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No podemos negar que las Escrituras hablen de los pobres, sobre todo si consideramos la cantidad de veces que esta palabra y sus sinónimos aparecen: pobre y sus derivados 144 veces; humild-, 63 veces; débil(es), 61 veces; abatid-, 31 veces; necesitado(s), 6 veces; hambr-, 132 veces; desdichad-, 20 veces; sencillo(s), 7 veces… Si tomamos como referencia el texto griego, hay que añadir que, mientras que nosotros dependemos del latín y traducimos pauper por pobre, el griego bíblico utiliza el término ptôchós, que se traduce por «pordiosero», utilizado con sentido despectivo, y que aparece unas 100 veces en el Antiguo Testamento y 34 en el Nuevo Testamento. Igualmente aparecen los términos tapeinós y penés, traducidos por «necesitados», que aparecen 50 veces 1. Desde esta realidad podemos afirmar que las Escrituras evidencian la necesidad de hacerse pobre.
Entre los numerosos textos que hablan de los pobres hacemos a continuación una selección para lograr ilustrar lo que significa la pobreza para el hombre en la historia de la salvación.
1. Antiguo Testamento
Hay que aclarar que no siempre aparece en la Biblia la pobreza en el sentido soteriológico en el que lo planteamos aquí. De hecho, en el AT, este término habla más de injusticia, de violencia, de despojo. En la tradición griega, el pueblo de Israel veía la pobreza como un vicio que debía evitarse, en contraposición a la riqueza, considerada como virtud; era fruto de la injusticia, un fallo de toda la comunidad y una desobediencia a Dios. De ahí que, por ejemplo, establecieran el año sabático para liberar a los esclavos que habían llegado a tal situación debido a sus problemas económicos y para devolverles a los pobres los frutos de las tierras que trabajaban (Ex 20,22-23,19; Dt 15,1-11; Lv 25). Evidentemente, esto no suponía que se cumplieran las normas al pie de la letra, pero sí que la existencia de estas normas ponía en la pobreza la causa del robo y la violencia.
Es verdad que pronto la pobreza adquiere en la Biblia un sentido religioso, entendiéndola como esa actitud que hace al hombre dejarse en los brazos del Padre, dependiendo totalmente de él. Son los primeros indicios de la vivencia de la pobreza espiritual que más adelante se desarrollará en el NT. Sin embargo, la historia del pueblo de Israel que narra la Biblia se ha entendido siempre como la historia de los pobres que tienen a Dios como su única esperanza, la historia de aquellos que claman a Dios y son escuchados por él, por eso los libera de la esclavitud, la injusticia y la violencia. Serán los profetas los encargados de defender la relación justicia-fe o pobreza-desobediencia a Dios, haciéndola así incompatible con la fe en Dios, y, por tanto, denunciándola (Am 3,9-10; Is 1,21; Miq 3,9-11; Is 5,8; Jr 22,13) 2.
Buscamos en el AT textos que, si no justifican, al menos indiquen la llamada de Dios a hacernos pobres. Recordemos que, ya desde el principio de la historia de la salvación, Yahvé se manifiesta al hombre esperando ser su único Dios (Dt 6,4-9), le invita a proclamarlo como único dueño del mundo y del hombre y a negar a los falsos dioses, entre ellos los del poder y las riquezas.
a) Hacerse pobre en la verdad de lo que somos
Ten una moderada estima de ti mismo,
y valórate en la justa medida
(Eclo 10,28).
Esta es una llamada a conocer la naturaleza humana, a reconocer su debilidad, su pobreza, y a vivir alerta y con la confianza puesta en Dios, el único Señor, el mejor Señor.
El hombre, llamado a hacerse pobre en su verdad, vive la realidad tal cual es, la acoge tal como es, vive la verdad del plan creador de Dios, que lo hizo todo bueno (Gn 1,4.10.12.18.21.25.31): ningún hombre o mujer ha podido cambiar eso. Es pobreza, humildad, realismo, reconocernos como somos, amar y amarnos tal como somos, tal como fuimos creados y amados por Dios, y esto en todos los niveles: económico, social, antropológico, cultural, religioso… Al hombre Dios lo «ben-dijo» –decir bien–, le dio autoridad sobre el resto de la creación y le mandó ser fecundo y llenar la tierra (Gn 1,28). Solo el hombre que reconoce su verdad, que se acepta tal como es y que asume la realidad tal cual es, puede vivir liberado de los falsos ídolos que se le proponen continuamente, de las falsas riquezas que se le ofrecen, yendo más allá de la necesidad de todo tipo de reconocimiento.
Es evidente que, al hablar de esta pobreza, tenemos que hablar de humildad. El término humilde viene de humus (el que se rebaja hasta la tierra, hasta el suelo). En este contexto hablamos de humildad como característica de las personas que no ponen su seguridad en ellas mismas, que no se afirman ante los demás, sino que reconocen la verdad de lo que son, su pobreza, su pequeñez y, a la vez, su riqueza y su grandeza, y así hacen de Dios su roca firme, su único alcázar, su baluarte donde ponerse a salvo (Sal 143). Es la humildad que el cristianismo propondrá como ideal, aquella por la que más tarde Pablo (del latín paulus: «el menor», «el pequeño», «hombre de humildad», «el pobre») hará la siguiente exhortación: «Sed, por el contrario, humildes y considerad a los demás superiores a vosotros mismos» (Flp 2,3) 3.
Son numerosas las citas bíblicas del AT en las que Dios humilla a los orgullosos (1 Sam 2,3-9; Job 20,4-7; Is 5,15) o levanta a los humildes (Job 5,11). Como pueblo, Israel aprendió la humildad a lo largo de su historia, y no fue hasta el exilio vivido en el siglo VI a. C. cuando llegó a la conclusión de que Dios está con el humillado (Is 57,15). Ya Zacarías auguraba que el Mesías sería humilde (9,9), y Sofonías que los orgullosos desaparecerían (3,11-12). Incluso en el segundo libro de las Crónicas aparece la humildad como criterio utilizado para juzgar a los reyes (32,26; 36,12). Esta es la imagen alternativa de Dios que ya el AT propone, a su manera, desde el principio: la de un Dios que interviene a favor de los pobres, que los defiende libre y gratuitamente, que humilla al soberbio y enaltece al humilde. Queda claro y evidente que pobreza y humildad son indisociables: en el día del Señor, la ira castigará a los ricos y poderosos (Sof 1,8-13) y perdonará a los humildes (Sof 2,3) 4.
Baste con recordar el Salmo 146, que presenta a Dios como único Señor y creador que interviene en la historia invitando a no confiar en los poderosos, que acaban muriendo, y felicitando al que se apoye en el Dios de Jacob, es decir, a aquel que reconozca su propia debilidad y, desde ella, sepa vivir confiado en Dios, que libera a los cautivos que se reconocen como necesitados de libertad y que abre los ojos al ciego que reconoce que necesita ver.
b) Hacerse pobre en la reconciliación
El Señor es paciente con los hombres
y derrama sobre ellos su misericordia
(Eclo 18,11).
Mucho habla el AT del perdón y la reconciliación entre los hombres (Lv 19,17ss; Prov 10,22; Eclo 28,2-6), pero reconocer la verdad de lo que somos significa también reconciliarnos con nuestra realidad, que incluye nuestro pecado. En el AT, el pecado está vinculado al rechazo de la palabra de Dios (Gn 1-11) y a la ruptura de su alianza (Ex 20,32-35). Desde el relato de Gn 2-3 podemos señalar las características del pecado que nos transmite la Biblia: el pecado pertenece al hombre, es del hombre, ni de Dios ni del diablo; es el hombre quien decide optar por rechazar el plan de Dios; además, aparece el pecado como desobediencia, que no es otra cosa que dejar de escuchar (ob-audire) y dialogar con Dios, dejar de acoger la Palabra de vida que le sostiene e impulsa para escuchar otra voz que le hace sospechar de la verdad de Dios. Al rechazar Adán y Eva el diálogo con Dios quedan solos, tratando entonces de ser ellos mismos el principio de su existencia y de todo lo que existe; aparece también el pecado como envidia, como la necesidad del hombre de querer ser como Dios, de sustituirlo; el pecado es entonces mentira, falta de transparencia que oculta que el fundamento del hombre está en Dios, para aparentar que el hombre existe por sí mismo, negando lo que debe a los demás y al Dios de la vida; como legalismo judicial, el pecado hace que el hombre quiera hacerse dueño de lo bueno y lo malo, que quiera medir y modelar lo que existe en su propio provecho, quedando así fuera de Dios y tratando de discernir y definir las cosas y personas como si dependieran de él; así, el pecado se hace también dominio violento sobre los demás, dominio que hace sustituir el señorío (positivo, como gracia) que Dios le dio al hombre sobre toda la creación por un dominio impositivo que solo quiere adueñarse por la fuerza de sí mismo y de la vida, destruyéndose en último término; así podemos deducir también que el pecado es muerte, ya que, si el hombre rechaza a Dios, que es la vida y quiere darnos vida, lo que hace es escoger la muerte, que se deriva de qued...