
- 120 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Descripción del libro
La Biblia dice que Dios se opone al soberbio, pero da gracia al humilde. En un mundo que admira el poder y la ostentación, el pastor Gerson Morey invita al lector a entender que la humildad es una mejor manera de vida. The Bible says that God is opposed to the proud, but gives grace to the humble. In a world that admires power and ostentation, pastor Gerson Morey invites the reader to understand that humility is a better way of life.
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Información
Editorial
B&H EspañolAño
2021ISBN de la versión impresa
9781087751498ISBN del libro electrónico
9781087751948CAPÍTULO 1
¿Por qué es malo el orgullo?
En un libro que pretende explicar la naturaleza, el llamado, los beneficios y la belleza de la humildad, creo necesario hablar primeramente del vicio contrario. La contraparte de la humildad es el orgullo y debemos entender por qué este último es tan nocivo y un mal que debe ser resistido.
Mi deseo es mostrar que esto de odiar, rechazar o morir al orgullo no son opciones que tenemos, sino un deber cristiano. Resistir la arrogancia del corazón, no es un lujo para el pueblo de Dios, sino una necesidad imperiosa.
El orgullo es el ejército a vencer, es la enfermedad que debe ser curada, la mentira que debe ser expuesta, el grito que debemos silenciar y el enemigo que debemos seguir sometiendo hasta el final de nuestros días. No puede ser de otra manera.
¿Por qué es malo el orgullo?
Una respuesta bíblica y sencilla a esta interrogante sería decir que el orgullo es malo porque, como diría C.S. Lewis, «viene directamente del infierno».1 Satanás es padre, fuente y medida del orgullo. Y dos pasajes apoyan esta verdad y nos ayudan a tener una idea más clara al respecto.
Cuando la mujer dijo a Satanás que no podían comer del fruto del árbol porque Dios les advirtió: «ciertamente morirás» (Gén. 2:17), la serpiente respondió «no van a morir» (Gén. 3:4). Este es el primer registro que tenemos de las palabras de Satanás, y lo que vemos aquí es un cuestionamiento a las palabras de Dios, una resistencia a Su autoridad y un desafío a Su persona.
Pero otro relato también instructivo es el que tenemos en Mateo 4 cuando se nos narra la tentación de Jesús. En esa ocasión, la tercera y última tentación del diablo fue así: «Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares» (Mat. 4:8-9). Aquí vemos a Satanás procurando recibir la adoración que está reservada solo para Dios. Es decir, se estaba colocando en la posición de Dios y asumiendo el derecho de recibir alabanza.
Estos dos pasajes nos dan una descripción del diablo y de la natural disposición que lo caracteriza: el orgullo. Esa actitud de insubordinación, de rebelión a la autoridad divina y deseo de usurpar lo que le pertenece a Dios, es lo que constituye el orgullo y todos los pecados. Satanás no solo es la encarnación, sino también la raíz y causa del orgullo, porque él personifica esa actitud anti-Dios, que define a los hombres y a sus actos.
Por esta razón el orgullo es malo.
Ahora bien, después de establecer que el diablo es la fuente del orgullo, creo que podemos abundar en otras cuestiones para responder de forma más integral esta pregunta.
Podemos señalar tres verdades que abarcan todos los aspectos de nuestra existencia. El orgullo toca cada parte de nuestra vida como individuos y podemos señalar tres razones para explicar por qué esto es algo malo y aborrecible: (1) el orgullo es malo en cuanto a nuestra relación con Dios, (2) es destructivo en lo que respecta a nuestras relaciones interpersonales y (3) es dañino para nosotros individualmente. Analicemos una por una.
1. El orgullo no procura la misericordia de Dios
El llamamiento del evangelio incluye un mandato al arrepentimiento y a la fe. Cuando Jesús comenzó Su ministerio, el evangelista describe el contenido de Su predicación de esta manera: «… El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio» (Mar. 1:15). El mismo Pablo, para describir el contenido de su enseñanza y mensaje mientras predicó en Éfeso, dijo que estuvo «testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo» (Hech. 20:21).
Todos los hombres, sin excepción, son llamados a la fe y al arrepentimiento para que sean perdonados y salvados por Dios. Ambos son realidades de una experiencia que la Biblia describe como la conversión. Ambas cosas constituyen la respuesta apropiada a la oferta del evangelio. Los hombres deben arrepentirse de sus pecados y confiar en Cristo para la salvación de sus almas.
El arrepentimiento es reconocer que hemos hecho mal y que estamos en problemas. Arrepentirse es darle la espalda a nuestro pecado y de esa forma reconocemos que hemos vivido de la manera equivocada. Arrepentirse supone aceptar que estamos mal y supone humillarse. Por eso el mismo Señor, cuando dirigía Su reprensión hacia los escribas y fariseos, que llenos de arrogancia pretendían presentarse como justos y perfectos, les dijo: «Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido» (Mat. 23:12). Es por eso que la altivez es la disposición contraria a la que se requiere para acercarse a Dios. El orgullo es la actitud que no toma en cuenta lo que somos y lo que Dios es, y así se convierte en impedimento para acercarnos a Él. La soberbia es la respuesta contraria a la misericordia divina que se extiende a pecadores que nos hemos hecho indignos por nuestro pecado.
Pero del otro lado, la fe es el llamado a poner nuestra confianza en Cristo y en lo que Él ha hecho para nuestra redención. La fe no se apoya en las buenas obras, sino en la obra consumada de nuestro Señor, sin pretensiones de mérito. La fe es la dependencia única en Cristo para la salvación del alma, sin tomar en cuenta las obras que hacemos. Por eso la fe es un reconocimiento tácito de nuestra maldad, incapacidad y debilidad como pecadores. Confiar solo en Cristo para el perdón de nuestros pecados es la aceptación de que somos impotentes para salvarnos. Fe es reconocer nuestra absoluta necesidad de un mediador y eso supone humillarse. Aceptar nuestra condición.
Por eso el salmista decía: «Porque el Señor es excelso, y atiende al humilde, mas al altivo conoce de lejos» (Sal. 138:6). Dios no quiere saber del corazón orgulloso y prefiere tenerlo alejado. La soberbia no está dispuesta a reconocer que se ha equivocado y que tiene necesidad de un salvador. El Señor atiende al pecador humilde, quien acepta su condición y corre a buscar de Dios y abre las manos para recibir lo que sabe que no merece.
2. El orgullo destruye relaciones
Las relaciones son fuente de gozo y dicha de los individuos, pero también, de las más grandes tristezas y decepciones. Pecamos constantemente y muchas veces nuestro pecado afecta directamente a los que más amamos. Ofendemos, abandonamos, traicionamos, fallamos, no honramos nuestros compromisos, criticamos, despreciamos, envidiamos, nos mostramos insatisfechos y no soportamos las fallas de los demás, etc. Las relaciones humanas, desde sus inicios, han estado manchadas de pleitos, guerras, divisiones, muerte, y han sido fuentes de mucho dolor, amarguras y tristezas.
Es significativo, que una de las primeras expresiones de los efectos de la caída en el mundo tiene que ver con una relación quebrantada y seguida por el dolor de una familia a causa del pecado (Gén. 4). Caín mata a su hermano, consumido por envidia, pues no soportaba su devoción a Dios. No toleraba verse inferior ante Abel.
Por eso, es necesario e imprescindible que, ante la realidad de las ofensas, los maltratos y abusos, los seres humanos sepamos pedir perdón y también perdonar cuando sea necesario. Y aquí es cuando el orgullo levanta su cabeza para decir presente con sus discordias, resistencia al perdón y sus enemistades.
El orgullo es el enemigo y el obstáculo de las buenas relaciones. «Es el orgullo el mayor causante de la desgracia de todos los países y en todas las familias desde el principio del mundo».2
Una relación no crecerá más allá de la capacidad para perdonar que tienen sus miembros. Matrimonios se han quebrantado, incluyendo a los que no han optado por el divorcio; familias se ha fragmentado, amistades se han terminado, iglesias se han dividido, sociedades se han desintegrado y gobiernos han caído por el orgullo. Por eso la humildad es requisito indispensable para la reconciliación y la restauración de relaciones interpersonales. La humildad es un ingrediente necesario para que las relaciones se nutran y crezcan. La humildad hace posible que la hermandad, las amistades, los matrimonios y las familias permanezcan unidas y florezcan.
3. El orgullo es raíz de otros pecados.
En mi propia vida he podido comprobar que muchos de mis pecados, vicios, luchas e inseguridades están arraigados en el orgullo de mi corazón. Es decir, la arrogancia da a luz a diferentes formas de pecado. El orgullo es como la raíz que produce varias formas de impiedad. El corazón altivo es un terreno fértil para muchos otros vicios.
Si prestamos atención, podemos descubrir que varios de nuestros pecados, es decir de nuestras inclinaciones, actitudes y motivaciones pecaminosas nacen del orgullo. El corazón orgulloso del ser humano también es una pequeña fábrica de pecados. El sentido de superioridad, la falta de perdón, la resistencia a pedir perdón, el egoísmo, la envidia, etc., son vicios que muchas veces están arraigados en la arrogancia y la altivez.
Juan Calvino decía que «el orgullo que está arraigado en nosotros nos conduce a considerarnos justos y honestos, sabios y santos, hasta que hayamos sido convencidos por los irrefutables argumentos de nuestra injusticia, de nuestras faltas, de nuestra necedad y de nuestra impureza».3
Cuando el orgullo nos ciega, y comenzamos a vernos como superiores a los demás, entonces algunas actitudes pecaminosas comienzan a aparecer: la comparación, la envidia, la crítica y la murmuración, son solo algunos ejemplos. Cuando tenemos una alta y desmedida opinión de nosotros mismos, entonces nuestra mirada siempre estará pendiente del éxito o del fracaso de los demás. El orgullo hace que tengamos una excesiva estimación de nosotros mismos. Además, el orgullo quiere presentarse con una imagen intachable y perfecta, pero cuando las personas comienzan a progresar y se hace evidente su superioridad, entonces la envidia crece. El autor bíblico dice: «… la envidia es carcoma de los huesos» (Prov. 14:30).
Por otro lado, esa sensación de lamento y amargura que experimentamos cuando no tenemos o deseamos tener lo que otra persona ya tiene, nace del orgullo. La codicia muchas veces está emparentada con la arrogancia de sentirnos o vernos superiores a nuestro prójimo.
El orgullo no tolera el éxito ajeno a costa nuestra. Entonces, cuando no podemos hacer mucho ni evitar que los demás sigan avanzando, ahí apelamos al recurso de la crítica, el chisme y la murmuración. Esto último para descalificarlos y así no ser opacados por ellos. Tratamos de señalar sus errores, para que de algún modo las personas no se vean mejores que nosotros. Pero no solo eso, sino que esa sensación de insatisfacción o de injusticia nos conduce a la queja y a la ingratitud y, en el peor de los casos, a la ira y el resentimiento. Podemos seguir con muchos otros vicios que tienen raíz en el orgullo, pues la jactancia, la vanagloria y la envidia también provienen de él. Nuestra resistencia a pedir perdón y a perdonar, también están emparentadas con el orgullo de nuestro corazón. El orgullo crece, cual frondoso árbol, llevando frutos de muerte y destrucción.
Conclusión
Para resumir, el orgullo es un terrible mal que debe ser señalado y resistido. Una pasión que debe ser derrotada. La importancia de la humildad cristiana emerge y se aprecia al contemplar lo destructivo y vil del orgullo. Es por e...
Índice
- Prefacio a la serie
- Introducción
- Capítulo 1. ¿Por qué es malo el orgullo?
- Capítulo 2. El fundamento de la humildad
- Capítulo 3. Motivación de la humildad
- Capítulo 4. El estándar de la humildad
- Capítulo 5. ¿Qué es la humildad? Una definicion
- Capítulo 6. Ejemplos de humildad: David, Pablo y Juan el Bautista
- Capítulo 7. La recompensa de la humildad
- Capítulo 8. Felices los humildes
- Capítulo 9. Cómo Dios nos hace crecer en la humildad