Una mujer sabia
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Una mujer sabia

Principios para vivir como Dios lo diseñó

Wendy Bello

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  1. 168 páginas
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Una mujer sabia

Principios para vivir como Dios lo diseñó

Wendy Bello

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Información del libro

¿Quieres tomar buenas decisiones en tu vida? El ingrediente número uno será actuar con sabiduría. Podemos ser inteligentes, pero no sabias. De eso trata justamente Una mujer sabia.
Basado en principios del libro de Proverbios, aquí encontrarás una herramienta para vivir la vida de la mejor manera, como Dios la diseñó, y poder tomar decisiones sabias en los aspectos prácticos del día a día. En este libro encontrarás temas prácticos, entre ellos:

  • Cómo hablar y escuchar con sabiduría
  • Aprender a bendecir a tu esposo
  • Cuidar de tu hogar para edificarlo y no destruirlo
  • Cómo planificar y manejar mejor las finanzas, etc.


Este libro puede puede usarse de manera individual o como material para estudio en grupo. Cada capítulo termina con una sección de preguntas para profundizar. La meta de alcanzar la sabiduría pudiera parecer difícil, pero en este libro descubrirás que con la ayuda de Dios, y la disposición a seguir Sus principios, sí puede lograrse. A Wise Woman Based on principles found in the book of Proverbs, Una mujer sabia offers tools for living the best possible life as God designed it.
Here is concrete help for making wise decisions in the practical aspects of day to day living. This book can be used individually or as material for group study. Each chapter ends with a section of questions to deepen thinking and enrich discussion. The goal of reaching wisdom may seem difficult, but in this book you will discover that with God's help and the willingness to follow His principles, this can be achieved.

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Información

Editorial
B&H Español
Año
2020
ISBN
9781535997317
12
Una mujer bella de verdad
Está vestida de… dignidad.
Proverbios 31:25, NTV
Recuerdo un par de zapatos de tacones que mi mamá me regaló para jugar. Eran de gamuza negra y tenían piedritas doradas. No sé cómo, pero yo lograba manejarlos y me los ponía para pretender que ya era una mujer adulta. Como tenía el cabello corto, me envolvía la cabeza en una toalla con la idea de una larga cabellera. Recuerdo también mi fascinación por la gaveta donde mi mamá guardaba su maquillaje y sus accesorios. Siempre que tenía la oportunidad me ponía a revisarla. Y de vez en cuando le preguntaba: «¿Ya no quieres este creyón?». La pregunta en realidad era: «¿Me lo regalas para jugar?». Y ahí me disponía yo a maquillarme. También tenía algunos vestidos que mi mamá me prestaba para disfrazarme. Le añadía algunos accesorios y quedaba lista para dar alas a la imaginación y ser una cantante, una mamá o cualquier otra cosa.
Desde niñas nos atrae todo lo relativo a la moda. Son muy pocas las mujeres que no se interesan en este tema. Por eso no podemos pasarlo por alto en este libro, porque la sabiduría incluso debe caracterizarnos cuando nos paremos frente al espejo o al armario.
Hablemos entonces un poco de maquillaje, vestuario, perfumes… los de afuera y los de adentro.
Yo tengo un espejo de esos que se ponen en los baños que tienen mucho aumento por un lado. Lo guardé en su caja por mucho tiempo. No me gustaba mirarme en ese espejo porque cuando la luz y su aumento se combinan, el resultado es demasiado real para mí. Con ese espejo puedo ver todas las imperfecciones que tengo en la cara, desde las pecas que son resultado del sol y los años, hasta las líneas finas que ya empiezan a dibujarse aquí y allá.
La realidad es que, aunque me mire en el espejo de aumento o no, las huellas de los años aparecerán, y están apareciendo, indefectiblemente. Podemos ponernos las mejores cremas, extremar precauciones, e incluso usar técnicas más sofisticadas como el láser, de todos modos, el tiempo pasa y con él nosotros.
Si ya no tienes veintitantos años, puedes entender que si hay algo efímero es nuestra belleza. El mundo que nos rodea nos vende constantemente un ideal engañoso de belleza y juventud. Digo engañoso porque siempre se nos olvida que antes de que esas fotos se publiquen, o se filmen los programas de televisión y las películas, todo un equipo de maquillistas y artistas gráficos se encargan de crear una imagen aparentemente perfecta, pero irreal.
Sin embargo, la Palabra de Dios nos enseña algo totalmente contrario en cuanto al tema del envejecimiento. «Por tanto no desfallecemos, antes bien, aunque nuestro hombre exterior va decayendo, sin embargo nuestro hombre interior se renueva de día en día» (2 Cor. 4:16). Esa es la realidad innegable: por fuera nos vamos desgastando, pero ¡qué maravilla que por dentro nos vamos renovando día tras día! ¿Cómo es posible? Porque nuestro cuerpo es apenas un envase para algo mucho más valioso, nuestra alma y nuestro espíritu. Este envase nuestro está sujeto a las limitaciones del mundo caído en que vivimos, pero nuestro ser espiritual no lo está. El cuerpo físico envejece, se cansa, y deja de ser; pero nuestro espíritu, a lo que Pablo llama el hombre interior, se va renovando porque la fuente de su eterna juventud está en Dios. Y al final, como dice el Libro de Eclesiastés: «… volverá a Dios que lo dio» (12:7).
Un conocido cantautor de mi país popularizó una canción hace muchos años; empezaba así: «El tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos…». Envejecer en realidad es un privilegio de algunos, porque la verdad es que no sabemos cuánto tiempo vamos a vivir. Cuando tenía 20 años los 40 parecían tan lejos, ¡y tan viejos! Con el tiempo la perspectiva fue cambiando, sobre todo a medida que los 40 comienzan a acercarse, ¡y entonces ya no nos parecen tan viejos! ¿No es cierto? Y sí, en realidad envejecer es un privilegio, pero la otra cara de la moneda es que no nos gusta porque envejecer trae consigo desgaste, cansancio, enfermedad, no poder hacer todo igual que antes, no lucir igual que antes, etc.
Me viene a la mente este versículo, también de Eclesiastés: «Él ha hecho todo apropiado a su tiempo. También ha puesto la eternidad en sus corazones; sin embargo, el hombre no descubre la obra que Dios ha hecho desde el principio hasta el fin» (3:11). ¡Por eso no nos gusta la vejez! Dios sembró eternidad en nuestro corazón. Queremos vivir para siempre, ser jóvenes siempre. Ese fue el plan del principio… hasta que el pecado entró y con él el envejecimiento y la muerte. ¿Lo entiendes? Es normal que no nos guste envejecer. Para mí es un gran alivio comprenderlo porque no tengo que luchar más con la idea de que está mal que no me guste.
Ahora bien, vuelve a leer el versículo y mira lo que dice al principio: «[Dios] ha hecho todo apropiado a su tiempo». ¡Aun para el tiempo de la vejez Dios hizo algo hermoso! Sí, porque todo es todo, incluyendo la vejez. Y si me detengo a pensarlo, en muchos de los ancianos que conozco hay algo bello: sabiduría, paciencia, disfrutar cada momento como si fuera el último, no preocuparse por lo que no vale la pena. Esos son tesoros que muchas veces solo alcanzamos a encontrar con los años. ¡Y además tenemos la bendición de compartirlos con otros! Definitivamente como dice el versículo de Eclesiastés, no podemos comprender el alcance de lo que Dios ha hecho con nuestra existencia humana, pero sin dudas es algo hermoso.
Como tú, no sé cuál será el número de años que el Señor tiene designado para mi paso por la Tierra, pero pensándolo bien, prefiero envejecer para así poder disfrutar lo hermoso que Él tenga para cada momento que me regale. Por supuesto que trataré de llegar lo mejor posible a esos años dorados, aunque no creo que el Botox o la cirugía formen parte de mi plan (¡ambos me asustan!). Quiero llegar para así también disfrutar de los tesoros que vienen con los años, sobre todo si hemos vivido la vida en el camino de la justicia, porque entonces la vejez es «una corona de honra» (Prov. 16:31, RVR1960). Lo mejor de todo es saber que esa eternidad que Él puso en mi corazón se hará realidad un día cuando podremos disfrutarla a plenitud, sin vejez, sin arrugas, sin cansancio. Y el tiempo ya no pasará más, como dice la canción.
He visitado el lugar donde supuestamente está la fuente de la juventud que Ponce de León andaba buscando y a la que debemos el descubrimiento de la Florida. Muchos han bebido de sus aguas, pero igual envejecen. Sin embargo, el que bebe del agua viva, Jesús, nunca más tendrá sed y disfrutará de una juventud eterna.
Mi querida amiga, lo cierto es que, con espejo o sin espejo, los años van a pasar. De hecho, llegará un momento en que es muy probable que para mirarme necesite sacar de su caja el espejo que te conté porque me faltará la vista, pero como también dijera Pablo: «… no nos fijamos en lo visible, sino en lo invisible, ya que lo visible es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno» (2 Cor. 4:18, NVI).
En esta semana, cuando nos miremos al espejo y pensemos en los años, recordemos que nuestro buen Dios lo hizo todo hermoso para el momento apropiado. Aprendamos a darle gracias por los años que tenemos, por el tiempo que nos permite disfrutar. A medida que pasen los días, los meses y los años, estaremos más cerca de disfrutar de una juventud eterna, ¡y allí ya no necesitaremos espejos!
Lamentablemente la cultura postmoderna en la que vivimos nos presenta un concepto de moda y belleza que dista mucho de ser lo que caracteriza a la mujer sabia. No tengo nada en contra del buen vestir, me gusta y, como a toda mujer, me interesa lucir bien. Creo que debemos cuidar de nuestra apariencia siempre. Sin embargo, hay una verdad que no vas a encontrar en ninguna de las revistas dedicadas al tema de la moda, la ropa y la belleza femenina. Y esa verdad es esta: la mujer sabia, partiendo de que es una mujer que ama a Dios y tiene una relación personal con Él, se viste para darle honor y no para hacer voltear los ojos de quienes la vean pasar.
La palabra hebrea para «dignidad», en el versículo del principio, es un término que se translitera como jadár y quiere decir: esplendor, majestad, gloria, honor. Es curioso que la misma palabra se usa en otros pasajes con un significado todavía más elevado: glorificar a Dios. ¿Te das cuenta? La mujer virtuosa, la mujer sabia, se viste con honor y para dar honor, para glorificar a Dios.
Sin embargo, la sensualidad está permeando cada centímetro del mundo que nos rodea. Basta con mirar cinco minutos cualquier revista mientras estamos en la fila para pagar en el supermercado, o simplemente hojear una circular de tu tienda favorita. Todas gritan a coro: «¡Tienes que lucir sexi!», pero esa no puede ser la meta de la mujer sabia. La mujer sabia quiere vivir honrando a Dios.
Dejemos claro que no es cuestión de vestirse con un siglo de atraso, sino de elegir ropa que me haga lucir bien, con la que me sienta cómoda y bonita, pero con honor, con dignidad, con pureza, sin el deseo de hacer arder corazones ajenos, ni de provocar sentimientos que no den gloria a Dios.
A veces no nos percatamos de que en la iglesia, por ejemplo, los hombres que nos rodean son nuestros hermanos en Cristo. Tú y yo no debemos ser piedra de tropiezo para ellos. Dios les hizo de manera diferente y el sentido de la vista activa su sexualidad. No son pervertidos. Son hombres. Tenemos que ser cuidadosas. Jesús dijo: «Pero yo os digo que todo el que mire a una mujer para codiciarla ya cometió adulterio con ella en su corazón» (Mat. 5:28). No contribuyamos a un pecado así. Tenemos que hacer nuestra parte porque al y fin y al cabo, es a Dios a quien rendiremos cuentas. Y, por supuesto, esto aplica no solo cuando estamos en la iglesia, sino en sentido general.
Esta verdad la entendí con los años. Me costaba procesarla cuando era joven. Pero ahora que la entiendo quisiera poder grabarla en las mentes de todas las jóvenes que conozco. ¿Quieres una ayuda para entenderlo y saber si estás siendo sabia en este aspecto? Cada día, cuando nos paremos frente al espejo, seamos honestas y hagámonos estas preguntas: cuando escojo una ropa, ¿qué tengo en mente? ¿Agradar a Dios, dar honor a Su nombre (y al de mi esposo) o llamar la atención de los ojos masculinos que me miren hoy? Es así de sencillo.
El viejo adagio repite «el hábito no hace al monje», es decir, que lo que llevamos por fuera no cambia quién somos por dentro, pero sí dice mucho de los valores que tenemos, a quién representamos. Tú y yo hemos sido llamadas a marcar la diferencia. Somos una contracultura, y esa tarea no es fácil, pero cuando Jesucristo nos llamó nunca dijo que seguirle sería fácil.
Fíjate que no es cuestión de andar feas y despeinadas, de hecho, nuestra mujer modelo en Proverbios 31 tenía muy buen gusto para vestir: «…su ropa es de lino fino y de púrpura» (v. 22). El asunto es buscar sabiduría incluso a la hora de pararnos frente al clóset o el armario y decidir...

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