
- 292 páginas
- Spanish
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- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Las Parábolas de Jesús
Descripción del libro
Entre los más apreciados relatos en las Escrituras están Las Parábolas de Jesús. Tomadas de la vida real, las parábolas comunicaron en un lenguaje simple y cotidiano la verdad espiritual y el mensaje de salvación.
Las Parábolas de Jesús arroja una luz sobre las parábolas y dichos similares encontrados en los Evangelios Sinópticos. Cada relato es examinado a la luz de su contexto histórico y sus implicaciones culturales, y luego, aplicado a la vida cristiana de nuestro tiempo. Todo el texto de cada relato es seguido por el comentario y la explicación de las características únicas de cada Evangelio.
Los detalles técnicos se proporcionan en las notas finales para quienes deseen hacer un estudio más profundo. El libro también incluye una selecta bibliografía que dirige a los lectores a recursos adicionales. Accesible, informativo e inspirante en gran manera, Las Parábolas de Jesús es un excelente libro para pastores, maestros, estudiantes, y, todo aquel que se interese en la importancia de los relatos de Jesús.
"Las parábolas de Jesús han sido para muchos a través de la historia y en las diversas etapas de su vida, la puerta al conocimiento del mensaje de Cristo. La exposición que Simon J. Kistemaker hace de estos relatos, afianzan aún más el llamado de Cristo a conocer el amor y los propósitos del Padre y la verdad del reino de los cielos."
Héctor H. Gómez
Director Editorial y Ministerial de Ediciones Berea
Preguntas frecuentes
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Información
Categoría
Teología y religiónCategoría
ReligiónCapítulo 1
La Sal
“Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve insípida, ¿cómo recobrará su sabor? Ya no sirve para nada, sino para que la gente la deseche y la pisotee.”
Mateo 5:13
“La sal es buena, pero si deja de ser salada, ¿cómo le pueden volver a dar sabor? Que no falte la sal entre ustedes, para que puedan vivir en paz unos con otros.”
Marcos 9:50
“La sal es buena, pero si se vuelve insípida, ¿cómo recuperará el sabor? No sirve ni para la tierra ni para el abono; hay que tirarla fuera. El que tenga oídos para oír, que oiga.”
Lucas 14:34-35
La sal ha sido usada a través de la historia para preservar y darle sabor a la comida. Es una de las necesidades básicas de la vida. Su uso es universal y su suministro aparentemente inagotable. Pero además de las cualidades benéficas, la sal también tiene poderes destructivos, como poder convertir un suelo fértil en tierra estéril.1 El área alrededor del Mar Muerto es un ejemplo de esto.
En los tiempos modernos encontramos impensable que la sal pueda perder su sabor. El Cloruro de Sodio (el nombre químico para la sal de mesa común) es un compuesto estable y libre de cualquier impureza. Sin embargo, en el antiguo Israel, la sal se obtenía mediante la evaporación del agua del Mar Muerto. Esa agua contiene otras varias sustancias además de la sal. La evaporación produce cristales de sal y también cloruro de potasio y de magnesio. Como los cristales de sal son los primeros en formarse durante el proceso de evaporación, pueden recolectarse y así proveerse de sal relativamente pura. Sin embargo, si la sal evaporada no es separada y con el tiempo los cristales de sal atraen la humedad, se disuelven y son filtrados, el residuo pierde su salinidad y se vuelve inútil.2
¿Qué podemos hacer con la sal sin sabor? ¡Nada! Un agricultor no quiere estos químicos en su tierra porque en su estado crudo, dañan las plantas. Tirar el residuo en una pila de estiércol tampoco ayuda, pues de vez en cuando el estiércol es guardado y esparcido sobre la tierra como fertilizante. Lo único que puede hacerse con la sal sin sabor es tirarla fuera, donde la gente puede pisotearla.3 Si la sal pierde su propiedad básica de estar salada,4 no puede recobrar su sabor de nuevo.
En el Sermón del Monte, Jesús se dirige a las multitudes junto con sus discípulos y les dice: “Ustedes son la sal de la tierra.” Como la sal tiene la característica de detener el deterioro, los cristianos deberían ser una influencia moral en la sociedad en la que viven. Por sus palabras y hechos, ellos deberían detener la corrupción espiritual y moral. Y así como la sal es invisible (por ejemplo, en el pan) siendo un potente agente, los cristianos no siempre son visibles pero individual y colectivamente permean la sociedad y constituyen una fuerza de contención en un mundo depravado y perverso.
Jesús dijo: “Que no falte la sal entre ustedes, para que puedan vivir en paz unos con otros” (Marcos 9:50). Él exhorta a sus seguidores a usar sus recursos espirituales para promover la paz,5 primero en casa y luego fuera. Pues si los cristianos no son capaces de vivir en paz entre ellos mismos, ellos han perdido su efectividad en el mundo. Puede que muchas personas no hayan leído la Biblia, pero ellos constantemente observan a los que sí lo hacen. Al comienzo de la iglesia, el elocuente Crisóstomo dijo una vez que si los cristianos vivían como se esperaba de ellos, la incredulidad desaparecería.
Capítulo 2
Los Dos Constructores
“Por tanto, todo el que me oye estas palabras y las pone en práctica es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca. Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa; con todo, la casa no se derrumbó porque estaba cimentada sobre la roca. Pero todo el que me oye estas palabras y no las pone en práctica es como un hombre insensato que construyó su casa sobre la arena. Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa, y ésta se derrumbó, y grande fue su ruina.”
Mateo 7:24-27
“¿Por qué me llaman ustedes “Señor, Señor”, y no hacen lo que les digo? Voy a decirles a quién se parece todo el que viene a mí, y oye mis palabras y las pone en práctica: Se parece a un hombre que, al construir una casa, cavó bien hondo y puso el cimiento sobre la roca. De manera que cuando vino una inundación, el torrente azotó aquella casa, pero no pudo ni siquiera hacerla tambalear porque estaba bien construida. Pero el que oye mis palabras y no las pone en práctica se parece a un hombre que construyó una casa sobre tierra y sin cimientos. Tan pronto como la azotó el torrente, la casa se derrumbó, y el desastre fue terrible.”
Lucas 6:47-49
Jesús observaba con frecuencia el repentino chaparrón de un aguacero que causaba que los lechos de arroyos secos se volvieran violentas corrientes. Semejantes escenas son comunes en Israel, donde el clima puede cambiar rápidamente y a veces alterar drásticamente el paisaje.
Las casas rurales en tiempos de Jesús eran generalmente construcciones de barro endurecido. Los ladrones podían romper las paredes de esas casas (Mateo 6:19). Incluso, una vez cuatro hombres rompieron el techo de la casa donde Jesús estaba enseñando, para bajar a su amigo paralítico (Marcos 2:3-4). Para los constructores era buen negocio construir lejos de posibles corrientes de agua, aun cuando estos barrancos pudieran permanecer secos por muchos años seguidos.1
El constructor prudente selecciona un lugar sobre una roca, así no se preocupará por la lluvia torrencial o la repentina creciente de una corriente de agua que pudiera arrastrar lejos una casa o por los fuertes vientos que la pudieran golpear. Una casa construida sobre la roca tiene un cimiento que resiste.
Un constructor necio construye su casa como si estuviera levantando una tienda de campaña. No se le ocurre que una casa debería ser construida como una estructura permanente y por eso, la construye sobre la arena, tal vez debido al fácil acceso al agua en un arroyo cercano. Mientras el clima esté estable y el cielo permanezca azul, los ocupantes de la casa no tienen nada que temer. Sin embargo, cuando con poca advertencia el clima cambie, las nubles se junten, las lluvias desciendan, los riachuelos crezcan y los vientos soplen, esa casa se vendrá abajo con gran estrépito.
Los evangelistas Mateo y Lucas narran la parábola en forma diferente. Hasta cierto grado, las variaciones pueden ser explicadas con referencia a las audiencias a las que ellos se dirigían. Mateo escribía para un lector judío que vivía en Israel, mientras que Lucas llevó el Evangelio a los griegos que residían en Asia Menor y otras partes del mundo mediterráneo. Para un judío conocedor de las técnicas de construcción prevalentes en el antiguo Israel, la parábola de los dos constructores escrita por Mateo se explicaba a sí misma. Sin embargo, Lucas no escribió para quienes vivían en Galilea o Judá. Él se dirigía a los griegos. De esta manera, Lucas sustituyó los procedimientos de construcción que diferían de los de Israel.2 Lucas escribe que el constructor cava profundo y pone el cimiento de la casa sobre la roca. Además de la diferencia en la construcción de una vivienda, Lucas debía tomar en consideración los cambios geográficos y climatológicos. Mientras que Mateo escribe acerca de la lluvia que cae, los ríos que crecen y los vientos que soplan, Lucas se refiere a la inundación que venía y a los torrentes que azotaban. Mateo habla de construir sobre la arena, pero Lucas de construir sobre la tierra. Estas diferencias, en detalle, no alteran el significado de la parábola. El constructor es previsivo al construir una casa sobre un cimiento permanente.
Una persona que oye las palabras de Jesús y las pone en práctica es como el constructor prudente. Es una insensatez escuchar las palabras de Jesús y no obedecerlas. Esa persona puede ser comparada a un constructor que edifica su casa sobre la arena o la tierra y sin cimientos.
Esta parábola recoge las palabras del profeta Ezequiel. Él describe la construcción de una pared endeble que enfrenta lluvias torrenciales, abundante granizo y vientos huracanados. Como resultado, la pared colapsa (Ezequiel 13:10-16).
En la conclusión del Sermón del Monte (Mateo 5-7) o el Sermón en el Llano (Lucas 6), Jesús quería que su audiencia no fuera sólo de oyentes sino también de hacedores de la palabra que Él les había hablado. No es suficiente sólo con escuchar las palabras de Jesús. El creyente debe llevar la Palabra de Jesús y edificar su casa de fe sobre ella. Jesús es el cimiento sobre el que el hombre sabio construye. En palabras de Pablo, “según la gracia que Dios me ha dado, yo, como maestro constructor, eché los cimientos, y otro construye sobre ellos. Pero cada uno tenga cuidado de cómo construye, porque nadie puede poner un fundamento diferente del que ya está puesto, que es Jesucristo” (1 Corintios 3:10-11).
Quien es sabio, escucha seriamente y dirige su vida de acuerdo a las palabras de Jesús. El que escucha pero no pone sus palabras en práctica, se dirige a la ruina total. Así es el que escucha pero no ha tomado tiempo para cavar y poner un cimiento. Su casa está lista en muy poco tiempo y es temporalmente adecuada para sus necesidades, pero cuando la adversidad golpea en los torbellinos de la vida, la casa que no tiene a Jesús como su cimiento colapsa y es completamente destruida.
Esta parábola llama indirectamente la atención hacia el juicio de Dio...
Índice
- Capítulo 1
- Capítulo 2
- CAPÍTULO 3
- CAPÍTULO 4
- CAPÍTULO 5
- CAPÍTULO 6
- CAPÍTULO 7
- CAPÍTULO 8
- CAPÍTULO 9
- CAPÍTULO 10
- CAPÍTULO 11
- CAPÍTULO 12
- CAPÍTULO 13
- CAPÍTULO 14
- CAPÍTULO 15
- CAPÍTULO 16
- CAPÍTULO 17
- CAPÍTULO 18
- CAPÍTULO 19
- CAPÍTULO 20
- CAPÍTULO 21
- CAPÍTULO 22
- CAPÍTULO 23
- CAPÍTULO 24
- CAPÍTULO 25
- CAPÍTULO 26
- Capítulo 27
- Capítulo 28
- CAPÍTULO 29
- CAPÍTULO 30
- CAPÍTULO 31
- CAPÍTULO 32
- CAPÍTULO 33
- CAPÍTULO 34
- CAPÍTULO 35
- CAPÍTULO 36
- CAPÍTULO 37
- CAPÍTULO 38
- CAPÍTULO 39