
- 310 páginas
- Spanish
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eBook - ePub
Descripción del libro
Timothy Keller, pastor fundador de la Iglesia Presbiteriana Redeemer en la Ciudad de Nueva York, aborda las frecuentes dudas que escépticos e incrédulos plantean al mundo de la fe. Mediante literatura, filosofía, antropología, cultura popular y razonamiento intelectual, Keller explica cómo la creencia en un Dios cristiano es, de hecho, una creencia racional y sana. A los creyentes auténticos el autor les ofrece una sólida plataforma sobre la cual resistir el contragolpe que la era del escepticismo ha engendrado contra la fe. Y a los escépticos, ateos y agnósticos les presenta un desafiante argumento para determinar si es razonable creer en Dios.
La revista Newsweek ha dicho "es un asombroso best seller en la lista del New York Times, escrito por 'el C.S. Lewis del siglo XXI'".
La revista Christian Today lo describe como “un best seller en la lista del New York Times, que es creíble y cuyo autor es un pionero de la nueva iglesia cristiana urbana”.
Timothy Keller, the founding pastor of Redeemer Presbyterian Church in New York City, addresses the frequent doubts that skeptics and non-believers bring to religion. Using literature, philosophy, anthropology, pop culture, and intellectual reasoning, Keller explains how the belief in a Christian God is, in fact, a sound and rational one. To true believers he offers a solid platform on which to stand against the backlash toward religion spawned by the Age of Skepticism. And to skeptics, atheists, and agnostics he provides a challenging argument for pursuing the reason for God.
The remarkable New York Times bestseller by the "C.S. Lewis for the 21st century" (Newsweek).
A New York Times bestseller people can believe in-by a "pioneer of the new urban Christians" (Christian Today magazine).
La revista Newsweek ha dicho "es un asombroso best seller en la lista del New York Times, escrito por 'el C.S. Lewis del siglo XXI'".
La revista Christian Today lo describe como “un best seller en la lista del New York Times, que es creíble y cuyo autor es un pionero de la nueva iglesia cristiana urbana”.
Timothy Keller, the founding pastor of Redeemer Presbyterian Church in New York City, addresses the frequent doubts that skeptics and non-believers bring to religion. Using literature, philosophy, anthropology, pop culture, and intellectual reasoning, Keller explains how the belief in a Christian God is, in fact, a sound and rational one. To true believers he offers a solid platform on which to stand against the backlash toward religion spawned by the Age of Skepticism. And to skeptics, atheists, and agnostics he provides a challenging argument for pursuing the reason for God.
The remarkable New York Times bestseller by the "C.S. Lewis for the 21st century" (Newsweek).
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Información
PARTE 1
EL SALTO DE LA DUDA
CAPÍTULO 1
No puede haber una sola religión verdadera
—¿Cómo va a ser posible que exista tan solo una única religión verdadera? —cuestionaba Blair, una joven de 24 años residente en Manhattan—. Es pura arrogancia afirmar que la religión que uno practica es superior a las demás y tratar por ello de convertir a todo el mundo a esa fe. Es evidente que todas las religiones tienen algo de bueno y que son válidas para cubrir las necesidades de sus seguidores.
—El exclusivismo religioso no solo es limitado en su enfoque, sino que es además peligroso —añadió Geoff, un joven de veintitantos años oriundo de Inglaterra, residente ahora en Nueva York—. La religión ha sido motivo de luchas, divisiones y conflictos sin fin. Puede incluso que sea la mayor fuerza en oposición a la paz en el mundo. Si los cristianos siguen insistiendo en que poseen «la verdad» (y otras religiones hacen también lo mismo) el mundo no va a estar nunca en paz.1
D urante las casi dos décadas en Nueva York, he tenido múltiples oportunidades de hacer las preguntas «¿Qué es lo que te causa mayor problema en el cristianismo? ¿Qué es lo que más trabajo te cuesta entender o aceptar de sus postulados o su puesta en práctica?». Una de las respuestas más frecuentes era sencillamente «Su exclusividad».
En cierta ocasión se me ofreció la oportunidad de ser el representante cristiano en un panel de debate en un centro de estudios, en el que estaban también presentes un rabino judío y un imán musulmán. La cuestión que se nos planteó era las diferencias entre esas religiones. El diálogo tuvo en todo momento un tono respetuoso, con aportaciones bien expuestas y meditadas. Cada uno de los ponentes admitió que había diferencias significativas e incluso irreconciliables entre las principales religiones del mundo. Un claro ejemplo de ello era la persona de Jesús. Todos estuvimos, además, de acuerdo con la siguiente afirmación: «Si Jesús era realmente Dios hecho hombre, tal como se afirma en el cristianismo, entonces tanto los judíos como los musulmanes han errado en su forma de rendir culto a Dios tal como Él realmente es; pero si resulta ser que tanto judíos como musulmanes tienen razón al sostener que Jesús no fue más que un maestro o un profeta, entonces son los cristianos los que no están rindiendo culto a Dios tal como Él en realidad es». En definitiva, lo cierto es que no hay manera de que todos tengamos razón del mismo modo acerca de la naturaleza de Dios.
Esta es una cuestión que preocupaba a varios estudiantes. Uno de ellos en concreto insistía en que lo realmente importante es creer en Dios y ser una buena persona. El empeñarse en que determinada fe ha captado mejor la verdadera esencia de la verdad es algo intolerable. Otro estudiante nos miró y comentó en su frustración: «La paz va a ser algo imposible mientras los respectivos líderes religiosos sigan reclamando la exclusividad para sus enseñanzas».
Hay amplios sectores en la sociedad que están convencidos de que una de las principales barreras que impiden la paz es la religión, en especial las religiones mayoritarias con su pretendida superioridad. Puede entonces que sorprenda a más de uno que, aun a pesar de ser yo un ministro de culto cristiano, estoy totalmente de acuerdo con esa opinión. La religión, hablando en términos generales, tiende a crear una pendiente resbaladiza en los corazones de la gente. Todas las religiones aseguran a sus adeptos poseer «la verdad» y fomentan, de forma natural, un sentimiento de superioridad respecto a las personas que sostienen otras creencias. Además, las religiones aseguran a sus seguidores que están a salvo y en relación con Dios si practican con devoción esa verdad, lo cual no hace sino fomentar el distanciamiento de aquellos que no son ni tan devotos ni tan puros en su vida. Nada más fácil, pues, para un grupo religioso que caer en la crítica estereotipada de los que no son igual que ellos. Una vez creada esa situación, nada más fácil que caer en una espiral de marginalización de los demás o incluso en opresión y abuso activo hasta llegar a la violencia.
Ahora bien, tras admitir que la religión altera la paz en la Tierra, ¿qué es lo que se puede hacer? Hay en la actualidad tres enfoques y maneras distintas que los líderes civiles y culturales de todo el mundo están poniendo en práctica para solucionar el problema de las divisiones por motivos religiosos. Así, se pide que se prohíba la religión, se condena toda religión y sus prácticas; o se pide que, como mínimo, sea algo confinado al ámbito de lo privado.2 Son muchas las personas que han puesto grandes esperanzas en ello. Lamentablemente, estoy convencido de que ninguna de esas pretendidas soluciones va a dar resultado en la práctica. De hecho, me temo que servirán tan solo para agravar aún más la situación.
1. Prohibir la religión
Una manera de solucionar la cuestión de los separatismos por causa de la religión ha sido la de controlar o incluso prohibir, con mano férrea, tanto creencias como prácticas. El siglo xx fue testigo de la aplicación de esa drástica solución de forma generalizada. La Rusia soviética, la China comunista, los jemeres rojos de Camboya y (de forma un tanto distinta) la Alemania nazi ejercieron por igual un estricto control de las prácticas religiosas en un intento por frenar las divisiones sociales y la erosión del poder estatal. El resultado fue, sin embargo, muy distinto. Lejos de hacerse realidad una mayor paz y armonía, aumentó la opresión hasta cotas inimaginables. Lo irónico de tan trágico caso lo pone de manifiesto Alister McGrath en su historia del ateísmo:
El siglo xx fue testigo de la aparición de una de las mayores y más dramáticas paradojas en la historia de la humanidad: la mayor ola de intolerancia y de violencia se dio en el seno de aquellos que creían que la religión era la culpable de toda violencia e intolerancia.3
En paralelo con esos esfuerzos empezó a creerse, a finales del siglo xix y principios del xx, que la religión iría paulatinamente debilitándose hasta desaparecer incluso por completo, según fuera avanzando la tecnología. Visto desde esa perspectiva, la religión desempeñaba una función circunstancial en el desarrollo y progreso de la raza humana. Hubo un tiempo en el que la gente necesitaba la religión para enfrentarse a un mundo terrorífico e incomprensible. Pero, según fuimos realizando progresos científicos, y comprendiendo y controlando por ello mejor nuestro entorno, nuestra necesidad de la religión fue decreciendo. O al menos eso era lo que se creía.4
A pesar de ello, el resultado esperado no se produjo y ese pronóstico de «secularización» está ampliamente desacreditado.5 La mayoría de las principales religiones están experimentando un notable aumento en el número de sus seguidores. El crecimiento del cristianismo (sobre todo en los países en vías de desarrollo) es espectacular. Hay en la actualidad el séxtuple de anglicanos en Nigeria que en toda Norteamérica. Hay más presbiterianos en Ghana que en EE.UU. y Escocia de forma conjunta. Corea del Sur ha aumentado de un 1 a un 40% el número de cristianos censados en el transcurso de un siglo, y los expertos pronostican que lo mismo va a ocurrir en China. Si se llegara a contabilizar el número de creyentes chinos en 500 millones en los próximos 50 años, el curso de la historia experimentaría un cambio drástico.6 En la mayoría de los casos, el cristianismo en auge no es el secularizado y aligerado de creencias pronosticado por los sociólogos. Se trata, por el contrario, de una fe robusta de índole sobrenatural, que cree en los milagros, en la autoridad de la Escritura y en una conversión personal.
A la vista de la vitalidad de la fe religiosa en el mundo, los esfuerzos por suprimirla o controlarla han servido antes para hacerla más fuerte en vez de hacerla desaparecer. Cuando los comunistas expulsaron de China a los misioneros occidentales al finalizar la II Guerra Mundial, creyeron estar erradicando el cristianismo de forma definitiva. Pero esa medida sirvió, en realidad, para hacer más autóctono el liderazgo de la iglesia china y, en consecuencia, fortalecerlo.
La religión no es cosa temporal que nos ayudó a adaptarnos al entorno, sino que es efectivamente algo permanente y esencial en el ser humano. Esa es una verdad difícil de asimilar para las mentalidades secularizadas no religiosas. Todo el mundo quiere pensar que está dentro de la corriente principal y que, por lo tanto, no son extremistas. Pero las creencias religiosas dominan el mundo. No hay razón alguna para pensar que eso vaya a cambiar.
2. Condenar la religión
La religión no va a desaparecer y su influencia no va a disminuir por intervención estatal. A la vista de ello, se objeta: ¿Es que no va a ser posible, enseñando y argumentando, encontrar formas válidas que desaconsejen la adhesión a religiones que proclamen ser poseedoras de «la verdad» y que traten además de persuadir a terceros para que crean lo mismo? ¿No vamos entonces a poder encontrar formas válidas para instar a nuestros conciudadanos (sea cual fuera la creencia que profesen) a que admitan que toda forma posible de fe o de religión no es más que una forma más entre muchas igualmente válidas para llegar a Dios y que está entre las formas aceptables de tomar posición en el mundo?
Esta manera de enfocar la cuestión crea un entorno en el que se considera retrógrado y hasta escandaloso proclamar verdades religiosas de carácter excluyente, y ello aun en el terreno de conversaciones privadas. Lo logra en base a axiomas que, de repetirse de forma continuada, adquieren el carácter de sentido común. Así, aquellos que se atreven a desmarcarse de la norma son estigmatizados como banales y hasta nocivos. A diferencia del punto anterior, esta forma de descalificar el hecho religioso en su vertiente divisoria sí está teniendo cierta repercusión. En última instancia, sin embargo, no va a poder alzarse con el éxito por contener en su esencia una incoherencia de carácter fatal, y hasta un grado de hipocresía, que acabará suponiendo el colapso definitivo de semejante forma de pensar. Lo que sigue a continuación es el análisis de varios de esos axiomas y los problemas que cada uno de ellos conlleva.
«Todas las religiones mayoritarias son igual de válidas y enseñan básicamente lo mismo».
Esta afirmación está tan a la orden del día que, no hace mucho, un periodista argumentaba que todo aquel que sostuviera que «hay religiones de clase inferior» no era sino un extremista de derechas.7 Pero ¿es que va a ser entonces cierto que las sectas que ejercen coerción sobre sus seguidores o aquellas otras que exigen sacrificios infantiles no son realmente inferiores a otras formas de fe? Sin duda, la gran mayoría de la gente convendría en que no son lo mismo en absoluto.
La mayoría de las personas que sostienen la igualdad en las religiones están pensando, en realidad, en las religiones con mayor número de seguidores en el mundo, y no en las sectas marginales. Esa era la principal objeción que me planteó un estudiante, en concreto, con ocasión de la mesa redonda mencionada anteriormente. Ese estudiante sostenía que las diferencias doctrinales entre el judaísmo, el islamismo, el cristianismo, el budismo y el hinduismo eran superficiales e insignificantes a la vista de que todas ellas creían en el mismo Dios. Pero cuando le pregunté qué Dios era ese, su respuesta fue «un Espíritu de amor presente en el universo». El problema con esa postura está en su incoherencia de fondo. Se insiste en que lo doctrinal no es importante, pero se dan en cambio como válidas creencias doctrinales acerca de la naturaleza de Dios que chocan con lo que sostiene cada una de esas religiones mayoritarias. El budismo no cree en absoluto en la existencia de un Dios personal. El judaísmo, el cristianismo y el islamismo creen, en cambio, en un Dios que hace a la persona responsable de lo que cree y de lo que practica, con unos atributos que no pueden reducirse tan solo a su extraordinaria capacidad para amar. Lo irónico del caso es que la insistencia en que las doctrinas no importan no deja de ser otra forma de doctrina, que tiene sin duda una visión concreta de Dios y que es considerada superior y mejor informada que las creencias de la mayoría de las otras grandes religiones. Así, los que propugnan esta visión están en realidad incurriendo en aquello que prohíben hacer a los demás.
«Cada religión tiene una parte de la verdad espiritual, pero ninguna la posee en su totalidad».
En algunas ocasiones, esta cuestión queda bien ilustrada con la historia de los ciegos y el elefante. Paseando por el campo, tres ciegos se toparon con un elefante que les permitió que lo palparan.
—Esta criatura es larga y flexible, como una serpiente —dijo el...
Índice
- Introducción
- Parte 1: el salto de la duda
- Parte 2: Las razones de la fe
- Epílogo: ¿Hacia dónde ir ahora?
- Notas
- Índice