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El sexo en un mundo quebrantado
Se sentía estafada. Tenía 30 años, era soltera y en la mayoría de las áreas de su vida, se sentía satisfecha, excepto en una. Sencillamente, no podía entender por qué Dios la había diseñado como un ser sexual con fuertes deseos sexuales y le había prohibido participar del sexo y disfrutar de él. Veía parejas en los restaurantes locales acurrucándose en alguna esquina, y eso la llenaba de una mezcla explosiva de envidia y enojo. Siempre había tomado en serio su fe y había intentado vivirla de manera práctica, pero esto del sexo estaba por empujarla por la borda. Cada vez más, Dios le parecía un juez duro, en lugar de alguien que la amaba. Pensaba: «¿Cómo puedo servir a un Dios que me programa con deseos y después me dice que me disciplinará si los satisfago?». Esto la dejaba deprimida y confundida.
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Sharon sabía que su hijo estaba jugueteando con el sexo, pero no lograba que lo admitiera. Intentó entrar a su computadora, pero no sabía la contraseña. A veces, él hacía un comentario fuera de lugar o contaba un chiste con connotación sexual y cada vez, Sharon sentía el alma por el suelo. Habían intentado prepararlo para la vida en este mundo caído, pero los cambios habían venido como un remolino arrasador, tal es así que Sharon sentía que vivía en un mundo que ya no comprendía. Su hijo nunca dejaba el teléfono. Parecía estar siempre hablando sobre alguna muchacha, enviándole mensajes de texto a alguna o saliendo con otra. Y cuando estaba en casa con una chica, Sharon sentía que la interacción entre ellos era demasiado física. La situación se agravó tanto que Sharon terminó odiando el sexo: detestaba que Dios lo hubiera creado y detestaba que su hijo de 16 años ya tuviera deseos sexuales fuertes. Detestaba que por todas partes se hablara de sexo. Se sentía impotente e indefensa; pensaba que estaba perdiendo a su hijo y que no había nada que pudiera hacer.
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Ella tenía catorce años y le gustaba ser sexi, pero no quería que su mamá lo supiera. Se iba a la escuela con un atuendo aprobado por sus padres pero, a menudo, tenía otro más «cool» en su bolso, para cambiarse en la escuela. Para ella, un atuendo «cool» era uno diseñado para mostrar el cuerpo, en lugar de cubrirlo con pudor. Aunque la mayoría de sus amigas hacía lo mismo, ella sabía que su papá la mataría si se enteraba. Anhelaba ser popular, y para ser popular, había que tener muchos «me gusta» en Facebook e Instagram, y la manera de obtenerlos era ser provocativa. Sus selfies se volvieron cada vez más sexuales. No había publicado nada desnuda, pero la imagen que proyectaba era deliberada y sexualmente provocativa. En la escuela, obtenía mucha atención masculina, y también de parte de «muchachos» en Internet, a quienes no conocía. Estaba viviendo una fantasía al mejor estilo de las Kardashian, y le encantaba. Sus padres no tenían ni idea de lo que sucedía y si la hubieran tenido, se habrían sentido desconsolados y a la vez enfurecidos. Tenía tan solo catorce años, y el sexo era lo que impulsaba su mundo.
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Aquella noche, él condujo a su casa con el corazón apesadumbrado. Una vez más, había escuchado la misma historia. Lo deprimía pastorear a personas que, al parecer, no podía ayudar. Aquel día, en su oficina, había hablado con otra pareja cuyo matrimonio había quedado hecho trizas por el sexo ilícito. La esposa lloró, derramando lágrimas por otra traición. El hombre hizo una especie de confesión, pero plagada de excusas y del típico intento de minimizar lo que había hecho. Parecía estar más enojado porque lo habían atrapado que agradecido por haber sido rescatado de las garras de algo que tenía el poder de destruirlo. Su pecado no solo había destrozado su matrimonio, sino que también le costó su trabajo.
Para el pastor, escuchar todo esto fue sumamente desalentador. Les habló sobre la gracia del evangelio, pero no lo hizo con todo el corazón. Alguna vez, había tenido plena certeza sobre el poder de Dios, pero su confianza se había debilitado tras ver la cantidad de hombres de su iglesia que habían caído en pecado sexual. Esto no solo debilitó su confianza en la gracia de Dios, sino que lo llevó a cuestionar su llamado. ¿Por qué con toda su enseñanza, su predicación y su consejo, no había podido proteger a los hombres a quienes Dios lo había llamado a pastorear? Era difícil avanzar cuando Dios parecía distante y cuando él se sentía un fracaso. Sabía que, al llegar a su casa, su esposa le preguntaría cómo le había ido. Tenía tanto temor a esa pregunta que tomó el camino largo a casa. El sexo estaba carcomiendo su iglesia, y parecía no haber manera de detenerlo.
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Entonces, ¿cuál es tu historia? Probablemente estás leyendo este libro porque, tal como yo, te preocupa. Lo más probable es que estés preocupado porque, en medio del embate de todo lo que nuestra cultura afirma sobre el sexo, tú quieres pensar en este tema de una manera claramente bíblica. O tal vez estás preocupado porque estás criando hijos en una cultura sexual que, francamente, te espanta. Quizás conoces a personas que se han metido en algún tipo de problema sexual, y quisieras entender qué están pasando y cómo ofrecerles ayuda que les resulte verdaderamente útil. Tal vez eres pastor, y quieres enseñarle bien a tu gente sobre un área de la vida que la iglesia no suele abordar de manera directa y clara. Quizás estás luchando con el pecado sexual en tu propia vida, y te sientes derrotado y sin esperanza.
Si estás en cualquiera de estas situaciones, esto es lo que necesitas comprender: vives en un mundo profundamente quebrantado que sencillamente no funciona como Dios quiso. Si quieres entender la naturaleza del pecado sexual, o si deseas desarrollar una cosmovisión bíblica del sexo, debes incluir este hecho. Ahora, tal vez estés pensando que esta es una manera terriblemente negativa de empezar un libro sobre sexo, pero aquí tienes mi respuesta: nunca entenderás plenamente nuestra profunda lucha con la sexualidad humana a menos que primero entiendas el contexto o el ámbito en el cual ocurre esta lucha.
Y ahora, la mala noticia
No se me ocurre una descripción más vívida, sincera, perspicaz y esperanzadora del estado presente del mundo en el que vives, y de cómo afecta las áreas de la vida como la sexualidad humana, que Romanos 8:18-39. A continuación, verás una cita larga, pero tómate el tiempo de leerla completa. A medida que nuestro debate prosiga, te felicitarás por haberlo hecho.
De hecho, considero que en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que habrá de revelarse en nosotros. La creación aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Dios, porque fue sometida a la frustración. Esto no sucedió por su propia voluntad, sino por la del que así lo dispuso. Pero queda la firme esperanza de que la creación misma ha de ser liberada de la corrupción que la esclaviza, para así alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que toda la creación todavía gime a una, como si tuviera dolores de parto. Y no solo ella, sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo. Porque en esa esperanza fuimos salvados. Pero la esperanza que se ve ya no es esperanza. ¿Quién espera lo que ya tiene? Pero, si esperamos lo que todavía no tenemos, en la espera mostramos nuestra constancia.
Así mismo, en nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y Dios, que examina los corazones, sabe cuál es la intención del Espíritu, porque el Espíritu intercede por los creyentes conforme a la voluntad de Dios. Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito. Porque a los que Dios conoció de antemano, también los predestinó a ser transformados según la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. A los que predestinó, también los llamó; a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó.
¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas? ¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? Cristo Jesús es el que murió, e incluso resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros. ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, la persecución, el hambre, la indigencia, el peligro, o la violencia? Así está escrito:
«Por tu causa siempre nos llevan a la muerte; ¡nos tratan como a ovejas para el matadero!»
Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor. (Rom. 8:18-39)
Este pasaje impactante y oscuro es también uno de los más gloriosamente útiles y llenos de esperanza del Nuevo Testamento. El apóstol Pablo desentraña aquí el ambiente en el cual todos vivimos, entre lo que ya pasó y lo que todavía no ha llegado. Toma nota de la suposición fundamental que enmarca todo lo demás que afirma en el pasaje (v. 18). Pablo da por sentado que el sufrimiento es la experiencia universal de todos los que viven entre lo que ya sucedió y lo que no ha llegado aún. Si empiezas a prestar atención, te darás cuenta de que tú y yo nunca vivimos ni un día sin experimentar alguna clase de sufrimiento. El sufrimiento no indica que algo extraño y ajeno nos esté sucediendo. El sufrimiento no es una señal de que nos hayan señalado para el abuso. El sufrimiento no es un indicio de una falla en el gobierno de Dios, en Su plan ni en Sus promesas. Es la experiencia natural para cualquiera que vive donde tú y yo vivimos. En vez de asombrarnos cuando los problemas y las dificultades lleguen a nuestras vidas, debería sorprendernos lo bien que funciona este mundo, dada su condición.
Si el sufrimiento es la experiencia de toda persona, entonces deberías esperar que el sufrimiento impacte tu sexualidad. Sufrirás la realidad de que aquí mismo, ahora mismo, el sexo no funciona de la manera en que Dios lo diseñó. Enfrentarás la redefinición, la distorsión y el mal uso del sexo. Sufrirás la tentación de llevar tu vida sexual fuera de los límites claros que Dios estableció. Sufrirás porque la tentación sexual te tomará desprevenido en el centro comercial, en la computadora, mientras miras Netflix o, tristemente, incluso cuando estás haciendo una búsqueda en Google en el teléfono. Sufrirás porque las mujeres exhiben su cuerpo en público o porque los hombres tratan a las mujeres como poco más que un juguete físico para su placer. Sufrirás las penurias de intentar proteger a tus hijos de toda clase de peligro sexual que hay por ahí, mientras te esfuerzas por mantener tu propio corazón en pureza. Como sabes que hay toda clase de tentaciones seductoras, sufrirás problemas de confianza con las personas que amas. Algunos de nosotros sufriremos abuso sexual, y otros sufrirán el agotamiento que surge de intentar mantener el corazón puro. Sufrirás malentendidos y burlas mientras intentas permanecer dentro de los límites de Dios, en una cultura que se ríe de la idea de límites sexuales. Pablo da por sentado que sufriremos, y si tiene razón (y por cierto la tiene), ese sufrimiento incluirá nuestra sexualidad.
¿Por qué Pablo da por sentado que sufriremos? Descuenta el sufrimiento porque entiende la condición del mundo en el cual Dios ha decidido que vivamos (vv. 19-25). Con una terminología gráfica y provocadora, Pablo quiere que entendamos que Dios ha decidido mantenernos ahora en un mundo terriblemente roto, uno que no funciona de la manera en que Él quiso. Una vez más, nuestro domicilio actual no es ninguna interrupción ni falla del plan de Dios para nosotros. Pablo capta el quebrantamiento de nuestro mundo al afirmar que «toda la creación todavía gime». Imagina al anciano cuyo cuerpo está viejo y roto, y para el cual algo tan simple como levantarse de una silla, agacharse para levantar algo o dar unos pocos pasos lo hace gemir de manera audible. Ese es nuestro mundo. Ya nada es sencillo. Todo está afectado por el quebrantamiento. No hay lugar ni situación ni sector del mundo que no gima.
Si no entiendes tu domicilio, vivirás con toda clase de expectativas irreales, y serás demasiado ingenuo respecto al sinfín de tentaciones que te reciben todos los días. Y como tu comprensión y las expectativas de tu ámbito no son realistas, estarás funcionalmente mal preparado para las luchas que enfrentarás de manera inevitable. Lo mejor es que entiendas —y que ayudes a entender a los que tienes a tu cuidado— que todo el aspecto sexual de nuestro mundo gime c...