Dostoyevski
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Dostoyevski

Tres discursos en su memoria

Vladimir Soloviov, Nadia Smirnova

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Dostoyevski

Tres discursos en su memoria

Vladimir Soloviov, Nadia Smirnova

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El filósofo Vladimir Soloviov (1853-1900) indaga en el pensamiento oculto de las obras de Dostoyevski, las cuales, al igual que las de Tolstói, sustituyeron a la filosofía, o más bien la acogieron dentro de la literatura. La prosa de Fiódor Dostoyevski encuentra su lugar en el umbral entre la literatura y la profecía, y la primera interpretación de ese equilibrio es lo que el lector encontrará en estos Tres discursos de Soloviov.En sus Tres discursos en memoria de Dostoyevski, pronunciados entre 1881 y 1883, el célebre filósofo ruso Vladimir Soloviov hizo honor a su gran amigo y compañero de ideas Fiódor Dostoyevski (1821-1881). En 2021 se conmemora el bicentenario del nacimiento del gran escritor ruso. En estos hondos y apasionados discursos, Soloviov se consagra al desvelamiento de las ideas e ideales que alumbraron la tenebrosa vida y obra de Dostoyevski, ese titán con un "profundo, criminal rostro de santo", como indicó Thomas Mann. Un hito no sólo de la literatura universal, sino de toda la historia de la humanidad.

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Información

Año
2021
ISBN
9788417786540
Categoría
Literature

Prólogo

En sus Tres discursos en memoria de Dostoyevski, pronunciados entre 1881 y 1883, el célebre filósofo ruso Vladímir Soloviov celebraba a su gran amigo y compañero de ideas Fiódor Dostoyevski (1821-1881). En 2021 se conmemora el bicentenario del nacimiento del gran escritor, y le hacemos honor con la publicación de estos Tres discursos, donde Soloviov se consagra al desvelamiento de las ideas e ideales que alumbraron la tenebrosa vida y obra de Fiódor Mijáilovich, ese titán con un «profundo, criminal rostro de santo», como diría Thomas Mann; un hito no solo de la literatura universal, sino también de toda la historia de la humanidad, que retrató en sus obras las más grandes ideas y filosofías, y los sentimientos humanos más profundos y recónditos.
Porque las obras de Dostoyevski, al igual que las de Tolstói, sustituyeron a la filosofía, o más bien la acogieron dentro de la literatura. El novelista supo hacer aquello a lo que aspiraban los aedos: sublimar los hechos y convertirlos en arte; al llevarlos tan adentro, asimilarlos y transformarlos en algo que está por encima de la imponente realidad. «Al acoger en su alma todo el mal de la existencia, toda la pesadez y la negrura de la vida, y al superarlas con la infinita fuerza del amor, Dostoyevski proclamó esta victoria [del alma humana] en todas sus creaciones», dirá Soloviov en las páginas que siguen. Pero Dostoyevski no es un autor caracterizado precisamente por la sublimidad, ni por el «arte» propiamente dicho, sino por ese universo oscuro, asfixiante, demasiado realista y, por tanto, doloroso, donde con una minuciosa precisión anímica se delinean todos los crímenes, todos los pecados que el ser humano puede concebir y albergar en su interior (algunos no imaginados, otros no pensados, otros ni siquiera revelados a la conciencia de uno mismo).
En Dostoievski, y de manera especial en los «Karamazov», se encuentran algunas de aquellas faltas de gusto descomunales que no le suceden nunca al artista y que solo aparecen donde se está más allá del arte. De todos modos, también como artista, se manifiesta aquí y allá este profeta ruso como un artista de rango universal, y uno piensa con extraños sentimientos que la Europa de una época en la que Dostoievski ya había escrito todas sus obras consideraba a otros artistas como los grandes escritores europeos.
Pero aquí entramos en otro terreno. Quería decir que cuanto menos obra de arte es un libro universal, más auténtica es quizás su profecía. Pero a pesar de todo, también la «novela», la historia, la invención de los «Karamazov» habla tanto, dice cosas tan significativas; esto no me parece arbitrario, inventado por un individuo solo, no me parece una obra de escritor.1
La prosa de Fiódor Dostoyevski encuentra su lugar en el umbral entre la literatura y la profecía, y la primera exégesis de ese equilibrio es lo que hallaremos en los Tres discursos, un texto en el que nos asomamos a las bases más sólidas del universo filosófico de Dostoyevski en su punto de intersección con el pensamiento de Soloviov.
Vladímir Soloviov fue un poeta, filósofo y místico, un ser extravagante con una risa estrepitosa y aspecto de un «caballero-monje». Incluso hoy en día se nos hace difícil comprender lo que su figura supone para la historia del pensamiento, posiblemente porque su legado aún no está del todo comprendido y asumido. A finales del siglo XIX, Soloviov denunciaba la pena de muerte y el antisemitismo y defendía la paz entre Oriente y Occidente. Formuló una crítica del comunismo europeo (que aún no había adquirido las drásticas dimensiones a las que iba a llegar en Rusia) como una aspiración a la prosperidad meramente material a costa de lo moral y lo espiritual, se manifestó en contra del aislamiento del individuo, siempre defendiendo la necesidad de la empatía y de la conciencia. Todo ello antes de las grandes tragedias y los conflictos bélicos del siglo pasado, antes del Holocausto, de las represiones estalinistas y, sobre todo, antes de la desintegración de la sociedad en un ente globalizado, enajenado, solitario y desunido. «¿Cuándo se abrirán los oídos del mundo, patrón? ¿Cuándo se abrirán nuestros ojos para ver? ¿Cuándo se abrirán nuestros brazos? ¿Cuándo nos abrazaremos todos: piedras, flores, lluvia y seres humanos?», se preguntaba Alexis Zorba en la novela de Nikos Kazantzakis2. Vladímir Soloviov, en su caso, se nos presenta como Zorba, si este fuera un predicador de la Rusia decimonónica: «Si todo lo que hay de humanamente malo, todo lo mezquino y lo sucio nos salta a la vista, si tan claramente vemos todo ese polvo de la tierra, y todo lo santo y sacro es, al contrario, imperceptible, oscuro e improbable, eso tan solo significa que hay poco Dios en nosotros».
Soloviov postuló a Dostoyevski como un precursor, profeta y «presentidor» de los acontecimientos del porvenir, y supo ver este aspecto en el escritor porque él mismo experimentó los mismos presentimientos y vio el mismo destino omnihumano. ¿En qué consistía la profecía de Dostoyevski? A primera vista, las tinieblas del siglo XIX que tan bien retrató en sus novelas no parecen ser un vaticinio prometedor. Sin embargo, lo que realmente queda ilustrado en ese caos oscuro de sus obras es que hace falta conocer el mal, hace falta abismarse en él y diseccionarlo para hallar el bien en su interior. Así, bajo toda la lúgubre y siniestra oscuridad, bajo lo que en apariencia se nos presenta como desesperanza terminal, se esconde el profético germen de la transformación del mundo, se esconde la luz y la esperanza más segura que se convierte en fe (pues todo sentir absoluto es fe, como dijo Novalis).
Ambos, Soloviov y Dostoyevski, creían en la venidera renovación del mundo: creían que tras un período de «fermentación» llegaría la nueva humanidad, armoniosa, consciente de su origen divino, pacífica y unida por el principio religioso: la Teohumanidad que cantará la unidad de todas las cosas. Es importante destacar que la idea profética de una conversión espiritual como el destino de la humanidad no pertenece exclusivamente a estos dos pensadores, sino que se vislumbra en toda la historia del pensamiento. Mientras Johann Wolfgang von Goethe expresaba que «el auténtico, único y más profundo tema de la historia del mundo y de la humanidad, al que todos los demás quedan subordinados, sigue siendo siempre el conflicto entre la fe y la ausencia de fe», Julio Cortázar planteaba que «los dioses solo esperan al hombre para cederle el lugar en una tierra al fin reconciliada»3.
En este contexto, surge el interrogante de por qué el proceso de la renovación de la humanidad se relaciona con la espiritualidad, con la creación de una comunidad religiosa. Y es que si nos detenemos en la religión, se verá que se trata de una idea explícita en su concepto mismo. «Religión» viene del verbo religāre, re-ligare: volver a ligar, volver a unir, reunificar a los humanos con lo divino. Esa reunificación, esa religión, se vincula con una concepción altamente presente en la filosofía religiosa rusa, que influyó considerablemente tanto en Dostoyevski como en Soloviov: la Sobornost. Se trata de un término que designa la libre unión espiritual de las personas, una vida de fraternidad y amor. Sobornost no viene a ser otra cosa que la traducción eslava del adjetivo griego καθολικός, esto es, católico: «universal», «en conjunto». De esta manera, vemos que la fórmula de unión fraternal de la humanidad mediante la espiritualidad y la fe es, en realidad, la vuelta a los orígenes, a la forma primigenia de la religión, pero donde la religión misma queda superada. De lo mismo hablaba Novalis en La Cristiandad o Europa:
Para mí no es más que la solemne llamada a una nueva reunión primigenia, el aleteo de un pasajero heraldo angélico. Son los primeros dolores del parto; ¡que cada uno se disponga para el nacimiento! [...] Solo la religión puede volver a despertar a Europa y consolidar la unión de los pueblos, e instalar con renovado esplendor la cristiandad sobre la Tierra, otorgándole de nuevo su antigua labor pacificadora.4
Otra idea de índole religiosa que se podrá encontrar en los Tres discursos es, quizás, la que más une a Soloviov y Dostoyevski: la de la misión de Rusia de cara a la humanidad, su papel en ese proceso de renovación. En las obras tardías de Dostoyevski —las de la época de su amistad con Soloviov—, como Los hermanos Karamazov (1880) o el Discurso sobre Pushkin (1880), se puede ver claramente la fuerte presencia de esa idea. Decía el escritor que el destino de los rusos será «acoger en [su alma, omnihumana y reunificadora] a todos nuestros hermanos con amor fraternal y, finalmente, proferir la palabra definitiva de la gran armonía común, de la definitiva unanimidad fraternal de todas las tribus»5. Al principio, semejante formulación podría evocar en nosotros la imagen del contexto histórico en el que se desenvolvían Soloviov y Dostoyevski: el de los nacionalismos y la eslavofilia (esto es, la defensa del carácter autóctono y los valores tradicionales de Rusia). No obstante, si se toma en consideración de un modo más amplio, en relación con esa aspiración a la unidad fraternal que se observa en la obra de los dos, su esencia se verá de manera más clara:
Dostoyevski no habla a los rusos, sino al hombre en cuanto tal, y lo que busca es la infraccionable totalidad del ser humano desde la cual sea posible la restauración del hombre y, por consiguiente, de la cultura. El fundamento originario que constituye la irrompible totalidad que Dostoyevski busca es el modo divino del ser del hombre. La lección de Dostoyevski consiste en haber demostrado desde su relativa lejanía la crisis de hoy como crisis de la modalidad divina de lo humano.6
Por otra parte, la relevancia de Rusia como el país donde se originaría el renacimiento espiritual ha sido destacada por pensadores de otras procedencias y de otros momentos históricos, como Rudolf Steiner o Hermann Hesse:
La Rusia pasiva, cristiana, paciente, altruista, tendrá que refugiarse más que nunca en el alma del pueblo ingenuo. Con tanto más cuidado tenemos que escuchar las voces de esa Rusia oculta y secreta. En todo lo que es «europeo» Rusia ha aprendido de Occidente y tiene aún mucho que aprender. En todo lo que concierne a las virtudes...

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