioteca Sterling y que buscaba entender la ciudad como un discurso unitario, escribí un ensayo sobre el metro mexicano. Fue el inicio de un proyecto que a lo largo de los años y sus mudanzas crecería tanto como su tema, sin un plan que contuviera su expansión. Ante la proliferación de cuartillas, en algún momento pensé que no necesitaba un corrector de estilo sino un urbanista.
El vértigo horizontal incorpora diversos recursos testimoniales. Es el libro donde más géneros he mezclado y en cierta forma está constituido por varios libros. Su estructura obedece a un criterio de zapping. Los episodios no avanzan de manera lineal, sino conforme al zigzag de la memoria o los rodeos que provoca el tráfico urbano.
El lector puede seguirlo de principio a fin o elegir, al modo de un paseante o un viajero del metro, las rutas que más le interesen: los personajes, los lugares, los sobresaltos, las ceremonias, las travesías, las historias personales (todas lo son, pero los pasajes ordenados bajo el rubro “Vivir en la ciudad” insisten más en este aspecto).

Una ciudad de casas bajas

Michael Ondaatje se refiere en un ensayo a uno de los muchos episodios en los que Jean Valjean es perseguido en Los miserables. Victor Hugo describe con el más estricto realismo las calles de París por las que el fugitivo huye de la policía hasta que se sabe acorralado. ¿Qué hacer para salvarlo? El escritor inventa una calle para que escape por ahí.
Ignoro si Ondaatje acierta en un sentido topográfico al afirmar que el personaje huye por una vía inexistente, pero acierta en un sentido literario: la ficción abre un hueco para el héroe.
No ocurre lo mismo en este libro. Aunque en numerosos embotellamientos he querido agregarle una salida imaginaria a las copiosas calles de la ciudad, he optado por el testimonio y lo que mi memoria me presenta como verdadero.
¿Qué tan cierto es lo que cuento? Tan cierto o tan falso como la imagen que podemos tener de una ciudad que se vive de millones de modos diferentes. Sería incongruente interpretar de manera rígida una metrópolis que desafía las señas de orientación. ¿Hay un concepto que la defina?
Cuando Pierre Eugène Drieu La Rochelle llegó con sus muchos nombres a Argentina, quiso conocer la pampa. El viajero francés definió esos pastizales sin fin con insólita puntería. Dijo estar ante un “vértigo horizontal”.
Juan José Saer observa al respecto:
Hay un resabio postsimbolista en esa expresión, que a mi juicio gana mucho cuando es proferida lentamente y entrecerrando levemente los ojos, tal vez haciendo un largo ademán mesurado, ligeramente ondulatorio, con la mano derecha elevada ante sí mismo, como si el borde inferior de la palma remara en el aire, el brazo levemente estirado. El efecto causado por esa expresión será sin duda intenso, pero la expresión es falsa.
Este irónico pasaje de El río sin orillas ajusta cuentas con el extranjero que dejó la más célebre definición de la pampa. Saer descubre suficientes relieves y obstáculos en la llanura para juzgar que la frase de Drieu es “una figura poética afortunada, pero un error de percepción”.
La Ciudad de México se ha extendido en forma avasallante. En setenta años su territorio se ha vuelto setecientas veces mayor. ¿Cómo atrapar esta desmesura? Me sirvo de la expresión de Drieu La Rochelle por una causa similar a la que provoca la ironía de Saer: la frase define nuestro entorno, pero está dejando de ser cierta. Mis primeros recuerdos de la capital provienen de 1960, cuando tenía cuatro años. Durante el siguiente medio siglo, la urbe tuvo una expansión claramente horizontal, una marea de casas bajas. La Torre Latinoamericana se mantenía como la solitaria afirmación de que la verticalidad era posible, aunque poco aconsejable para un territorio sísmico, a 2 200 metros de altura, al que el agua llega por bombeo. “Crecer” significaba “extenderse”.
El novelista Carlos Gamerro argumenta a propósito de Buenos Aires: “Para una ciudad que en más de cuatrocientos años no ha conseguido sobreponerse a la opresiva horizontalidad de pampa y río, cualquier elevación considerable adquiere un carácter un poco sagrado, un punto de apoyo contra la gravedad aplastante de las dos llanuras interminables y el cielo enorme que pesa sobre ellas”.
En la Ciudad de México la dimensión simbólica de la naturaleza es la opuesta. No estamos ante un río tan ancho que parece un mar ni ante un llano infinito. Sus fundadores provenían de una gruta y se instalaron en medio de montañas.
De acuerdo con la leyenda, la tribu de Aztlán salió de Nayarit, en la costa pacífica, para dirigirse a la zona central, remontando abruptas serranías. El Valle de Anáhuac se abrió ante ellos como una insólita meseta rodeada de volcanes, donde una laguna proveía agua. El término altiplano, que usamos para nuestra peculiar geografía, se refiere, precisamente, a la horizontalidad de altura.
Si, como afirma Gamerro, los altos edificios representan en Buenos Aires un desafío a la pampa y al Río de la Plata, en México la horizontalidad ha sido entre nosotros una manera de señalar que los edificios no deben competir con las montañas.
Durante el siglo XX, los brotes de verticalidad tuvieron poca fortuna. En los años sesenta, Mario Pani, uno de los principales arquitectos del país, diseñó la Unidad Habitacional Tlatelolco. A diferencia de lo que había hecho en otros conjuntos residenciales, construyó verdaderos rascacielos. El proyecto tenía extraordinaria fuerza simbólica porque se incorporaba a la Plaza de las Tres Culturas, donde conviven los basamentos de una ciudadela prehispánica, una iglesia colonial y la torre que durante años albergó la Secretaría de Relaciones Exteriores, obra del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, especialista en edificios consagrados a diversas variantes del poder: el Estadio Azteca, el Museo Nacional de Antropología y la nueva Basílica de Guadalupe.
Tlatelolco, zona pionera en edificios altos, adquirió trágica reputación en 1968, cuando la Plaza de las Tres Culturas se convirtió en la piedra de los sacrificios donde se reprimió el movimiento estudiantil. Diecisiete años después, fue uno de los espacios más castigados por el terremoto. Lugar marcado por el drama, Tlatelolco sugería que la verticalidad acaba mal.
Otros intentos de elevación tuvieron suerte similar. En 1966 el empresario Manuel Suárez y Suárez adquirió el pacífico Parque de la Lama, en la colonia Nápoles, y planeó algo que parecía (y era) delirante: el edificio más alto de América Latina. En 1979 ese mamotreto alcanzó doscientos siete metros, pero no era sino un cascarón. Prometía un albergue que no llegó a existir, el Hotel de México. Durante años, el edificio interrumpió el paisaje como una demostración de que la inmensidad fracasa entre nosotros. En la revista Viceversa, un grupo de jóvenes escritores propuso sembrar enredaderas para convertirlo en un jardín vertical, compensando el parque perdido con el adefesio. Finalmente, en 1992, de acuerdo con las exigencias de la hora, se transformó en el World Trade Center. La historia de este inmueble revela lo di...

Índice

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Título
  4. Dedicatoria
  5. ÍNDICE
  6. PRÓLOGO. HACER QUE LA AGLOMERACIÓN PAREZCA CIUDAD, por Néstor García Canclini
  7. EL VÉRTIGO HORIZONTAL
  8. Sobre el Autor